martes, 28 de mayo de 2013

30ª etapa: O Cebreiro - Triacastela (22 kilómetros)


Ayer me acosté con la predicción meteorológica del bueno de Günther en la cabeza, "sol radiante", y tan pronto como he abierto un ojo, he querido ir corriendo a la ventana para corroborar que efectivamente estaba cayendo el diluvio universal. Me he equivocado, no llovía...¡nevaba! Una copiosa nevada a finales del mes de Mayo y en una población que no está ni a mil quinientos metros de altitud. Para que luego digan que se está calentando el planeta...

Tras ducharme y asearme he salido a desayunar a un bar que se encuentra enfrente de nuestro refugio. Ahí estaban ya Günther y Szilvia dando buena cuenta de un café bien caliente para combatir el frío, y unas tostadas para hacer lo propio con el hambre. La cena de ayer estuvo bien, pero debido a la hora a la que llegamos, no había muchas opciones en cocina y hubo que conformarse con una sopa, ensalada y una ración de pulpo para tres. Algo más bien ligero. En el transcurso de la cena, Günther y Szilvia volvieron al tema recurrente de la "energía" que habíamos experimentado en la subida a O'Cebreiro. Con todo el respeto que les tengo, comenté que yo no hablaría de ninguna energía en particular que se hubiera apoderado de mi, simplemente de una sensación de bienestar que hacía tiempo que no sentía, y que eso en España se llama estar de puta madre. Así, sin más.

Es evidente que Günther y Szilvia no están solos en esta cruzada por la energía y la búsqueda del equilibrio personal a través de los lugares de la tierra que supuestamente más positividad emanan. En el Camino no faltan este tipo de personas, sobre todo entre los extranjeros. Algunos de ellos le dan un carácter sobrenatural a esta travesía, pero más tirando hacia lo esotérico que hacia lo religioso o lo existencial. Y a mi me parece perfecto, siempre y cuando no me quieran hacer comulgar con ruedas de molino. Durante la cena de ayer, Günther insinuó que había algo en mi interior que no dejaba ver. Que era muy difícil acceder a mi corazón porque había muchas barreras alrededor y que quizá por eso no era capaz de percibir estas energías que según él fluyen a nuestro alrededor. Chúpate esa. La pitonisa Lola en versión tirolesa. Yo la verdad que no supe muy bien cómo responder para no ofenderle, porque creo que el tema es delicado y me da la impresión de que despierta en él cierta susceptibilidad. Así que sencillamente le dije que una cosa era que fuera algo introvertido para compartir ciertas historias con los demás, y otra muy distinta mi escepticismo generalizado hacia este rollo de las fuerzas ocultas del universo.

Quizá el problema sea que como buen tío, y para más inri aragonés, tiendo a simplificar en demasía las cosas. Sea como fuere, para mi esto de las energías que tanto ocupa y preocupa a Günther y a Szilvia es una cosica muy sencilla que se resume básicamente en lo siguiente: habría una energía que vendríamos a llamar como "mu güena", que es la que experimento cuando estoy de cojón, y otra "mu mala, mu mala" que es la que padezco cuando estoy jodido. Una vez que tenemos identificados los dos tipos de energía fundamentales, el equilibrio consistiría en hacer lo que esté en mi mano para que haya más momentos de energía "güena" en mi vida, que mala. Y si en la búsqueda de este equilibrio, que es prácticamente algo cotidiano, me tuviera que ir al Machu Pichu o a un volcán subterráneo en Islandia, pues iba a estar apañao. Si alguien le quiere llamar a todo esto el Ying y el Yang pues cojonudo, tú. Y si hay gente a la que creer en estas cosas le ayuda a sobrellevar los sinsabores de la propia existencia y a encontrar sentido a las cosas, pues perfecto también. Pero que no me hagan creer que los demás no nos enteramos de nada por no estar en esa onda, ni que, a ser posible, se aprovechen de gente que lo está pasando realmente mal para sacarles las perras contándoles milongas.




