miércoles, 29 de mayo de 2013

31ª etapa: Triacastela - Sarria (19 kilómetros)


Como le había prometido a Zach, y en previsión de que lo mandaran para el Hospital de Lugo, esta mañana he madrugado para salir temprano y llegar a Sarria lo antes posible. El americano no habla ni papa de español, no está en su país y además está algo más que acojonado por el hecho de no haber presentado sus respetos al Sr. Roca desde hace un mes. No es médico, pero intuye, como es lógico, que algo no está funcionando correctamente. He salido de Triacastela, tras desayunar en compañía de un coreano y un irlandés, confiando en que para cuando llegase a Sarria todo estuviera resuelto y no tuviéramos que ir a la capital lucense.

Para ir hasta Sarria, el Camino ofrece un par de alternativas, una, más larga, que visita el histórico Monasterio de Samos, y otra, que atraviesa la población de San Xil, y que discurre por bosques de robles y castaños. Yo he optado por la segunda, y lo cierto es que el trayecto inicial ha sido espectacular, ya que la niebla lo cubría todo y no se veía a más de diez metros de distancia. En uno de los repechos de subida hacia alguna de las aldeas que he ido encontrado en el camino, he coincidido con el alemán Santa Claus. Hacía días que no le veía, y lo primero que ha hecho ha sido comprobar que llevaba mi mochila conmigo. Me ha contado que estaba aquejado de un fuerte constipado y que le costaba caminar, por lo que vaticinaba que hoy sus pasos no le llevarían mucho más allá de Sarria, a unos quince kilómetros de donde hemos coincidido. Alucino con este entrañable abuelito y con las panzadas que se mete pese a su edad. Me he disculpado diciéndole que tenía prisa por llegar hasta la cabecera de comarca y le he deseado suerte y un rápido restablecimiento de su catarro.



En Furela, diez kilómetros después de mi partida, he parado para tomarme un Cola Cao caliente y llevarme algo de comer a la boca. La niebla ha dejado paso a una pertinaz lluvia que me ha calado hasta los huesos, y detenerse se estaba haciendo obligatorio. El bar era minúsculo, y en la barra casi no quedaba espacio. Apenas un pequeño hueco en uno de los extremos, al que me he arrimado para disgusto de mi acompañante de la izquierda, al que parece, por la mirada que me ha dedicado, que he arruinado su pequeño momento de felicidad matutina. Qué le vamos a hacer. Lejos de decirle que qué cojones le pasaba, que hubiera sido en mi opinión lo más apropiado, le he sonreído y le he dado los buenos días. Estoy de un buen rollo que doy grima, lo sé. Gracias a la conversación que nuestro protagonista ha mantenido después con el camarero, han encajado todas las piezas del puzzle. Era un veterano. Un profesional del Camino. "Sí hombre, paso por aquí todos los años por estas fechas, desde hace cinco. ¿No te acuerdas de mí?" - le ha preguntado al camarero, quien sin mucho convencimiento le ha contestado que sí, que ahora que lo dice sí que le va sonando su cara. Un clásico...

Cada persona que recorre el Camino es ella y sus circunstancias, pero inevitablemente muchos se pueden agrupar en tipos de personalidades muy delimitadas, fácilmente reconocibles en nuestro día a día y sin necesidad de acoplarse la mochila a la chepa y venir hasta aquí. Si en otras ocasiones hablaba del peregrino de competición, o del cómico profesional, ése que se ve en la obligación de decir algo gracioso cada vez que abre la boca, el peregrino veterano es de igual manera bastante reconocible y no menos aburrido. Y cuando digo peregrino veterano no me estoy metiendo con infinidad de gente que recorre en repetidas ocasiones el Camino, incluso todos los años, como una forma de vida o porque les gusta, o les hace sentir bien o por una promesa, o por lo que sea. La mayoría de esa gente, y he coincidido con unos cuantos, cada vez que comienza un nuevo Camino lo hace con la curiosidad del primer día y con las mismas ganas de encontrarse gente nueva con la que compartir y de la que aprender. No estoy hablando de ellos.

