sábado, 18 de mayo de 2013

20ª etapa: Frómista - Carrión de los Condes (20 kilómetros)


La dueña del hostal en Frómista donde me alojo regenta también un restaurante que se encuentra a unos cien metros y en el que me ha recomendado que desayune. Dos con cincuenta euros café con leche y respostería. Y dos euros más si quiero zumo de naranja. Me parece acojonante que en un pueblo de Palencia te cobren eso por desayunar, pero bueno, no tenía muchas otras opciones. En todos los bares de pueblos pequeños por los que pasa el Camino le atizan el hostión al peregrino, que es "mu güeno" y no protesta. Más o menos igual de pardillo que el ciudadano europeo medio. Todos tenemos que comer y pagar las facturas. Cosas del Camino de Santiago y cosas del Euro, qué le vamos a hacer. Una mañana nos levantamos y donde pagábamos doscientas pesetas por un tubo de cerveza pasamos a pagar dos euros, y encima teníamos que dar las gracias porque le habían quitado dos ceros al precio. Y así con todo. Y los salarios los mismos, claro. Que entonces ya ganábamos mucho por no darle un palo al agua. Menos mal que aparecieron los bancos para, con una sonrisa de oreja a oreja, regalarnos el dinero que necesitábamos para cumplir nuestros sueños que si no, no sé qué hubiera sido de nosotros. Y nosotros cada vez teníamos más sueños, porque no íbamos a ser menos que los vecinos del quinto. Ah, qué tiempos aquellos!…Me endeudé una vez. Fue hace doce años para irme de Erasmus a Estocolmo, y espero no tener que volver a hacerlo en una buena temporada. Y eso que la inversión mereció la pena. Pero fueron tales los dolores de cabeza para devolver la pasta, que me dije, una y no más, Santo Tomás. Por eso no estoy hipotecado. Y por eso no entiendo cómo hay gente que se mete tan alegremente en hipotecas a treinta años...

En el restaurante del hostal me ha atendido un camarero recio, de rostro sonrojado y mofletes caídos. Su cara me ha recordado a la de un perro pachón. Le he pedido un café con leche, un trozo de bizcocho casero y un zumo de naranja. Su acento me ha parecido vasco y le he preguntado que de dónde era. Él me ha dicho que es bilbaíno, pero que parte de la familia de su madre es palentina y que ya hace muchos años que está en Frómista, regentando este negocio. Mantener la conversación con el camarero ha sido igual de duro que para un espectador seguir un peloteo desde el fondo de la pista entre Nadal y Federer. No ha parado de moverse de arriba a abajo de la barra, como si fuera Groucho Marx, en ningún momento. Yo mientras, le seguía con la mirada y untaba el bizcocho en el café, tratando de que no me chorreara al pantalón. Al solicitar la cuenta me ha pedido casi seis euros. Tras reponerme del hachazo le he dicho que la señora que regenta el hostal me había anticipado que como mucho cuatro cincuenta con zumo, y él ha replicado muy digno que no, que ella no está muy al día con los precios del restaurante. He pagado a regañadientes, y cuando he vuelto al hostal y la dueña me ha preguntado que qué tal estaba el desayuno, yo le he contestado que estaba caro. Ha querido saber cuánto he pagado y al decírselo, me ha confesado muy calmada que su hermano no tiene "ni puta idea de nada". Ha extraído unas monedas de la caja para abonarme la diferencia con el precio que ella me había dado y con voz muy sosegada me ha anunciado que ahora mismo llamaba a su mellizo, que por lo visto es el camarero, para reprocharle su despiste. Subiendo a mi habitación he pensado que al bonachón del restaurante le iban a cantar las cuarenta. Me daba en la nariz que en aquel reparto al nacer todo el carácter se lo había quedado la melliza. Al abrir la puerta me ha envuelto un grito huracanado procedente de la recepción: "Noooo, yo te dije cuatro cincuenta y tú le has cobrau lo que te ha salido de los cojones!!!"...




