viernes, 31 de mayo de 2013

33ª etapa: Hospital de Lugo

Ayer me puse a escribir, y entre pitos y flautas se me hicieron las cuatro de la mañana. Me había puesto la alarma a las ocho para estar cuanto antes en el hospital, pero al sonar la he apagado, retrasándola una hora. Necesitaba un poco más de descanso. A las nueve me ha vuelto a despertar la tonadilla del móvil y me he incorporado. He enchufado el celular y he visto que tenía un mensaje de Zach en Facebook. Lo he abierto ansioso, confiando en que en aquellas líneas me contara que se había desencadenado la tercera guerra mundial en Lugo. Que el hospital de la ciudad era ya a esas horas una zona sellada, un hongo gigante de humo y materiales incandescentes visible a cientos de kilómetros a la redonda. Un cráter enorme en Galicia a los ojos de un satélite. Que a la sala de Urgencias habían entrado unos buzos con escafandras en busca de algún resquicio de vida humana y que habían salido de ahí convulsionando y con los pelos de la nariz chamuscados. Nada más lejos de la realidad. Ni contracciones había experimentado durante la noche; el parto debía esperar. En el email Zach me contaba otras cosas. Tuve que releerlo y hacer un esfuerzo para no perder la compostura, y evitar que se me escapara alguna lágrima. Mi amigo americano, al que conocí hace una semana en el Bar de Elvis en Reliegos, León, venía a decirme básicamente lo siguiente:

"Mi querido amigo que al que no hace mucho que conozco...

Debo pedirte que retornes al Camino y completes tu peregrinación a Santiago. Te estaré siempre agradecido por tu genuina hospitalidad y por todas tus muestras de generosidad, pero tú eres también un peregrino y tienes tu propio Camino que recorrer. He disfrutado de veras conociéndote y viendo que tienes una gran personalidad. Tus padres deben estar sin duda orgullosos del hombre que han criado. Pero me arrepentiré siempre si no logro convencerte de que no te preocupes más por mí y concluyas lo que tanto ansías terminar. Estoy bien atendido aquí, y además, viendo que es ya prácticamente imposible llegar a Santiago, estoy sopesando la posibilidad de regresar a casa antes del Lunes y terminar el Camino como Dios manda en otra ocasión.

Tu agradecido amigo,

Zach"

Mensaje al que he respondido tras su lectura:

"Buenos días Zach,

Muchas gracias por tus sentidas palabras. Pese a que hace poco tiempo que nos conocemos, conecté rápidamente contigo, y aunque nos hayamos criado en lugares muy distantes, y culturalmente distintos, creo que tenemos muchas cosas en común, aparte de la edad. Hay personas a las que no llegas a conocer nunca, y otras, a las que con una semana te sobra. Yo a ti ya te considero un amigo, y con los amigos, se está a las duras y a las maduras. Una de las razones por las que estoy haciendo el Camino es por un buen amigo al que perdí hace algunos años y que siempre estaba a mi lado cuando lo necesitaba. Si me marchara sin preocuparme por ti, ni me lo perdonaría yo, ni, donde quiera que esté, me lo perdonaría él, así que este tema no tiene discusión. Entramos juntos a ese hospital, y juntos saldremos de ahí. Vamos a esperar a ver por dónde respiran los médicos esta mañana y según lo que digan pensaremos en los próximos pasos a seguir. En una hora estoy contigo"

Un abrazo,

Javi"