Estoy hablando del plasta que viene aquí como si fuera un veterano de la guerra de Vietnam a hacer alarde de sus méritos y a presumir de sus supuestas condecoraciones. "Llevo ya cinco Caminos. Si yo te contara...". No mira, mejor no me cuentes, que esa película ya le he visto y además me quedé dormido a los cinco minutos. Me refiero al que mira con condescendencia al nuevo, al que todo lo que hagan los demás le incomoda porque las cosas hay que hacerlas como las hace él. Al que dice qué es lo correcto y qué es lo que no es aceptable. Al que se arroga la autoridad moral de decirle a los demás lo que tienen que hacer o por dónde tienen que ir. Al que te recuerda que la experiencia es un grado, cuando seguramente lleva toda la vida haciendo lo mismo y de la misma manera, sin asumir un riesgo que le pueda sumir en la zozobra, moviéndole un centímetro de la línea recta que es su serena existencia. Leyendo estas líneas, habrá quien piense que soy una especie de sociópata maniático que ha debido recorrer el Camino sólo, pero en mi defensa diré que para nada; que he estado muy bien acompañado hasta ahora, y que creo que estoy haciendo amigos para toda la vida, pero claro está, entre la gente que voy encontrando aquí que tiene cosas en común conmigo, que aunque no lo parezca, ¡son muchos!



Tras dejar atrás Furela, y a nuestro querido veterano, me he encontrado con Tim de Kentucky y con Michael de Boston. He estado caminando y charlando con ellos, pero de nuevo me he tenido que disculpar para acelerar el paso y llegar rápido a Sarria. Antes de entrar al pueblo, he intentado llamar a Zach en un par de ocasiones, con poco éxito. Le he escrito un mensaje pero tampoco he recibido respuesta, lo que me ha hecho pensar que lo mismo lo estaban trasladando a Lugo, o que incluso ya lo estaban atendiendo en el Hospital.

Al llegar a Sarria he acudido directamente al Centro de Salud y he preguntado por Zach, detallando su dolencia. No debían de haber atendido a muchos americanos en esas circunstancias últimamente, porque enseguida han sabido de quién hablaba y me han dicho que en un momento llamaban a la doctora que se había ocupado del caso para que me diera novedades. Ella me ha confirmado que el enema de la noche anterior no había hecho efecto, y que si bien no manifestaba otros síntomas que pudieran hacer pensar en algo realmente grave, al llevar tantos días sin experimentar progresos, lo prudente era que le hicieran unas radiografías en el Hospital y le exploraran con un poco más de detalle. Así que a primera hora de la mañana lo había mandado para Lugo y entendía que ya estaba ahí.

A la salida del Centro de Salud he tomado un taxi y, tras negociar el precio de la carrera, hemos enfilado dirección a Lugo. Estábamos dejando atrás Sarria cuando he recibido un mensaje de Zach diciéndome que estaba en el pueblo, que de momento había preferido no desplazarse a Lugo hasta que llegara yo, y en el que me daba sus coordenadas. Le he pedido a Suso, que así se llamaba el taxista, que diera media vuelta y hemos ido a recoger a Zach. Cuando hemos llegado al hotel donde se hospedaba lo he encontrado algo asustado. Me ha dicho que si creo que es buena idea que vayamos al Hospital y que si no sería más conveniente continuar el Camino y darle un poco más de tiempo a sus perezosos intestinos. Yo le he contestado que lo prudente era ir al Hospital si así lo habían recomendado en el Centro de Salud, y que seguramente sería todo una tontería, pero que donde mejor nos lo iban a decir era en Lugo.

Habremos llegado al Hospital de Lugo a eso de las tres de la tarde. Suso ha dejado su tarjeta de visita con nosotros, por si todo terminaba pronto y queríamos regresar a Sarria para continuar la etapa o pasar la noche allí y retomar el Camino al día siguiente. Nos hemos dirigido a Urgencias directamente y allí, en admisiones, me ha tocado explicarle a las recepcionistas cuál era el problema, porque obviamente, aparte de gallego y español, ahí no se hablaba ningún otro idioma. Le han pedido a Zach su pasaporte y su tarjeta sanitaria americana y nos han indicado que nos sentáramos hasta que nos llamaran por megafonía. Yo he pensado que habría que afinar el oído si queríamos enterarnos cuando reclamasen nuestra presencia. Gracias a Dios el nombre del americano no es tan largo ni complicado de pronunciar, porque si hubiéramos tenido que darnos por aludidos por cómo han pronunciado Berkshire, se nos muere Zach en la sala de espera sin que lo atiendan.

