martes, 4 de junio de 2013

37ª etapa: Arzúa - Santiago de Compostela (40 kilómetros)

Hacía días que no me despertaba tan feliz. No puedo explicar de manera muy precisa la sensación sin correr el riesgo de quedar como un gilipollas. Porque la verdad es que esa era un poco la cara que tenía al despertarme, con una ligera sonrisa bobalicona. Dormir, que otros días me había costado por culpa del excesivo cansancio, había sido una bendición. Las molestias estaban ahí, como habían estado todos los días desde que salí de Canfranc, pero no las notaba. Aún recuerdo los primeros días de peregrinación, cuando pensaba si no se me había ido la pinza con tanto kilómetro, cuando las ampollas brotaban en mis pies por generación espontánea y los calambres en la zona cervical, por culpa del sobrepeso en la mochila, me hacían ver las estrellas. Ahora, sin embargo, me había convertido en un caracol. Caminaba lento, pero seguro, la mayoría de las ampollas habían desaparecido y no podía ir a ningún lado sin llevar la casa a cuestas. Y cuando me deshacía de la mochila, la echaba en falta. Sí, ya estaba preparado para llegar a Santiago, y por eso sonreía.

La etapa de hoy se presentaba dura, pero la verdad que no me preocupaba en exceso. Aunque tuviera que entrar en Santiago de noche y con una pierna a rastras, mi determinación era presentar hoy mis respetos a la memoria del Apóstol y de todos los que recorrieron este Camino antes que yo, y tirarme después en la Plaza del Obradoiro para disfrutar del momento. He bajado a desayunar y, tras terminar de preparar mi mochila por última vez, he puesto rumbo hacia la capital de Galicia, ciudad de la que aún me separaban cuarenta kilómetros. El trayecto hacia Santiago no presenta excesivo desnivel y he acometido los primeros kilómetros a buen ritmo. Pese a que tengo ganas de llegar a la meta, no puedo negar que voy a echar de menos esto. La sensación de ser libre, de no tener horarios, de que tu única preocupación sea qué vas a comer ese día y dónde vas a dormir. Es sin duda uno de los mayores enganches del Camino, el darte la oportunidad de hacer un parón en tu rutina, y, en un marco incomparable y rodeado de gente con la que tienes en común más cosas de las que imaginas, mirar la realidad con cierta perspectiva y hacer balance de tu vida. A mí, desde luego, me ha venido de maravilla.


Recorriendo esta senda he pensado mucho en la gente de mi generación y en las que vienen detrás. Escribiendo estas líneas me he acordado muchas veces de mis hermanas menores, que se incorporan ahora al mundo laboral o están a punto de completar sus estudios universitarios. En la situación que heredan, en las dificultades que se van a encontrar o que ya se encuentran para conseguir un trabajo o conservarlo después de todos los esfuerzos y sacrificios que han realizado. Porque esas dificultades también me afectan a mí, pero yo ya tengo una experiencia profesional previa y una trayectoria, fundamentalmente en el extranjero, que me da más capacidad de maniobra. O eso quiero creer. He pensado en ellas y en todos los mensajes negativos que reciben por cuenta de la dichosa crisis. No pretendo ser ejemplo de nada, pero con esas líneas, narrando los avatares de mis inicios profesionales, he intentado mandarles un mensaje de ánimo, de que da igual lo que los demás digan o piensen, lo feas que pinten las cosas, que lo importante es lo que creemos nosotros y a dónde queremos dirigir nuestros pasos. Y que con "tiempo, trabajo y constancia" - como decía Óscar, conseguiremos salir adelante. ¿No salieron nuestros abuelos adelante tras una guerra fratricida que los dejó en la más absoluta miseria?. Eso sí era una crisis, qué poca memoria tenemos. Yo no creo que la juventud española esté en crisis, ¿cómo lo van a estar si tienen toda la vida por delante y la energía para cambiar el destino?. La crisis la tienen otros, los que nos lideran, los que nos han metido en esta situación, los que con su avaricia han roto el saco, los que siguen defendiendo que éste es el Camino, y que esto son nubarrones que ya pasarán. Ellos son los que están en crisis, y grave además; y por mucho que se aferren a sus postulados, habrá que dejarles claro que no pueden ser la solución, porque son parte del problema.

También espero que estas líneas hayan contribuido a dar una perspectiva diferente a algunos amigos y compañeros, no particularmente contentos con su trabajo en diversos sectores, y a mostrar que otra realidad laboral, la que yo tuve la suerte de vivir, es posible; hablo de gente joven que padecen las virtudes de ese liderazgo tan español del "tú haces esto y lo haces así porque me sale a mí de los cojones", y que van a la oficina todas las mañanas medio amargados esperando a ver por dónde va a salir hoy el jefe de turno. Asumiendo que ése es el peaje que hay que pagar hoy en día por tener un trabajo; que toca comer mierda durante unos años y después las cosas mejorarán. Yo creo que con esa actitud las cosas no mejoran, porque siempre habrá alguien por encima tuyo que se aproveche de tu docilidad para garantizarte que sigas comiendo mierda. Y si ése es el sistema que has mamado en tus inicios, será complicado que apliques otro con los que vienen detrás, porque llegarás a la conclusión de que es el correcto. Eso es precisamente lo que he tenido que escuchar en España de gente supuestamente muy preparada y graduados en las mejores escuelas de negocios del país: que una de las cualidades que debe tener un buen directivo es saber inspirar temor a sus subordinados para que estos rindan. Que con cierta dosis de miedo, se trabaja mejor. Anda que no tiene que escuchar uno gilipolleces...Mi experiencia me ha enseñado que las cosas no tiene por qué ser así. He hablado en estas líneas de Gavin, pero es que he tenido la suerte de contar con otros que siempre, por encima de jefes, fueron personas y eso me inculcaron: Vicente, Alfonso, el Capitán Pareja, Usama, Paul. Pese a la mala fama que arrastra el sector, las personas más honradas y honestas, las he conocido trabajando en banca, y muchas de ellas en la City de Londres. Auténticos caballeros ingleses en un lugar donde ahora sólo nos venden que habitan tiburones insaciables. El problema surge cuando las organizaciones ponen el beneficio por delante de las personas, y premian en el escalafón, además de aquél que no va a discutir la "política de empresa", al que más beneficios genera, sin importar muy bien los medios que utilice para ello. Y premiar ese perfil profesional es como ponerse a fumar en una gasolinera. Creo que lo estamos padeciendo...



Viví y trabajé ocho años en el extranjero y nunca nadie me faltó al respeto en mi desempeño profesional. Hice cosas mal en mi trabajo, por supuesto, y se me corrigió con toda la firmeza que merecía mi error, pero siempre con la máxima educación. En España, en no pocas ocasiones, las cosas son distintas. Hay una cultura empresarial bastante extendida en nuestro país, heredada desde los tiempos de maricastaña, que deberíamos cambiar si queremos salir por el mundo y que se nos tome en consideración. Porque hoy en día el librillo de la "furia, los huevos y el levantar la voz para que el personal rinda" no te lo compra nadie, y España no puede seguir siendo una autarquía que gobiernen los cuatro mafiosos de siempre. Ojalá que la supuesta crisis, en vez de esperar que el Estado nos solucione nuestros problemas con un empleo público o con ayudas de diversa índole, creara el caldo de cultivo para que muchos jóvenes encontraran las condiciones y los apoyos necesarios para crear nuevas empresas en las que se implantara una nueva filosofía, en la que te sintieras parte de un proyecto, en la que no hubiera envidias entre compañeros, en la que intentaremos aprender algo del que destaca en vez de anhelar su caída, en la que se premiara el espíritu de superación, en la que tu jefe te enseñara sin miedo a que le levantaras la silla y entendiera que en la medida que brilles tú, brilla él o ella, que para eso es tu jefe y supuestamente ha llegado ahí por méritos propios, y no por ser el hijo o el amigo de alguien. Entonces las cosas empezarían a ser de otra manera, y la gente que tiene ganas de hacer cosas, pero hacerlas de otra forma, no se vería obligada a emigrar, y los que se tendrían que ir a fregar platos por el mundo serían los incompetentes que nos animan a que nos vayamos nosotros, porque nos va a venir muy bien la experiencia. Y en ese equilibrio en el que se fueran ellos y volvieran o no se fueran los que quieren cambiar las cosas y pelear por un futuro distinto, España sería un país menos mediocre de lo que lamentablemente tiende a ser hoy en día. O eso quiero pensar yo, vaya, que a veces me paso de utópico...

A los quince kilómetros de mi partida, he llegado a un pueblo llamado Salceda y he decidido que haría una parada para comer algo e hidratarme. La lituana Ruta me había aconsejado por medio de un mensaje que no dejara de visitar "A Casa Verde", un bar supuestamente muy peculiar, regentado por una tal Sonia, a la que me pedía que saludara de su parte. Cuando he entrado, el bar estaba bastante tranquilo, y no parecía tener nada de especial salvo un montón de pintadas y frases escritas por peregrinos en la pared y fotos colgadas. De entre todas las frases, que eran muchas, he rescatado una que me ha gustado especialmente: "vive sin dar por culo, que ya es bastante". La barra la atendían una mujer joven, que he pensado que debía ser Sonia, y un chaval de poco más de veinte años, que después he sabido era su ahijado. Desde la cocina se ha asomado un cocinero de los que inspiran confianza, con una señora barriga y sus buenos mofletes sonrojados, y he decidido que comería algo. He pedido una empanada de la casa y una coca-cola, que me han servido al momento, y que ha durado en mi plato menos que un caramelo en la puerta de un colegio. Me he dirigido a Sonia y le he dicho que le traigo recuerdos de una chica lituana que estuvo en el bar hace un par de días. Le he descrito a Ruta y se le ha iluminado el rostro y me ha dicho que por supuesto que se acuerda de ella. Me ha propuesto que brindáramos por la lituana bebiendo un chupito de un licor de café casero que hacen ellos y, pese a que no me parecía muy sensato empezar a beber a las doce del mediodía con los veinticinco kilómetros que tenía por delante, he pensado que uno no me iba a hacer daño. Uno la verdad que no me hubiera hecho daño, pero la media botella que he acabado bebiendo sí que me lo ha hecho. Tras el primer chupito, ha llegado el segundo, después el tercero, la música, los bailes con la gente que iba llegando, más chupitos, la ola que hemos improvisado en la barra, el ahijado de Sonia intentando aguantar en brazos al cocinero...Casi no salgo de allí. Sonia me ha dicho que no sería el primero que entra a tomar un trozo de empanada y se queda una semana. La verdad que le he agradecido enormemente el buen rato que he pasado con ellos, de lo mejor del Camino, pero le he dicho que no quería demorar más mi llegada a Santiago y que debía continuar. A Casa Verde, ése sí que es un sitio mágico en el Camino. ¡Gracias Sonia y compañía!



Serían las dos de la tarde cuando he dejado Salceda, algo piripi la verdad, y bajo un sol de justicia. Tras un mes de lluvia, granizo, nieve, viento y temperaturas, salvo excepciones puntuales, moderadas, ahora que menos lo necesitaba llegaba el día más caluroso de toda mi peregrinación. Me he comprado una botella de litro y medio de agua, que he decidido beberme mientras caminaba, para no deshidratarme ni tampoco perder tiempo. Una hora después he parado en Santa Irene, y me he sentado a descansar en un mesón cuyas paredes estaban llenas de bufandas de equipos de fútbol. La verdad que ese rato de las dos a las tres de la tarde con toda la solana y el efecto del licor de café ha sido demoledor. Tras media hora de descanso he dejado atrás el pueblo y tres kilómetros después he llegado a O Pedrouzo, hipotético final de etapa que establecen las guías si se parte la llegada a Santiago en dos tramos. En O Pedrouzo no me he entretenido mucho más que para comprar una nueva botella de agua y echar un breve vistazo a las calles principales del pueblo.

Los kilómetros siguientes han discurrido por bosques gallegos y la verdad que han sido bastante agradables. Los árboles me han protegido del fuerte calor reinante, y, para esa hora, después de lo que he sudado, y bien hidratado gracias a los tres litros de agua que he bebido, he dado por amortizado el amago de cogorza que he experimentado tras pasar por A Casa Verde. He recibido un mensaje de Tim de Kansas diciéndome que estaba con Michael de Boston y que me esperaban para cenar. Me ha dicho también que lamentablemente Eva y su padre han dejado esta mañana Santiago, pero que terminaron el Camino juntos y que se les veía muy contentos. La verdad que me ha alegrado comprobar que la californiana y Dave habían limado sus diferencias y habían concluido la peregrinación a la par. Estas noticias y el verme ya virtualmente alcanzando la meta han acentuado mi buen humor. He pensado que el Camino siempre viajará conmigo y que tras la llegada, Santiago ocupará un lugar privilegiado en mis recuerdos. Lo cierto es que esta peregrinación ha superado las expectivas iniciales que tenía. Bueno, mi madre y mi abuela pensarán que ha faltado enamorarme, encontrar un mirlo blanco, que dice mi abuela, pero bueno, es que esas cosas a mi edad ya empiezan a estar complicadas. Y creo que mi abuela lo piensa también. Las últimas veces que nos hemos visto me ha dado la sensación de que ha arrojado la toalla, de que me da por un caso imposible. En una de las últimas reuniones familiares, me hizo un aparte para decirme que tenía que hablar conmigo. Le contesté que era todo oídos y ella, como si de un lugarteniente de Al Capone se tratara, me susurró: "aquí no, vamos a la cocina". La seguí intrigado, y una vez que estuvimos al lado de los fogones me dijo: "te he encontrado algo en el pueblo, hija única y con dos pisos en Zaragoza; sabes lo que eso significa, ¿no? ¡H-E-R-E-D-E-R-A!, así que espabila antes de que se te adelante otro". Mi reacción no debió ser la de alguien convencido por el planteamiento, porque mi abuela apostilló: "hijo mío, no te conviertas en un cuarentón de esos que andan solos por la vida, hazme el favor".