Habré llegado al hospital  a eso de las diez. Zach no estaba en la habitación y me he sentado al lado de la cama para esperarlo. Ha aparecido cariacontecido unos minutos después. Venía del baño tras la enésima derrota. Nada de nada. Cada vez que Zach se levanta al servicio, en Urgencias contenemos la respiración, no por la radiactividad que pueda emanar del escusado, sino por las ganas que tenemos de que todo aquello acabe. Me recuerda a una de esas películas americanas en las que los extraterrestres invaden la tierra y la película va mostrando planos en los que gente de todo el planeta sigue las evoluciones de la invasión pegados al televisor de su casa, o de un bar, o de la oficina, o de una peluquería. Me he imaginado una secuencia parecida: la CNN abriendo las noticias en horario de máxima audiencia con el caso de un americano que estaba realizando el Camino de Santiago y que continúa aislado en España tras un mes entero sin poder jiñar. Y me he imaginado a personas de varias nacionalidades pegadas al televisor, en Nueva York, en Londres, en Madrid, en Río de Janeiro, en Tokio, en Nairobi, en Sidney y en Jerusalén, aguardando la última hora, haciendo fuerza todos juntos, el mundo olvidando sus diferencias, hermanado en un juego de socatira virtual, tirando al unísono para desalojar a esa criatura de Satanás amotinada en el bajo vientre del americano.

Al rato han aparecido las doctoras de guardia en la ronda matutina. Eran distinta pareja a la de ayer, pero nuevamente una cirujana y una internista. Me han pedido nada más entrar que saliera un momento al pasillo y les he contestado que no tenía ningún problema pero que entendía que hablaban inglés. Las dos han contestado al unísono que no, y que si Zach no habla español que entonces me quedase. La verdad que si no le exigimos a nuestros gobernantes que hablen un inglés decente para que no hagan el ridículo cada vez que salen al exterior a supuestamente defender nuestros intereses, no se lo vamos a exigir a los médicos del Hospital de Lugo, pero creo que en España en general, debería revisarse el tema de la enseñanza de idiomas y cómo es posible que siendo la lengua de Shakespeare obligatoria en colegios e institutos hasta los 18 años, salgamos de ahí, después del dinero invertido por nuestros padres, y cantidad de tiempo por parte nuestra, sin tener ni puta idea de hablar inglés.

Aparte de no hablar inglés, las doctoras en cuestión creo que no se habían leído bien la historia y andaban un poco pez con el caso de Zach. Se han quedado algo sorprendidas al decirles los días que llevaba sin despeñarse el tronco por la catarata, pero me han dicho que no nos preocupásemos, que le iban a aplicar una solución que era mano de santo y que en cosa de media hora estaba el tema resuelto. Como las he visto algo perdidas les he preguntado si se referían a la solución que se aplica para las colonoscopias y me han contestado, nuevamente con cara de sorpresa, que sí y que por qué formulaba la cuestión. "Porque ya le habéis dado dos jarras de litro y medio cada una y aún tiene que ser la primera vez que tiremos de la cisterna" - he respondido, momento en el que del susto casi se caen las dos al suelo. ¡Madre del amor hermoso!  - ha exclamado una de ellas. La otra me ha preguntado si Zach tiene antecedentes de esa enfermedad innombrable en la familia y yo le he dicho que no lo sé y que me daba un poco de reparo preguntárselo. Ella ha dicho que necesitan saberlo, porque puede haber algo no previsto ni deseable obstruyendo el intestino, por lo que le he trasladado la pregunta al americano. Él me ha dicho medio pálido que, de los más directos, no hay antecedentes en la familia con problemas serios en el aparato digestivo. Las doctoras han dicho que le van a encargar otras placas y que van a probar con una nueva dosis de lo mismo pero un poco más fuerte. Para nuestra tranquilidad, nos han dicho que el abdomen sigue blando y que, ante la ausencia de otra sintomatologia, como dolor intenso o vómitos, se puede decir que la situación está bajo control.

Después de la visita de las médicos de guardia, ha quedado más o menos claro que nos esperaba otra larga jornada del vía crucis particular que estamos viviendo en la sala de urgencias del Hospital de Lugo. Ante el panorama, y al haberle recomendado los galenos a Zach que se mueva, hemos decidido tomarnos las cosas con tranquilidad y recorrer los pasillos y después la planta calle. Durante el paseo Zach me ha preguntado si he visto un episodio de South Park en el que uno de los protagonistas bate el récord mundial de la cagada más grande de la historia. Me ha mostrado el video en Youtube, cuyo visionado hemos acompañado con sonoras carcajadas, y me ha dicho que lo de South Park es una broma comparado con lo que tiene él preparado, y que mejor harían en dejarlo ingresado en la azotea del edificio.


