lunes, 27 de mayo de 2013

29ª etapa: Cacabelos - O Cebreiro (37 kilómetros)

Ayer por la noche, tras la cena, cayeron otras dos botellas de vino del Bierzo y algunos chupitos de licor de hierbas que quise que los foráneos degustaran. Günther estuvo sembrado, bromista como siempre, y regalando esas carcajadas a lo Conan el Bárbaro que alegrarían a un cortejo fúnebre. En un momento de la velada hice un aparte con él y le pregunté si estaba aprovechando la separación temporal de su esposa para desmelenarse o si el show iba a continuar cuando se juntara con ella en Melide. Él me dijo que ya tendría tiempo de corroborarlo, porque tanto su mujer como él nos invitarían a todos a champán en el Parador cuando llegásemos a Santiago, pero me anticipó para mi tranquilidad, que sí, que cuando está su esposa delante es así siempre o incluso peor.

Viene a colación la ingesta detallada de alcohol para dejar claro que nadie madrugó en exceso. La etapa de hoy promete ser, además de larga, dura. Más dura para unos que para otros, dependiendo de la ruta elegida. Y es que las alternativas que el Camino ofrece, tras Villafranca del Bierzo, son tres. La tradicional, que es llana y relativamente sencilla, hasta los 10 últimos kilómetros de subida a Galicia, y después dos tramos alternativos, uno de ellos conocido como "Camino duro", que ha ido ganando popularidad en los últimos años pero que poco o nada tiene que ver con el trazado histórico. Günther, que se ve con fuerzas, ha optado por el Camino duro y no ha tardado en abandonar Cacabelos. Me hace mucha gracia como pronuncia el austríaco la palabra duro. Lo dice como en dos tiempos, convirtiendo la "r" en "g" y alargando la "o" final: "du-goooo". Yo he bajado tranquilamente a desayunar y ahí me he encontrado con Ruta y con Szilvia, que estaban terminando de hacer lo propio.

Al rato ha aparecido por ahí el americano Zach y enseguida he buscado su mirada de complicidad para que me confirmase si se había obrado el milagro. Él ha torcido el morro para hacerme entender que ni siquiera el enema ha sido suficiente para solucionar el problema. Un poco después, cuando nos hemos quedado solos, me ha confirmado los peores augurios y me ha dicho que se va a quedar tranquilo en Cacabelos un rato más, porque, pese a lo limitado de su castellano, cree entender lo que significa el nombre del pueblo y está convencido de que de un lugar con un nombre tan inspirador, no se puede ir sin hacer los deberes. La verdad que al americano no se le puede negar que se toma las cosas con sentido del humor. Lo he dejado en la frutería comprando ciruelas y un par de kiwis, y antes de salir le he dicho que mantendré el móvil encendido, incluso por las noches, y que no dude en llamarme si la situación empeora o si experimenta alguno de los síntomas a los que mi hermana dijo ayer que había que prestar especial atención y, llegado el caso, acudir cagando leches, nunca mejor dicho, a un hospital en busca de asistencia médica: vómitos, dolor abdominal o rigidez en esa misma región del cuerpo.


Antes de dejar atrás Cacabelos, me he encontrado con Michael, el joven de Boston, y juntos hemos recorrido el trayecto entre viñedos de ocho kilómetros que nos separaba hasta Villafranca del Bierzo. Michael me ha estado contando que fue aceptado en una de las mejores universidades americanas hace un par de años, pero que ha decidido dejarlo e irse de Washington, que es donde está radicada la Universidad. Que está harto del ambiente de competitividad insana que tiene a su alrededor, y que en su facultad, por buena que sea, no se puede discrepar y que lo que se lleva es el pensamiento único y comerse con patatas lo que te quiera contar un profesor. Él quiere otra cosa en su vida. La verdad que pese a su juventud, Michael parece tener las cosas bastante claras, y no he podido hacer más que, por propia experiencia, animarle a seguir los dictados de su interior y no los que le dicten los demás. 