Mis expectativas antes de venir al Camino se circunscribían a ser capaz de superar el reto, a cumplir con un deseo que llevaba pendiente mucho tiempo y a tener unas semanas para reflexionar con perspectiva sobre los últimos años y cómo afrontar los siguientes. Todo eso lo he conseguido, y además muchas otras cosas. Este viaje me ha reforzado en la creencia de que la vida es un Camino con dos momentos preestablecidos que no elegimos: la vida y la muerte. Lo que sí podemos elegir es lo que hacemos entre esos dos momentos. No diría que realizar el Camino me haya ayudado a comprender por qué mi amigo Alberto nos tuvo que dejar ni tampoco a recuperar la poca fe que tuviera entonces, pero me ha ayudado a terminar de aceptarlo y a entender que las personas se van pero su recuerdo permanece, y que con su ejemplo, estar siempre al lado de la gente que lo necesita, y con esa peregrinación a la que no me pude unir hace tantos años, Alberto no estaba sino siguiendo el ejemplo de alguien llamado Jesucristo, que muchos siglos antes predicó exactamente lo mismo, y que constituye para mí la esencia de este Camino: dejar de mirarse el ombligo y empezar a pensar un poco en los demás. Si no, es preferible salir de la puerta de tu casa y caminar 800 kilómetros sin rumbo definido. La mayoría de la gente que se lanza a esta aventura tiene el deseo de encontrarse con los demás; de compartir miedos, ilusiones y esperanza, y eso es para mí lo que hace grande al Camino. Y si esta Europa que se resquebraja dejara de mirarse el ombligo y volviera a sus raíces, a la Europa de los pueblos, de las personas, y no de los intereses económicos, quizá otro gallo cantaría.

La llegada hasta el perímetro del aeropuerto de Santiago me ha costado Dios y ayuda. Parecía que no llegara nunca. Además, a mí que venía tan crecido durante los últimos días creyéndome que ya nada me puede parar, el Camino me quiere dar una última lección de humildad en forma de una pareja de molestas ampollas, una en cada pie, que me han hecho pasar las de Caín. He atravesado un bosque que discurre en paralelo a las pistas del aeropuerto y después he empalmado con una carretera que pasa por delante de la televisión gallega y la delegación territorial de televisión española. Pensaba que estaba ya en el Monte do Gozo, pero el Monte do Gozo no llegaba nunca. Me hacía especial ilusión llegar a ese punto porque pensaba que desde allí alcanzaría a ver las torres de la Catedral de Santiago, la meta después de tantos kilómetros de travesía. He llegado finalmente al Monte do Gozo y la decepción ha sido total. Desde ahí no se veía nada. Lo poco que se pudiera ver estaba tapado por una hilera de árboles que a algún iluminado se le había ocurrido plantar en la línea visual del centro de Santiago. Es difícil explicar lo que he sentido en ese momento. Imagino que el cansancio, algo de deshidratación y la media botella de licor de café que me había bebido al mediodía habrán influido, pero la decepción ha sido absoluta. Me había imaginado tantas veces en mi cabeza este momento, el llegar al Monte do Gozo y ver a lo lejos la Catedral de Santiago, y sentarme un rato a repasar mentalmente todo mi viaje, etapa a etapa, antes de bajar finalmente a la Plaza del Obradoiro y concluir mi periplo, que no podía creer que todo lo que alcanzara a ver fueran bloques de hormigón y árboles. Era la misma sensación que había experimentado al llegar a otras ciudades como Logroño, Burgos o León, y la verdad que pensaba que Santiago iba a ser diferente, que iba a ser especial, una imagen que guardaría siempre en mi retina. Pero no ha sido así y mi abatimiento ha sido total.

He comprado un par de botellines de agua y me he sentado en unas escalinatas que bajan a la ciudad desde el Monte do Gozo, y que dejan a la derecha la autopista de circunvalación. Ni de lejos cómo me había imaginado que sería mi entrada en Santiago, la verdad. Me he descalzado y me he quitado los calcetines para que las ampollas respiraran un poco. He rebuscado en mi mochila y he extraído la camiseta de Bud Spencer, uno de mis ídolos de la infancia, que me compré hace un par de años y que todavía no me había podido poner por culpa de mi sobrepeso. Ahora, sin el testigo incómodo en forma de báscula, tocaba comprobar si había perdido algunos kilos durante el Camino. La camiseta ha entrado, y eso ha mejorado algo mi humor. Me he anudado mi cachirulo zaragozano con el Pilar estampado y me he calado la txapela que heredé de mi abuelo Andrés. Me he vuelto a calzar y me he ajustado la mochila a la espalda por última vez, antes de afrontar los últimos cuatro kilómetros que me restaban hasta la plaza del Obradoiro. He recorrido la barriada de San Marcos y las avenidas de las afueras de la ciudad, donde la gente aprovechaba el buen tiempo para echar la tarde en las terrazas de los bares. Poco a poco me he ido adentrando en el Casco Antiguo, y mi ánimo ha terminado de templarse al cruzarme con otros peregrinos y turistas que me animaban en mi llegada, sobre todo teniendo en cuenta la hora que ya era, casi las nueve de la noche. Al llegar a la Plaza de la Inmaculada y al Palacio Arzobispal, el ruido de las gaviotas me ha hecho levantar la vista hacia el cielo y ahí he visto por primera vez las torres de la Catedral. Esperaba haberlas visto antes, en el Monte do Gozo, pero no puedo negar que me ha hecho mucha ilusión contemplarlas desafiando a las alturas y he comenzado a sentir algo de tembleque en el cuerpo. En el Arco de acceso a la Plaza del Obradoiro, un par de gaiteiros recogían sus bártulos, y tras saludarles amablemente les he preguntado si tocarían un último tema que acompañara en su llegada a un humilde peregrino que había caminado durante algo más de un mes desde la Estación de Canfranc, en el Pirineo Aragonés, hasta Santiago. Ellos han dicho que por supuesto, y me han preguntado que por qué tipo de canción nos decantábamos: alegre, un poco melancólica o triste a secas. Les he respondido que alegre, por supuesto, y así ha sido como bajo el sonido de aquellas gaitas gallegas interpretando la Muñeira de Lugo, sin poder contener la emoción, 37 días y 883 kilómetros después, he hecho mi entrada en la Plaza del Obradoiro...




A la memoria de mi querido amigo Alberto, también conocido cariñosamente como Pasi...






lunes, 3 de junio de 2013

36ª etapa: Palas de Rei - Arzúa (30 kilómetros)

Como había pronosticado, hoy al despertarme he sentido que no había parte de mi cuerpo que no se resintiera del esfuerzo de la jornada anterior. He caminado hasta la ducha como si fuera Chiquito de la Calzada y he estado un buen rato debajo del chorro de agua caliente para ver si me iba templando un poco y se desentumecían los músculos, sobre todo de las extremidades. He bajado a desayunar y serían de nuevo las diez de la mañana cuando con mucha tranquilidad he comenzado la etapa. He pensado que dependiendo de cómo me fuera viendo ajustaría los kilómetros que caminaría hoy, pero que intentaría que fueran treinta, para establecer la distancia a Santiago en tan solo cuarenta. Pese a que mi guía sugiere que la etapa de hoy es algo rompe-piernas, por las continuas subidas y bajadas, estoy convencido de que con tranquilidad puedo caminar esta distancia y de que en la última jornada, con las ganas de verme en la Plaza del Obradoiro, podré volver a forzar la máquina y nada me detendrá en mi marcha imparable hacia la meta.

Además, treinta kilómetros supondría llegar hasta Ribadiso da Baixo, el pueblo donde los Violentos de Kelly me comentaron ayer mediante un mensaje que terminarían hoy, así que otra motivación más para intentar llegar hasta allá. Hace días que no les veo y tengo ganas de estar un rato de cháchara con la banda de simpáticos catalanes. En el intercambio de mensajes también me han contado que el grupo ha aumentado, que se han unido a otros catalanes y a un italiano, y que caminan cual comuna hippie, tomándoselo con tranquilidad. Me da que los Violentos, pese a que llevan más de mes y medio caminando, no tienen muchas ganas de que esto se acabe. Algunos de ellos están en el paro, y regresar a casa supone enfrentarse a la dura realidad: un futuro sin grandes expectativas por culpa de la situación en España.

Tampoco sé si el Camino ha despertado algo en su interior que les empuje a lanzarse ellos a revertir la situación y no esperar a que el empleo llame a su puerta. Creo, y es una opinión muy personal tras hablar con mucha gente durante estos días, que venir a recorrer el Camino esperando un milagro o un golpe de suerte en tu vida es un error, y que el verdadero Camino, no termina en Santiago, sino que comienza justo después. Y es ahí donde realmente toca dar el callo, y donde pocas cosas se consiguen si uno no pone de su parte. El Camino te da las herramientas y el marco natural ideal, alejado del mundanal ruido y del estrés diario, para que reflexiones, para que identifiques qué toca cambiar, y te da también la motivación suficiente, que nace de la satisfacción personal de superar un reto, para que te lances a por otros nuevos. Pero poco o nada se avanza si uno sale de aquí y se dedica a verlas a venir. Después de la experiencia acumulada durante esta peregrinación, yo no recomendaría a nadie que viniera al Camino a "encontrarse consigo mismo". Podría llevarse un disgusto y realmente encontrarse con alguien a quien ya conocía. Para encontrarse a uno mismo no hace falta salir del salón de casa. Quien creo que realmente aprovecha la experiencia, es aquel que viene a enfrentarse con una parte de él o ella, con la que no está a gusto y que quiere cambiar. Sin voluntad de cambio, uno podría caminar hasta el fin del mundo y lo único que variaría sería el número de ampollas que mortificarían sus pies.


En lo que a mí respecta, y pese a que hacía años, tantos que ni me acuerdo, que no me encontraba tan bien física y mentalmente, estoy deseando llegar a Santiago, culminar este viaje que tenía pendiente desde hacía tanto tiempo, y embarcarme en nuevas aventuras. Recorrer Asia, que es lo que tenía planeado, y dedicarme una temporada, aún por definir, a viajar y a escribir, que es lo que me gusta hacer. Y ver si de allí sale un modo de vida que me dé de comer y me permita pagar las facturas. Habrá quien piense que esto está muy bien como hobbie, pero que no es muy realista como un trabajo que me permita vivir de ello, y yo me pregunto que por qué no es realista. Desde luego no lo sería si al menos no lo intentara; si pretendiera que pasara sin mover un dedo. Y lo que tengo claro es que no quiero llegar al borde de la jubilación, mirar hacia atrás, hacer balance de lo que ha sido mi vida y lamentarme de no haber tenido la suficiente decisión para salir de lo establecido e intentar algo distinto, aún a riesgo de pegarme un batacazo. Hay personas que encuentran la estabilidad en un trabajo fijo, en unas posibilidades de carrera, en una casa en propiedad, aunque les cueste toda su vida laboral pagarla. A mí este planteamiento, aunque pueda parecer paradójico en la sociedad actual, me produce intranquilidad. Hubo una época en el pasado en la que hacía planes. Y esos planes casi nunca salían a mi antojo, lo que me generaba bastante frustración. Planeamos muchas cosas sin darnos cuenta de que hay muchos factores que no controlamos. El principal, la propia existencia. La pérdida de seres queridos en situaciones incontrolables me ha enseñado que la vida hay que disfrutarla, porque no sabes hasta cuándo va a durar. Que no hay que hacer tantos planes, porque lo cierto es que nadie te asegura que los puedas llevar a cabo siquiera. Que no hay que tomar decisiones a lo loco y dejándose llevar por la emoción del momento. Pero que si pasan muchos días en los que te levantas y aquello que vas a hacer no te dice nada, entonces toca empezar a pensar en algo para cambiarlo.

Creo igualmente que hay que conocerse bien a uno mismo, y yo ya llevo unos cuantos años aguantándome. No sé exactamente dónde quiero llegar. De hecho desconfío de la gente que lo tiene todo muy claro en la vida. Suele ser gente que en cuanto se trastocan los planes un milímetro se bloquean y no saben para dónde tirar, lo que las hace impredecibles y en general poco fiables. Lo que sí sé es dónde no quiero estar. Y pensar que mi vida será la misma rutina año tras año hasta que me jubile, me causa zozobra. Quizá llegue un momento en el que me toque ser sensato y aceptar que las ilusiones están muy bien, pero que alguien tiene que pagar las facturas, y me toque volver al mundo que dejé atrás. Pero hasta entonces, por qué no intentarlo, por qué no pelear por lo que uno quiere. Si Óscar hubiera bajado los brazos y hubiera aceptado la sentencia de los médicos cuando le dijeron que nunca se levantaría de la silla de ruedas en la que el ictus le había dejado postrado, nunca le hubiera conocido. "Tiempo, trabajo y constancia" - se repetía él cada día, hasta que finalmente pudo ponerse en pie y volver a caminar. Y eso mismo espero repetirme yo con asiduidad, sobre todo en los momentos de desánimo. Gracias Óscar; no sabes el bien que me ha hecho conocerte y ser testigo de tu ejemplo de superación...


