domingo, 5 de mayo de 2013

7ª etapa: Monreal - Tiebas (14 kilómetros)


Mikel y yo hemos madrugado para pasar a buscar a Martín, un amigo con el que ha quedado para andar en bici, deporte por el que ambos, como buenos navarros, sienten gran afición. Haciendo honor al dicho de que "Dios los cría y ellos se juntan", Martín me ha resultado un tío campechano, simpático y buen conversador. Mientras ellos se marchaban a hacer el cabra por el monte, yo he comenzado a buen ritmo la etapa en Monreal.

Al igual que ayer, me he cruzado con muy poca gente durante el trayecto. Algún abuelo que salía a estirar las piernas y poco más, a excepción de un grupo de cuatro catalanes, que me parece que poco tienen que ver con "los Violentos de Kelly" con los que tanto conecté en las etapas iniciales. No sé, como imagino que le pasa a todo el mundo, la experiencia le hace desarrollar a uno un sexto sentido que le permite identificar si con la persona que tiene enfrente existe algún tipo de conexión o no.

Yo, la verdad que con un cretino que me dice que no se cree que sea de Zaragoza porque no tengo el acento del gran Paco Martínez Soria en "La ciudad no es para mi", pues la verdad que empiezo siempre con mal pie. Y si para rematarla, llega su amigo, y a sus 60 años me dice, cual acusica de colegio, que, tras una semana de travesía, estoy haciendo trampa porque me he dejado parte del peso de la mochila en casa de mi amigo para ir más ligero en esta etapa, pues ya la terminamos de cagar. Así que, tras contestarles educadamente que no he leído en ningún sitio que el peregrino tenga que renunciar a la hospitalidad de las gentes en su intento por hacerle a uno el Camino más llevadero, les he deseado buen viaje y he proseguido con el mío.



La etapa, siguiendo con la tónica de los días precedentes, ha sido bastante chula y ha discurrido por la ladera de la sierra de Alaitz y entre bosques. Las largas caminatas en soledad dan para pensar mucho. En ocasiones me acompaña una selección de música que he hecho para este viaje y en otros el ruido de los pájaros y de los animales que habitan en los bosques. Hoy he visto una serpiente verde que ha huido a bastante velocidad en cuanto se ha percatado de mi presencia. No la culpo. A mi tampoco me haría gracia que un elefante, por poner un ejemplo equivalente, me pisara la uña del dedo gordo del pie.



Ayer pensaba en mis comienzos trabajando en la City de Londres, una etapa que guardo con mucho cariño y en la que hice grandes amigos como Mikel. Recuerdo que durante al menos un par de meses no pude evitar poner cara de bobalicón y sonreír cada vez que salía de la boca de metro de la estación de Bank y me veía en medio de todo aquel jaleo de gente trajeada mirando al suelo como autómatas yendo a trabajar. Entiendo que en el fondo me pasaba como al bueno de Paco Martínez Soria. El primer Viernes era tradición entre los más veteranos llevarse a los nuevos al pub y cocerlos a cervezas. Conmigo no hicieron una excepción. A mi la City me parecía una cosa muy seria, pero enseguida mis compañeros en el BBVA me iban a demostrar que aquello no era para tanto.

En aquella primera salida, yo me limitaba a beber las pintas de cerveza que me sacaban sin parar y a escuchar discretamente las conversaciones de los demás. A unos metros de mi vi a Álvaro y a Javier, manteniendo lo que parecía una conversación sobre algo importante, y me acerqué a ellos con la sana intención de empaparme de las enseñanzas de dos experimentados banqueros. Cuál sería mi sorpresa al escuchar a Álvaro, con su marcado acento de Bilbao, decirle a Javier: "no, no, no, déjate de historias; el bacalau lo tienes que tener en remojo toda la noche". Definitivamente, aquello de la City no era para tanto, y quizá para celebrarlo, de manera inconsciente, salí del pub y, mareado como estaba tras la décima pinta,  no me pude aguantar y dejé mi tarjeta de presentación en la puerta del banco...


Al llegar a Tiebas he visitado las ruinas del Castillo y he subido al albergue para que el hospitalero, un simpático navarro de tupidos bigotes, me pusiera el sello en la Compostelana. Después me han recogido  Mikel y Martin, y hemos bajado a Zizur. Por la tarde me he despedido de Mikel, Leyre y la hija de ambos, que tiene apenas un mes, agradeciéndoles lo bien que me han tratado...














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