viernes, 24 de mayo de 2013

26ª etapa: Hospital de Órbigo - El Ganso (32 kilómetros)


Esta mañana he desayunado en Hospital de Órbigo con David, quien me ha acercado en coche desde León hasta este pueblito donde terminé la etapa de ayer. Aquí se organizan unas justas y mercadillos medievales que son bastante famosos en la comarca y que tendrán lugar la semana que viene. Tras el desayuno me he despedido de él, agradeciéndole todas sus atenciones a mi paso por su ciudad y animándole a que no se lo piense mucho y haga el Camino algún día, convencido como estoy de que David es el tipo de persona que disfrutaría la experiencia como un enano.

A la salida de Hospital de Órbigo el Camino ofrece, en su avance hacia Astorga, un par de alternativas: un trayecto en línea recta en paralelo a la carretera nacional, o un desvío un poco más largo que discurre por antiguas aldeas, páramos, algún que otro bosque y extensos campos de cultivo. No me lo he pensado mucho antes de decantarme por la segunda opción.


Entre Santibáñez y Santo Toribio, en una explanada a la que se llega tras una bajada sobre terreno pedregoso bastante complicada, he conocido a David, un catalán de Barcelona que regenta un puesto ambulante al que ha dado en llamar la "Casa de los Dioses". Lo cierto es que si la Casa de los Dioses auténticos es como ésta voy a seguir portándome mal en la Tierra. Aparte del puesto ambulante, una nave abandonada y un camastro que David ha habilitado para su descanso, no hay nada alrededor, y ni siquiera el paisaje en este tramo del Camino es de esos que te dejan sin respiración. He estado un rato hablando con él, en el que me ha contado que un buen día, cansado de una vida que no le llenaba, decidió dejar atrás mujer, dos hijos y un buen trabajo en Barcelona y ponerse a caminar. Entiendo, por lo que me cuenta, que parte de su ralladura tuvo que ver con el consumo de estupefacientes, de los que al parecer se ponía hasta las trancas para mantener su ritmo de vida y una sonrisa postiza que regalar al prójimo. Hizo el Camino varias veces, recorrió la Península y un día, al pasar por aquí, sintió que una fuerza interior le pedía que se quedara donde estamos y se pusiera a servir a los demás. Que fundara la casa de los Dioses y él fuera el mayordomo.


No voy a negar que me he quedado algo ojiplático con las explicaciones de David. He mirado a mi alrededor y viendo aquel secarral he pensado que algo muy malo ha tenido que hacer en su vida anterior para que los Dioses le pidieran que montara el chiringuito aquí y no en la playa de Copacabana. El catalán me parece un tío listo, pero hay cosas de su discurso que no me trago. Todo lo que ofrece en su puesto ambulante es gratis, y así lo remarca insistentemente a todos los peregrinos que le preguntan, pero curiosamente a todo el que pasa de largo sin pararse o toma algo y se va sin pagar, le dedica unas despedidas con algo de desdén: "que tengas una buena vida"; "sigue tu  Camino, no pretendía entretenerte", comentarios que acompaña tocando una campanilla. Karma sí, pero con condiciones. Como el plan que tiene de comprar la nave abandonada, pero con el dinero de los demás. 20,000 euros del ala nada menos. Y te lo suelta después de decirte que para ser feliz tienes que desprenderte de todo lo material, de todas las cadenas que te atan a esta sociedad consumista. No le he querido llevar la contraria a David, pero evidentemente he pensado que para ayudarle a él a comprar esa birria de hangar me monto yo el chiringuito en Copacabana, y rápido además, no vaya a ser que los Dioses me hagan las misma putada que a él y me pidan que me quede en ese agujero.


Merodeando cerca del puesto de David he reconocido a un tío rubio con rastas y una pinta de fumeta que no se aguanta. David me ha dicho que es un danés que se ha quedado aquí para reflexionar; que está un poco confundido y que necesita tiempo en este "remanso de paz". Le he comentado con algo de retranca que a ver si se va a hacer fuerte y luego no lo saca ni con agua caliente, y me ha contestado que él no es quien para decir si puede quedarse y ni por cuantos días. Que él no es más que el mayordomo de la Casa de los Dioses. No he querido decirle nada, pero he pensado que si yo fuera Dios iba a durar bien poco como mayordomo con las pintas que se gasta; y el danés en mi casa ya ni te cuento, que parece que lo han sacado de una cueva. Pese al buen rollo que vende, me ha parecido que la sola mención del danés alteraba un poco a David y tengo la impresión de que en cuanto se vacíe esto de peregrinos lo va a correr a gorrazos y lo va a mandar de vuelta a Christiania, en Copenhague.