Pensaba parar a comer en Melide, y degustar el célebre pulpo a feira que preparan allí y que trae bastante fama, pero un poco antes de entrar en Furelos, el pueblo anterior, la gazuza ya empezaba a apretar y no he podido resistir la tentación de parar en una carpa improvisada, orillada a la derecha del camino, donde unos paisanos ofrecían raciones de pulpo, sombrillas para protegerse del intenso sol del mediodía y cerveza fría. Demasiado como para decir que no. A la postre el pulpo, pese a que no tenía mala pinta en su presentación, ha terminado no siendo tan tierno como esperaba, y he pensado que al llegar a Melide tal vez me iba a arrepentir. Tras terminar de comer, me he preparado para reemprender la marcha, no sin antes echarle una foto, a petición suya, a un simpático grupo de peregrinos polacos, compuesto por los alumnos del último curso de una escuela que celebraban su futuro ingreso en la Universidad, y un par de jóvenes frailes franciscanos, ataviados con los clásicos hábitos de la orden. Media hora después he llegado a Melide y, según entraba al pueblo, en la primera pulpería con la que me he topado, me han ofrecido que pasara a tomarme una ración. Me he disculpado diciendo que me acababa de comer una bien hermosa unos kilómetros antes de llegar a Melide, y el camarero que intentaba convencerme me ha asegurado que me había equivocado, y que probara un trozo del suyo para que me diera cuenta del error por mí mismo. Me he llevado el trozo que me ofrecía a la boca y vive Dios que tenía razón. Aquello se deshacía al contacto con el paladar. He asumido mi pecado con gesto contrito y le he dado la razón, pero le he dicho que tan cerca de Santiago y pecar de gula no me parecía lo más apropiado. He caminado cien metros y me he dicho, qué coño, cuándo vas a volver a disfrutar del pulpo de Melide, y he regresado al bar para zamparme la segunda ración del día.

Tras el atracón de pulpo, he decidido reposar un rato, estirar las piernas y esperar a que bajara un poco el sol, que a esa hora era bastante intenso. Después he aprovechado para darme un garbeo por las calles y monumentos más representativos de Melide. En este pueblo confluye otro Camino, el Primitivo, que parte de Oviedo, y se nota algo más de tránsito de peregrinos que en jornadas precedentes, pese a que el Camino Primitivo no es ni de lejos tan popular como el Francés. Aquí es donde Günther se reencontró la semana pasada con su esposa, tras un mes de travesía. Qué pena haberme perdido ese momento. Con los estrujones que da el austríaco al abrazarte, me pregunto si su mujer habrá sobrevivido. Serían casi las cinco de la tarde cuando he decidido retornar al Camino y afrontar los últimos quince kilómetros que me quedaban hasta el final de etapa.


No sé muy bien por qué elegí Asia como mi siguiente destino tras el Camino de Santiago. De vez en cuando tengo pálpitos, a los que no suele encontrar explicación demasiado racional pero que, como seguirlos me ha ido bien hasta la fecha, suelo tomar en consideración. Si bien mis años de trabajo en banca y mis viajes personales, me han dado para conocer relativamente bien Europa, América y el mundo árabe, al Extremo Oriente sólo he realizado un viaje en el pasado en el que me divertí como un enano y que me supo a poco. Supongo que algo tendrá que ver. También sin duda la infancia, los viajes de Marco Polo, esos tebeos de Tintín que me regalaban de niño, y esos atlas donde yo leía acerca de civilizaciones milenarias y señores amarillos con los ojos rasgados que me despertaban curiosidad. Y, entrando ya en el territorio del subconsciente, quizá una cierta debilidad hacia las orientales y esas sonrisas que desarman a un hombre. Bueno, a mí desde luego.

De nuevo hay que volver a la infancia, a segundo de preescolar, el año en el que me enamoré de la sonrisa de una chica que no era china, pero lo parecía. Chicos y chicas estábamos separados en clase, pero coincidíamos en el patio, y yo recuerdo que en los recreos quería estar con ella. La seguía a cierta distancia, presa de una timidez que me impedía tomarle de la mano, como hacía el odiado E., y observaba cómo jugaba, como si fuera un vulgar merodeador. Me faltaba la gabardina y darle un susto cuando sonara la sirena de vuelta a clase. Un día, la profesora que teníamos, que yo analizando la situación con la perspectiva del tiempo, estoy convencido de que era bollera, me vio por los alrededores vagando sin rumbo definido y me dijo "¡eh tú!, qué haces mirando lo que hacen las niñas, ¿acaso eres marica? Anda a jugar a fútbol con los chicos." Aquellos eran otros tiempos, estamos hablando de hace algo más de treinta años, y la manera de educar era otra. 

Sea como fuere, capté el mensaje de la profesora, y pese a que no era precisamente el deseo de saltar a la comba lo que me había acercado al grupo de las chicas, retorné a mis quehaceres violentos habituales que había dejado algo descuidados por culpa de ese inexplicable enamoramiento precoz. Lideré una guerra a pedrada limpia contra la clase de al lado, con la que no nos llevábamos nada bien; me encumbré como uno de los toreros más aventajados del escalafón practicando un juego por el cuál convertimos el ropero en un improvisado toril donde encerrábamos a algunos compañeros a los que después lidiábamos y banderilleábamos sin compasión, y por último agarré por banda al odiado E., y le hice tragarse tierra y un gusano de bola de los que abundaban en el recreo. La familia de E. y la de la chinita que no era china, eran buenas amigas, y yo no podía soportar esas confianzas y verlos pasear de la mano por el recreo. Todas estas acciones me costaron varios guantazos de la profesora, con la que yo no sabía cómo acertar: si iba de pacífico y romanticón mal, y si ejercía de machote y me liaba a mamporros con todo el mundo, mal también. Como me dijo un buen amigo respecto a una novia que tuvo: con esta profesora nunca sabías cómo acertar; con ella lo único que tenías claro es que hicieras lo que hicieses, la ibas a cagar. No fue el único disgusto amoroso que he tenido en mi vida atraído por esa misteriosa cultura que siempre ha sido para mí la asiática, con el paso de los años hubo otros, pero ése fue el primero. Y me pregunto si no habrá algo de masoquismo inconsciente en mi oculto anhelo de encaminar mis pasos hacia el Lejano Oriente...



A falta de unos cinco kilómetros para llegar al pueblo donde había quedado encontrarme con los Violentos de Kelly, me he dado de bruces con la pareja de franciscanos polacos y sus alumnos, que nuevamente estaban buscando a alguien para que les sacara una foto. Los chicos han celebrado la coincidencia de que otra vez fuera yo el agraciado y al darme la cámara uno de los frailes me lo ha remarcado. Yo le he confesado con una sonrisa que no es coincidencia, sino que Dios me envía para que les siga hasta Santiago y les haga cuantas fotos quieran. Los chavales han celebrado con alborozo mi comentario, no así el fraile franciscano, que ha debido considerar el chiste poco menos que sacrílego. Tras sacarles la instantánea, me he despedido con ellos y he enfilado los últimos kilómetros hasta Ribadiso da Baixo.

Cuando he llegado al pueblo eran casi las ocho de la tarde y, a la entrada, mientras cruzaba un puente sobre un riachuelo, he divisado a los Violentos de Kelly, que estaban tumbados tranquilamente en la orilla y con los pies en remojo. Me han presentado a los nuevos y me han sugerido que me quedara a cenar con ellos. Arzúa, el pueblo donde iba a pasar la noche estaba a tan sólo tres kilómetros, así que les he dicho que sí. Durante la cena nos hemos puesto al día de nuestras últimas andanzas y ellos lo han flipado un poco cuando les he contado la historia de Zach, mi amigo americano, y los cuatro días que nos tiramos en el Hospital de Lugo. Ellos, por su parte, me han explicado que han ralentizado mucho el paso, que después de Santiago irán hasta Finisterre, e incluso alguno está pensando en volverse a Cataluña a pata haciendo el Camino del Norte pero a la inversa. No, lo cierto es que los Violentos de Kelly no tienen ganas de que esto se termine. Me ha dado la impresión de que el agrandamiento del grupo ha provocado algo de fisuras entre los miembros iniciales de los Violentos. Uno de ellos creo que se ha liado con una de las nuevas chicas, y obviamente va de un palo que no es del resto. Espero que el buen rollo que se traían no se vea perjudicado por estas circunstancias. Oddball, que parece que le ha mirado un tuerto desde que salió de Montserrat, está con fiebre y se ha retirado temprano a dormir, y yo, tras quedarme un rato departiendo con el resto, los he dejado a eso de las nueve y media de la noche, para poner rumbo a mi destino final, al que he llegado cuando ya había anochecido.

La gente, al verme llegar a Arzúa con pinta de fugitivo pero una sonrisa de oreja a oreja, me miraban y alucinaban. Cómo explicarles que esos kilómetros anocheciendo, sólo completamente en el Camino, son de los que más estoy disfrutando. Cómo contarles que tras mucho esfuerzo, y más de un mes de travesía, estoy a sólo cuarenta kilómetros de Santiago, a un día, si las cosas no se tuercen, de alcanzar la ansiada meta...




domingo, 2 de junio de 2013

35ª etapa: Sarria - Palas de Rei (50 kilómetros)


Esta mañana nos levantamos temprano. Zach quería aprovechar su ultimo día en España, y tomar el autobús a Santiago que sale a las 8 de la mañana desde Lugo. Su plan es estar en la capital gallega hasta después de comer y después ir a Vigo, relajarse un poco en la playa, siempre y cuando las condiciones metereologicas lo permitan, y retirarse a descansar temprano, pues el Lunes a primera hora sale de vuelta para los Estados Unidos. Hemos ido a la estación de autobuses con suficiente antelación y he hecho las veces de traductor para adquirir su billete. Me sigue resultando curioso que en un país donde el turismo representa una de las principales fuentes de ingresos, siga siendo tan complicado para un turista hacerse entender porque aquí no cacarea el inglés ni su tía.

Aún quedaba media hora para que partiera su autobús, y Zach y yo nos hemos sentado a esperar a que se hiciera la hora. Le he visto algo triste y le he preguntado si todo estaba en orden. Me ha dicho que sí, que simplemente está algo decepcionado por no haber sido capaz de terminar el Camino. Le había puesto bastante ilusión a este reto y no le encuentra explicación a por qué tuvo que estar varios días en el Hospital de Lugo, algo con lo que por supuesto no contaba, y que le ha privado de alcanzar la meta en el plazo de tiempo que tenía previsto.

Le he dicho a Zach que yo tampoco tengo explicación para eso, y que quizá no la haya. Pasó y ya está, no hay que darle más vueltas. Pero puestos a darle una explicación, por qué no pensar que quizá no está preparado todavía para ese cambio de vida que él anhela, que su organismo le demanda desde hace algunos meses y que vino buscando al Camino de Santiago. Que concluir la peregrinación tendría que ser el punto de inflexión, el impulso definitivo para lanzarse a nuevas metas, y que él sencillamente no está todavía en condiciones de afrontar eso. Que le toca volver a su antigua vida, solucionar temas pendientes, preparar un plan B, y entonces, cuando todo esté listo, regresar a España y completar los kilómetros que dejó pendientes en esta ocasión, para que la llegada a Santiago no sea el final de un Camino y la vuelta a una realidad que no le hace feliz, sino el inicio de una nueva etapa vital que le haga estar bien consigo mismo.

Zach me ha dicho que eso es precisamente lo que piensa, o al menos, lo que quiere creer. Que efectivamente hay algunas cosas sobre la que le toca reflexionar a la vuelta a los Estados Unidos, una hipoteca de la que deshacerse para ganar libertad de movimientos, y un plan B que diseñar. Y que tenga por seguro que cuando todo eso esté listo, volverá a España a terminar lo que dejó sin concluir. Le he dicho a Zach que me parece una buena idea y que no deje de avisarme, porque me encantaría que completáramos esos últimos kilómetros juntos, como teníamos inicialmente planeado antes de vernos obligados a ir al hospital de Lugo.

El conductor ha abierto la puerta de delante y los pasajeros han comenzado a subir al autobús. Le he deseado a Zach buen viaje a Santiago, que disfrute de la llegada, aunque no sea caminando, porque ha sido un peregrino más y la Compostela se la ha ganado. Y le he deseado de igual manera un feliz regreso a los Estados Unidos. Él, por su parte, me ha pedido que disfrute de cada kilómetro de los últimos que me restan para llegar a Santiago y que no deje de poner fotos en Facebook y tenerle al tanto de mis pasos, que seguirá con atención desde su casa en Kentucky. Me ha querido dar nuevamente las gracias por todo lo que he hecho por él y me ha asegurado que la próxima vez que ponga un pie en los Estados Unidos no tengo nada de lo que preocuparme, que él se encarga de todo. He agradecido sus palabras, pero le he dicho que no tiene por qué reiterar su agradecimiento, porque después de haberle conocido durante estas dos últimas semanas, estoy seguro de que él hubiera hecho lo mismo por mí.