Continuando con la caminata nos hemos detenido en la tienda de prensa y regalos para comprar unos sudokus, que Zach nunca ha intentado y que le he recomendado para que se entretenga, y una baraja de póquer para echar unas manos mientras aguardamos a que suceda lo que empieza a parecer un imposible. Tras jugar un rato a las cartas he bajado a la cafetería de visitas para comer un menú y tomar luego un poco de aire en la calle. Para no gustarme los hospitales me estoy comiendo taza y media con el americano.

Después de almorzar he decidido hacer una ronda informativa con mis hermanas las médicos para contarles cómo va la cosa. Las dos han coincidido en el diagnóstico: que si hubiera algo realmente serio que estuviera obstruyendo el intestino, como sugirió la cirujana que nos ha atendido hoy, acompañaría al embotellamiento otra sintomatología que Zach no manifiesta. Que es muy raro, pero que todo parece indicar que estamos ante un caso de estreñimiento del viajero de carácter brutal provocado por una cierta predisposición del paciente, algo de  aprensión a hacer sus necesidades en baños de albergues donde la convención de Ginebra prohibiría sentar a un prisionero de guerra, deshidratación provocada por las largas caminatas bajo el sol y todo ello aderezado con el cambio de dieta: Zach es vegetariano y aquí se ha puesto morao de carne y embutidos.

Una de mis hermanas, la doctora Zen, ha añadido otra variante a la ecuación que, en mi humilde opinión, no debería pasarse por alto: Zach, viéndose ingresado en un hospital en España, donde no entiende a nadie ni tampoco lo que le pasa, lejos de los suyos y de su casa, está tan acojonado que en vez de cagarse por la pata abajo, como se dice vulgarmente cuando el miedo relaja nuestros esfínteres, se estaría cagando hacia adentro, y que contra esto no hay otra medicina que valga que el traslado del americano a su tierra natal y la audición del himno de las barras y estrellas una vez cada ocho horas: "Javi, me apuesto lo que quieras contigo a que este tío no caga hasta que vaya montado en el avión y vea la Estatua de la Libertad desde la ventanilla" - me ha ilustrado ella de manera muy gráfica.



De vuelta al Hospital, en el hall de entrada, había un vendedor de lotería que ofrecía décimos para el sorteo del oro de la Cruz Roja. He pensado que si "mierda" se utiliza en algunos contextos como sinónimo de buena suerte, no podía dejar pasar la oportunidad de tentar al destino comprando un par de boletos, uno para Zach y otro para mí, con la condición de repartirnos el premio si alguno de los dos gana. Con la cantidad de suerte que acumula el americano en su interior, las posibilidades de que nos toque algo, son en mi opinión bastante elevadas. A Zach le ha hecho mucha ilusión recibirlo y se ha puesto una alarma en el móvil para que no se le pase el 18 de Julio, la fecha del sorteo. Después me ha contado que en mi ausencia ha estado haciendo algunos ejercicios de yoga, y me ha enseñado un vídeo que me grabó bailando en la juerga que nos corrimos en The Wall, en León, y que dice que le ha inspirado para comenzar a hacer un tipo de ejercicio específico que cree puede estimular a sus aletargados intestinos. El baile en cuestión no tiene gran misterio, y no es más que el movimiento epiléptico de alguien que lleva ya más tragos de la cuenta y que se mueve convulso al ritmo de la música. Algo parecido al "supermeneo" protagonizado por Gordi en los Goonies.


