jueves, 9 de mayo de 2013

11ª etapa: Los Arcos - Logroño (29 kilómetros)


Cuando esta mañana he bajado a desayunar al bar del Hostal, Yun todavía no se había levantado. Ha aparecido al rato, con los ojos en encarnizada pelea con una legión de legañas. Le he preguntado que qué tal se encontraba y me ha dicho que mejor que ayer, pero que todavía está cansado y con algo de dolor en el pie. Que va a tomar un autobús hasta Viana para hacer la etapa hasta Logroño más corta y que ahí se va a encontrar con una amiga de su madre que también está haciendo el Camino de Santiago. Le he deseado suerte y me he despedido de él con un abrazo.

Tras desayunar me he entretenido hablando con Esteban, un tipo muy simpático que regenta el hostal. Me ha estado hablando de los famosos que han pasado por su establecimiento, de entre los que ha destacado a Clemente: "oye, igual que lo ves por la tele, tú; directo pero mu majo" - lo ha definido Esteban. La verdad que a mi Clemente, en contraposición a los entrenadores de corte pseudofilosófico que siempre dicen lo que la gente espera escuchar de ellos, también me cae muy simpático.




Después hemos estado comentando algunas anécdotas de mi viaje y otras vicisitudes de mi deambular hasta Los Arcos. Ayer hubo un ciclista que me tocó un poco las pelotas, al gritarme para que me apartara y no dándome al pasar ni las gracias, y Esteban me ha defendido que el Camino es para los que van a pie con su mochila, y que para las competiciones y pajas mentales que se montan algunos hay circuitos mejor indicados. Me ha contado que hay ciclistas y ciclistas, y que él respeta por encima de todo a un par de amigos navarros que se apostaron que llegaban a Santiago en el día. Uno de ellos se bajó fundido de la bici en León y el otro se quedó a 50 kilómetros de Santiago, no porque no se viera con fuerzas suficientes para llegar, sino porque había mucho tráfico en la carretera y temía que, tras una noche sin dormir, el sueño le provocara algún despiste de fatales consecuencias. Desde luego que ciclistas como los amigos de Esteban me pueden gritar lo que quieran a su paso, me quito el cráneo ante ellos, que me han recordado, sin quererlo, a Koldo, un concursante navarro que pasó hace unos años por el programa de la televisión vasca: "El Conquistador del fin del mundo", y que tras 20 años sin tocar la bicicleta se apostó con unos amigos que subía el Tourmalet de una sentada...



A la salida de Los Arcos se ha empezado a nublar el cielo y después de cinco kilómetros he tenido que parar por culpa de unos calambres en la zona cervical. Me está costando un poco acostumbrarme al peso de la mochila. Cargo con el ordenador portátil, cámara de vídeo y cables para todo ello, pues mi idea es ir escribiendo mientras viajo, y eso supone unos tres kilos más de los que debería llevar encima, los cuáles me están matando. Tras reposar durante 15 minutos, he reanudado la marcha en el momento en que comenzaba a llover. A un kilómetro estaba Sansol, pueblo en el que me he detenido para guarecerme de la lluvia y darle otro descanso a mi maltrecha espalda.

En el Bar del pueblo me ha atendido el "Moro", un camarero muy salado al que le faltan algunas piezas dentales por motivos que se me escapan. No sé si el hecho de que estuviera bebiendo cerveza a las 11 de la mañana pueda tener algo que ver. El "Moro" me ha estado contando que hizo la mili en Barcelona y que se lo pasó como un enano. Guarda muy buenos recuerdos del Brigada Rivas, y me dice que las guardias con él eran un desmadre. "En cuanto entraba por la puerta del cuartel llamaba a la cantina y decía "Malos-pelos", sube dos cajas de cerveza a la garita". "Malos-pelos", como me ha aclarado él, era un recluta que tenía una alopecia galopante y al que el Brigada Rivas no tardó en bautizar durante el período de instrucción.

El "Moro" pasó la mayor parte del servicio militar en la garita de la Comandancia de la Ciudad Condal, controlando los accesos y salidas. Me ha contado que una vez, un agente de los Grupos anti-terroristas de la Guardia Civil, pretendió entrar sin identificarse y él le dijo que de eso nada. El guardia se debió poner un poco tonto y hubo que llamar al Brigada Rivas, quien le aseguró que ya podía ser el Rey que ahí no entraba sin demostrar quien era. Finalmente el agente, a regañadientes, dio su documentación y después Rivas felicitó al "Moro" por su diligencia, imagino, aunque no lo he preguntado, que brindando con una nueva cerveza. "Con seis apellidos vascos de ocho, como para que se me colara un etarra en la Comandancia. Imagínate, me corta la pelotas el Brigada Rivas" - me ha dicho el "Moro" con rictus serio.