Después del desayuno, hemos ido a la habitación a recoger nuestras cosas. En la casa, la señora que la regenta, me ha preguntado que de dónde he sacado esa txapela que llevo y yo le he respondido que era de mi abuelo, que nació en Legazpia. A la casera se le ha iluminado el rostro y me ha dicho que su marido es de Idiazabal, muy cerquita de ahí, y que ella misma vivió en San Sebastián y el interior de Guipúzcoa durante más de cuarenta años. Me ha estado contando que cuando tenía 14 años, y apenas sabía hablar castellano, una familia del pueblo que había prosperado tras emigrar al País Vasco le ofreció irse a vivir a San Sebastián con ellos para hacer de niñera y ayudar en las tareas de la casa. Ella dijo que sí, pero porque pensó que San Sebastián estaba "un poco más allá de Ponferrada". Recuerda que no ha pasado más miedo en su vida que en ese viaje, sobre todo al ver que dejaban atrás el Bierzo, y después toda Castilla, y San Sebastián no llegaba nunca. Pensó que en realidad la estaban raptando y que la venderían a alguien. Superados los miedos iniciales, como siempre que uno inicia un cambio, esta brava gallega salió adelante, se casó, formó una familia, y ahora, ya a la jubilación, había regresado a la tierra de sus padres para reformar la casa familiar y utilizarla como posada para peregrinos. Su marido atendía al televisor, que estaba prendido en el salón, pero también escuchaba la conversación porque de vez en cuando asentía ante alguna afirmación de su mujer. Me ha hecho mucha gracia cómo la casera se refería siempre a su marido utilizando el pronombre "éste", y no su nombre de pila: "me casé con éste; éste se jubiló; me vine aquí con éste"...A lo que éste cabeceaba pero sin decir ni esta boca es mía.


Tras despedirme de ellos y darles las gracias por las atenciones prestadas, he ido con Günther y Szilvia a visitar la iglesia prerrománica de Santa María la Real, y el monumento a uno de los antiguos párrocos del pueblo, Don Elías Valiña, incansable impulsor del Camino y creador de la famosa flecha amarilla que nos guía hacia Santiago y a la que, quienes no hemos necesitado de ningún mapa, ge-pe-ese o similar para alcanzar Galicia, tanto debemos. A la salida de la iglesia nos hemos encontrado con el americano Michael, y juntos hemos iniciado el descenso a través de una densa niebla y una persistente nevada.


Al poco de abandonar el pueblo, nos hemos cruzado con un burro que se ha puesto a rebuznar, y muy serio le he preguntado a Günther que si quería algo. Él, que de primeras no lo ha cogido, me ha dicho que a qué me refería y yo le he contestado que me había parecido oír a alguien hablando en alemán. Nos hemos reído todos, pero Günther creo que no con muchas ganas, como he tenido ocasión de comprobar un poco más adelante cuando al pasar por delante de unas vacas y hacer la misma broma, el austríaco se ha puesto muy serio para decirme que ya era suficiente. Y qué voy a decir, que me ha parecido fenomenal que me lo dijera. Pese a que era sólo una broma, ha estado muy bien que el austríaco me haya puesto en mi sitio si no le estaba haciendo gracia el cachondeo. Reconozco que a veces me puedo poner un poco cansino con mi humor y no está de más que a veces se me recuerde. Otras cosa más de las que me gustan de Günther para apuntar en la libreta.


En Liñares, tras cuatro kilómetros de bajada, y un incesante aguacero, nos hemos detenido para tomar un cola-cao caliente. La siguiente parada ha sido en Padornelo, en la capilla de San Juan, donde nos hemos sentado para resguardarnos de la lluvia y descansar con la música gregoriana de fondo. Ya en Fonfría, a diez kilómetros de Triacastela, nos hemos detenido para comer un caldo gallego caliente, un trozo de empanada y buen vaso de vino tinto de la tierra, con los que hemos conseguido templarnos. Tras un rato de merecido descanso en el que hemos estado grabando algunos vídeos haciendo el jaimito, en los que nuevamente Günther ha vuelto a ser la estrella invitada, hemos reiniciado la marcha hacia Triacastela, donde todavía no estaba claro si acabaríamos la etapa, yo al menos, porque estaba pendiente del americano Zach y sus problemas de evacuación.