En medio de nuestra despedida, ha aparecido un señor de unos 60 años, absolutamente borracho y dirigiéndose a Zach, que estaba en la escalerilla del autobús a punto de montarse. Ha pensado que el borracho quería subir y se ha apartado. Pese a ello, aquel hombre seguía dirigiéndose a Zach, en un idioma, que yo, lo único que alcanzaba a entender era: "no vayas con él, - refiriéndose al conductor -, que no sabe conducir, vente conmigo". Zach se ha empezado a tensar por momentos y me ha preguntado que quién coño era ese señor y qué demonios quería. No he podido resistir la tentación de decirle que era el conductor del autobús que le iba a llevar a Santiago y que simplemente le estaba pidiendo el billete. Zach se lo ha tragado y le ha extendido el ticket al tiempo que me miraba a mí con cara de susto y decía: ¡no me jodas! Yo no podía parar de reír. Ahora que Zach parecía que había conseguido escapar con vida del Hospital de Lugo, cuando por fin iba a dejar atrás aquel país de bárbaros que sólo comían pan con queso, jamón, tortilla de patatas y menús de peregrino que le habían provocado la madre de todos los estreñimientos, llegaba esto, para terminar de poner a prueba sus vapuleados nervios: un chófer absolutamente mamao le iba a llevar hasta Santiago.

Tras unas merecidas carcajadas le he dicho que no se preocupara, que era un borracho que andaba por ahí y al que no tenía que hacer mucho caso. No ha estado mal que apareciera aquel señor, en estado absolutamente etílico, para mantener el toque surrealista de las últimas jornadas que hemos pasado juntos Zach y yo. Ha sido la despedida perfecta, el broche de oro a una historia que nos acompañará de por vida. Nos hemos dado un sentido abrazo y le he dejado ocupando su sitio, tras lo cuál el autobús ha arrancado y ha abandonado la estación. Me he despedido de Zach con el convencimiento de que nos volveríamos a ver, que seremos amigos durante mucho tiempo, y que no tengo la menor duda de que podré contar con él en el futuro, al igual que él sabe que podrá contar conmigo. Vine a hacer el Camino de Santiago echando de menos a uno de mis mejores amigos, y, sin esperarlo, el Camino había puesto a otro en mi senda. ¿Casualidad? Seguramente, quién sabe. Lo cierto es que coincidencia o no, le ha dado un sentido a mi Camino y ha hecho, que sólo por esto, haya merecido la pena recorrerlo...




Veía alejarse el autobús, cuando he reparado en que a mi lado estaba el borracho de antes con la mirada perdida en dirección a aquel mismo autobús. Me he querido despedir de él, y la verdad que no sé si ha sido un acierto, porque lo he sacado de su ensimismamiento y me ha comenzado a dar la tabarra a mí como se la estaba dando antes a Zach. Ahora, por suerte, se le entendía un poco más, aunque no mucho, y me ha dado para entender que era conductor de autobús, que lo pre-jubilaron hace unos meses y durante 30 años hizo esa misma ruta de Lugo a Santiago. Que como él no lleva nadie ese autocar, y que no deberían haber prescindido de sus servicios, que aún estaba para conducir. Al momento ha llegado un moro preguntando si el que acababa de irse era el autobús para un pueblo del interior de la provincia. Le he respondido que no, y el borracho se ha dirigido a él para decirle, para mi sorpresa en correcto castellano, que su autobús no sale hasta las 9. A continuación ha vuelto a su estado previo y, como si del Gran Ozores se tratase, le ha soltado al moro una parrafada ininteligible que ha culminado con un: "vete a tomar un café, y luego si eso nos buscas", al tiempo que apoyaba su mano en mi hombro, como si él y yo fuéramos a algún lado juntos...




A la salida de la estación de autobuses me esperaba Suso, el taxista de Sarria que nos trajo a Zach y a un servidor al Hospital de Lugo. Me cayó simpático y quise que me llevara de vuelta a su pueblo para retomar el Camino. Me ha invitado a un café y después hemos puesto rumbo a Sarria. Suso estaba contento porque el Celta había mantenido la categoría y porque el Depor había bajado. "Se las prometían muy felices y nos daban por descendidos. No les vendrá mal un añito en segunda para que se les bajen los humos" - ha sentenciado con su marcado acento gallego. Ha sentido que haya descendido el Zaragoza, y me ha dicho que no me preocupe, que enseguida volveremos a Primera. Le he contestado que Dios le oiga, y sobre todo, que a ver si podemos deshacernos del desgraciado del presidente, que tanto daño ha hecho al club. Al poco hemos llegado a Sarria y Suso me ha dejado en un bar para que desayunara y ya después reemprendiera la marcha.

Entre pitos y flautas he comenzado la etapa a eso de las 10 de la mañana. He querido comenzar tranquilo, porque a lo tonto llevo cuatro días sin caminar y no quiero exponerme a algún tipo de tirón o nuevas ampollas que me hagan insufribles los últimos kilómetros que me restan, que son unos ciento veinte. Calculo que haciendo una media de treinta al día estaré en Santiago dentro de cuatro, el Miércoles a última hora, y si no fuerzo o tengo que bajar el ritmo por los motivos que sea, entre el Jueves y el Viernes, según como me vea. Lo cierto es que para esas fechas la mayoría de la gente con la que he caminado habrá terminado su peregrinación y habrán vuelto para sus casas. Pensar eso me ha dado un poco de bajón. Tengo claro que quiero entrar a la plaza del Obradoiro sólo, como sólo inicié mi peregrinar en aquellos apartamentos de Canfranc hace ya algo más de un mes, pero después sin duda me gustaría abrazarme a algunas de las personas con las que he compartido esfuerzos, penalidades, y muy buenos momentos también, hasta llegar a Santiago. En fin, qué le vamos a hacer, las cosas han salido así y ya está. Además, si hubiera abandonado a Zach a su suerte en mi deseo de llegar a Santiago ayer, como tenía inicialmente previsto, me hubiera sentido peor, así que no tenía mucha lógica ponerse a pensar en lo que podía haber sido y no fue. He apartado ese sentimiento de mi mente y he seguido caminando.

Al poco me he encontrado con una chicas que por el acento me han sonado aragonesas. Se lo he preguntado y me han respondido que efectivamente, que son de un pueblo de Teruel. Una de ellas me ha preguntado que cómo me había dado cuenta, y antes de que me diera tiempo a responderle, otra de ellas le ha dicho: "pues chica, que se nos nota mucho el acento; que en el pueblo no nos damos cuenta porque hablamos todos igual, pero cuando salimos la gente lo nota...". Si estaba algo bajo de moral, estas paisanas han conseguido alegrarme el día con sus comentarios. Me han confesado que comenzaban hoy el Camino y que se lo iban a tomar con mucha tranquilidad. Que habían mandado las mochilas con una furgoneta hasta el final de etapa y que hoy no iban a correr ningún riesgo. La verdad que después de tantos kilómetros no ha hecho falta que me dijeran que acababan de comenzar el Camino. A los nuevos reclutas se les distingue a la legua. Ni siquiera con la flecha amarilla, que sin descanso te guía hasta Santiago, se aclaraban estas chicas. Hemos llegado hasta un punto donde la senda proseguía a la derecha y a la izquierda sólo se podían andar unos pocos metros porque dabas a parar a un pequeño estanque. Una de ellas, la más desorientada, ha preguntado: "¿y ahora pa'dónde maña?, a lo que ha respondido otra, "pues pa'la izquierda jodido porque no me he traído el flotador, así que habrá que ir pa'la derecha". A continuación hemos iniciado un repecho importante y el grupo de turolenses se ha quedado sin aire y han decidido quedarse un rato a descansar, por lo que me he despedido de ellas y he proseguido la marcha.

Sarria es el punto donde muchos peregrinos comienzan su Camino. La distancia que separa este pueblo lucense de Santiago es el mínimo que hay que recorrer a pie para que se considere que has peregrinado y te concedan la Compostela. De aquí hasta la Plaza del Obradoiro el número de caminantes se multiplica, acceder a los albergues, o en general conseguir alojamiento, se hace complicado, y raro es el momento, sobre todo durante las mañanas, donde el Camino no se asemeja más a un paseo dominical en la calle principal de una ciudad española, que a cualquier otra cosa. Para los que llevan en sus botas unos cuantos cientos de kilómetros, la sensación es un poco extraña. No debería ser así, pero tu curiosidad para conocer gente nueva disminuye con el paso de los kilómetros, y sólo quieres llegar a Santiago, cumplir tu objetivo y hacerlo con la gente con la que has recorrido todo el trayecto. El ambiente entre los que recorren el Camino durante una semana, es un poco diferente al que reina entre aquellos que deciden hacer un parón de un mes en sus vidas y empiezan desde los Pirineos. Comenzando desde Sarria, es difícil ver a peregrinos que estén realizando el Camino solos, la mayoría son familias o grupos de amigos, o parejas, que interactúan, por lo general, más entre ellos que con los demás. Hay excepciones por supuesto, y estoy seguro que también en estos últimos kilómetros conoceré gente interesante. Pero el ambiente es diferente. No es ni mejor ni peor, pero es diferente.

A pesar de que esperaba que desde Sarria el paisaje humano iba a variar, el hecho de no cruzarme con nadie conocido, saludar a cada paso a gente que veía por primera vez, y tener que volver a explicar a todo el mundo quién soy, desde dónde vengo y qué hago aquí, me ha sumido en un cierto desasosiego. En una sensación extraña en la que me sentía ajeno, en la que tenía la impresión de que eso no era en lo que yo había participado, que ése no era mi Camino, que mi Camino era el de la gente que estaba llegando a Santiago o que lo había hecho ya, de aquellos con quienes compartía motivos para estar aquí y que habían superado iguales o mayores dificultades para llegar a la meta. Me acercaba al mojón en el Camino que marca los últimos cien kilómetros hasta Santiago y pensaba en todas estas cosas. Y la conclusión a la que he llegado es que había que apretar el paso, que tenía que aumentar el número de kilómetros recorridos al día para llegar a Santiago cuantos antes y poder abrazarme y celebrar el logro con Günther y Szilvia, y contagiarme de su energía y vitalidad, con los Violentos de Kelly, recios catalanes que caminaban desde sus casas y mis primeros amigos en el Camino, con el bravo Óscar, ejemplo de valentía y pundonor tras conseguir levantarse de esa silla de ruedas en la que quedó postrado, con el alemán Matías, que luchaba por dejar las drogas y poder asimilar la pérdida de sus padres, con el abuelito Santa Claus, que me enseñó que tus problemas viajan en tu mochila, y que no los solucionas metiéndolos en una furgoneta para hacerte la travesía más llevadera, con Eva y con su padre, y su curiosa relación que era más de amor que de odio, y que tan buenos momentos me habían hecho pasar, con Ruta de Lituania, con la simpática Kim, para quien había sido su primer amigo no coreano del Camino, con Tim de Kansas, con Michael de Boston y con tantos otros...


Serían casi las tres de la tarde cuando he llegado a Portomarín, hipotético final de etapa que marcan todas las guías, sobre todo para aquellos que inician en Sarria su peregrinación. Tras una pronunciada bajada se llega hasta la orilla del Miño, y tras cruzar un largo puente se entra en esta bonita villa gallega. Hacía un día agradable y soleado, y tras cruzar el puente me he sentado a descansar y a disfrutar de las placenteras vistas. Después he entrado al pueblo y me he comido una ensalada en una céntrica cafetería. Ahí, guía en mano, me he puesto a pensar en hasta dónde iba a avanzar aquel día. Lo cierto, es que tras cuatro días sin caminar y 25 kilómetros que había ya acumulado en el día de hoy, mi pies estaban lo suficientemente cansados como para quedarme en Portomarín a descansar, pero tenía claro que debía continuar si quería llegar a Santiago y encontrarme con, por qué no llamarla así, mi familia en el Camino, "my Camino family", como la denominaban los americanos. Hacer dos etapas en una, y llegar a Palas de Rei, tras otros 25 kilómetros, no parecía muy sensato. No creía que mis piernas fueran a soportarlo y aunque lo hicieran, de nada serviría, en mi deseo de llegar cuanto antes a Santiago, hacer 50 kilómetros en un día, si luego los calambres, tirones o inmensas ampollas me iban a obligar a descansar uno o dos días para recuperarme. Pero he pensado que hacer otros 10 o 15 kilómetros sí que era razonable, que ya lo había hecho en otras ocasiones, y que aunque estaba ya algo cansado, podía forzar un poco la máquina. He llamado a unos cuantos albergues en pueblitos que estaban más o menos a esa distancia, como Ventas de Narón o Ligonde, para descubrir con sorpresa que todas las camas estaban ocupadas. Así y todo he decidido reemprender la marcha, para una vez en esos pueblos comprobar "in situ" si había camas o habitaciones libres, porque hay alojamientos que no están en mi guía, y además, en ocasiones, la gente reserva cama y luego no se presenta, por lo que estaba convencido de que casi con total seguridad encontraría acomodo.