A continuación una enfermera muy amable nos ha recibido en un pequeño despacho donde nos ha preguntado cuál era el problema. Ahí me ha tocado de nuevo repetir la letanía, y también traducir algunas preguntas que la enfermera le ha formulado a Zach. Después nos han pedido que esperásemos de nuevo a que nos atendiera el médico de guardia. En la nueva sala de espera había gente con todo tipo de dolencias y alguno bastante jodido. No me gustan nada los hospitales. Imagino que como a casi todo el mundo. En cuanto veo un médico en traje de faena me sube la tensión y me pongo medio malo. En mi familia casi todo el mundo trabaja en un hospital, y el hecho de que durante años se hablara en las comidas de todo tipo de calamidades con total naturalidad, imagino que habrá tenido algo que ver. Zach tampoco estaba especialmente risueño, y hemos empezado a charlar y a bromear para desdramatizar un poco la situación. En un momento dado han llamado al señor Nicasio Díaz y Zach me ha preguntado si habían dicho quesadilla por megafonía o eran cosas suyas. El pobre lleva cuatro días a base de zumos y sin comer nada sólido para no echar más leña al fuego, y así está, que ve y oye alucinaciones. Yo le he respondido que sí, que si se porta bien y cumple su parte del trato le darán quesadillas para cenar.

Tras media hora de espera han llamado a Zach por megafonía, o eso nos ha parecido entender, y hemos pasado a una consulta, donde una doctora de guardia ha explorado al americano y le ha formulado una serie de preguntas que yo he ido traduciendo. La médico ha cumplimentado después la historia y por lo pronto ha prescrito un nuevo enema con una sonda un poco más alargada que la que se ha ido aplicando hasta la fecha. Dirigiéndose a mí, obviamente en calidad de traductor, ha añadido que en principio no parece nada grave, pero que obviamente son muchas días con ausencia de acción y que hay que hacer un seguimiento.




A partir de ese momento un par de enfermeras muy simpáticas, una de Gijón y la otra de origen aragonés, se han puesto al mando de las operaciones. La aragonesa, más discreta, ha preguntado que cómo era posible que hubiera descuidado el problema durante tantos días. La asturiana, más directa, le ha dicho a Zach que a quien se le ocurría estar tanto tiempo sin cagar. "Pero no te preocupes que estás en buenas manos. No hay paciente que se resista a mis enemas. En un cuarto de hora habré terminado contigo" - ha apuntillado mientras manipulaba la solución que supuestamente iba a terminar con los desvelos del de Kentucky. Yo no podía parar de reírme, en parte por lo que la enfermera decía, y en parte por el careto de susto de Zach, que no entendía nada de lo que ahí se decía y que lo único que veía era a una enfermera que hablaba en un idioma ajeno, con un tono de voz más alto de lo normal, y que preparaba un líquido bendecido por Satanás en una bolsa de la que colgaba una sonda de cierta longitud, que impepinablemente iba a terminar en sus entrañas.

Las enfermeras me han pedido que abandonara el cuarto de baño donde nos encontrábamos, a no ser que quisiera ser testigo del espectáculo. Me he ido de buena gana a dar una vuelta por los pasillos de Urgencias, rogando porque aquello terminase cuanto antes. Mi regreso al baño asistido donde nos encontrábamos, ha coincido con la salida de la enfermera de Gijón dirigiéndose al resto de sus compañeras al grito de: "¡que no cunda el pánico chicas, que hemos desatascado a los Estados Unidos!". No he podido reprimir una sonrisa e irme detrás de la enfermera para que me verificase la buena nueva. Ella se ha ratificado en sus palabras y me ha confirmado que habían destapado el tarro de las esencias y que a partir de ahora todo iba a ser coser y cantar. Me ha pedido que le diera diez minutos al bueno de Zach y que luego asomara la patita por debajo de la puerta para ver si respiraba. Yo he titubeado unos segundos, porque lo cierto es que si se acababa de obrar el milagro, como afirmaba la enfermera, intuía que meterse ahí dentro era como lanzarse a una alcantarilla a pulmón libre. Tras unos minutos de cortesía, he entreabierto la puerta y lejos de encontrarme a Zach incorporado y con una sonrisa de oreja a oreja, he dado con él todavía en la sala de operaciones y con gesto contrariado. La asturiana había cantado victoria demasiado pronto, y ahí no había pasado mucho más que la expulsión de la propia solución que se le había aplicado.