En Villafranca del Bierzo, a la altura de la Iglesia de Santiago, nos hemos encontrado con Ruta y Szilvia. Después hemos descendido hacia el casco histórico para tomar el primer tentempié de la jornada. En el bar donde hemos parado, había un hombre de unos cuarenta y pico años ayudándose para caminar de un niño de unos diez. Creo que otras personas con las que me he encontrado en el Camino me han hablado de esta pareja. Si son los mismos, que por las cicatrices del padre en el cuero cabelludo creo que sí, se trataría de un australiano que padece un tumor cerebral incurable, según los médicos, y su hijo. Desconozco si viajan movidos por la fe en que el Apóstol le sane o simplemente porque no quiere irse de este mundo sin hacer este viaje con su primogénito. La verdad que aquí se ven unas cosas ante las que cuesta mostrarse indiferente. Es imposible no relativizar los problemas de uno, sobre todo los que tienen solución, cuando a tu lado caminan personas como el australiano. Por no hablar del papelón del chaval, recorriendo esta senda durante los que seguramente, y ojalá me equivoque, serán los últimos días de su padre en este mundo.


Tras el breve piscolabis, me he despedido de Michael, que quería probarse también en el "Camino duro", y he recorrido brevemente las calles de este precioso municipio berciano en el que ya se empiezan a escuchar algunas voces en gallego. Después, he reemprendido la marcha de nuevo. La verdad que hoy estoy caminando de muy buen humor. Si las cosas no se tuercen y los pies me respetan, hoy llegaré por fin a Galicia. Parece que fue ayer cuando partí desde aquel edificio de apartamentos de la estación de Canfranc, en cuya construcción participé hace doce años, y ya ha pasado un mes. Un mes en el que me han pasado infinidad de cosas. Un mes que me parecía un mundo cuando inicié esta peregrinación y ahora tengo la sensación de que se me va a hacer corto. De que cuando llegue a Santiago, no voy a querer que todo esto termine...



Durante casi los quince kilómetros siguientes he alternado tramos en los que caminaba sólo, y otros en los que lo hacía con Ruta o con Szilvia, en animada conversación. En la Portela de Valcarce, Ruta ha querido detenerse para preguntar si había alojamiento en el albergue. El dolor en el empeine de su pie la está matando y ha decidido dar la etapa de hoy por concluida. Lamentablemente le han dicho que no hay plazas y que tendrá que probar suerte en el siguiente pueblo, que está más o menos a un kilómetro. Ruta ha dicho que un kilómetro se lo puede permitir, pero que así y todo se queda en el pueblo a descansar. Szilvia se ha quedado con ella y yo he decidido seguir, ya que había recibido un mensaje de Günther, en el que el austríaco, que es más majo que las pesetas, me decía que quería entrar en Galicia con su primer "Camino friend" y que me esperaba en Vega de Valcarce, a tres kilómetros de distancia de donde nos encontrábamos en ese momento. Al llegar a Ambasmestas, un precioso pueblito situado en un valle en el que confluyen los ríos Valcarce y Balboa, le he mandado un mensaje a Ruta para decirle que hiciera el esfuerzo y pasara la noche en este remanso de paz.



En Vega me esperaba Günther, quien me ha dado un abrazo de los que acostumbra él y que te dejan las vértebras tiritando. He llegado un poco justo y con un leve tirón en el gemelo, y le he pedido que ante la subida que teníamos por delante, me dejara descansar un rato, algo a lo que el austríaco no ha puesto ninguna objeción, pese a que corríamos el riesgo de que se nos echase la tarde encima. Al poco de llegar a Vega ha aparecido la húngara Szilvia, quien también ha manifestado su deseo de animarse a subir a O'Cebreiro con nosotros. La ascensión ha sido espectacular. Dura, pero más por el trazado en sí, por los kilómetros que llevábamos ya en el día de hoy. Pero la recompensa ha merecido la pena. Las vistas son espectaculares, y la tranquilidad que hemos experimentado en el trayecto, hacía tiempo que no la sentía. Hemos acertado, sin duda, subiendo a última hora de la tarde, sin nadie más en el camino y cuando el sol ya descendía para ocultarse entre los montes que nos rodeaban. El componente emocional de ascender sabiendo que nos íbamos a adentrar en la tierra donde reposan los restos del Apóstol, estaba muy presente, y ha sido un momento muy especial, de los que a buen seguro guardaré como oro en paño. 


