martes, 14 de mayo de 2013

16ª etapa: Agés - Burgos (23 kilómetros)


Esta pasada noche, tan pronto como he visto a Fiona adentrarse en su habitación, me he dispuesto a refugiarme en la mía, no sin antes sentirme como Kevin Costner en los Intocables de Eliot Ness, cuando Sean Connery, en los instantes previos a la primera redada contra Al Capone, le advierte que si cruza esa puerta entrará "en un mundo lleno de problemas del que no se puede retroceder". En mi caso tenía claro que franqueando aquella puerta entraría en un mundo de ronquidos y pedorretas que a buen seguro no me dejarían dormir en toda la noche, pero si la alternativa era convertirme en el nuevo objeto de deseo de Fiona, sin alzacuellos en esta ocasión, no me quedaba otra.


En el interior del cuarto el ambiente era ya irrespirable: un batiburrillo de olor a pinrel y eructo de chorizo absolutamente insoportable, aderezado por ronquidos que recorrían todas las escalas musicales habidas y por haber. La distribución de la habitación la componían dos parejas de franceses, tres jubilados catalanes, Eva, su padre y un servidor. Desde el primer momento he tenido claro que no iba a pegar ojo, y pese a que he hecho varios intentos metiéndome en el saco y cerrándolo hasta arriba como si fuera un difunto faraón, mis esfuerzos han sido en vano. A eso de las dos de la mañana he aceptado mi jodido destino: que ni contando la población ovina española me iba a poder dormir, así que he optado, como si de un soldado de guardia se tratara, por preparar un informe para el suboficial al cargo de la guarnición que recopilase todos los hechos relevantes que han ido acaeciendo en la habitación durante toda la noche, y el cuál paso a continuación a detallar:

02:00am: La filarmónica del Baix Penedés interpreta "Els Segadors" en versión ronquido a tres voces.

02:15am: Pedorreta en do sostenido procedente del sector francés.

02:30am: Fiona abre la puerta y entra desorientada en nuestra habitación. Tras unos segundos en los que recorre los huecos entre literas como si fuera un comecocos, encuentra la puerta de salida y abandona la estancia.

02:45am: Una de las francesas se levanta al baño. Me incorporo en la litera superior que ocupo y al dirigir la vista hacia el pasillo, distingo en la oscuridad una lucecilla verde intermitente. Concluyo que Fiona no se puede dormir y se encuentra fuera de su habitación succionando ansiosa su cigarrillo eléctrico para dejar de fumar.

03:00am: Nueva salva de honor de nuestros queridos vecinos de allende los Pirineos.

03:02am: Réplica de dos de los arcabuceros catalanes que, por lo reducido de la habitación, tiene sobre las tropas francesas el mismo efecto que sobre las de Napoleón tuviera el redoble del joven tamborilero en la batalla del Bruc. Se declara un alto el fuego y cesan las hostilidades. 

03:15am: Dave, el padre de Eva, se levanta al baño. Tanta pastillica de colores no puede ser buena.

03:30am: Como si de un concursante de "Humor Amarillo" en la prueba del "Laberinto del Chinotauro" se tratase, Fiona empuja sigilosamente la puerta de nuestra habitación para retroceder despavorida ante el hedor, regresando a la suya precipitadamente.

04:00am: Estrépito de monedas golpeando el suelo en el pasillo. Deduzco que Fiona ha confundido las taquillas del equipaje con una máquina dispensadora de bebidas y se le han caído los ahorros al ir a sacar una lata de cerveza.

04:30am: En un momento en el que parecía que me había quedado traspuesto, abro un ojo para descubrir como Dave, el padre de Eva, lleva a Fiona de la mano, como si fuera una niña pequeña hasta la puerta de nuestra habitación para, desde ahí, mostrarle la suya. La irlandesa se ha vuelto a desorientar y se ha metido en la cama del californiano.

05:00am: Suena el “quinto levanta” en las literas francesas. Un desagradable sonido de despertador que nadie consigue apagar.

05:15am: Para no despertar a nadie con el encendido de luces, los franceses se han puesto un foco de minero en la cabeza con el que se podía haber alumbrado un campo de fútbol. Faltaba que se hubieran puesto a hablar por un megáfono para que hubiéramos salido todos del albergue con las manos en alto.

05:30am: Tras media hora arrugando bolsas de plástico y hablando como si estuvieran solos, los franceses abandonan la habitación.

06:00am: Cuando pensaba que podría dormir al menos un par de horas, los tres tenores del Baix Penedés vuelven a deleitarnos con su repertorio de ronquidos.

Serían las siete y media de la mañana cuando he abandonado finalmente mi saco y me he dirigido al baño para darme una ducha de agua fría que consiguiera despejarme un poco. Por si no hubiera tenido bastante durante la noche, de camino a los baños me he cruzado con Fiona quien me ha dado la peor noticia que he escuchado en estas dos semanas de peregrinación: se vuelve para Irlanda. No aguanta más. Mi musa literaria, la mujer cuya historia podía encumbrarme como vendedor de "bestsellers", abandona, retorna a su isla, harta de dormir con desconocidos que no tienen ninguna consideración con una señorita que huele a jazmín y cuyo cuerpo inerte, anestesiado por el vino, no emite, en apariencia, gases de ningún tipo.