La etapa de hoy ha sido muy sencillita, veinte kilómetros caminando por el llano que me han permitido recuperarme de los excesos de jornadas anteriores. En Población de Campos, a unos tres kilómetros y medio de la salida, he hecho la primera parada en un bar para tomarme un cola-cao. En la tele, una reportera estaba entrevistando a un chatarrero en "Comando Actualidad". Con una de las preguntas que le ha formulado casi se me atraganta el cola-cao: "¿y no se le va a uno la cabeza cuando empieza a ganar dinero?". La cuestión de marras me ha dejado un poco descolocado, pero no menos que al dueño del establecimiento: "la madre que la parió, qué si se le va la cabeza dice; pero qué dinero gana un chatarrero, desgraciá!. Ya dirigiéndose a mi, el camarero me ha confesado que a él también se le va la cabeza, pero cuando le empiezan a llegar facturas y las tiene que pagar. Y que no vengan los de "Comando Actualidad" al pueblo porque también se le puede ir la cabeza como les dé por preguntar sandeces.

A la salida del pueblo me he encontrado con el taiwanés Wu. Es un chaval risueño al que le calculo no más de veinticinco años. Pese a su delgadez, porta una mochila en la que llevará unos diez kilos y una bolsa de plástico, que parece algo pesada y que se va cambiando de mano. Le he preguntado que qué lleva en la bolsa y él me ha contestado que la comida para el fin de semana. Por lo visto, el Domingo pasado se encontró todas las tiendas cerradas cuando quiso comprar algo de comer y este fin de semana no se la volvemos a jugar. No entiende muy bien por qué, en España, la gente de los comercios descansa un día a la semana, y me ha preguntado si el problema es que a los españoles no nos gusta ganar de dinero. Yo le he contestado que el dinero es para mucha gente un medio para vivir, y vivir bien si es posible, pero no un fin. Y que el descanso forma parte de esa escala de prioridades, porque sin días libres, ¿cómo cojones vamos a poder disfrutar del dinero que ganamos?. Creo que a Wu el planteamiento le ha debido parecer una soberana gilipollez. No ha entrado a rebatir la posibilidad del descanso, pese a que me ha preguntado, con unos ojos que parecían salirse de sus órbitas, si es verdad que dormimos la siesta todos los días. Estoy comprobando que esto de la siesta tiene a los asiáticos absolutamente fiplaos. Lo que no le cabe en la cabeza a Wu es cómo podemos tener las tiendas cerradas y un desempleo juvenil tan alto y me ha preguntado que por qué no se emplea a todos los jóvenes que están en el paro en las horas de cierre de los comercios, de tal manera que estos estén siempre abiertos y los jóvenes trabajando. Dos pájaros de un tiro - según el taiwanés. Si le diéramos la cartera de economía a Wu, creo que en dos tardes acababa con la crisis.


En Revenga de Campos me he despedido de Wu. Él ha extraído una chocolatina de su bolsa de plástico y me la ha dado de regalo. Me podía haber tocado la tortilla de patata, pero también un kilo de arroz crudo, así que no me puedo quejar. Yo me he dirigido a la iglesia del pueblo y he descansado un rato mientras daba buena cuenta de la chocolatina. Después he proseguido la marcha a buen ritmo. Antes de llegar al siguiente pueblo, he pasado por delante del desvío a Arconada y Santillana, dos pueblos palentinos. No he podido evitar acordarme del doce a uno a Malta que nos clasificó para la final de la Eurocopa del 84 en Francia y del desgraciado error del legendario portero donostiarra en la final de aquel campeonato que jugaríamos contra los anfitriones. Un borrón que para nada hacía justicia a la trayectoria y méritos de aquel buen cancerbero, sin cuyo concurso España no hubiera llegado hasta el último partido del torneo. Pero así somos en este país, que cuando ganamos el mérito es de todos y cuando perdemos sólo de los culpables, que casualmente nunca somos nosotros.