En aquel momento, ante aquella escena de indefensión en la que uno es sorprendido escondiendo sus vergüenzas, he sabido que la amistad entre el americano y yo iba a ser, nos gustara o no, duradera. Que en aquel instante, perdida toda dignidad, admitida la derrota al compañero de fatigas, se estaba sellando un pacto de lealtad fraternal, y que si Zach hubiera sido un indio navajo, se hubiera cortado las venas con un machete para sellar ese pacto. La escena me trasladó inevitablemente al pasado, a un instante en el que descubrí a uno de mis mejores amigos coflado en sus aposentos en posición de combate. Estupefacto, formulé una pregunta de perogrullo: ¿no estarás cagando? A lo que mi amigo respondió con total naturalidad: ¿sí, qué pasa? A mí, que fui a colegio de pago, aquello no me parecía ni medio normal, y contesté airado: "como que qué coño pasa, ¡pues que te cierres la puerta, cojones! A lo que mi amigo, con la misma tranquilidad de espíritu, me replicó: "no hombre, la dejo abierta y así hablamos". No fue hasta ese instante, pese a los años de lealtad declarada, cuando me di cuenta de que aquello era una amistad de verdad. Que abriendo las puertas del baño, el último reducto de su intimidad, mi amigo me estaba abriendo las puertas de su alma, reconociéndome que éramos semejantes y que ante mí, no había nada que aparentar ni ocultar, porque estábamos hechos de la misma pasta, y era inútil disimular: a los dos se nos iba la fuerza por el mismo agujero...

No ha pasado mucho más durante el resto de la tarde, y la doctora de guardia ha decidido ordenar unas placas para intentar ver qué se está cociendo por el bajo vientre de Zach, que tiene pinta de no ser nada  bueno. Por la hora que era, última de la tarde, y la falta de respuesta al tratamiento de choque, la doctora me ha adelantado que su idea es dejar ingresado al americano durante al menos esta noche para ver si se produce algún progreso. Las últimas novedades han dejado al de Kentucky un poco abatido. Es consciente de que algo no va bien, y si bien reconoce que este problema no es nuevo y le acompaña cuando viaja, en esta ocasión es exagerado en el tiempo y para nada normal. A ello se unen sus planes. Estamos a unos ciento veinte kilómetros de Santiago y si tiene que pasar esta noche ingresado, peligra la jornada de caminata de mañana. El Lunes, bien temprano, toma el vuelo de regreso a los Estados Unidos desde Vigo, pues el Martes tiene que estar trabajando en Lexington, Kentucky, lo que significa que el Domingo es el último día para llegar a la capital gallega. Suponiendo que todo salga bien, que mañana le den el alta, y que podamos ponernos en ruta el Viernes a primera hora, tendríamos que hacer una media de cuarenta kilómetros al día para llegar a la Plaza de Obradoiro a tiempo. He intentado animar a Zach diciéndole que era más que posible, y que con la cantidad de kilómetros que llevábamos sobre nuestros hombros, no había de qué preocuparse. Que él ya sabía lo único de lo que tenía que preocuparse y que quería que mañana por la mañana, cuando apareciera por la puerta de Urgencias, me diera una sorpresa.

Zach me ha dado las gracias, pero ha insinuado que ya he hecho bastante, que está bien atendido, y que no me preocupe por él y siga mi Camino, que todo estará bien. Yo le he respondido que lo quiera o no, para mí ya es un amigo, y que yo no me voy dejando a un amigo detrás. Que hemos entrado en ese Hospital juntos, y que juntos saldremos de ahí. Que está en mi país, y que haré todo lo que esté en mi mano para que nada malo le pase. Y que si no le gusta lo que digo, que no me culpe a mí, que la culpa la tienen sus paisanos de Hollywood y su particular interpretación de lo que es la amistad y que llevo chupándome desde crío, y aún a día de hoy, en formato Goonies, Jóvenes ocultos o similar...



Tras despedirme de Zach, he salido del Hospital y he tomado un taxi que me llevara a un hotel donde pernoctar en Lugo. Aparte de los veinte kilómetros que he caminado hoy y de estar todo el día empapado por culpa de la lluvia, la tarde y la tensión en el Hospital me han dejado roto. Necesitaba salir a la calle y tomar aire. En el trayecto a la ciudad, de la que nos separan unos cuantos kilómetros, he pensado en el destino y en si las cosas pasan porque sí o tienen alguna explicación, aunque nos cueste comprenderla. Uno de los motivos por los que estoy haciendo este Camino es un buen amigo que tristemente nos dejó hace algún tiempo y al que, aunque hubiera querido, no hubiera podido ayudar en aquellas trágicas circunstancias. Y ahora el Camino me trae hasta el Hospital de Lugo, acompañando a un americano al que he conocido hace una semana, pero con el que tengo muchas cosas en común, pese a habernos criado y educado a miles de kilómetros de distancia. Me he acordado de mi amigo, y me he sentido bien; por hacer lo correcto, por estar al lado de otro amigo, éste nuevo, cuando lo necesita. Como él siempre hizo conmigo. Y pese a no tenerlo físicamente a mi lado, lo he sentido muy cerca, como en tantas otras ocasiones...







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