Zach me ha dicho también, que durante el rato en el que yo he estado comiendo en la cafetería, a él le han bajado nuevamente a la sección de Rayos X para hacerle unas nuevas placas, de las que de momento no tenemos noticias. "Vaya año que llevo" - me ha dicho de repente, "es la segunda vez en menos de medio año, pese a la vida en teoría saludable que llevo, que termino en un hospital". Zach ya me había comentado brevemente en León que tuvo un percance en Enero que le obligó a buscar asistencia médica de urgencia. Un Viernes, al terminar una estresante semana de trabajo, sintió que perdía las fuerzas y que se iba a desplomar en cualquier momento. Consiguió llegar a casa con todas las que pudo y se pegó gran parte del fin de semana en la cama durmiendo. El Domingo se sintió un poco mejor, y el Lunes se fue a trabajar a las oficinas bancarias en las que desempeña labores como informático. Al regresar a la vorágine y al estrés cotidiano, volvió a sentir los mismos síntomas y a notar que le fallaban las fuerzas. En un momento dado, mientras hablaba con un cliente en la India que le tenía hasta el gorro, sintió un dolor en el pecho y que le faltaba el aire para respirar. Se disculpó ante el cliente, diciéndole que no se encontraba bien y que tenía que marcharse al hospital. Éste, lejos de decirle que por supuesto y desearle que no fuera nada, continuó hablando y le pidió que no se fuera hasta que terminaran de resolver el problema que les ocupaba. Zach se dijo así mismo, "qué mierda es ésta", y colgó el teléfono dejándole con la palabra en la boca.

Buscó la ayuda de un compañero de trabajo, porque no se sentía con fuerza ni de conducir hasta el hospital, y una vez allí fue tratado de urgencia al detectar el electrocardiograma que se le practicó un ritmo alterado del corazón. Mientras esperaba a que le realizaran nuevas pruebas, Zach quedó tumbado en una cama cruzada en medio del pasillo, ya que el hospital tenía bastantes pacientes en espera, y conectado a una máquina para controlar su frecuencia cardíaca. Era tal la carga de trabajo que tenía durante aquellas semanas, que aún en aquellas difíciles circunstancias, seguía pegado a la blackberry y respondiendo correos electrónicos desde aquel lecho. Quiero pensar que quizá en parte también para distraerse y olvidar el susto que debía llevar en el cuerpo al verse en esa situación. Fue entonces cuando una llamada entró en su blackberry. Era de nuevo el cliente indio que le volvía a dar el coñazo, esta vez en el móvil del trabajo. La sola visión del nombre de aquel cretino en la pantalla de su móvil alteró a Zach, y la máquina a la que estaba conectado comenzó a emitir un pitido, señal de que su frecuencia cardíaca se estaba volviendo a descontrolar. Sólo entonces comprendió que estaba ahí por culpa del estrés asociado a su trabajo, apagó su móvil e intentó relajarse.

A Zach le diagnosticaron una fibrilación auricular, la arritmia cardíaca más frecuente en la práctica clínica y que pueda estar motivada por muchos y diferentes factores. En el caso que nos ocupa, los análisis y pruebas posteriores demostraron que el americano estaba perfectamente, y que quizá un virus podría haber provocado esta anomalía. Cuando los médicos no tienen explicación para algo suelen echarle la culpa a los virus, el cajón de sastre de la medicina donde acaba todo que no tiene mucha explicación. No se le recetó medicación y simplemente se le recomendó que reposara unos días. Zach tenía su propia teoría, y estaba convencido de que aquel incidente guardaba relación con su tipo de vida y el estrés asociado a un trabajo que no disfruta especialmente. El hecho de que la máquina a la que estaba conectado se volviera loca cuando le llamó el indio pesado, vendría según él a corroborar su tesis. Zach, quería cambiar de vida, pero no encontraba el momento ni tampoco qué hacer que no fuera lo que hacía y para lo que se había formado durante tantos años. Decidió hacer el Camino para tener un tiempo de reflexión, analizar dónde estaba en su vida y hacia dónde quería tirar. Y mira por donde había acabado en el mismo lugar donde no quería volver a terminar, en un hospital, aquejado de un mal que no se sabe muy bien lo que es, pero que empieza a creer que no tiene buena pinta.