Aparte de especial, la subida ha sido muy divertida. Günther y un servidor tenemos una gran sintonía y nos hemos pasado todo el trayecto haciendo bromas. Yo ya había experimentado, que cuando nos elevamos un poco sobre el terreno, él siente la obligación de hacer notar que es austríaco y que la montaña es su medio natural. En la subida a O'Cebreiro no podía dejar pasar la oportunidad de volver a reivindicarse como el Hombre de las Nieves, y en un momento dado se ha detenido a otear muy fijamente el horizonte, para a continuación decirnos que nos diéramos prisa porque esas nubes que se veían a la izquierda venían en nuestra dirección, y con muy malas intenciones. Me he quedado mirándole con cara de ir a decirle, "te lo estás inventando, ¿verdad?, y él me ha devuelto la mirada y tras un par de segundos me ha dicho muy serio: "huelo la humedad; va a llover". Yo he asentido con poco convencimiento, pero teniendo la certeza en mi interior de que esa no era la predicción ni de coña. No tengo ni puta idea de metereología, pero no soplaba viento, y de esas nubes no parecía estar cayendo agua en la localización en la que estaban.Y además, no nos encontrábamos tan lejos de la cima, por lo que con suerte podríamos llegar sin mojarnos. 


A sólo un par de kilómetros de O'Cebreiro hemos alcanzado el mojón que señala la entrada en Galicia, y nos hemos abrazado llenos de júbilo. Hemos aprovechado también para hacer algunas fotos con las que ilustrar el momento. Un poco antes de llegar al citado mojón, y antes de adentrarnos en el primer pueblo gallego, unas nubes más oscuras que las de antes, pareciera que se nos echaran literalmente encima, pero Günther ha sugerido que estuviéramos tranquilos porque era poco probable que descargaran agua. Yo, ni corto ni perezoso, he aprovechado para dejar la mochila en el suelo, buscar el chubasquero y colocármelo después, algo que les ha hecho muchas gracia a los dos. Bueno, a Szilvia más que a Günther, para qué nos vamos a engañar. A escasos trescientos metros del pueblo, el austríaco se ha detenido un segundo y nos ha preguntado si escuchábamos algo. Hemos respondido que no y él ha vuelto a insistir si estábamos seguros. "Sí, ¿no lo escucháis? ¡Es una botella de vino que nos está llamando!" - sentencia que ha acompañado de una de sus habituales risotadas. La verdad que se agradece el sentido del humor de Günther y desde luego su generosidad, de la que hace gala siempre que tiene ocasión.

Eran casi las nueve de la noche cuando hemos hecho acto de presencia en las calles del pueblo. Un grupo de peregrinos, que daban un paseo después de cenar, se han sorprendido de vernos llegar tan tarde y nos han aplaudido en señal de reconocimiento. Los albergues estaban completos y hemos tenido que buscar alojamiento en alguna de las casas de piedra rehabilitadas y que son utilizadas como posadas para peregrinos. En una de ellas, he preguntado si tenían camas y un señor muy serio me ha dicho que sí, pero que estaban ocupadas. Ya me he enterado de lo que es la retranca gallega, y la verdad que tampoco es que me haya hecho tanta gracia. Imagino que llevar casi doce horas caminando para que te venga alguien a decir semejante soplapollez no habrá ayudado. Finalmente una buena mujer nos ha dicho que en su casa tenía disponibilidad y ahí que nos hemos instalado. Tras la acostumbrada ducha caliente, y al salir a la calle para cenar, nos han sorprendido esas nubes que anunciaba nuestro meteorólogo austríaco que pasarían de largo, descargando sobre nuestras cabezas un persistente aguacero. No he podido dejar pasar la oportunidad de preguntarle a Günther qué había pasado con su predicción, y él dándome una palmada en la espalda, como si me hubiera caído del guindo ayer, me ha dicho que no me dé mal, que es una nube pasajera y que mañana volverá a salir el sol...


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