Esta tarde ha sido sin duda la más dura de todo el Camino. Los pueblos que separan Portomarín de Palas de Rei son pequeños, y el alojamiento limitado. Por cada uno que he pasado a partir del kilómetro 35, que es el mínimo que me había marcado para hacer en esta etapa, la respuesta al preguntar en los albergues y hostales ha sido siempre la misma: "lo siento, estamos completos". En Ligonde, a unos ocho kilómetros de Palas de Rei, no sólo ha sido la misma, sino que me han confirmado que hasta Palas no encontraría nada. He tenido claro entonces que había que componérselas y sacar fuerzas de flaqueza para llegar hasta allá. He entrado al restaurante de uno de los albergues, donde todos los peregrinos estaban cenando, y he pedido un acuarius y algo de agua para hidratarme. Empezaba a estar exhausto y a notar las piernas bastante cargadas. Me he sentido observado y al girarme a las mesas, he visto a varios peregrinos, con pinta de extranjeros, que me miraban como si fuera un marciano. A ellos, que suelen madrugar y terminar las etapas a eso del mediodía, les ha debido parecer que un extraterrestre estaba haciendo también el Camino de Santiago, por verme a las ocho de la tarde con el aspecto de prófugo que debía llevar, la mochila al hombro y los bastones para ayudarme a caminar. He respirado profundamente y me he lanzado a por los últimos ocho kilómetros. Probablemente los ocho kilómetros más bonitos de mi peregrinar, caminando sólo, a través de bosques gallegos, mientras anochecía y la brisa del final de la tarde agitaba las hojas de los árboles y daba un respiro a mi sofocado avance hacia el final de la etapa.

Cuando he llegado a Palas de Rei, eran casi las diez. Prácticamente era de noche, y en los tres primeros albergues y hostales donde he preguntado me han vuelto a dar con la puerta en las narices. He visto la señal de un hotel de varias plantas, y he pensado que ahí habría alguna habitación disponible. El precio sería mayor que en albergue u hostal, pero yo no podía dar un paso más. Cuando las recepcionistas me han visto aparecer se han quedado blancas. Yo debía llevar las pintas de un prisionero de guerra, y ellas a buen seguro no están acostumbradas a recibir a peregrinos a las diez de la noche. Por suerte quedaba una sola habitación y era de fumadores. Aunque me hubieran puesto a compartir habitación con una mofeta hubiera aceptado. Las recepcionistas me han dicho que si quería cenar algo tenía que ir corriendo, de lo contrario no cenaría nada porque todo en el pueblo estaba cerrado a partir de las diez. Necesitaba descansar y estirar las piernas, pero también algo que llevarme al gaznate, así que con la amenaza de no comer nada hasta el día siguiente, he salido a la búsqueda de un par de sitios que me han recomendado.

En el primero, el dueño me ha dicho de malas maneras que la cocina estaba cerrada y que había que llegar antes. No he tenido fuerzas ni para mandarlo a tomar por el culo, y he ido en busca del otro sitio. Ahí, por suerte, pese a que ya no servían menús, no han tenido problema en hacerme una hamburguesa para llevar, de la que he dado buena cuenta tras una larga ducha caliente y unos estiramientos. Me he acostado molido y con las piernas todavía agarrotadas, y sin tener muy claro si al día siguiente podría caminar y por cuánto tiempo. Pero me he acostado con una sonrisa de oreja a oreja, por ser capaz de caminar durante 50 kilómetros, y también por estar cada vez más cerca de mi objetivo.












sábado, 1 de junio de 2013

34ª etapa: Hospital de Lugo

Ayer le prometí a Zach que madrugaría para estar a primera hora de la mañana en el hospital y no perderme la primera visita del médico de guardia. Lo dejé mirando vuelos a los Estados Unidos para última hora de hoy o para mañana Domingo, y quedamos en que dependiendo de lo que dijera el médico, activaríamos la operación "Tormenta en el Camino". Si no podíamos con nuestro enemigo, nos uniríamos a él. Si no habíamos podido evacuar lo que Zach lleva en sus entrañas, evacuaríamos todo, a él y a las entrañas. Nos encomendaríamos a los galenos de su hospital en Kentucky para que solucionasen la papeleta y rogaríamos al tío Sam para que el bueno de Zach no sufriera ningún retortijón en pleno vuelo, o para que no le pasasen por rayos antes del embarque, y descubrieran que el arsenal de armas químicas que supuestamente ocultaba Sadam, era una mariconada comparado con el que pretende introducir él en los Estados Unidos.

He llegado al box de Zach a eso de las 8, y como todavía dormía me he bajado a la cafetería a desayunar. A la vuelta ya lo he encontrado despierto y haciendo sus ejercicios de Yoga, que repite concienzudamente para ver si en una de esas desatasca el desagüe. Le he mirado ansioso y él, torciendo el morro, me ha regalado el acostumbrado: "nada, amigo". Me ha dicho que estuvo mirando vuelos esta pasada noche, como habíamos acordado, y que había encontrado uno que salía a primera hora de mañana Domingo desde Vigo, dirección Madrid, para después empalmar con otro de American Airlines, que tras un nuevo transbordo en territorio americano, le dejaría  en Lexington, Kentucky, a última hora del día. Era una paliza de viaje, pero Zach me ha dicho que estaba dispuesto a firmar el alta voluntaria y pirarse del Hospital a la voz de ya.

Serían las nueve y media de la mañana cuando ha aparecido por el box Hugo, el médico de guardia. A Zach se le ha iluminado el rostro porque es el único doctor hasta la fecha con el que ha podido mantener una conversación en inglés. Se lo encontró el día de su ingreso en los pasillos y estuvieron departiendo brevemente. Hugo ha dicho que las placas han mejorado ostensiblemente en las últimas 24 horas y que empieza a haber actividad en esos intestinos. Después ha procedido a palparle la zona abdominal y ha dicho que el alien está en movimiento y se aproxima ya al colón descendente. El alumbramiento es inminente: "¿una hora?, ¿dos horas? - ha sugerido Hugo, "pero en cualquier caso, de esta mañana no pasa que empezamos a desembozar esto". Zach y yo nos hemos mirado sonriendo y no hemos podido evitar chocar las cinco al más puro estilo americano: "yeah man, that shit rocks!" - ha exclamado él con su marcado acento yanqui.

Tras la visita de Hugo y la buena nueva que nos ha anticipado, Zach y yo hemos acordado que era hora de replantear el plan y ver lo que íbamos a hacer en las próximas horas. Tras un breve intercambio de impresiones, hemos estado de acuerdo en que no tenía mucho sentido cambiar el billete en las nuevas circunstancias. Que casi era mejor bajar tranquilamente a Lugo, que Zach conociera una ciudad, cuyo nombre seguramente no se le olvidará en la vida, y después cenar tranquilamente en algún restaurante. Y ya mañana Domingo, cada mochuelo a su olivo, en mi caso regresar a Sarria para retomar el Camino y enfilar los poco más de 100 kilómetros que me restan hasta Santiago.

Zach ha estado de acuerdo con el plan. La única duda para él era si iba directamente a Vigo, de donde sale su avión a primera hora del Lunes, para pegarse un día intentando relajarse en la playa y en un buen hotel con Spa, o si toma un autobús a Santiago, para conocer al menos la Catedral y la Plaza a donde debería haber llegado, y así de paso saludar a algunas de las personas con las que ha recorrido el Camino y que ya han llegado a la meta o lo hacen mañana. Si todo hubiera salido según lo previsto, Zach y yo tendríamos que estar llegando a la plaza del Obradoiro en el día de hoy, junto con Günther y la húngara Szilvia. La opción de ir a Santiago provoca sentimientos enfrentados en el americano. Por un lado le produce cierta tristeza pasearse por sus calles y llegar a la plaza sin haber cumplido el objetivo, y por otro no le gustaría desperdiciar la oportunidad de saludar a gente con la que ha recorrido muchos kilómetros del Camino y a los que no es seguro que vuelva a ver nuevamente. Tras cavilar durante algunos segundos, Zach ha dicho que qué demonios, que iría a Santiago, que pese al contratiempo que le ha impedido alcanzar su objetivo, ha sido peregrino, y que quiere abrazarse y dar la enhorabuena a la gente que ha llegado después de mucho esfuerzo a la meta.

Las dos horas siguientes han pasado de manera un poco lenta. Hemos jugado a las cartas y hemos dado algunos paseos por la planta del hospital. A ratos Zach ha hecho el "súpermeneo" de Gordi y nos hemos reído juntos. Un poco después del mediodía, él se ha levantado al baño, y como cada vez que lo hace, yo he cruzado los dedos. Al volver, su rictus era el acostumbrado durante estos últimos días, y para no meterle más presión no he querido decir nada y he continuado leyendo la revista en la que andaba ocupado. Zach se ha tumbado en la cama y ha dicho tímidamente: "bueno, parece que esto empieza a funcionar". Me he girado hacia él y le he preguntado: ¿cómo dices?, a lo que él ha respondido que sí, que ha comenzado el sorteo extraordinario del Niño, y que si bien no ha caído el Gordo, ha salido ya un número. Se me ha iluminado el rostro y le he dicho, "joder, ¡dame un abrazo!" Nunca pensé que me iba a alegrar tanto de que alguien, que no fuera yo, hiciera sus necesidades. No sé si era ésta exactamente la magia del Camino de la que hablaba Paolo Coelho, pero a mí el momento no se me olvidará en la vida. Tan embargado estaba por la emoción que lo que casi se me olvida es que alguien tendría que hacer las veces de vulcanólogo, acercarse hasta el cráter, y traducirles a las enfermeras el tamaño, color y consistencia de la lava que comenzaba a descender por las laderas del volcán americano. En casa del herrero cuchillo de palo, y el de Kentucky, cuna del pollo frito, me ha dicho que eso que había expulsado era un "nugget", y la verdad que no le faltaba razón, y no hace falta decir que no volveré a comer uno en mi vida. Les he dado la buena nueva a las enfermeras y ellas me han pedido que les vaya cantando puntualmente los números que vaya apareciendo en el sorteo.


Durante el transcurso de la siguiente hora, han salido un par de bolas más del bombo, y yo, como si fuera un niño de San Ildefonso, he ido a la mesa donde estaban las enfermeras y, con una sonrisa de oreja a oreja, les he ido cantando los números. "Muy bien, que siga así" - han dicho ellas. El médico ha sido informado y ha autorizado que se le vuelva a alimentar. Zach lleva un par de días sin comer, y pese a no tener demasiada sensación de hambre, lo ha agradecido. No ha comido mucho, un caldo y algo de ensalada, ya que es consciente de que lo que sale de momento no es nada comparado con lo que queda, por lo que prefiere ser cauto y no echar más leña al fuego. Cuando Zach ha terminado de comer, he aprovechado para bajar a la cafetería de visitas para hacer lo propio.

A la vuelta Zach, me ha confirmado que de cocina habían salido ya siete nuggets, una ración más que suficiente según el Dr. Hugo para darle el alta. Hemos recibido la noticia con alborozo, y Zach, que no sabe como agradecer a todo el mundo las atenciones que han tenido con él, le ha dedicado unas sentidas palabras al médico. Éste ha dicho que no hay nada que agradecer, que siga con dieta rica en fibra hasta que la situación se restablezca y que si hay cualquier tipo de contratiempo, como dolor abdominal agudo o vómitos, que volvamos al hospital. Le ha recomendado de igual manera, que una vez de vuelta en los Estados Unidos, convendría que se hiciera un estudio más completo para determinar las causas por las que nos ha tenido en vilo durante tantos días. Zach le ha reiterado su agradecimiento y ha comenzado a empaquetar sus cosas, a asearse y a vestirse. Después hemos recogido el parte de alta y Zach ha pedido si le podían dar una copia de sus placas para enseñárselas a sus futuros nietos, lo que lamentablemente no ha sido posible. Y así, sin entretenernos más de la cuenta, casi cuatro días después de ingresar, hemos abandonado el Hospital de Lugo.

Zach y yo hemos bajado en autobús hasta la muralla y después hemos caminado unos doscientos metros hasta el Hotel España, donde hemos reservado un par de habitaciones individuales. Él tiene cosas que hacer para las que necesita más concentración que para unos exámenes finales, motivo por el que no hemos compartido una habitación doble. Le he pedido a Zach que me dejara dormir una siesta y él me ha dicho que ningún problema, que no tiene sueño y que va a aprovechar para darse una vuelta por la ciudad.

Una hora y media después nos hemos encontrado en el hall del Hotel y hemos salido para callejear un rato. Zach les quería comprar a sus sobrinos la camiseta de alguno de los equipos de fútbol españoles, por lo que hemos ido en busca de una tienda de deportes. No hemos tardado mucho en encontrarla y la verdad que las alternativas eran las de siempre, Real Madrid y Barcelona, que cualquier día se fusionan y así ganan siempre, la selección española, y por cambiar un poco las de los equipos gallegos, Depor y Celta. Variedad de tallas sólo había del Real Madrid y de la selección española, por lo que Zach ha optado por esas dos opciones.