Le he dicho al "Moro" que soy aragonés, y él me contestado que los maños le caemos muy bien, y ha destacado por encima de todos a Labordeta, recordando cómo mandó a la mierda en el Congreso a unos diputados del Partido Popular que no le dejaban hablar. "Ese señor sí que tenía los cojones en su sitio" - ha apuntillado él. La lluvia arreciaba fuera, pero yo tenía que proseguir mi marcha. El "Moro" me ha dicho que lo que ha caído este año no es normal: "Aquí ya como en Santander, déjala correr" - me ilustra para darme a entender que aquí no llovía tanto desde hacía años. He sacado el impermeable para la mochila y él me ha sugerido que sí, que mejor cubra la bolsa porque todo lo que toca el agua lo estropea: "Por eso yo sólo bebo cerveza" - remata el "Moro" antes de prorrumpir en una sonora carcajada, dejando al descubierto su huérfana dentadura.



He dejado atrás Sansol y al "Moro" y al poco he llegado a Torres del Río, el pueblo vecino. He atravesado sus calles como una exhalación y me he adentrado campo a través por una senda de barrancos, con constantes subidas y bajadas, que me han conducido finalmente a Viana. Han sido 12 kilómetros bastante duros por lo accidentado del terreno, la incesante lluvia que ha convertido los caminos en un barrizal y mi espalda que me lleva a mal traer. En Viana me he detenido a comer algo y me ha tocado hacer las veces de traductor con un par de surcoreanos, intrigados por conocer la procedencia de parte de lo que se exponía en la barra. Les he dicho que aquello que me señalaban con el dedo era oreja de cerdo, algo que les ha hecho mucha gracia.

Al poco de abandonar Viana me he encontrado con Eva, la californiana a la que dejé ayer cojeando. Su cojera no ha remitido hoy, y nuevamente me ha vuelto a decir que su padre, con la excusa de encontrar acomodo en el albergue municipal, se ha adelantado. Era ya media tarde y llovía persistentemente, motivo por el que no había mucha gente caminando. Quedaban ocho kilómetros para Logroño y los he decidido recorrer con la simpática Eva, quien, pese a insistirme que no aminorara la marcha por ella, ha agradecido que me quedara.

Le he preguntando a Eva que por qué había venido al Camino si no parecía muy entusiasmada realizándolo y ella me ha contestado que la idea fue de su padre, que tiene ocurrencias muy raras, y que ella en realidad está aquí para ver si se pone en forma y puede lucir el bikini en las playas californianas este verano. La respuesta me ha parecido propia de alguien que sólo tiene serrín en la cabeza y, considerando la extensión del Estado de California y la cantidad de kilómetros que hay ahí para recorrer, he pensado que esa no era la razón de fondo. He seguido conversando con ella para finalmente averiguar que sus padres no viven juntos, que ella siente adoración por su padre, al que casi no ve y al que me da la impresión no conoce mucho. Me ha dicho también que pensó que era una buena oportunidad de pasar un mes entero con él y recuperar parte del tiempo perdido, y que si algún día falta su padre, no se perdonaría el haberle dicho que no cuando le propuso realizar el Camino de Santiago juntos. Voy teniendo la sensación, tras hablar con muchos peregrinos, de que todo el mundo tiene un motivo para estar aquí, y que uno no se propone caminar más de 800 kilómetros, como cuentan algunos, por el simple hecho de ponerse en forma o porque les gusta caminar.



Al ritmo de Eva nos ha costado unas dos horas más llegar a Logroño. Unos kilómetros antes, hemos cruzado la señal que marca el ingreso en la provincia de La Rioja, tercera región en la que entro a pata en este peregrinar. A la entrada de la ciudad nos estaba esperando Dave, su padre, quien me ha dado las gracias por acompañar a su hija. A mi lo que me han dado ganas es de contestarle que eso le correspondía a él y que no entendía cómo podía dejarla tirada, más si cabe con la cojera que luce, pero la verdad que me ha caído demasiado bien como para reprocharle nada. A Dave le falta el sombrero de cowboy. El resto, los andares, la forma de hablar y el pelo recogido en una coleta, ya lo tiene. Hemos estado hablando un rato, en el que Dave se ha interesado por lo que hacía y de dónde era, mientras esta vez, los dos al alimón y sin querer, dejábamos rezagada a su hija. Me he despedido de ellos, que se quedaban en un albergue al lado del río, y me he dirigido a una pensión en el centro de la ciudad.



La pensión está muy bien y la atiende una brasileña muy simpática. Las habitaciones son muy limpias y confortables. Tienen espejos por todas partes y una pantalla plana de televisión en la que se podrían proyectar películas en un cine de verano. Y en el baño hay hidromasaje. Me he preguntado si antes de cómo pensión, esta casa se usaría para otros menesteres. Y si ése es el caso, si la pegatina que adorna la puerta de entrada ya estaría entonces: "Sonríe que Jesús te ama!"...








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