jueves, 30 de mayo de 2013

32ª etapa: Hospital de Lugo

Finalmente pernocté en el Hotel España, justo enfrente de la muralla. Un sitio muy bien ubicado y fenomenal de precio. Ayer se me antojó pizza y fui a un restaurante italiano. Después de cenar di un paseo por el casco histórico de la capital lucense. Me vino estupendamente, para quedarme con la copla de lo que es la ciudad, que me sorprendió gratamente, y también para relajarme un poco tras la tensión del día. No tardé en irme a dormir y lo hice como un mariscal.

A las ocho y media de la mañana estaba como un clavo en el Hospital de Lugo. Zach aún dormía y he decidido bajar a desayunar a la cafetería. Cuando he vuelto, el americano ya estaba despierto y le he preguntado que qué tal había pasado la noche. Él me ha contestado que si me refiero a si ha dormido bien, la respuesta es que sí. De lo otro parece que no hay novedad, y tampoco he querido ahondar en el tema. A eso de las diez, ha descorrido las cortinas del box, como si fuera un mago que viniera a darnos una sorpresa, el cirujano de guardia. Imagino que no hace falta que diga que a Zach, lejos de agradables sorpresas, se le han puesto los cojones de corbata. Detrás del cirujano ha entrado una internista bastante atractiva. Para mayor escarnio del de Kentucky, ha sido el cirujano y no ella quien se ha encargado de la preceptiva exploración. Nuevamente he tenido que estar presente, incluso durante las escenas más escatológicas, con el fin de traducir las preguntas de los doctores y las respuestas del americano. Si no me la había ganado ya, creo que la Compostela es mía aunque hiciera los kilómetros que restan llevado a hombros por media docena de porteadores.

El cirujano ha dicho que el abdomen está blando, lo cuál indica que por el momento no hay que preocuparse en exceso, pero que va a seguir observándolo a lo largo del día en previsión de que las cosas puedan complicarse. Ha dicho también que nos vamos a olvidar de las sondas, porque todo indica que la tortuga tiene la cabeza bien arriba, y que vamos a probar con munición de más grueso calibre: una solución de tipo oral que se suele utilizar en pacientes que van a ser sometidos a una colonoscopia, y a los que en principio, y en cosa de media hora, se les deberían quedar los intestinos listos para hacer unas sopas. El doctor ha dicho también que hay que administrar este tratamiento con cautela para no perforar el intestino y hacer una perotinitis, un problema que no hace falta ser médico para intuir que es de primera magnitud y que te puede llevar al otro barrio.

Yo le he traducido a Zach que todo está en orden, que parece que el meteorito esta aún algo alejado de la tierra y que van a intentar desintegrarlo con un poco de criptonita por vía oral, para que el impacto al llegar a la superficie no le deje el cráter como un colador. Creo que le tranquilizo cada vez que le explico las cosas, de eso se trata, según mi punto de vista, pero él no es idiota y, pese a no saber español, se huele ciertas cosas. "El que me ha explorado es un cirujano, ¿verdad? - me ha preguntado. Yo le he contestado que sí, pero que simplemente viene a verlo por protocolo, y no porque vayan a hacer hamburguesas con lo que quede aprovechable de él tras abrirle en canal y sacarle el uranio empobrecido que a estas alturas debe tener ya alojado en la barriga. Él me ha respondido que no pasa nada, que simplemente lo pregunta porque maldice su suerte, y porque le hubiera gustado que al menos la voz cantante, en lo que a toqueteo se refiere, la hubiera llevado la doctora. El pobre se toma la cosas con humor, pero difícilmente puede disimular que está acojonao. Me da que en su fuero interno cree que va a ser el chivo expiatorio de todos los errores de la política exterior americana por el mundo y que de este hospital no sale entero.

