sábado, 4 de mayo de 2013

6ª etapa: Izco - Monreal (10 kilómetros)


Este fin de semana voy a disfrutar de la hospitalidad de mi amigo Mikel y su mujer Leyre en Zizur, a las afueras de Pamplona, así que he decidido tomarme las cosas con tranquilidad y partir una etapa de  24 kilómetros en dos días, recuperar fuerzas, disfrutar de la gastronomía navarra y pasar tiempo con amigos a los que hace tiempo que no veía.  Mientras Mikel ha salido de Izco para dar una vuelta en bici, yo he caminado durante un par de horas hasta Monreal, cruzándome de manera ocasional con algún dominguero que paseaba al perro y corredores que a buen seguro se entrenaban para la media maratón que pasa por estos mismo parajes y que tendrá lugar mañana. Ha hecho algo de fresco, pero el día ha sido soleado y poco a poco ha ido subiendo la temperatura. Un lujo de paseo por los montes de Navarra.



Mikel y yo nos hicimos grandes amigos mientras trabajábamos en Londres. Es un navarro noblote y siempre está de buen humor; una de esas personas positivas con las que da gusto estar. Hace exactamente 10 años, decidí dar un giro drástico a mi vida y me fui a vivir a Londres. Estaba terminando unas prácticas en una empresa de logística internacional en Zaragoza y tenía pinta de que me iban a ofrecer continuar, y de que mi vida caminaba con paso firme hacia la felicidad, o hacia lo que muchos entendían que era lo mejor para mi. "Consigue un trabajo fijo; luego podrás comprar un coche; conocerás a una chica, os querréis casar; compraréis una casa, (por aquel entonces había casas que se vendían y bancos que parecía que regalaban el dinero para comprarlas), tendréis hijos, seréis felices y comeréis perdices". Quién de mi generación no ha oído esta cantinela hasta la saciedad.

Pero yo tenía otros planes para mi. En mi último año de bachiller tuve un profesor de Filosofía que tenía ciertos problemas de dicción y con el que yo siempre alborotaba en clase, motivo por el que pasaba más tiempo fuera en el pasillo que escuchando lo que él decía. De crío fui algo capullo en el colegio, nada de lo que estar especialmente orgulloso, pero bueno, así eran las cosas. Recuerdo que el último día de curso, ese profesor repartió una hojita con una serie de frases y nos dijo, casualmente mirándome a mi, que le daba igual que no hubiéramos aprendido nada en todo el año, pero que se conformaba si al menos dedicábamos unos minutos a leer eso que él había escrito y que quería que lleváramos con nosotros. Como aquel profesor vaticinó, no me acuerdo de nada de lo que me enseñó durante aquel curso de Filosofía, pero sin embargo hubo una frase que aparecía en esa hoja que se me quedó grabada y que me repito a menudo: "si tú no tomas tus propias decisiones, otros las tomarán por ti"...



Así fue como hace una década, sin trabajo, sin casa, con un billete de avión de ida y 400 euros en el bolsillo, lo que recibí por 6 meses de prácticas, tomé la decisión de marcharme a Londres y ser yo el que gobernara mi vida, sin excusas, esperando lo mejor pero estando preparado para asumir mis propios fracasos. Es lo malo que tiene tomar decisiones de manera libre y responsable, que renuncias a algo tan cómodo y sencillo como echarle la culpa de tus desgracias a los demás o a las circunstancias. Las primeras semanas dormí en colchones en el suelo, gracias a la hospitalidad de Tomás y Emilio, buenos amigos de Zaragoza. Salía a las 8 de la mañana a repartir currículos por todo Londres y no regresaba hasta las 9 de la noche. Eran tiempos difíciles; Estados Unidos estaba a punto de declararle la guerra a Saddam Hussein y la economía estaba algo parada, pues todo el mundo pensaba que invadir Irak no iba a ser para Bush el paseo militar que fue para su padre, y que la contienda sería larga y complicada, con las implicaciones que para la economía mundial eso tendría. Así que yo lo único que recibía en mi deseo de encontrar trabajo eran negativas, mientras el dinero se iba esfumando. 400 euros en Londres no dan para mucho. Pese a ello, yo era la persona más feliz del mundo. Había decidido estar ahí y pelear por salir adelante.