Después de estar un rato con él, he de reconocer que David me ha caído simpático. Tengo cierta debilidad por los caraduras con gracia. Me cuesta creer que un ser sobrenatural le haya pedido que esté aquí y yo personalmente creo que está porque le sale de las pelotas. Porque aquí está tranquilo, física y mentalmente recuperado, y lejos de sus miedos, esos mismos que dice él acompañan a muchos peregrinos. "Cuanto más peso llevas en tu mochila, más miedos llevas contigo; el que no tiene miedo viaja ligero". Y mientras tanto, disfruta de la conversación de peregrinos de todo el mundo que le hacen sentir alguien importante, y está bien alimentando con los donativos de la mayoría de la gente. Porque en el puesto de David abundan la fruta fresca, leche de soja, frutos secos y toda una variedad de productos orgánicos. No hace falta ser un lince para percatarse de que con el rollo del donativo en el Camino de Santiago, si tienes algo de marketing, se saca más dinero que poniendo un precio, más si tu público es extranjero, como es el caso en esta época del año.

No entro a juzgar si al personaje se le debe reconocer cierto crédito porque como él dice ha tenido la valentía de romper ciertas cadenas y liberarse. Tampoco sé si sus hijos le aplaudirán el día de mañana por su decisión, eso no es cosa mía. Pero hay algo en su cabeza respecto a sus planes de futuro que no nos cuenta. Vende el discurso de que se ha apartado del mundo para poder ser feliz siguiendo su "llamada", pero a mi no me da la sensación de ser el mismo tipo de persona que Tario, el poeta bilbaíno que conocí en Carrión de los Condes, por poner un ejemplo. Tras un rato conversando sobre estos temas, David ha tomado algo de confianza y me ha dicho que está jugando un papel, que todos lo hacemos, que esto es un gran circo lleno de actores y que él está jugando el suyo en este momento, y no sabe por cuánto tiempo. Y no le falta razón. En eso estoy yo también, la verdad, en elegir el papel de mi vida y a ser posible siendo el protagonista. Pero por simpático que me parezca, y sin pretender meterme en su vida, creo que la película de David ya la he visto y no me apetece mucho participar en ella.

A unos cientos de metros de la "Casa de los Dioses" hay un mirador desde el que se divisa Astorga. Allí me he encontrado a la lituana Ruta y juntos hemos descendido hacia la localidad leonesa. Unos paisanos nos han aconsejado huir de los sitios turísticos de la plaza del Ayuntamiento, y nos han recomendado un sitio de tapas y raciones bastante bueno y de precio razonable, en una de las bocacalles que salen de la plaza. Después de comer me he separado de Ruta, pues ella quería esperar a que abriera la Catedral para echarle un vistazo por dentro y yo he preferido continuar. Después de comer he enviado un mensaje a los americanos Zach, Hilly y Michael y a la húngara Szilvia, emplazándoles a juntarnos en el Ganso, un pueblito de cuatro casas donde mi guía del Camino de Santiago, dice que hay un bar muy peculiar llamado el Cowboy, regentado por un ex-legionario que es todo un personaje. Ante la sola sospecha de que pueda tratarse de otro Elvis del Camino, como el que conocimos en Reliegos, no he dudado en elegir ese destino como final de etapa.


El tramo final no ha sido excesivamente duro, en cuanto a la dificultad del terreno se refiere, pero se me ha hecho largo por la acumulación de kilómetros y el calor reinante. Lo cierto es que la canícula me ha respetado, y salvo momentos puntuales, las temperaturas durante el Camino han sido bastante moderadas. No quiero ni imaginarme lo que deben ser ciertas etapas, sobre todo en la meseta castellana, en los meses de Julio y Agosto. Cuarenta grados y sin una sombra donde cobijarte. Pa´morirse, vamos.

A la entrada de Santa Catalina de Somoza, a cuatro kilómetros de mi destino, me he encontrado con un abuelo con gayata que me ha preguntado si iba a hacer noche en el pueblo. Le he contestado que no y me ha replicado que es una pena, porque el segundo hostal que te encuentras al ingresar en la calle principal es de uno de sus hijos y se está de maravilla. El abuelo me ha confesado también que está en la entrada del pueblo porque todo el mundo va por defecto al primer hostal y su hijo no tiene clientes. Y que esta simple técnica comercial, le ha valido una denuncia por parte del mencionado primer hostal y el pago de una multa de mil euros. Le digo que aquello no me cuadra, que la calle es de todos y que no es delito que él esté allí sugiriendo a los peregrinos que vayan a éste o aquel hostal. El abuelo me ha dado la razón y me ha contado que la denuncia en realidad fue por una pedrada en la cabeza y que el juez se dejó engatusar. "¿Me ves tú a mi con pinta de tirarle a nadie una piedra a la cabeza?" - concluye el abuelo con una medio sonrisa.