Tras la visita de los médicos de guardia, han comenzado a administrar a Zach la medicina prometida, pero lo cierto es que con pocos resultados. A eso de las tres de la tarde, el cirujano ha dicho que se le vuelva a administrar otro gotero de lo mismo y que se le suspenda la alimentación, que en principio no estaba contraindicada, hasta nueva orden. En esta nueva visita, Zach ha querido decir que por culpa de un molesto dolor en el empeine izquierdo, llevaba varios días  tomando antiinflamatorios, y se preguntaba si aquello no podría provocar algún efecto secundario sumado a la nueva medicación. Al ver que se señalaba el empeine, el médico le ha agarrado el pie y ha comenzado a explorarlo: "a ver, dónde dices que te duele, ¿aquí? Parece que no tienes nada, pero no te preocupes, ahora llamamos a la enfermera para que te dé un masaje, te ponga una crema y te lo vende. Te vamos a sacar de aquí hecho un pincel, ya verás". Cuando el cirujano se ha ido, Zach me ha preguntado que qué había dicho y yo le he comentado que nada importante, pero que haga el favor de centrarse en lo que nos traemos entre manos y deje de distraer la atención de los médicos con nuevas dolencias, a ver si va a salir de aquí, además de sin cagar, sin el pie izquierdo.




A los cinco minutos he escuchado a la enfermera de Gijón, a la que conocimos ayer, y que justo acababa de entrar en el turno de tarde. Ha comenzado atendiendo al compañero de al lado, un hombre de unos 45 años aquejado de unas fiebres indeterminadas y al que están haciendo pruebas para intentar determinar qué es lo que tiene. No he escuchado bien lo que ha dicho el paciente, porque está algo jodido y habla bajo, pero la enfermera, que tiene un tono de voz más alto, le ha dicho un "que Dios se lo pague porque aquí cobramos muy poco" que me ha arrancado una sonrisa. A continuación, ha descorrido nuestra cortina y ha entrado en nuestro habitáculo. "¿Pero aún estás por aquí hijo mío? - ha exclamado al ver de nuevo a Zach. "¿Se puede saber qué demonios vamos a tener que hacer para sacarte eso que llevas ahí dentro? Bueno, tú ponte como quieras, que antes de irme a los fiordos noruegos de vacaciones, que me voy mañana, te dejo a ti empaquetado para que vuelvas a Kentucky en perfecto estado de revista. Sí, sí, no me pongas esa cara. Este caso me lo tomo desde ya como algo personal. Un reto profesional. A ver si al final de mi carrera, vas a ser tú el primer estreñido que se vaya de aquí sin evacuar"- ha añadido ella sin pausa ni respiro.

Cada vez que abre la boca la enfermera de Gijón, yo me muero de la risa. Zach se ríe también, pero porque me ve a mí y sospecha que es algo divertido. Luego me pide que le traduzca y nos descojonamos juntos. Ella le ha dado un masaje en el tobillo, le ha administrado una pomada antiinflamatoria y se lo ha vendado. Lo cierto es que esta enfermera en particular, y todo el personal en general, que están atendiendo al americano, se están portando de maravilla y él no sabe cómo mostrar su agradecimiento, que me pide que traslade cada vez que alguien hace acto de presencia en nuestro box para echarle un vistazo o traerle algo.

Un rato después, he escuchado a la enfermera de Gijón que le decía a alguien: "haga usted el favor de apagar el cigarro", lo cuál me ha dejado algo descolocado, pues uno no espera tener que escuchar eso en una sala de urgencias. Unos minutos después ha empezado a haber un poco de jaleo en la zona ocupada por el box desde el que la enfermera de Gijón había demandado que se apagara la colilla. El paciente que ahí estaba, se ha empezado a agitar y se ha arrancado el gotero de cuajo lo que ha provocado un Cristo importante. Una de las enfermeras que ha acudido para tranquilizarlo ha salido de ahí como si hubiera participado en una escena de Pesadilla en Elm Street, con el pijama pringado de sangre. Finalmente han movilizado a todo el personal disponible para intentar atarlo a la cama, la verdad que con poco éxito, por lo que han tenido que llamar a seguridad. Al momento han aparecido tres bigardos sin cuello y con la cabeza rapada, ante cuya visión el paciente se ha comenzado a serenar como si le hubieran administrado una sobredosis de valium en vena. Yo he deducido que se trataba de un alcohólico que al llevar 24 horas sin echarse un trago, estaba empezando con los primeros síntomas del delirium tremens, pese a que lo tenían más sedado que a un boxeador grogui.