Tras las compras, hemos ido a recorrer la muralla y de camino me he detenido para comprar un dedal de souvenir para la colección de mi madre. De cada sitio que visito, intento llevarle uno, y la verdad que ya tiene unos cuantos. Paseando por la muralla, Zach me ha propuesto que vayamos a un buen restaurante a cenar. Que él no comerá mucho, porque todavía no está al cien por cien, pero que quiere que acepte la invitación en señal de agradecimiento por estar a su lado durante todo este tiempo. Y también que la habitación de hotel de esta noche está ya pagada por él. Lo cierto es que el americano me había ofrecido dinero todas las noches que bajaba a dormir a Lugo, pero yo no había querido aceptarlo. En esta ocasión, le he dicho que aceptaba todas sus invitaciones gustoso, y que fuéramos a tomar una cerveza antes de cenar para brindar porque le habían dado el alta en el hospital.

Al final hemos brindado, pero Zach con un zumo de frutas porque considera que aún es un poco pronto para tomar alcohol. Yo le he dicho que no sé como serán sus resacas, pero que si hubiera que atender a las mías, quizá lo más recomendable en su estado fuera que se agarrara una buena castaña esta noche. Zach ha admitido que tal vez tenga razón pero que así y todo prefiere guardar un perfil bajo hasta que regrese a los Estados Unidos. En el bar había unos cuantos paisanos viendo el fútbol. Había empezado la última y decisiva jornada del campeonato de liga, y las cosas pintaban mal para mi querido Real Zaragoza, que se la jugaba contra los equipos gallegos y el Mallorca para evitar el descenso.


En el bar, mientras mirábamos de reojo a los partidos, Zach me ha pedido que le hablara de mi amigo Alberto, y de por qué estaba recorriendo el Camino. Hasta ahora, no le he contado a nadie los motivos reales de mi viaje, pero he pensado que después de lo que hemos pasado Zach y yo estos días no tiene mucho sentido que tengamos grandes secretos.

Alberto era uno de mis mejores amigos en mi adolescencia y primera juventud. Una persona siempre dispuesta a ayudar y a escuchar cualquier problema que tuviera algún amigo suyo. Sufría con los problemas de los demás, y también con los suyos, y eso fue lo que quizá le jugó una mala pasada durante la adolescencia y le hizo caer en una depresión. Le costó recuperarse, y el proceso afectó a su rendimiento académico. Él siempre había sido un estudiante brillante. Quería estudiar medicina y la media era muy alta, por lo que el último año antes de la Universidad era muy importante para él. Se había prometido, que pasara lo que pasase, si salía de aquel pozo, recorrería el Camino de Santiago a pie desde Aragón en señal de agradecimiento. Y así lo hizo, ingresando además en la Facultad de Medicina en un año donde la media subió de manera repentina, y otra mucha gente, como era mi caso, cuya primera opción era estudiar para ser médico, tuvo que conformarse con otra cosa.

Alberto me propuso que hiciera el Camino con él y con otro par de buenos amigos, Joaquín y Miguelo. Este último es un viejo conocido de este diario, ya que me acompañó durante algunas etapas hasta llegar a Castilla. Pasi, como cariñosamente conocíamos sus amigos a Alberto, me dijo que iba a ser una gran experiencia, que a buen seguro nos serviría de mucho en la nueva etapa de nuestra vida que comenzábamos. Lamentablemente no pude acompañarles. En aquel momento no tenía el dinero ni tampoco el permiso en casa para ausentarme durante un mes, y tuve que decir sintiéndolo en el alma, que tendría que ser en otra ocasión, pero que no podía ir. Aquel viaje quedó pendiente.

El Camino fue toda una experiencia para Alberto y hablaba de él cada vez que tenía ocasión. Sin duda, aquel mes recorriendo la geografía española, superando dificultades, (hace 20 años el Camino no era tan popular ni existían tantas comodidades para el peregrino como ahora), le ayudó a crecer interiormente, a darle importancia a las cosas realmente trascendentes y a relativizar el resto. Poco a poco consiguió dejar atrás la tristeza que le había embargado durante un tiempo y recuperar la vitalidad y las ganas de ayudar a los demás que le hacían una persona especial y diferente. Estudió los seis años de carrera con notas brillantes y se preparó a conciencia el MIR para conseguir acceder a la especialidad de Psiquiatría en el mejor hospital de España en el ramo. Su sueño era ayudar a otras personas, y en particular a las que habían caído en las garras de esa terrible enfermedad que te atrapa y te hunde poco a poco en un agujero por el que se escapan las ganas de vivir. Y lo consiguió. Obtuvo uno de los mejores números de aquel año en España y consiguió la plaza que quería.

Durante la preparación para el examen MIR en una academia de Madrid, Pasi había conocido a una chica canaria y se había enamorado. Aún recuerdo cómo me llamaba entusiasmado para contármelo. Había tenido un desengaño amoroso en la adolescencia, un amor no correspondido, tan duros de aceptar a ciertas edades, que le había vuelto algo cauto para el tema de las relaciones sentimentales. Pero esta vez iba en serio, esta chica sí que merecía la pena. La vida, por fin, le sonreía; había conseguido acceder a la especialidad que siempre había soñado y tenía una novia a la que quería. Y yo, después de todo lo que le había visto sufrir y pelear por salir adelante en aquellos años en los que no estaba bien, no podía ser más feliz con aquella dicha compartida. Aquel verano, antes de comenzar a trabajar en Madrid, Pasi decidió que acompañaría a sus padres a Vigo, de donde es oriunda su madre, para descansar unos días y disfrutar de esa tierra a la que tan unido afectivamente estaba. De camino pararían en Santiago y Alberto se abrazaría nuevamente al Apóstol en señal de agradecimiento, como lo hiciera unos años atrás tras conseguir el acceso a la Facultad de Medicina.

Por aquel entonces, mi vida transcurría por derroteros distintos. Anclado en una carrera que no me gustaba, naufragando curso tras curso, el futuro no es que fuera negro, es que prefería que no llegara para no darme un disgusto. Llegué a un punto en el que me planteé que, o tomaba alguna decisión con mi vida, o me ahogaría en aquel fango. Así que decidí que me iría a estudiar al extranjero y que me buscaría la vida por ahí, que sin excusas y huyendo del aburguesamiento que me adocenaba, de aquella cárcel real o imaginaria en la que estaba, encontraría una manera de salir adelante. Me apunté en el programa Erasmus y me tocó una plaza para estudiar en la Universidad de Estocolmo. No era un mal destino para comenzar. El problema era cómo iba a financiarme la aventura. Mi padre no apoyaba el proyecto. Pensaba, con razón, que si no aprobaba en España difícilmente iba a aprobar en otro idioma que no controlaba. Además, me crié en una familia numerosa donde nunca faltó de nada, pero tampoco sobró para caprichos, y este proyecto, a ojos de mi padre, era, con bastante lógica, la que le daba yo con la colección de calabazas que llevaba a casa cada semestre, una astracanada.

Pasi siempre me animó durante aquellos años difíciles para que no bajara los brazos y para que pidiera la beca Erasmus, pues consideraba que salir de casa, irme al extranjero y empezar a volar, iba a ser a buen seguro, el remedio a todos mis males. Y respecto al tema económico me dijo que no tenía de qué preocuparme, que él empezaba a trabajar en un mes, y que si era necesario se apretaría el cinturón para vivir en Madrid y pasarme todos los meses una parte de su sueldo para que yo viviera en Suecia. Que ya le devolvería el dinero cuando trabajase, que no me preocupase por eso, que lo importante en aquel momento era que me fuera a Suecia y empezara a pelear por lo que quería ser y hacer en la vida. Estábamos en los recreativos de al lado de casa de mis padres, echando unas partidas a una máquina de fútbol a la que solíamos jugar y en la que nos retábamos a dirimir nuestras diferencias, él con la Lazio y yo con la Roma. Desde el viaje de estudios en el último año de colegio, antes de ingresar a la universidad, los dos llevábamos a la Ciudad Eterna en el corazón. Pero Pasi sentía simpatía por la Lazio y yo era romanista. Y la Roma volvió a derrotar a la Lazio, como casi siempre sucedía. Fue nuestra última partida juntos.

Al día siguiente yo me subí al Pirineo Aragonés, a Canfranc, donde Iñaki, un amigo mío, era el jefe de obra en unos apartamentos en construcción. Necesitaba dinero para pagarme el vuelo a Estocolmo, el primer mes en la residencia de estudiantes en la que había conseguido alojamiento, y algo más para empezar a tirar hasta que me ubicara en la universidad. Iñaki me dijo que habría que trabajar duro, pero yo le contesté que no había problema. Pagaban bien y a mí me urgía la pasta. El primer día Iñaki me puso a abrir agujeros en el suelo con el taladro, lo que por mi velocidad provocó la bronca de uno de los compañeros de obra, que me dijo que me relajara, que en esta vida hay que tomarse las cosas con tranquilidad. El segundo día, viendo que respondía con el taladro, Iñaki puso en mis manos una máquina del demonio para abrir huecos en la pared para las tomas de luz y agua y que si se encabrita te puede hacer el agujero a ti. Mientras estaba en plena faena, Iñaki me hizo señas para que apagara la máquina, porque con el ruido que producía no podíamos hablar. La desenchufé y me dijo que tenía que llamar urgentemente a mi amigo Luis. Luis sabía que estaba trabajando en los Pirineos, y me sonó muy raro que tuviera que contarme algo que no pudiera esperar a aquella noche. Además noté algo en el rostro de Iñaki al transmitirme el mensaje que me hizo tener un mal presentimiento. Fui al cuarto que hacía las veces de despacho de Iñaki en aquellos apartamentos en construcción en Canfranc y marqué el número de Luis, para que él me diera una de esas noticias que no quieres escuchar nunca.

Pasi nunca llegó a Santiago. Perdió la vida en un desafortunado accidente de circulación que truncó un futuro prometedor y lleno de ilusiones. Su marcha me produjo, al igual que a mucha gente que tuvo la suerte de conocerle, un vacío importante. La poca fe que pudiera tener en aquel momento, la perdí de un plumazo. Pese a haber sido educado en una familia y un colegio católicos, ya me costaba esfuerzo creer en un Dios que, si existía y velaba medianamente por lo que nos pasaba, pudiera permitir tantas injusticias en el mundo. Lo de mi amigo, después de todo lo que había luchado, después de lo que había ayudado a los demás, ahora precisamente que la vida le comenzaba a sonreír, fue simplemente la gota que colmó el vaso y me sumió en el agnosticismo.

Un mes después de aquello me fui a Estocolmo para empezar una nueva vida. Pese a su generoso ofrecimiento material de ayuda, ya no pude contar con Pasi, y hubo que componérselas de otra manera en el aspecto económico. Pero lo que nunca me ha abandonado son sus palabras de aliento y su ánimo para continuar en la pelea cuando las cosas no están de cara. Su fuerza para afrontar retos nuevos y sobreponerse a la adversidad, para no perder la esperanza en que siempre hay luz al final del túnel. Por eso cada vez que tengo que tomar una decisión importante en mi vida, me acuerdo de él y lo cerca que siempre estuvo de mí en los momentos cruciales. Y por eso ahora, ante un nuevo reto que la vida me presenta, pensé que era el momento preciso de emprender ese mismo Camino que él recorrió hace muchos años y que tanto le ayudó. De caminar la misma senda que pisaron sus botas en aquel viaje al que no le pude acompañar y que tenía pendiente desde hacía tanto tiempo.

Zach me ha dicho que Alberto debió de ser una gran persona y un gran amigo, y yo le he contestado que sí que lo era, y que me alegro igualmente de haberme encontrado con él y haber convivido en circunstancias no deseables, porque de alguna manera, estando codo con codo en ese hospital, pese a haberlo conocido hace tan sólo diez días escasos, he sentido muy de cerca a mi viejo amigo. Y le he dicho a Zach que si es capaz de seguir el ejemplo y, una vez en su país, ayudar a alguien que lo necesite sin esperar nada a cambio, habremos conseguido que el espíritu de Alberto, lo que él representó para sus amigos y los que tuvieron la suerte de conocerle, viaje con él y permanezca vivo entre todos nosotros. Zach me ha dicho que le hubiera encantado conocer a Pasi y ser su amigo, y que se lleva esta historia con él a los Estados Unidos. Yo le he dado las gracias y le he contestado que, sólo por eso, ya ha merecido la pena recorrer este Camino...




viernes, 31 de mayo de 2013

33ª etapa: Hospital de Lugo

Ayer me puse a escribir, y entre pitos y flautas se me hicieron las cuatro de la mañana. Me había puesto la alarma a las ocho para estar cuanto antes en el hospital, pero al sonar la he apagado, retrasándola una hora. Necesitaba un poco más de descanso. A las nueve me ha vuelto a despertar la tonadilla del móvil y me he incorporado. He enchufado el celular y he visto que tenía un mensaje de Zach en Facebook. Lo he abierto ansioso, confiando en que en aquellas líneas me contara que se había desencadenado la tercera guerra mundial en Lugo. Que el hospital de la ciudad era ya a esas horas una zona sellada, un hongo gigante de humo y materiales incandescentes visible a cientos de kilómetros a la redonda. Un cráter enorme en Galicia a los ojos de un satélite. Que a la sala de Urgencias habían entrado unos buzos con escafandras en busca de algún resquicio de vida humana y que habían salido de ahí convulsionando y con los pelos de la nariz chamuscados. Nada más lejos de la realidad. Ni contracciones había experimentado durante la noche; el parto debía esperar. En el email Zach me contaba otras cosas. Tuve que releerlo y hacer un esfuerzo para no perder la compostura, y evitar que se me escapara alguna lágrima. Mi amigo americano, al que conocí hace una semana en el Bar de Elvis en Reliegos, León, venía a decirme básicamente lo siguiente:

"Mi querido amigo que al que no hace mucho que conozco...