Al momento ha llegado un señor pequeñito, de unos sesenta años, calvo, con la nariz muy grande y algo disperso, que le ha pedido al abuelo su bicicleta para ir un momento a casa. Él le ha preguntado si ya ha aprendido a montar y le ha dicho que haga lo que quiera pero que vuelva en un cuarto de hora, que se tiene que marchar él a la suya. El señor pequeñito, que acomodado en el sillín no llegaba al suelo, ha emprendido la marcha y ha estado a punto de arrearse sendos talegazos en los primeros cien metros, pero después ha compuesto el ritmo hasta que lo hemos visto perderse por las calles del pueblo. El abuelo me ha confesado que el señor pequeñito es familiar suyo. Estamos en la Maragatería, comarca entre León y Galicia, de pueblos pequeños y sociedades endogámicas donde la gente no ha salido mucho, así que no me sorprende que sean familia. Seguramente todos los del pueblo estén de una u otra manera emparentados. El abuelo me dice también, con muy buenas palabras, que el señor pequeñito es bastante corto y que hubo una temporada que estuvo ingresado en un psiquiátrico porque decía que veía a la Virgen. Yo le he preguntado al abuelo si no hubiera sido mejor aprovechar el tirón y convertir al pueblo en un lugar de romería antes que encerrarlo en un manicomio, y él, al que le ha hecho bastante gracia la ocurrencia, me ha dicho que no, que el señor pequeñito "es muy corto, muy corto" y nadie se lo hubiera creído...


Habré llegado al Ganso a eso de las siete y media de la tarde. He buscado el albergue en el que había reservado cama para mi y para Zach, Hilly, Michael, Szilvia y Ruta. Por fortuna, el encargado del albergue nos ha colocado a todos juntos en una especie de buhardilla donde no tendremos que compartir el espacio con nadie más, lo que aumenta las posibilidades de poder dormir sin tener que estar despertándose continuamente por los ronquidos de la concurrencia. Tras una ducha he dirigido mis pasos hacia el Bar Cowboy, para tomar una cerveza y esperar a que llegaran el resto. El bar estaba vacío y el camarero, al que enseguida he identificado como el ex-legionario del que hablaba mi guía, no parecía estar de muy buen humor. Me ha despachado sin prestarme mucha atención, ha contestado a mis preguntas con monosílabos y se ha puesto a ver la tele. Una decepción, vaya. Este tipo no me ha parecido ni la sombra de lo que es el Elvis del Camino y he decidido salir a la terraza para disfrutar ahí de mi cerveza.

Diez minutos después ha llegado un peregrino y, al verme en la terraza sólo, me ha saludado y se ha sentado conmigo. Me ha parecido observar que tiene la mano izquierda algo encogida y que anda un pelín raro. Él se ha comido un trozo de empanada gallega, acompañada de una Coca-Cola, y me ha preguntado que desde dónde había iniciado mi peregrinación. Yo le dicho que desde la estación de Canfranc y le he devuelto la pregunta. "Desde la puerta de mi casa" - me ha respondido él. La siguiente pregunta por mi parte ha sido prácticamente inmediata y él me ha dicho que es de Alcobendas, en Madrid. Hasta donde sé el municipio madrileño no está en ninguna de las principales vías reconocidas como Camino de Santiago, y pese a que en realidad la peregrinación, si se quiere respetar la tradición debería hacerse desde la puerta de la casa de cada uno, como la está haciendo Óscar, que así se llama él, no he podido resistirme e indagar en los motivos por los que decidió salir desde ahí y no de Roncesvalles como la mayoría de los mortales que nos acompañan. Su respuesta me ha dejado de piedra: "hace doce años me prometí que si volvía a caminar haría el Camino de Santiago desde la puerta de mi casa".