He escuchado atentamente el relato del americano y de nuevo me he vuelto a plantear si el destino existe, y si es el caso, por qué ha provocado que Zach y yo nos crucemos en nuestros respectivos caminos. Le he visto tan derrotado contándome su historia, que pese a que no suelo hablar del tema, he creído que contarle una historia parecida que me sucedió a mí, podría servirle de acicate y ayudarle a comprender que lo que le pasa es más común de lo que se piensa, y que en mi opinión personal, basado en mi propia experiencia, su cuerpo le está mandando señales para que cambie de vida, para que busque algo que le haga sentir bien. Que no hay trabajo que justifique que pierda la salud a una edad tan temprana, y que la vida es demasiado efímera para vivirla con miedo. Que tiene que ser valiente y no resignarse a ir como un zombie a la oficina, o medicado llegado el caso para poder trabajar; y que no hay por qué aceptar necesariamente las cosas por un equivocado sentido del deber o "porque esto es lo que hay".

Hace un par de años, yo también pasé por un período de cierto estrés. Había fichado por uno de los mejores bancos del mundo para ser responsable de un departamento, pese a mi juventud, y la presión estaba ahí. Por los resultados obviamente, que se esperan de una persona que ocupa cierta posición en una institución de este nivel, y también por la presión que se autoimpone uno, que no quiere defraudar a quienes confiaron en él, que tiene un prestigio profesional que defender, y también un amor propio, a veces excesivo. Por qué no admitir que muchas veces algunos de nuestros problemas vienen motivados por la falta de humildad. El caso es que tras varios días con jornadas de hasta quince horas en la oficina a cuenta del cierre de un par de operaciones que coincidieron en el tiempo, mi vista se comenzó a nublar y empecé a ver doble. Inicialmente lo atribuí al número de horas que llevaba enfrente del ordenador y cerré los ojos durante algunos segundos. Al abrirlos de nuevo, la visión doble seguía ahí y, pese a intentar concentrarme en la pantalla, no lograba leer lo que ahí se mostraba. Decidí levantarme e ir al baño para refrescarme con agua fría, con idénticos y negativos resultados. Aquello no era Lourdes ni el agua de los baños bendita.

Me comencé a inquietar por momentos y decidí bajar a la calle a que me diera el aire y a pasear un rato. Lo hice durante unos diez minutos en los que la situación no mejoró. En ciertos tipos de trabajo, como el que yo realizaba, uno escucha de vez en cuando de gente a la que le da algún pasmo, a edades tempranas, y que en estos casos, la celeridad con la que se actúa puede ser vital. Como ya he hecho referencia en otras ocasiones, me crié entre profesionales de la sanidad y quizá el exceso de información haga que en ocasiones le dé más importancia a temas relacionados con la salud que a lo mejor otras personas no le darían. Yo comencé a valorar la posibilidad de que la visión doble estuviera relacionada con algo serio y que tocaba ir corriendo a un hospital. No quería preocupar ni a mis padres ni a mis hermanas, por lo que decidí llamar a Joserra, el hermano de mi amigo Alberto. Ya le he mencionado a Zach que este amigo es uno de los motivos por los que estoy aquí, haciendo el Camino de Santiago, y le he aclarado que hace unos años perdí a Alberto, pero gané a su hermano Joserra, a quien hasta entonces conocía someramente, pero a quien aquella tragedia me unió de la misma manera que estaba unido a su hermano. Joserra sacó uno de los mejores números en el MIR de su año, y es internista en la Paz, uno de los mejores hospitales del país. Y estoy convencido de que en unos años, será reconocido como uno de los mejores de su especialidad en España, por su dedicación y la pasión con la que se entrega a la medicina. Le comenté a Joserra lo que me pasaba y él me dijo que, aunque esperaba que no fuera nada, lo prudente era que me fuera inmediatamente al hospital. Que estaba ocupado y no me podía estar esperando él en Urgencias pero que llamaría a la médico de guardia para que me atendiera lo más rápido posible.

