viernes, 31 de mayo de 2013

33ª etapa: Hospital de Lugo

Ayer me puse a escribir, y entre pitos y flautas se me hicieron las cuatro de la mañana. Me había puesto la alarma a las ocho para estar cuanto antes en el hospital, pero al sonar la he apagado, retrasándola una hora. Necesitaba un poco más de descanso. A las nueve me ha vuelto a despertar la tonadilla del móvil y me he incorporado. He enchufado el celular y he visto que tenía un mensaje de Zach en Facebook. Lo he abierto ansioso, confiando en que en aquellas líneas me contara que se había desencadenado la tercera guerra mundial en Lugo. Que el hospital de la ciudad era ya a esas horas una zona sellada, un hongo gigante de humo y materiales incandescentes visible a cientos de kilómetros a la redonda. Un cráter enorme en Galicia a los ojos de un satélite. Que a la sala de Urgencias habían entrado unos buzos con escafandras en busca de algún resquicio de vida humana y que habían salido de ahí convulsionando y con los pelos de la nariz chamuscados. Nada más lejos de la realidad. Ni contracciones había experimentado durante la noche; el parto debía esperar. En el email Zach me contaba otras cosas. Tuve que releerlo y hacer un esfuerzo para no perder la compostura, y evitar que se me escapara alguna lágrima. Mi amigo americano, al que conocí hace una semana en el Bar de Elvis en Reliegos, León, venía a decirme básicamente lo siguiente:

"Mi querido amigo que al que no hace mucho que conozco...

Debo pedirte que retornes al Camino y completes tu peregrinación a Santiago. Te estaré siempre agradecido por tu genuina hospitalidad y por todas tus muestras de generosidad, pero tú eres también un peregrino y tienes tu propio Camino que recorrer. He disfrutado de veras conociéndote y viendo que tienes una gran personalidad. Tus padres deben estar sin duda orgullosos del hombre que han criado. Pero me arrepentiré siempre si no logro convencerte de que no te preocupes más por mí y concluyas lo que tanto ansías terminar. Estoy bien atendido aquí, y además, viendo que es ya prácticamente imposible llegar a Santiago, estoy sopesando la posibilidad de regresar a casa antes del Lunes y terminar el Camino como Dios manda en otra ocasión.

Tu agradecido amigo,

Zach"

Mensaje al que he respondido tras su lectura:

"Buenos días Zach,

Muchas gracias por tus sentidas palabras. Pese a que hace poco tiempo que nos conocemos, conecté rápidamente contigo, y aunque nos hayamos criado en lugares muy distantes, y culturalmente distintos, creo que tenemos muchas cosas en común, aparte de la edad. Hay personas a las que no llegas a conocer nunca, y otras, a las que con una semana te sobra. Yo a ti ya te considero un amigo, y con los amigos, se está a las duras y a las maduras. Una de las razones por las que estoy haciendo el Camino es por un buen amigo al que perdí hace algunos años y que siempre estaba a mi lado cuando lo necesitaba. Si me marchara sin preocuparme por ti, ni me lo perdonaría yo, ni, donde quiera que esté, me lo perdonaría él, así que este tema no tiene discusión. Entramos juntos a ese hospital, y juntos saldremos de ahí. Vamos a esperar a ver por dónde respiran los médicos esta mañana y según lo que digan pensaremos en los próximos pasos a seguir. En una hora estoy contigo"

Un abrazo,

Javi"




Habré llegado al hospital  a eso de las diez. Zach no estaba en la habitación y me he sentado al lado de la cama para esperarlo. Ha aparecido cariacontecido unos minutos después. Venía del baño tras la enésima derrota. Nada de nada. Cada vez que Zach se levanta al servicio, en Urgencias contenemos la respiración, no por la radiactividad que pueda emanar del escusado, sino por las ganas que tenemos de que todo aquello acabe. Me recuerda a una de esas películas americanas en las que los extraterrestres invaden la tierra y la película va mostrando planos en los que gente de todo el planeta sigue las evoluciones de la invasión pegados al televisor de su casa, o de un bar, o de la oficina, o de una peluquería. Me he imaginado una secuencia parecida: la CNN abriendo las noticias en horario de máxima audiencia con el caso de un americano que estaba realizando el Camino de Santiago y que continúa aislado en España tras un mes entero sin poder jiñar. Y me he imaginado a personas de varias nacionalidades pegadas al televisor, en Nueva York, en Londres, en Madrid, en Río de Janeiro, en Tokio, en Nairobi, en Sidney y en Jerusalén, aguardando la última hora, haciendo fuerza todos juntos, el mundo olvidando sus diferencias, hermanado en un juego de socatira virtual, tirando al unísono para desalojar a esa criatura de Satanás amotinada en el bajo vientre del americano.