Debo pedirte que retornes al Camino y completes tu peregrinación a Santiago. Te estaré siempre agradecido por tu genuina hospitalidad y por todas tus muestras de generosidad, pero tú eres también un peregrino y tienes tu propio Camino que recorrer. He disfrutado de veras conociéndote y viendo que tienes una gran personalidad. Tus padres deben estar sin duda orgullosos del hombre que han criado. Pero me arrepentiré siempre si no logro convencerte de que no te preocupes más por mí y concluyas lo que tanto ansías terminar. Estoy bien atendido aquí, y además, viendo que es ya prácticamente imposible llegar a Santiago, estoy sopesando la posibilidad de regresar a casa antes del Lunes y terminar el Camino como Dios manda en otra ocasión.

Tu agradecido amigo,

Zach"

Mensaje al que he respondido tras su lectura:

"Buenos días Zach,

Muchas gracias por tus sentidas palabras. Pese a que hace poco tiempo que nos conocemos, conecté rápidamente contigo, y aunque nos hayamos criado en lugares muy distantes, y culturalmente distintos, creo que tenemos muchas cosas en común, aparte de la edad. Hay personas a las que no llegas a conocer nunca, y otras, a las que con una semana te sobra. Yo a ti ya te considero un amigo, y con los amigos, se está a las duras y a las maduras. Una de las razones por las que estoy haciendo el Camino es por un buen amigo al que perdí hace algunos años y que siempre estaba a mi lado cuando lo necesitaba. Si me marchara sin preocuparme por ti, ni me lo perdonaría yo, ni, donde quiera que esté, me lo perdonaría él, así que este tema no tiene discusión. Entramos juntos a ese hospital, y juntos saldremos de ahí. Vamos a esperar a ver por dónde respiran los médicos esta mañana y según lo que digan pensaremos en los próximos pasos a seguir. En una hora estoy contigo"

Un abrazo,

Javi"




Habré llegado al hospital  a eso de las diez. Zach no estaba en la habitación y me he sentado al lado de la cama para esperarlo. Ha aparecido cariacontecido unos minutos después. Venía del baño tras la enésima derrota. Nada de nada. Cada vez que Zach se levanta al servicio, en Urgencias contenemos la respiración, no por la radiactividad que pueda emanar del escusado, sino por las ganas que tenemos de que todo aquello acabe. Me recuerda a una de esas películas americanas en las que los extraterrestres invaden la tierra y la película va mostrando planos en los que gente de todo el planeta sigue las evoluciones de la invasión pegados al televisor de su casa, o de un bar, o de la oficina, o de una peluquería. Me he imaginado una secuencia parecida: la CNN abriendo las noticias en horario de máxima audiencia con el caso de un americano que estaba realizando el Camino de Santiago y que continúa aislado en España tras un mes entero sin poder jiñar. Y me he imaginado a personas de varias nacionalidades pegadas al televisor, en Nueva York, en Londres, en Madrid, en Río de Janeiro, en Tokio, en Nairobi, en Sidney y en Jerusalén, aguardando la última hora, haciendo fuerza todos juntos, el mundo olvidando sus diferencias, hermanado en un juego de socatira virtual, tirando al unísono para desalojar a esa criatura de Satanás amotinada en el bajo vientre del americano.

Al rato han aparecido las doctoras de guardia en la ronda matutina. Eran distinta pareja a la de ayer, pero nuevamente una cirujana y una internista. Me han pedido nada más entrar que saliera un momento al pasillo y les he contestado que no tenía ningún problema pero que entendía que hablaban inglés. Las dos han contestado al unísono que no, y que si Zach no habla español que entonces me quedase. La verdad que si no le exigimos a nuestros gobernantes que hablen un inglés decente para que no hagan el ridículo cada vez que salen al exterior a supuestamente defender nuestros intereses, no se lo vamos a exigir a los médicos del Hospital de Lugo, pero creo que en España en general, debería revisarse el tema de la enseñanza de idiomas y cómo es posible que siendo la lengua de Shakespeare obligatoria en colegios e institutos hasta los 18 años, salgamos de ahí, después del dinero invertido por nuestros padres, y cantidad de tiempo por parte nuestra, sin tener ni puta idea de hablar inglés.

Aparte de no hablar inglés, las doctoras en cuestión creo que no se habían leído bien la historia y andaban un poco pez con el caso de Zach. Se han quedado algo sorprendidas al decirles los días que llevaba sin despeñarse el tronco por la catarata, pero me han dicho que no nos preocupásemos, que le iban a aplicar una solución que era mano de santo y que en cosa de media hora estaba el tema resuelto. Como las he visto algo perdidas les he preguntado si se referían a la solución que se aplica para las colonoscopias y me han contestado, nuevamente con cara de sorpresa, que sí y que por qué formulaba la cuestión. "Porque ya le habéis dado dos jarras de litro y medio cada una y aún tiene que ser la primera vez que tiremos de la cisterna" - he respondido, momento en el que del susto casi se caen las dos al suelo. ¡Madre del amor hermoso!  - ha exclamado una de ellas. La otra me ha preguntado si Zach tiene antecedentes de esa enfermedad innombrable en la familia y yo le he dicho que no lo sé y que me daba un poco de reparo preguntárselo. Ella ha dicho que necesitan saberlo, porque puede haber algo no previsto ni deseable obstruyendo el intestino, por lo que le he trasladado la pregunta al americano. Él me ha dicho medio pálido que, de los más directos, no hay antecedentes en la familia con problemas serios en el aparato digestivo. Las doctoras han dicho que le van a encargar otras placas y que van a probar con una nueva dosis de lo mismo pero un poco más fuerte. Para nuestra tranquilidad, nos han dicho que el abdomen sigue blando y que, ante la ausencia de otra sintomatologia, como dolor intenso o vómitos, se puede decir que la situación está bajo control.

Después de la visita de las médicos de guardia, ha quedado más o menos claro que nos esperaba otra larga jornada del vía crucis particular que estamos viviendo en la sala de urgencias del Hospital de Lugo. Ante el panorama, y al haberle recomendado los galenos a Zach que se mueva, hemos decidido tomarnos las cosas con tranquilidad y recorrer los pasillos y después la planta calle. Durante el paseo Zach me ha preguntado si he visto un episodio de South Park en el que uno de los protagonistas bate el récord mundial de la cagada más grande de la historia. Me ha mostrado el video en Youtube, cuyo visionado hemos acompañado con sonoras carcajadas, y me ha dicho que lo de South Park es una broma comparado con lo que tiene él preparado, y que mejor harían en dejarlo ingresado en la azotea del edificio.


Continuando con la caminata nos hemos detenido en la tienda de prensa y regalos para comprar unos sudokus, que Zach nunca ha intentado y que le he recomendado para que se entretenga, y una baraja de póquer para echar unas manos mientras aguardamos a que suceda lo que empieza a parecer un imposible. Tras jugar un rato a las cartas he bajado a la cafetería de visitas para comer un menú y tomar luego un poco de aire en la calle. Para no gustarme los hospitales me estoy comiendo taza y media con el americano.

Después de almorzar he decidido hacer una ronda informativa con mis hermanas las médicos para contarles cómo va la cosa. Las dos han coincidido en el diagnóstico: que si hubiera algo realmente serio que estuviera obstruyendo el intestino, como sugirió la cirujana que nos ha atendido hoy, acompañaría al embotellamiento otra sintomatología que Zach no manifiesta. Que es muy raro, pero que todo parece indicar que estamos ante un caso de estreñimiento del viajero de carácter brutal provocado por una cierta predisposición del paciente, algo de  aprensión a hacer sus necesidades en baños de albergues donde la convención de Ginebra prohibiría sentar a un prisionero de guerra, deshidratación provocada por las largas caminatas bajo el sol y todo ello aderezado con el cambio de dieta: Zach es vegetariano y aquí se ha puesto morao de carne y embutidos.

Una de mis hermanas, la doctora Zen, ha añadido otra variante a la ecuación que, en mi humilde opinión, no debería pasarse por alto: Zach, viéndose ingresado en un hospital en España, donde no entiende a nadie ni tampoco lo que le pasa, lejos de los suyos y de su casa, está tan acojonado que en vez de cagarse por la pata abajo, como se dice vulgarmente cuando el miedo relaja nuestros esfínteres, se estaría cagando hacia adentro, y que contra esto no hay otra medicina que valga que el traslado del americano a su tierra natal y la audición del himno de las barras y estrellas una vez cada ocho horas: "Javi, me apuesto lo que quieras contigo a que este tío no caga hasta que vaya montado en el avión y vea la Estatua de la Libertad desde la ventanilla" - me ha ilustrado ella de manera muy gráfica.



De vuelta al Hospital, en el hall de entrada, había un vendedor de lotería que ofrecía décimos para el sorteo del oro de la Cruz Roja. He pensado que si "mierda" se utiliza en algunos contextos como sinónimo de buena suerte, no podía dejar pasar la oportunidad de tentar al destino comprando un par de boletos, uno para Zach y otro para mí, con la condición de repartirnos el premio si alguno de los dos gana. Con la cantidad de suerte que acumula el americano en su interior, las posibilidades de que nos toque algo, son en mi opinión bastante elevadas. A Zach le ha hecho mucha ilusión recibirlo y se ha puesto una alarma en el móvil para que no se le pase el 18 de Julio, la fecha del sorteo. Después me ha contado que en mi ausencia ha estado haciendo algunos ejercicios de yoga, y me ha enseñado un vídeo que me grabó bailando en la juerga que nos corrimos en The Wall, en León, y que dice que le ha inspirado para comenzar a hacer un tipo de ejercicio específico que cree puede estimular a sus aletargados intestinos. El baile en cuestión no tiene gran misterio, y no es más que el movimiento epiléptico de alguien que lleva ya más tragos de la cuenta y que se mueve convulso al ritmo de la música. Algo parecido al "supermeneo" protagonizado por Gordi en los Goonies.


Zach me ha dicho también, que durante el rato en el que yo he estado comiendo en la cafetería, a él le han bajado nuevamente a la sección de Rayos X para hacerle unas nuevas placas, de las que de momento no tenemos noticias. "Vaya año que llevo" - me ha dicho de repente, "es la segunda vez en menos de medio año, pese a la vida en teoría saludable que llevo, que termino en un hospital". Zach ya me había comentado brevemente en León que tuvo un percance en Enero que le obligó a buscar asistencia médica de urgencia. Un Viernes, al terminar una estresante semana de trabajo, sintió que perdía las fuerzas y que se iba a desplomar en cualquier momento. Consiguió llegar a casa con todas las que pudo y se pegó gran parte del fin de semana en la cama durmiendo. El Domingo se sintió un poco mejor, y el Lunes se fue a trabajar a las oficinas bancarias en las que desempeña labores como informático. Al regresar a la vorágine y al estrés cotidiano, volvió a sentir los mismos síntomas y a notar que le fallaban las fuerzas. En un momento dado, mientras hablaba con un cliente en la India que le tenía hasta el gorro, sintió un dolor en el pecho y que le faltaba el aire para respirar. Se disculpó ante el cliente, diciéndole que no se encontraba bien y que tenía que marcharse al hospital. Éste, lejos de decirle que por supuesto y desearle que no fuera nada, continuó hablando y le pidió que no se fuera hasta que terminaran de resolver el problema que les ocupaba. Zach se dijo así mismo, "qué mierda es ésta", y colgó el teléfono dejándole con la palabra en la boca.

Buscó la ayuda de un compañero de trabajo, porque no se sentía con fuerza ni de conducir hasta el hospital, y una vez allí fue tratado de urgencia al detectar el electrocardiograma que se le practicó un ritmo alterado del corazón. Mientras esperaba a que le realizaran nuevas pruebas, Zach quedó tumbado en una cama cruzada en medio del pasillo, ya que el hospital tenía bastantes pacientes en espera, y conectado a una máquina para controlar su frecuencia cardíaca. Era tal la carga de trabajo que tenía durante aquellas semanas, que aún en aquellas difíciles circunstancias, seguía pegado a la blackberry y respondiendo correos electrónicos desde aquel lecho. Quiero pensar que quizá en parte también para distraerse y olvidar el susto que debía llevar en el cuerpo al verse en esa situación. Fue entonces cuando una llamada entró en su blackberry. Era de nuevo el cliente indio que le volvía a dar el coñazo, esta vez en el móvil del trabajo. La sola visión del nombre de aquel cretino en la pantalla de su móvil alteró a Zach, y la máquina a la que estaba conectado comenzó a emitir un pitido, señal de que su frecuencia cardíaca se estaba volviendo a descontrolar. Sólo entonces comprendió que estaba ahí por culpa del estrés asociado a su trabajo, apagó su móvil e intentó relajarse.