Llegué a la entrada de Urgencias un cuarto de hora después, y me registré en admisiones diciendo lo que me pasaba. A los diez minutos me llamaron de una sala, en la que estaban un par de enfermeros que me preguntaron qué síntomas tenía y que me tomaron la tensión a continuación. Al ver la cifra que marcaba el aparato se levantaron de un bote y me dijeron que por favor les siguiera. Uno de ellos le dijo al otro si me buscaban una silla de ruedas para trasladarme y el otro dijo que no, que fuéramos rápido. Empecé a pensar que aquello no era real, que no me podía estar pasando a mí. Que sólo tenía 34 años para estar escuchando cosas que uno no espera escuchar nunca. Me llevaron a una sala donde ya me esperaban un par de médicos de guardia, rodeados de varias enfermeras. Me hicieron quitarme la camisa y me conectaron a un electrocardiograma. Me pusieron una pastilla debajo de la lengua y comenzaron a explorarme y a hacerme preguntas para ver si estaba orientado y respondía con lógica a las preguntas. Yo estaba relativamente tranquilo, porque estaba convencido de que este despliegue era excesivo para lo que yo creía que me pasaba. Que simplemente estaba estresado y que los hospitales me ponen enfermo y hacen que se me dispare la tensión. "Síndrome de la bata blanca" creo que le llaman. Después me pidieron que tocara varios puntos de mi cuerpo con diferentes dedos en cada ocasión para ver si tenía coordinación. Enfrente mío había una chica vestida con un pijama verde que no decía ni mu. Era joven y muy guapa, y me miraba con cara asustada, le temblaban ligeramente los labios y parecía que iba a romper a llorar en cualquier momento. Creo que era una estudiante en su primer día de prácticas. Pobrecilla, se estaba tragando el paraguas. Yo le sonreí para intentar tranquilizarla, convencido como estaba de que no iba a palmar en circunstancias tan lamentables, por culpa del estrés provocado por un par de préstamos y todos los plastas que me llamaban sin descanso para decirme que lo suyo urgía, que lo suyo era lo más importante del mundo y que no podía esperar. Un poco como Zach y su cliente indio de los cojones.

El diagnóstico fue una crisis hipertensiva asociada a estrés. Las pruebas que me realizaron en las semanas posteriores demostraron que todo estaba bien. Los análisis reflejaron niveles normales de colesterol y azúcar. La tensión en reposo estaba perfecta, pero en horario de oficina me subía algo, aunque la media de todo el día estaba en tramos absolutamente normales para mi edad. Hablé con el médico que llevó mi historia y me dijo que no había nada por lo que alarmarse, pero que el tipo de trabajo que realizaba me provocaba aumentos de la tensión arterial, y que eso, no ahora, pero dentro de diez años, si seguía con las misma tónica, podía situarme entre la población de riesgo a sufrir hipertensión y a precisar medicación de manera continuada. Yo estaba convencido que más que el trabajo en sí, el problema estaba en mi interior. Mi trabajo tenía picos de estrés, cierto, pero también me podía haber subido la tensión trabajando de cajero en un supermercado, en un bar donde no te dejan respirar ni un segundo o en una mina. Y además en esos trabajos se cobra mucho menos de lo que ganaba yo, así que no seré yo quien le eche la culpa de mis males al tipo de trabajo. Me parecería una falta de respeto para con mucha otra gente que no tiene posibilidad de elegir o que tienen que seguir adelante con lo que tienen y además dar las gracias. No, mi problema era otro, y lo llevaba un tiempo rumiando en mi interior. Mi problema era analizar seriamente si aquello que llevaba haciendo ya unos años, por muchas satisfacciones que me reportase, era lo que quería hacer toda la vida. Si quería retirarme con 65 años, tras trabajar doce horas de Lunes a Viernes, mirando atrás y no habiéndole dado salida a otras inquietudes que tenía en mi interior. Y como la respuesta que me daba en el 100% de los casos era que no, desde aquella cama, postrado en las urgencias del hospital conectado a una máquina, me dije: "joder Javi, qué coño haces aquí". Y supe desde aquel instante que tocaba diseñar un plan B. Que no había excusas, que tocaba ser valiente y romper con esa dinámica. Asumir riesgos, como hace diez años, cuando me fui con una mano delante y otra detrás a Estocolmo, después a Belfast y tras Belfast a Londres. Y en aquel momento me dije que la primera etapa de ese plan B sería recorrer el Camino de Santiago, algo que me había prometido desde hacía tiempo.