Zach, algo inquieto por la escandalera, y por el hecho de no entender nada de lo que estaba pasando, se ha incorporado y se ha asomado al pasillo. La escena ha sido graciosa, porque con las cortinas corridas, sólo alcanzaba a ver piernas de nueve personas alrededor de una cama: seis cubiertas con un pijama de enfermera blanco y otras tres con pantalón de uniforme de guardia de seguridad. Zach me ha preguntado que si sabía qué estaba pasando ahí y yo no he podido resistir la tentación de contestarle que no pasaba nada, que se trataba simplemente de un paciente que parecía ir algo estreñido y al que le estaban aplicando una terapia alternativa ante el fracaso del tratamiento convencional...


A media tarde, y al no haber progresos en la situación, el cirujano ha pedido que bajasen a Zach a Rayos X para hacerle unas nuevas placas de la zona abdominal. Cada vez que lo mueven, como lleva los goteros y demás, le sientan en una silla de ruedas y un celador lo traslada. Mientras esperábamos a que nos llamasen para pasar a la consulta de Rayos, ha aparecido un gitanillo, también en silla de ruedas, con el brazo escayolado y el cuello inmovilizado con un collarín. A diferencia de Zach, que lleva el pijama del Hospital al estar ya ingresado, el chavalín llevaba todavía las ropas de la calle, por lo que no había pasado mucho tiempo desde que había sufrido aquel percance. Su silla la empujaba otro celador, y al lado suyo venía su padre, con gesto serio y jurando entre dientes. El gitanillo estaba triste, y un poco acojonado, no sé si por la hostia que llevaba ya o por las que le iba a dar su padre por lo que hubiera hecho cuando llegaran a casa. Han pasado a Zach a hacerle las placas y lo han traído de vuelta a los cinco minutos. Como no había celador que nos llevara de vuelta a urgencias, y en teoría, por cuestiones de protocolo del Hospital, yo no podía trasladarlo por los pasillos, hemos tenido que aguardar otros cinco minutos.

Durante ese lapso de tiempo, observaba como el padre del gitanillo no le quitaba ojo a Zach, y seguía mascullando cosas que yo no acertaba a entender. Cuando ha llegado el celador para devolvernos a nuestro box, y al pasar al lado del padre, éste no se ha podido aguantar y componiendo el gesto compungido propio del que se va a arrancar a cantar flamenco, le ha dado una palmada en el hombro al americano al tiempo que le decía: "ánimo shaval, que de esto se sale". Le podía haber llamado hijo de la gran puta que Zach hubiera respondido lo mismo: gracias, una de las pocas palabras que sabe en castellano. Yo me he tenido que aguantar la risa porque obviamente reírte enfrente de un gitano no es lo más recomendable y menos en aquella situación. El americano me ha pedido que le tradujera lo que el buen hombre había dicho y yo le he explicado que se ha debido pensar que se había seccionado la médula y que no se iba a volver a levantar, porque le había dado ánimos diciéndole que seguro que salía adelante. Zach se ha reído de buena gana y me ha preguntado si eso significa que volverá alguna vez a ir al baño antes de abandonar este mundo. Le he replicado que sin ninguna duda, que los gitanos adivinan el futuro y que si había hecho esa afirmación es porque le había visto sentado en el trono, en plena faena, a través de su bola de cristal.