Tras desayunar, me he encontrado con Eva quien estaba lista para recorrer los cinco primeros kilómetros de la etapa y después tomar un autobús que la condujera hasta Burgos, pues sus pies no se han restablecido y le cuesta caminar. Le he sugerido que comprobara los horarios, porque no me parecía que por pueblos de pocos habitantes, como los que estamos atravesando, fueran a pasar autobuses cada media hora. A la salida del albergue nos esperaba el irlandés Kevin y su madre, quien se ha puesto de muy mal café cuando Eva le ha dicho que su padre hacía tiempo que había salido en dirección a Burgos.



La etapa de hoy, si no fuera por la grata compañía, ha sido un poco coñazo. Hemos entrado en la meseta castellana, y la mayoría del camino ha discurrido por terreno llano. Tan sólo hemos tenido que salvar la sierra de Atapuerca, cuyo puerto se haría un poco duro si no fuera por la cantidad de kilómetros que llevamos a nuestras espaldas. En lo alto del puerto hay una cruz donde Philomena ha dejado una piedra en la que ha pintado un trébol en recuerdo de uno de sus once hermanos, que falleció recientemente por culpa de un cáncer. Eva no ha encontrado autobús en Atapuerca, el primer pueblo en el que nos hemos detenido, y ha decidido hacer un último esfuerzo hasta Burgos, donde su padre le ha prometido que descansarán un día. 

La entrada a Burgos se ha hecho interminable. Los diez últimos kilómetros, a través de polígonos industriales y barriadas del extrarradio, parecían no terminar nunca. No hace falta decir que los pies se cansan mucho más sobre el duro asfalto que caminando por el campo. En esta última parte Eva me ha estado contando que fue un poco veleta durante su adolescencia y que le dio a sus padres unos añitos finos. De esa época intuyo que son la mayoría de tatuajes que adornan su anatomía. Parece que se convirtió en empresaria a temprana edad, pero de productos cuya comercialización no estaba permitida. Se salió a tiempo de aquello. Otras amigas no lo hicieron y ahora se dedican a negocios más lucrativos, pero comerciando con su propio cuerpo. Ella me dice que eso nunca lo haría. Que vendería cualquier cosa menos a sí misma. Reconciliarse con su padre tras aquellos años, creo que es otro de los motivos que han traído a la californiana hasta aquí.


En Burgos me he encontrado con Juanma, el tío de mi gran amigo Bosco. Bueno, en realidad no es su tío, pero está tan unido a su familia que es como si lo fuera. Juanma es más majo que las pesetas, alguien que se desvive por los demás. Tuvo un grave accidente de moto hace unos años y es una de esas personas que disfrutan de la vida al máximo, conscientes como nadie en el mundo de que nuestro paso por aquí es efímero, más de lo que ocasiones solemos imaginar. Yo a Juanma le llamo Robert de Niro, porque me cae igual de bien que el conocido actor pese a no conocerlo de nada, y también porque se parece físicamente a él. O por lo menos eso pienso yo, lo cuál ya es suficiente. De Niro me ha reservado hora con una fisioterapeuta de Burgos para que me diera un merecido masaje, me ha llevado de tapeo, de vinos...Ya pensaba que nos íbamos a despedir, un servidor a punto de explotar y medio tufa que estaba, cuando me ha dicho aquello de: "y ahora vamos a ver si cenamos algo". He intentado protestar, pero él enseguida me ha callado la boca: "te estás quedando como un etíope; haz el favor de comer que mañana no vas a llegar ni a las afueras de Burgos". No sé si haya muchos etíopes que pesen 95 kilos, no desde luego a los que se refería de Niro, pero he decidido callarme en la esperanza, iluso de mi, de que me dejaría pedir una ligera ensalada con la que cumplir el expediente. Nada más lejos de la realidad.


La camarera ha venido a tomar nota y Robert le ha dicho: "a ver, nos vas a poner una ración de cecina asada y otra de leicon". Así a bote pronto he pensado que el leicon era una especialidad burgalesa, y me he apresurado a mirar la carta para ver si se trataba de algún vegetal, algo que se pudiera comer prácticamente sin darle a la manivela del estómago. Lo único que he visto en la carta que empezara por "L" ha sido el lacón, y me he preguntado si Robert no lo estaría pronunciando en inglés, como el beicon, y si ése era el caso, por qué. La camarera se ha debido hacer la misma pregunta, porque absolutamente estupefacta le ha preguntado: ¿leicon? ¿qué es eso?. Robert, sin cortarse un pelo, le ha replicado: "pues si no lo sabes tú que eres la que lo vendes, estamos apañaus..." y señalándole con el dedo el lacón en el menú le ha deletreado: l-e-i-c-o-n! La camarera, sin salir de su asombro, ha apuntado en su libreta al tiempo que decía sin mirarnos: "sí, lacón a la gallega". De Niro, para nada dispuesto a que la camarera se quedase con la última palabra, ha concluido: "sí, dilo como tú quieras, pero tráenos una ración. Ah!, y un poco de vino para pasarla"...




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