Al llegar a Triacastela, me he encontrado con Tim, el americano de Kansas, quien estaba ya tomando un trago con John, un canadiense que había conocido en los primeros compases del Camino. Seguía sin tener noticias de Zach, estaba empapado hasta las cejas después de todo el día bajo la lluvia, y me apetecía un güisqui para entrar en calor, así que he decidido que me quedaba en Triacastela, si no definitivamente, sí al menos un rato para saber si Zach todavía respiraba o había sido devorado por ese monstruo que debe de llevar dentro. Michael ha dicho que también se quedaba y Günther y Szilvia han decidido seguir otros diez kilómetros para terminar la etapa. A las dos horas de llegar, y al no tener todavía noticias de Zach, he decidido que me quedaría en el pueblo a dormir. He compartido mesa y mental con Tim, Michael y el canadiense John y hemos pasado un buen rato. John, me ha mostrado su diario de viaje, en el que pinta postales del Camino y las acompaña con algunos comentarios. La verdad que lo hace muy bien, y se está planteando si le dará algo de publicidad una vez que regrese a Canadá.




Después de cenar he recibido un mensaje de Zach. En él me decía que, bajando de O Cebreiro, había coincidido con una irlandesa en un bar tomando un café, y que, preocupado como está con su tema, no había tardado mucho en abrirle su corazón y contarle que la tortuga llevaba un mes sin asomarse. La irlandesa ha debido entrar en estado de shock y le ha dicho que tenía que ir a un hospital cuanto antes o corría riesgo de muerte. A Zach, no es necesario que lo diga, le ha faltado tiempo para solicitar un taxi y avanzar hasta Sarria, que es donde está el Centro de Salud más cercano. Allí me ha dicho que lo han atendido y le han vuelto recomendar que se aplique un nuevo enema, y que si esto no funciona, habrá que llevarlo al Hospital de Lugo. Ha reservado habitación en un hostal y ahí pasará la noche, confiando en que todo se resuelva en unas horas. Yo le he contestado que esté tranquilo, que ya es un poco tarde para caminar hasta Sarria, pero que mañana madrugaré para estar ahí cuanto antes. Y que si hay que ir al Hospital, que no se preocupe que yo le acompaño. Una vez más le he insistido que dejaría mi teléfono encendido toda la noche y que si cualquier cosa acontecía, que no dudara en llamarme a la hora que fuera. Zach me lo ha agradecido profundamente y hemos quedado en vernos al día siguiente.



Tras el intercambio de mensajes, me he acomodado en la barra para tomarme un trago. La verdad que no soy médico y no sé qué le puede estar pasando al americano, pero es inevitable no preocuparse un poco ante un hecho que no es para nada normal. A mi desde luego, que no salgo de casa sin sentarme a primera hora en mi despacho para pasar revista a los asuntos más importantes del día, me parece de ciencia ficción que el de Kentucky lleve casi un mes sin aparecer por la oficina.

En la barra del bar había un grupo de paisanos hablando en gallego que intentaban arreglar el país. Hablaban de la tan manida crisis, que casi que no hay otro tema de conversación en España en este momento. Una de las cosas que más he disfrutado del Camino es no leer la prensa ni ver las noticias. Durante un mes, no he sabido qué es eso de la crisis. El camarero le ha dicho a uno de los clientes, que llevaba un morao de campeonato, que el problema es que Europa no funciona: "véte tú a un alemán a decirle que es como un español, te manda a tomar por el culo". El cliente no se ha quedado callado, y le ha respondido, con su marcado acento gallego: "anda carallo, yo tampoco quiero ser alemán, no te jode". A lo que ha apuntillado: "nosotros, con quien tenemos que hacer equipo es con Italia, Grecia y Portugal, y dejar a los alemanes que vayan a su aire". Tras asentir con la cabeza y ofrecerle un brindis, le he dicho al paisano que tiene toda la razón, y que cuenten conmigo para ese equipo mediterráneo. Que ganar no sé si ganaremos algo, pero que nos lo vamos a pasar de puta madre...












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