Zach ha escuchado con la misma atención mi historia, que según me ha confesado, ha encontrado muy inspiradora, y me ha dado las gracias por compartirla con él. Me ha admitido igualmente, que ése es precisamente el mismo problema que cree tener él, pero que todavía no ha reunido el valor suficiente para lanzarse al vacío, romper con una vida que no deja de ser cómoda, e intentar otras cosas. Creo que Zach entiende ahora por qué pienso que tenemos tantas cosas en común y por qué he conectado con él tan rápido. De alguna manera me veo reflejado en él y siento la necesidad de transmitirle que la pérdida repentina del amigo del que le he hablado estos días, si algo me enseñó, es que aquí estamos de paso. Que sólo nos pertenece el hoy y que mañana es un regalo que recibimos cada día. Y que teniendo el privilegio como tenemos, de poder decidir sobre nuestras vidas, no podemos permitirnos el malgastarlas haciendo algo que no nos termina de llenar o que nos hace infelices. Y que las manifestaciones de estrés, no son en mi opinión, más que señales que dejan traslucir insatisfacción interior, conflictos que te toca resolver, señales para que cambies ciertas cosas en tu vida que te envía tu organismo, que es más sabio que tú, porque acumula información genética de generaciones, y sabe lo que te conviene.




Se hacía tarde y le he dicho a Zach que iba a buscar a la doctora de guardia para ver si teníamos alguna novedad. Ella me ha dicho que las últimas placas han mejorado y que comienza a percibirse algo de actividad gaseosa y movimiento en el intestino, por lo que espera que el volcán comience a entrar en erupción durante las próximas horas. Pese a ello, el americano no podrá irse hasta que empiece a expulsar algo de magma. He comentado la situación con Zach y le he dicho que mañana tendremos que tomar una decisión, y si no se produce el "Big Bang", tendrá que valorar firmar el alta voluntaria, volver a Estados Unidos bajo su responsabilidad y que allí le hagan un chequeo de arriba a abajo. Por razones obvias, no he querido comentar con él, que seguramente en Lugo no quieran hacerle ese chequeo completo por miedo a encontrarse con lo que no quieran. Él me ha contestado con gesto serio, que pase lo que pase, su intención es dejar el hospital mañana y que va a empezar a mirar vuelos para ver si es posible adelantar un día su regreso.

He bajado nuevamente a Lugo y me he alojado en el mismo hotel donde el dueño lo flipa cada día que me ve regresar con mi mochila de peregrino, lo cuál significa que se ha pospuesto nuevamente el día D del desembarco en Normandía. Tras la acostumbrada ducha de agua caliente para relajarme un poco, he salido a cenar, y en la zona de tapas me he encontrado con la atractiva internista que nos atendió el segunda día. Estaba picando algo con su novio y me ha querido invitar a un pintxo y una caña, que he aceptado gustoso. Ella me ha preguntado con sorpresa, ya que hoy ha librado, si seguimos por el hospital, y yo le he dicho que sí. Me ha comentado que es todo muy extraño y que nunca se habían encontrado con un caso parecido, y que la pena es que el americano se va a ir y el problema lo van a solucionar en otro sitio, porque la historia es para publicarla en una revista médica. Tras un rato con ellos, me he despedido cortésmente, porque si bien el novio de la doctora ha estado majísimo en todo momento, me ha dado la impresión de que tampoco quería compartir la velada del inicio del esperado fin de semana, además de con su novia, con un aguantavelas que está ahí porque un amigo suyo americano lleva un mes sin ir al baño. Algo por otra parte, perfectamente comprensible.

Al llegar al hotel le he mandado un mensaje a Zach para decirle que tenía dos noticias que darle una buena y otra mala. La buena es que me había encontrado de tapas a la doctora que nos atendió ayer y que habíamos estado un rato juntos. La mala que también estaba su novio. Zach me ha hecho sonreír, con su respuesta tan americana, en la que me venía a decir, que vaya mierda, y que se estaba viniendo arriba pensando en que había triunfado hasta que he mencionado al novio: "shit man, I was getting really excited until you through that part in about her boyfriend! Oh well..."









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