De regreso al box Zach ha dicho que le quería comprar un detalle a las enfermeras, especialmente a la de Gijón, que es la que con más cariño le está tratando, así que hemos agarrado el gotero y hemos bajado a la planta calle donde hay varias tiendas de prensa, revistas y souvenirs. Zach ha sugerido que les compremos un pollo de peluche, para que se acuerden del "Kentucky chicken" que tuvieron por aquí y que por culpa del pollo frito que había comido en su vida tenía los intestinos de un alienígena. No he podido más que aprobar una iniciativa que me ha parecido excelente. En una de la tiendas no tenían mucho que ofrecernos. Una gallina pequeña que parecía que tenía la polio y otro animal con plumas que no se sabía muy bien lo que era. En la de al lado hemos encontrado lo que andábamos persiguiendo. Un pollo a pilas que reproduce canciones y que baila y da brincos. No ha habido que seguir buscando y hemos pedido que lo envolvieran para regalo.

Hemos vuelto a Urgencias y Zach se lo ha querido entregar a la enfermera de Gijón, dedicándole unas palabras muy sentidas que me ha pedido que tradujera, y en las que expresaba su agradecimiento a ella, a todas sus compañeras, y al equipo de doctores que estaban pendiente de él y que tan bien lo estaban tratando. Ella, que no se lo esperaba, se ha puesto roja como un tomate y no ha sabido muy bien qué decir. Ha puesto el pollo en marcha y éste ha empezado a armar una escandalera en plena sala de urgencias de padre y muy señor mío. "Joder, ¡cómo coño se para esto! - ha exclamado antes de desaparecer en el cuarto de las enfermeras.


Al final de la tarde, y ante la falta de progresos, he pedido hablar con los doctores de guardia. Ellos me han dicho que las últimas placas han demostrado poco movimiento intestinal y un bloqueo importante en el colón ascendente, que no se mueve ni para "alante" ni para atrás, pese a todo la dinamita que ya se le ha suministrado. Lo han diagnosticado como una sub-oclusion intestinal, y me han dicho que tiene que seguir ingresado, bajo vigilancia y sin alimentación hasta que aquello comience a desplazarse.

No he sabido muy bien cómo comunicarle las noticias a Zach. Le he dicho que todo marcha según lo previsto y que simplemente hace falta más tiempo para que lo que le han administrado haga efecto, por lo que va a seguir ingresado otra noche más. He añadido que tiene que tener en cuenta, que una vez que está aquí, los médicos quieren asegurarse de que sale una vez que el problema esté resuelto y que seguro que todo es cuestión de unas horas más. Él me ha respondido resignado que no hay problema, que ya prácticamente contaba con ello. Pero lo cierto es que a la preocupación por lo que pueda estar aconteciendo en su organismo, se suma la decepción de que a cada día que pasa en el hospital, las posibilidades de completar el Camino se reducen. Me he despedido de Zach diciéndole que mañana a primera hora volvería a estar ahí y que deseaba que la fuerza le acompañase durante la noche, aunque los dos sabemos que si por fuerza fuera el problema ya estaría resuelto.

He vuelto a bajar a Lugo y me he alojado en el mismo hotel de ayer.  Tras una ducha caliente, he dado un paseo por la muralla y después me he comido un menú en un restaurante del Casco Histórico. Al terminar la cena, me he dado otro paseo para bajarla y relajarme un poco. Es curioso, llevo dos días sin caminar y me siento más cansado que en cualquiera de los días en los que me he metido pateadas sin conocimiento. Imagino que la tensión de la espera y no saber qué le pasa a Zach ni cómo van a evolucionar las cosas, influirá lo suyo. No he tardado en recogerme en mi habitación, donde a la luz del flexo, he estado escribiendo en mi cuaderno todo la que ha acontecido en el día de hoy, y cómo lo estoy viviendo.









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