Un día, caminando por la City, vi una sucursal del BBVA. Yo, en mi ignorancia de muchacho de provincias, no tenía ni pajolera idea de que hubiera bancos españoles con sucursal en Londres. Valoré entrar y dejar mi currículo, pero yo mismo me dije que para qué, que no tenía experiencia en banca y que no me iban a seleccionar. Buscar trabajo y no recibir más que boletos, mina inevitablemente tu autoestima, y tú mismo te sorprendes poniéndote barreras porque cada vez toleras peor la humillación de que te vuelvan a decir que no, o de que ni siquiera tomen en consideración tu candidatura. No habría andado ni 50 metros cuando me dije: "qué coño, hablas español y esto es un banco español en el Reino Unido; y además el no ya lo tienes garantizado".

A los pocos días, cuando aparecí en las oficinas del BBVA de Cannon Street para realizar una entrevista de trabajo, no sé cómo Jeff, el encargado de seguridad que guardaba un extraordinario parecido con el mayordomo de la serie "el Príncipe de Bel Air", me dejó pasar. Porque no era español, sino lo mismo me hubiera preguntado si yo era el payaso de Micolor y si venía a abrirme una cuenta. No había traído el traje de Zaragoza y no tenía dinero para comprar uno, así que tocó improvisar: la camisa azul y la corbata del Toni conjuntaban bastante bien entre ellas, pero nada con el pantalón negro que me había comprado en Belfast para trabajar de camarero, y menos con la chaqueta marrón de cuadro galés que me dejó un londinense que vivía en la casa donde estaba Emilio. De los zapatos del número 43 que me dejó Tomás mejor ni hablamos, porque aún me duelen las rozaduras, que a mi, que calzo casi un 46, me provocaron en los talones.




Hice un par de entrevistas, pero el BBVA no me llamaba y a mi se me acababa el dinero. Necesitaba cualquier trabajo para al menos tener unas libras al día con las que comer y pagar el abono de transporte. Mi decisión de marcharme a Londres implicaba no pedirle dinero a mis padres para sufragar esta aventura, así que tocaba componérselas e inventar algo. Cerca de donde vivía Emilio había un cibercafé regentado por un eritreo que estaba casado con una española. Yo iba todos los días ahí a mirar mi correo y nos hicimos amigos. Él era un tío muy espabilado. Había llegado a Londres sin nada hacía unos años y en poco tiempo había montado varios negocios que parecían ir bastante bien. Cuando mi situación comenzó a ser algo desesperada, fui a visitarle y le dije que necesitaba un curro aunque fuera por horas, y que si me podía ayudar. Él me dijo que recientemente había abierto un nuevo cibercafé en esa misma calle y que les había alquilado el sótano a unos rusos, que no sabía muy bien qué hacían, pero que necesitaban gente.

Pasar de una entrevista en la City de Londres con el BBVA, a otra en un sótano de Finsbury Park con dos rusos sin cuello y pinta de matones, no es que se pueda considerar un paso adelante, pero a mi siempre me han dicho que en la vida a veces es conveniente dar un paso atrás para tomar impulso. Quedaba la duda de si tomando impulso de la mano de los rusos me iba a estampar tras el salto contra los barrotes de una celda, pero bueno, mi situación no era como para andar con exigencias, así que les dije a los rusos que sí, que contaran conmigo para desescombrar casas, que era supuestamente lo que tenía que hacer. Salí del sótano abriendo la trampilla y abandoné el cibercafé contento porque al menos al día siguiente, tras una dura y larga jornada, tendría 40 libras en el bolsillo con las que podría seguir funcionando. No había andado ni 100 metros cuando recibí una llamada del BBVA para decirme que me habían seleccionado y, que si lo quería, el trabajo en el departamento de Comercio Exterior era para mi. Y ahí fue como, sin apellidos compuestos, enchufes ni masters de millones, comencé una exitosa carrera en Banca Internacional que ha durado 10 años. Y si yo lo hice, la cantidad de jóvenes españoles que, forzados por las circunstancias y la incompetencia de nuestros gobernantes, tienen que salir ahora, también pueden hacerlo; así que espero que no permitan que nadie les desmoralice ni que caigan en el desaliento. Ánimo Luiso, Spiry y tantos otros!



Pensaba en todas estas cosas, cuando he llegado a Monreal y me he reencontrado con Mikel y su perenne sonrisa. Tras recibir en la Casa Parroquial el sello que atestigua que voy sumando etapas en mi peregrinar a Santiago, hemos puesto rumbo a Pamplona, donde nos aguardaba la cuadrilla de Leyre para dar buena cuenta de una opípara comida en una arrocería de las proximidades de la Plaza de Toros.












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