domingo, 19 de mayo de 2013

21ª etapa: Carrión de los Condes - Sahagún (40 kilómetros)


Esta mañana he madrugado para afrontar con tiempo los cuarenta kilómetros que tengo por delante hasta adentrarme en la provincia de León, última antes de alcanzar Galicia. Cuando digo madrugar me refiero a que estaba en ruta a las ocho y media de la mañana. Que nadie se lleve las manos a la cabeza. Los primeros dieciocho kilómetros no han sido aptos para agarofóbicos. Una recta infinita, prácticamente sin árboles, a través de la meseta castellana. Un mago hubiera estado en su salsa: "nada por aquí, nada por allá". Bueno, nada, nada, tampoco. De vez en cuando la desnudez del paisaje me ha regalado escenas dantescas como la de ese francés en la cuneta poniendo un huevo con absoluta naturalidad. No habría caminado ni cinco kilómetros cuando he pensado que la interminable meseta me estaba brindando la primera ración de alucinaciones al sorprenderme caminando junto a Michael Jackson. Tras unos segundos de incertidumbre, he respirado un poco más tranquilo cuando por delante de aquel bulto con sombrero blanco, gafas de sol y una mascarilla cubriéndole medio rostro, he reparado en la presencia del coreano que unas etapas atrás me preguntó si la boina que llevaba era vasca. Michael Jackon, no era otra que su mujer...


Todas las etapas dan para pensar, pero este comienzo mucho más: un discurrir monótono por campos sin fin que ponen a prueba tu paciencia y rachas de viento que campan a sus anchas golpeándote el rostro sin compasión. Hoy no ha sido el primer día que me ha dado por pensar en mis comienzos profesionales. Estoy en un momento de cambio y repasar aquellos primeros pasos me sirve para sopesar hacia dónde quiero dirigir los siguientes. Hacer balance de lo que he conseguido durante estos últimos diez años, desde el punto de vista personal y profesional, me da fuerzas para seguir peleando otros diez años más. Cada uno se motiva como puede. Repasar mis inicios profesionales es acordarme de mis primeros años en Londres y acordarme de Gavin, mi jefe escocés en BBVA. Salvo contadas excepciones, he tenido mucha suerte con mis jefes. Pero es que una cosa es tener suerte y otra es encontrarte con una persona como Gavin. Él me enseñó con la paciencia de un maestro y generó la confianza en mi mismo que necesitaba, dio la cara por mi como un buen amigo y supo corregirme como un padre. Y si eso no fuera suficiente, trabajar con él era un absoluto descojono. ¿Quién no se batiría el cobre por un jefe así?...




Recuerdo que al principio, en mis primeros meses de trabajo en BBVA, me llamaban mucho la atención una especie de placas conmemorativas que todos los banqueros corporativos y de inversión tenían encima de sus mesas. Eran trozos de vidrio serigrafiados, que los ingleses llaman "tombstones", y en los que se daba cuenta de una gran financiación, señalando qué bancos habían participado y cuál había sido su participación. Algo así como las condecoraciones en la guerrera de un militar, que la mayoría de mis compañeros y jefes lucían orgullosos. En la mesa de Gavin no había ninguno y un día le pregunté que para qué servía un "tombstone" y por qué no había ninguno sobre su escritorio. No podía creer que alguien tan capaz no hubiera sido condecorado en aquella "guerra". Él me miró fijamente y, como si me fuera a desvelar la receta de la Coca-Cola, me preguntó: "¿quieres saber para qué sirve un "tombstone"?. Yo le contesté que sí y entonces él abrió el último cajón de su mesa, extrajo uno de una caja circular, se incorporó, se desplazó al pasillo que formaban las mesas en nuestra planta, tomó carrerilla y, como si en una bolera se encontrara, lanzó el "tombstone" rodando con todas sus fuerzas en dirección a la zona donde estaban esos armarios archivadores de estructura metálica que hay en cualquier oficina al uso. No serían mucho más de las diez de la mañana porque la oficina estaba bastante tranquila, como solía pasar a primera hora. Y desde luego si alguno no estaba despierto, el estruendo que provocó aquel "tombstone" al chocar violentamente contra el armario, le terminó de despertar. Mientras la gente se reponía del susto, Gavin se acercó a recoger el artefacto y al regresar a donde estaba yo parado me dijo con una sonrisa: "para esto sirve un "tombstone"; ¿quieres saber algo más?...