Hace doce años Óscar, era un empresario de éxito. Tenía cuatro peluquerías en Madrid que funcionaban de maravilla, una pareja a la que quería y viajaba todo el día de aquí para allá intentando expandir su negocio. A sus 27 años tenía todo lo que muchos de sus semejantes desearían para ser feliz. Pero un buen día, mientras hablaba con uno de sus clientes, que afortunadamente era médico y se percató de lo que estaba ocurriendo, sufrió un ictus, provocado por un defecto congénito no detectado por los médicos, pese a que dos meses antes, y al faltarle el aire subiendo unas escaleras, ya había acudido al especialista, al entender que algo no iba bien. Le operaron tres veces, del corazón y de la cabeza, estuvo varios meses en coma y se pasó más de un año en una silla de ruedas, hasta que pudo mantenerse en pie. Olvidó los nombres de las cosas, tuvo que aprender a hablar y a recordar el pasado. Hasta mantener la vista en el interlocutor con el que hablaba era una batalla al principio. En sus propias palabras, un virus se alojó en  su cerebro, y como si fuera un ordenador, hubo que resetear y programar todo desde el principio.



Los médicos le dijeron a Óscar que nunca volvería a caminar, que pasaría el resto de su vida postrado en una silla de ruedas y que precisaría de la ayuda de terceros. Se le han abrillantado un poco los ojos al contarme cómo fue él mismo el que trató de consolar a su madre, que no podía parar de llorar desconsolada, diciéndole que eso que decían los médicos estaba por ver y que él no estaba dispuesto a rendirse ni a bajar los brazos. Su novia no pudo asimilar todo aquello y un buen día Óscar le dijo que lo dejaran, que necesitaba una persona al lado suyo apoyándole al 100% y que no le veía a ella con esa disposición. Nunca más la volvió a ver ni recibió llamadas interesándose por él. Óscar ni le culpa ni le guarda rencor. Al empezar la rehabilitación, uno de los médicos que le trató le dijo que tras sobrevivir al ictus, él formaba parte de una nueva categoría de personas. En aquel momento no entendió bien lo que aquel médico quería decir. Ahora sí que lo entiende. Óscar es una persona sin problemas, como él se define. No puede guardar rencor ni hacer mala sangre. Su mayor preocupación en este mundo es ser feliz haciendo feliz a los que le rodean. La vida para él es un regalo y le da mucha rabia que le tuviera que pasar esto para darse cuenta de lo realmente importante, para formar parte de ésa otra categoría de personas de las que hablaba aquel médico. Óscar está convencido, de que si no hubiera sufrido el nivel de estrés que tenía cuando esto ocurrió y hubiera tenido otra actitud ante las cosas, nada de esto hubiera sucedido.



Óscar me ha confesado que tiene mucha fe en Dios, y que se prometió a sí mismo, que si alguna vez volvía a caminar y podía valerse sin ayuda de otros, haría el Camino de Santiago desde la puerta de su casa. Ya le queda menos. Me ha contado que aún no ha recuperado totalmente la movilidad, y que cuando regrese a Madrid, dedicará todos sus esfuerzos a recuperar la función de su mano izquierda, lo último que le falta. Pero no tiene prisa. Para él, las claves de su recuperación han sido tres palabras: "tiempo, trabajo y constancia", y con ese método que tan buenos resultados le ha dado seguirá peleando. Mientras me contaba todo esto, Óscar se estaba fumando un purito. Le he dicho que imagino que los médicos le desaconsejarán que fume y que incluso les parecerá una locura que se esté pegando esta panzada de caminar, y él me ha respondido con una sonrisa, y señalándome el purito antes de exclamar aquello de: "¡me fumo un puro!". "Como comprenderás, después de haberme dicho que no volvería a caminar, procuro no hacerles ni puto caso" - concluye el bravo madrileño, al que no sé cómo agradecerle la conversación ni sé cómo expresar lo importante que ha sido para mi encontrarme con él hoy aquí y escuchar de primera mano su experiencia.


Óscar se ha retirado a descansar prácticamente al mismo tiempo que llegaban Zach, Hilly y Michael al pueblo, absolutamente reventados tras una agotadora jornada para ellos. Les he agradecido el esfuerzo que han hecho para juntarse con nosotros y que cenemos todos juntos, obsequiándoles con unas botellas de vino, tortilla española y empanada que he comprado para cenar. Tras la cena, se han retirado todos, extenuados como estaban, y me he quedado departiendo con Zach, al tiempo que dejábamos las botellas de vino temblando. La verdad que ha sido bastante emotivo conocer a Óscar y escuchar su historia y tenía la necesidad de compartirla con alguien. Creo que Zach lo ha agradecido, pues como ya me comentó, un, por fortuna, leve percance de salud provocado igualmente por el estrés, fue el que le trajo hasta aquí...

















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