La siguiente parada la he hecho en Villalcázar de Sirga donde me he comido un trozo de empanada en un bar y he visitado la Iglesia de Santa María la Blanca, con dimensiones de Catedral y construida por los templarios, cuyos caballeros, todavía a día de hoy, la gestionan. Allí, el encargado de sellar la Compostela me ha sugerido que empiece a poner dos sellos por día o corro el riesgo de que en Santiago no me den la credencial por sospechar que he podido hacer el trayecto en coche. Me he quedado alucinado. Hasta a estas mínimas chorradas llega la "titulitis" en España. Con mucha educación le he adelantado que si me dicen eso en Santiago les pondré los pinrreles encima del mostrador y les pediré que me aclaren qué pedal causa las ampollas que llevo en las plantas, y casi todos los dedos, de los pies, si el acelerador, el freno, o el embrague. Sin entretenerme, he reiniciado la marcha pues el cielo encapotado no anunciaba nada bueno. Mis desvelos han sido en vano y de camino a Carrión de los Condes me ha sorprendido una granizada de campeonato. 


Al llegar al pueblo me he sentado a descansar en unos soportales donde echaba la tarde un paisano de Bilbao que se hace llamar Tario. Cuando le he preguntado qué clase de nombre es ése, me ha contestado que él es simplemente un poeta sin nombre que sigue al sol, porque es un solitario. Y que para acortar, del juego de palabras de sol, poeta y solitario, extrae el seudónimo Tario, con el que se suele presentar a no ser que quién le pregunte sea la Guardia Civil. El poeta bilbaíno me ha ofrecido un vaso de vino que yo he aceptado de buen grado. Me ha estado contando que por tercer año consecutivo va para Galicia a pasar el verano, y que cuando se canse, regresará por el norte, hacia su País Vasco natal, para después seguir caminando como ha hecho en los últimos seis años en los que lleva dando vueltas sin parar. Me he interesado por conocer cómo lo hace y me ha contado que con una pequeña pensión de invalidez de trescientos euros al mes, un buen colchón, una buena tienda de campaña, un hornillo y dos perras que hacen compañía y las veces de calefacción central. Los tres litros de vino que me ha confesado se pimpla al día imagino que ayudarán también a llevar este tipo de vida. Y a no pasar frío. Todas sus pertenencias caben en un carrito de bebé que es el que empuja todos los días hacía el siguiente destino, que varía según las ganas que tenga de andar o lo a gusto que esté en un sitio.

A Tario le gusta la poesía, pero no ha publicado nada. Según me cuenta hubo muchos intereses y presiones para que él no publicara. Y que estuvo perseguido hasta que al final desistió y decidió quitarse de en medio para que le dejaran en paz. Le he preguntado que de dónde venían esas presiones y él me ha contestado que da igual, que por mucho que cuente nadie le va a creer. Pero para que entienda de qué habla, me ha contado un caso supuestamente similar, acaecido en la década de los 70. Por aquel entonces llegó el "dodotis" al mercado y al poco, adquirió cierta notoriedad una mujer que dijo haber patentado un pañal reutilizable, que según Tario supondría la ruina de los inventores del pañal de un uso. Nunca más se volvió a saber de aquella mujer y el nuevo producto nunca fue comercializado. Tario me ha preguntado si entiendo de qué va la película y yo le he contestado que sí, pese a que a mi, que no se hable más de alguien que inventa semejante cerdada me parece la cosa más normal del mundo. "Nos manejan" - ha apostillado el poeta bilbaíno.



Tras un rato más de conversación, me he disculpado y le he preguntado a Tario si estará visible después de cenar, para tomarnos otro vaso de vino. Él me ha señalado su tienda de campaña y el carrito de bebé, instalados en una zona verde enfrente nuestra, y me ha confesado que no andará muy lejos.


Tras dejar mi mochila y darme una ducha de agua caliente, he ido a dar un paseo por el pueblo y a comprar una botella de vino del bueno para compartir con Tario. He parado también en la farmacia para hacerme con una caja de almax, pues la dieta del peregrino me da a ratos algo de acidez. En el interior de la farmacia me ha parecido reconocer a la irlandesa Alyson, acompañada por su amiga americana Hilly. Estaban comprando tiritas y según he entendido, algún producto para las rozaduras, ya que al entrar he sorprendido al farmacéutico mientras explicaba, ayudado por la mímica, cómo aplicar la pomada en caso de que la irritación se encontrara en la entrepierna. Alyson me ha reconocido y se ha puesto como un tomate, y Hilly, que habla español, le ha pedido por favor al dependiente, ante lo embarazoso de la situación, que se dejara de explicaciones y que pusiera el ungüento y las tiritas en una bolsa de plástico.