No sé por qué Gavin ha venido a mi mente hoy. Seguramente porque fue una de las primeras personas a las que confié que tenía un plan B en la cabeza y que quería hacer, al menos durante una temporada, cosas distintas a las que había hecho durante los últimos diez años. Me conoce bien, y además es uno de esos tipos que dice siempre lo que piensa aunque no sea necesariamente lo que tú esperas oír, por lo que quería escuchar su opinión y que me confirmara si me había vuelto loco de atar. Él me contestó que no consideraba que estuviera más loco de lo que siempre había creído que estaba y me animó a que siguiera mi instinto si aquello era lo que me dictaba hacer. Que no perdía nada por intentarlo y que en esta vida nos arrepentimos mayormente de las decisiones que no tomamos. Qué bueno que se crucen en nuestro camino jefes como Gavin, y qué pena que en no pocas ocasiones y en no pocas compañías, llegue a los puestos directivos no necesariamente el más válido ni el líder por el que cualquiera se partiría la cara, sino el que más se ajusta a la "política de la empresa", el mejor relacionado o el más vivo. El más dócil en una palabra. 



Nunca pensé que podría tener tantas ganas de llegar a un sitio llamado Calzadilla de la Cueza, pero doy fe de que así ha sido. He buscado el primer bar abierto en el pueblo y me he sentado a comer algo y quitarme las zapatillas, pues tenía los pies destrozados. No me he entretenido mucho, porque aún me faltaban 23 kilómetros hasta la localidad de Sahagún. Si el tramo anterior ha sido duro, por la monotonía del trayecto y la imposibilidad de pararse en ningún lado, éste lo ha sido porque muchos kilómetros discurren en paralelo a la autovía. No ha sido el caso en el trayecto comprendido entre Terradillos de los Templarios y Moratinos, donde unos negros nubarrones me han hecho sentir nuevas pedradas de granizo antes de que me cayeran encima.


Antes de llegar a Moratinos he dado a alcance a la irlandesa Alyson y la americana Hilly. Nos hemos reído mucho al recordar nuestro encuentro de ayer en la farmacia de Carrión y cómo, en su intento por ayudar a mostrar cómo aplicar la pomada para las rozaduras, el farmacéutico parecía un exhibicionista frotándose el paquete delante de ellas. Alyson y Hilly son muy simpáticas y espontáneas, y me han hecho pasar un buen rato. En Moratinos me he parado a comer algo y ellas han continuado pues quieren llegar a Sahagún antes de que se haga demasiado tarde. El concepto de "hacerse tarde" varía obviamente entre la mentalidad anglosajona y la mediterránea. En el bar de uno de los albergues de Moratinos me ha atendido un camarero que parecía que lo habían sacado de la Hora Chanante. Le he pedido un gazpacho, pensando que ya lo tendría preparado y que sería algo rápido, y me ha tenido veinte minutos esperando a que lo hiciera. Entre medias yo no paraba de oírle estornudar desde la cocina, cosa que aún me estaba poniendo más inquieto, porque no sabía qué era peor, que se estuviera poniendo la mano en la boca o que no. Finalmente el gazpacho ha aparecido y tengo que admitir que estaba bastante bueno. Desconozco si le ha añadido algún ingrediente especial y la verdad que no tengo mucho interés en averiguarlo. A la salida del bar me he encontrado de nuevo con el abuelo alemán, con Santa Claus, quien se ha alegrado de verme con la mochila a cuestas.


Los diez kilómetros restantes se han hecho interminables. Porque discurren de nuevo en paralelo a la autovía, porque ha comenzado a granizar, porque después ha continuado la lluvia hasta que el final de la etapa, y también por el cansancio acumulado. Durante el trayecto he vuelto a coincidir con Alyson y Hilly y hemos caminado juntos hasta Sahagún. A la entrada del pueblo nos hemos separado ya que íbamos a diferente albergue. Tras dejar mis cosas y darme una ducha caliente, he salido a cenar por el pueblo y a ser testigo de la derrota en casa del Real Zaragoza contra el Athletic de Bilbao, derrota que nos complica mucho la permanencia. No la mejor manera de terminar el día, vaya, pero bueno, dicen que la esperanza es lo último que se pierde...




















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