A Zach le diagnosticaron una fibrilación auricular, la arritmia cardíaca más frecuente en la práctica clínica y que pueda estar motivada por muchos y diferentes factores. En el caso que nos ocupa, los análisis y pruebas posteriores demostraron que el americano estaba perfectamente, y que quizá un virus podría haber provocado esta anomalía. Cuando los médicos no tienen explicación para algo suelen echarle la culpa a los virus, el cajón de sastre de la medicina donde acaba todo que no tiene mucha explicación. No se le recetó medicación y simplemente se le recomendó que reposara unos días. Zach tenía su propia teoría, y estaba convencido de que aquel incidente guardaba relación con su tipo de vida y el estrés asociado a un trabajo que no disfruta especialmente. El hecho de que la máquina a la que estaba conectado se volviera loca cuando le llamó el indio pesado, vendría según él a corroborar su tesis. Zach, quería cambiar de vida, pero no encontraba el momento ni tampoco qué hacer que no fuera lo que hacía y para lo que se había formado durante tantos años. Decidió hacer el Camino para tener un tiempo de reflexión, analizar dónde estaba en su vida y hacia dónde quería tirar. Y mira por donde había acabado en el mismo lugar donde no quería volver a terminar, en un hospital, aquejado de un mal que no se sabe muy bien lo que es, pero que empieza a creer que no tiene buena pinta.


He escuchado atentamente el relato del americano y de nuevo me he vuelto a plantear si el destino existe, y si es el caso, por qué ha provocado que Zach y yo nos crucemos en nuestros respectivos caminos. Le he visto tan derrotado contándome su historia, que pese a que no suelo hablar del tema, he creído que contarle una historia parecida que me sucedió a mí, podría servirle de acicate y ayudarle a comprender que lo que le pasa es más común de lo que se piensa, y que en mi opinión personal, basado en mi propia experiencia, su cuerpo le está mandando señales para que cambie de vida, para que busque algo que le haga sentir bien. Que no hay trabajo que justifique que pierda la salud a una edad tan temprana, y que la vida es demasiado efímera para vivirla con miedo. Que tiene que ser valiente y no resignarse a ir como un zombie a la oficina, o medicado llegado el caso para poder trabajar; y que no hay por qué aceptar necesariamente las cosas por un equivocado sentido del deber o "porque esto es lo que hay".

Hace un par de años, yo también pasé por un período de cierto estrés. Había fichado por uno de los mejores bancos del mundo para ser responsable de un departamento, pese a mi juventud, y la presión estaba ahí. Por los resultados obviamente, que se esperan de una persona que ocupa cierta posición en una institución de este nivel, y también por la presión que se autoimpone uno, que no quiere defraudar a quienes confiaron en él, que tiene un prestigio profesional que defender, y también un amor propio, a veces excesivo. Por qué no admitir que muchas veces algunos de nuestros problemas vienen motivados por la falta de humildad. El caso es que tras varios días con jornadas de hasta quince horas en la oficina a cuenta del cierre de un par de operaciones que coincidieron en el tiempo, mi vista se comenzó a nublar y empecé a ver doble. Inicialmente lo atribuí al número de horas que llevaba enfrente del ordenador y cerré los ojos durante algunos segundos. Al abrirlos de nuevo, la visión doble seguía ahí y, pese a intentar concentrarme en la pantalla, no lograba leer lo que ahí se mostraba. Decidí levantarme e ir al baño para refrescarme con agua fría, con idénticos y negativos resultados. Aquello no era Lourdes ni el agua de los baños bendita.

Me comencé a inquietar por momentos y decidí bajar a la calle a que me diera el aire y a pasear un rato. Lo hice durante unos diez minutos en los que la situación no mejoró. En ciertos tipos de trabajo, como el que yo realizaba, uno escucha de vez en cuando de gente a la que le da algún pasmo, a edades tempranas, y que en estos casos, la celeridad con la que se actúa puede ser vital. Como ya he hecho referencia en otras ocasiones, me crié entre profesionales de la sanidad y quizá el exceso de información haga que en ocasiones le dé más importancia a temas relacionados con la salud que a lo mejor otras personas no le darían. Yo comencé a valorar la posibilidad de que la visión doble estuviera relacionada con algo serio y que tocaba ir corriendo a un hospital. No quería preocupar ni a mis padres ni a mis hermanas, por lo que decidí llamar a Joserra, el hermano de mi amigo Alberto. Ya le he mencionado a Zach que este amigo es uno de los motivos por los que estoy aquí, haciendo el Camino de Santiago, y le he aclarado que hace unos años perdí a Alberto, pero gané a su hermano Joserra, a quien hasta entonces conocía someramente, pero a quien aquella tragedia me unió de la misma manera que estaba unido a su hermano. Joserra sacó uno de los mejores números en el MIR de su año, y es internista en la Paz, uno de los mejores hospitales del país. Y estoy convencido de que en unos años, será reconocido como uno de los mejores de su especialidad en España, por su dedicación y la pasión con la que se entrega a la medicina. Le comenté a Joserra lo que me pasaba y él me dijo que, aunque esperaba que no fuera nada, lo prudente era que me fuera inmediatamente al hospital. Que estaba ocupado y no me podía estar esperando él en Urgencias pero que llamaría a la médico de guardia para que me atendiera lo más rápido posible.

Llegué a la entrada de Urgencias un cuarto de hora después, y me registré en admisiones diciendo lo que me pasaba. A los diez minutos me llamaron de una sala, en la que estaban un par de enfermeros que me preguntaron qué síntomas tenía y que me tomaron la tensión a continuación. Al ver la cifra que marcaba el aparato se levantaron de un bote y me dijeron que por favor les siguiera. Uno de ellos le dijo al otro si me buscaban una silla de ruedas para trasladarme y el otro dijo que no, que fuéramos rápido. Empecé a pensar que aquello no era real, que no me podía estar pasando a mí. Que sólo tenía 34 años para estar escuchando cosas que uno no espera escuchar nunca. Me llevaron a una sala donde ya me esperaban un par de médicos de guardia, rodeados de varias enfermeras. Me hicieron quitarme la camisa y me conectaron a un electrocardiograma. Me pusieron una pastilla debajo de la lengua y comenzaron a explorarme y a hacerme preguntas para ver si estaba orientado y respondía con lógica a las preguntas. Yo estaba relativamente tranquilo, porque estaba convencido de que este despliegue era excesivo para lo que yo creía que me pasaba. Que simplemente estaba estresado y que los hospitales me ponen enfermo y hacen que se me dispare la tensión. "Síndrome de la bata blanca" creo que le llaman. Después me pidieron que tocara varios puntos de mi cuerpo con diferentes dedos en cada ocasión para ver si tenía coordinación. Enfrente mío había una chica vestida con un pijama verde que no decía ni mu. Era joven y muy guapa, y me miraba con cara asustada, le temblaban ligeramente los labios y parecía que iba a romper a llorar en cualquier momento. Creo que era una estudiante en su primer día de prácticas. Pobrecilla, se estaba tragando el paraguas. Yo le sonreí para intentar tranquilizarla, convencido como estaba de que no iba a palmar en circunstancias tan lamentables, por culpa del estrés provocado por un par de préstamos y todos los plastas que me llamaban sin descanso para decirme que lo suyo urgía, que lo suyo era lo más importante del mundo y que no podía esperar. Un poco como Zach y su cliente indio de los cojones.

El diagnóstico fue una crisis hipertensiva asociada a estrés. Las pruebas que me realizaron en las semanas posteriores demostraron que todo estaba bien. Los análisis reflejaron niveles normales de colesterol y azúcar. La tensión en reposo estaba perfecta, pero en horario de oficina me subía algo, aunque la media de todo el día estaba en tramos absolutamente normales para mi edad. Hablé con el médico que llevó mi historia y me dijo que no había nada por lo que alarmarse, pero que el tipo de trabajo que realizaba me provocaba aumentos de la tensión arterial, y que eso, no ahora, pero dentro de diez años, si seguía con las misma tónica, podía situarme entre la población de riesgo a sufrir hipertensión y a precisar medicación de manera continuada. Yo estaba convencido que más que el trabajo en sí, el problema estaba en mi interior. Mi trabajo tenía picos de estrés, cierto, pero también me podía haber subido la tensión trabajando de cajero en un supermercado, en un bar donde no te dejan respirar ni un segundo o en una mina. Y además en esos trabajos se cobra mucho menos de lo que ganaba yo, así que no seré yo quien le eche la culpa de mis males al tipo de trabajo. Me parecería una falta de respeto para con mucha otra gente que no tiene posibilidad de elegir o que tienen que seguir adelante con lo que tienen y además dar las gracias. No, mi problema era otro, y lo llevaba un tiempo rumiando en mi interior. Mi problema era analizar seriamente si aquello que llevaba haciendo ya unos años, por muchas satisfacciones que me reportase, era lo que quería hacer toda la vida. Si quería retirarme con 65 años, tras trabajar doce horas de Lunes a Viernes, mirando atrás y no habiéndole dado salida a otras inquietudes que tenía en mi interior. Y como la respuesta que me daba en el 100% de los casos era que no, desde aquella cama, postrado en las urgencias del hospital conectado a una máquina, me dije: "joder Javi, qué coño haces aquí". Y supe desde aquel instante que tocaba diseñar un plan B. Que no había excusas, que tocaba ser valiente y romper con esa dinámica. Asumir riesgos, como hace diez años, cuando me fui con una mano delante y otra detrás a Estocolmo, después a Belfast y tras Belfast a Londres. Y en aquel momento me dije que la primera etapa de ese plan B sería recorrer el Camino de Santiago, algo que me había prometido desde hacía tiempo.

Zach ha escuchado con la misma atención mi historia, que según me ha confesado, ha encontrado muy inspiradora, y me ha dado las gracias por compartirla con él. Me ha admitido igualmente, que ése es precisamente el mismo problema que cree tener él, pero que todavía no ha reunido el valor suficiente para lanzarse al vacío, romper con una vida que no deja de ser cómoda, e intentar otras cosas. Creo que Zach entiende ahora por qué pienso que tenemos tantas cosas en común y por qué he conectado con él tan rápido. De alguna manera me veo reflejado en él y siento la necesidad de transmitirle que la pérdida repentina del amigo del que le he hablado estos días, si algo me enseñó, es que aquí estamos de paso. Que sólo nos pertenece el hoy y que mañana es un regalo que recibimos cada día. Y que teniendo el privilegio como tenemos, de poder decidir sobre nuestras vidas, no podemos permitirnos el malgastarlas haciendo algo que no nos termina de llenar o que nos hace infelices. Y que las manifestaciones de estrés, no son en mi opinión, más que señales que dejan traslucir insatisfacción interior, conflictos que te toca resolver, señales para que cambies ciertas cosas en tu vida que te envía tu organismo, que es más sabio que tú, porque acumula información genética de generaciones, y sabe lo que te conviene.




Se hacía tarde y le he dicho a Zach que iba a buscar a la doctora de guardia para ver si teníamos alguna novedad. Ella me ha dicho que las últimas placas han mejorado y que comienza a percibirse algo de actividad gaseosa y movimiento en el intestino, por lo que espera que el volcán comience a entrar en erupción durante las próximas horas. Pese a ello, el americano no podrá irse hasta que empiece a expulsar algo de magma. He comentado la situación con Zach y le he dicho que mañana tendremos que tomar una decisión, y si no se produce el "Big Bang", tendrá que valorar firmar el alta voluntaria, volver a Estados Unidos bajo su responsabilidad y que allí le hagan un chequeo de arriba a abajo. Por razones obvias, no he querido comentar con él, que seguramente en Lugo no quieran hacerle ese chequeo completo por miedo a encontrarse con lo que no quieran. Él me ha contestado con gesto serio, que pase lo que pase, su intención es dejar el hospital mañana y que va a empezar a mirar vuelos para ver si es posible adelantar un día su regreso.

He bajado nuevamente a Lugo y me he alojado en el mismo hotel donde el dueño lo flipa cada día que me ve regresar con mi mochila de peregrino, lo cuál significa que se ha pospuesto nuevamente el día D del desembarco en Normandía. Tras la acostumbrada ducha de agua caliente para relajarme un poco, he salido a cenar, y en la zona de tapas me he encontrado con la atractiva internista que nos atendió el segunda día. Estaba picando algo con su novio y me ha querido invitar a un pintxo y una caña, que he aceptado gustoso. Ella me ha preguntado con sorpresa, ya que hoy ha librado, si seguimos por el hospital, y yo le he dicho que sí. Me ha comentado que es todo muy extraño y que nunca se habían encontrado con un caso parecido, y que la pena es que el americano se va a ir y el problema lo van a solucionar en otro sitio, porque la historia es para publicarla en una revista médica. Tras un rato con ellos, me he despedido cortésmente, porque si bien el novio de la doctora ha estado majísimo en todo momento, me ha dado la impresión de que tampoco quería compartir la velada del inicio del esperado fin de semana, además de con su novia, con un aguantavelas que está ahí porque un amigo suyo americano lleva un mes sin ir al baño. Algo por otra parte, perfectamente comprensible.

Al llegar al hotel le he mandado un mensaje a Zach para decirle que tenía dos noticias que darle una buena y otra mala. La buena es que me había encontrado de tapas a la doctora que nos atendió ayer y que habíamos estado un rato juntos. La mala que también estaba su novio. Zach me ha hecho sonreír, con su respuesta tan americana, en la que me venía a decir, que vaya mierda, y que se estaba viniendo arriba pensando en que había triunfado hasta que he mencionado al novio: "shit man, I was getting really excited until you through that part in about her boyfriend! Oh well..."