Tras despedirme de las simpáticas Alyson y Hilly me he dirigido a la entrada del pueblo para charlar un rato con Tario. Junto a él estaba, en animada conversación, una mujer que había salido a pasear a su perro y a la que, en un primer momento, he tenido la impresión de que incomodaba mi presencia. Les he preguntado si molestaba y ellos han dicho que no, por lo que me he ofrecido a serviles un vaso de vino a cada uno. Tario, acostumbrado a otro tipo de caldos, ha terminado con el suyo casi de un trago y antes de que nos diéramos cuenta habíamos finiquitado la botella tras un rato en el que poeta bilbaíno nos ha contado cosas acerca de su modo de vida, vivencias que ha alternado de vez en cuando con pequeños versos de su cosecha: "sólo sé, que sólo sabe, lo que se besa". Me he quedado muy serio cuando me ha soltado éste y le he dicho que esperaba que no se me estuviera declarando, comentario que Tario ha celebrado con una carcajada y sirviéndonos otro vaso de tinto, éste ya del suyo. La vecina del pueblo, Patricia, se ha excusado y ha dicho que se tenía que ir, ya que pretendía ver Eurovisión y no perderse la actuación de España. Patricia vive sola en una casa de dos alturas y bastantes habitaciones, y le ha ofrecido a Tario que llame a su puerta si tiene frío por la noche o cualquier otro tipo de problema. Creo que aquí hay algo y que Patricia está reclamando compañía, y así se lo he hecho saber al poeta bilbaíno, que ha compuesto la sonrisa del galán al sentirse halagado por sus dotes.




Me he quedado un rato más hablando con Tario hasta que ha anochecido. Me ha estado contando que tuvo una infancia complicada. Su padre mató a su madre al poco de nacer él y fue encarcelado. Tario fue internado en un orfanato donde sufrió toda clase de abusos que, según él, aniquilaron su voluntad y donde el único lenguaje que se utilizaba era el del palo. En su juventud se acentuaron los problemas. Escuchaba voces que le impulsaban a hacer cosas que él no quería hacer, cayó en una profunda depresión y permaneció en un hospital ingresado durante un año. Consiguió una invalidez y continuó con el tratamiento y bajo control médico, ya que de otra manera no percibiría la prestación. Un buen día, hace hoy seis años, se hartó, de estar atiborrado a pastillas y sin ganas de hacer nada, metió todo lo que necesitaba en un carrito de bebé que encontró abandonado en la calle y se puso a caminar. No tengo forma de contrastar lo que me dice, no otra que no sea creerle a pies juntillas, pero afirma que no ha vuelto a tener una recaída y que no ha sido más feliz en toda su vida. Que tiene todo lo que necesita con él y que disfruta por primera vez de la sensación de sentirse libre. Imagino que la gran mayoría de especialistas médicos, si no todos, opinarán que es una aberración que Tario se pasee por ahí sin estar controlado clínicamente, más si cabe bebiendo como bebe, pero yo a quien me he encontrado es a una persona que no ha recibido mas que golpes en esta vida, inteligente, sensible y seguramente asustada, que huye y se aisla para que nadie le haga más daño. Y ésa es la persona de la que hablo, alguien a quien lejos de estigmatizar por tener una enfermedad mental igual habría que escuchar más. Alguien a quien todo lo material que necesita para ser feliz le cabe en un carrito de bebé.

Le he agradecido a Tario su compañía y su sinceridad, he dejado algo de dinero con él para que acabe el mes algo más desahogado, y me he alejado pensando si le faltaría tiempo para ir hasta la casa de Patricia y tocar el timbre para ver con ella lo que quedara de Eurovisión. Creo que les vendría bien a ambos algo de cariño y asfixiar sus miedos abrazados...













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