Al rato han aparecido las doctoras de guardia en la ronda matutina. Eran distinta pareja a la de ayer, pero nuevamente una cirujana y una internista. Me han pedido nada más entrar que saliera un momento al pasillo y les he contestado que no tenía ningún problema pero que entendía que hablaban inglés. Las dos han contestado al unísono que no, y que si Zach no habla español que entonces me quedase. La verdad que si no le exigimos a nuestros gobernantes que hablen un inglés decente para que no hagan el ridículo cada vez que salen al exterior a supuestamente defender nuestros intereses, no se lo vamos a exigir a los médicos del Hospital de Lugo, pero creo que en España en general, debería revisarse el tema de la enseñanza de idiomas y cómo es posible que siendo la lengua de Shakespeare obligatoria en colegios e institutos hasta los 18 años, salgamos de ahí, después del dinero invertido por nuestros padres, y cantidad de tiempo por parte nuestra, sin tener ni puta idea de hablar inglés.

Aparte de no hablar inglés, las doctoras en cuestión creo que no se habían leído bien la historia y andaban un poco pez con el caso de Zach. Se han quedado algo sorprendidas al decirles los días que llevaba sin despeñarse el tronco por la catarata, pero me han dicho que no nos preocupásemos, que le iban a aplicar una solución que era mano de santo y que en cosa de media hora estaba el tema resuelto. Como las he visto algo perdidas les he preguntado si se referían a la solución que se aplica para las colonoscopias y me han contestado, nuevamente con cara de sorpresa, que sí y que por qué formulaba la cuestión. "Porque ya le habéis dado dos jarras de litro y medio cada una y aún tiene que ser la primera vez que tiremos de la cisterna" - he respondido, momento en el que del susto casi se caen las dos al suelo. ¡Madre del amor hermoso!  - ha exclamado una de ellas. La otra me ha preguntado si Zach tiene antecedentes de esa enfermedad innombrable en la familia y yo le he dicho que no lo sé y que me daba un poco de reparo preguntárselo. Ella ha dicho que necesitan saberlo, porque puede haber algo no previsto ni deseable obstruyendo el intestino, por lo que le he trasladado la pregunta al americano. Él me ha dicho medio pálido que, de los más directos, no hay antecedentes en la familia con problemas serios en el aparato digestivo. Las doctoras han dicho que le van a encargar otras placas y que van a probar con una nueva dosis de lo mismo pero un poco más fuerte. Para nuestra tranquilidad, nos han dicho que el abdomen sigue blando y que, ante la ausencia de otra sintomatologia, como dolor intenso o vómitos, se puede decir que la situación está bajo control.

Después de la visita de las médicos de guardia, ha quedado más o menos claro que nos esperaba otra larga jornada del vía crucis particular que estamos viviendo en la sala de urgencias del Hospital de Lugo. Ante el panorama, y al haberle recomendado los galenos a Zach que se mueva, hemos decidido tomarnos las cosas con tranquilidad y recorrer los pasillos y después la planta calle. Durante el paseo Zach me ha preguntado si he visto un episodio de South Park en el que uno de los protagonistas bate el récord mundial de la cagada más grande de la historia. Me ha mostrado el video en Youtube, cuyo visionado hemos acompañado con sonoras carcajadas, y me ha dicho que lo de South Park es una broma comparado con lo que tiene él preparado, y que mejor harían en dejarlo ingresado en la azotea del edificio.


Continuando con la caminata nos hemos detenido en la tienda de prensa y regalos para comprar unos sudokus, que Zach nunca ha intentado y que le he recomendado para que se entretenga, y una baraja de póquer para echar unas manos mientras aguardamos a que suceda lo que empieza a parecer un imposible. Tras jugar un rato a las cartas he bajado a la cafetería de visitas para comer un menú y tomar luego un poco de aire en la calle. Para no gustarme los hospitales me estoy comiendo taza y media con el americano.

Después de almorzar he decidido hacer una ronda informativa con mis hermanas las médicos para contarles cómo va la cosa. Las dos han coincidido en el diagnóstico: que si hubiera algo realmente serio que estuviera obstruyendo el intestino, como sugirió la cirujana que nos ha atendido hoy, acompañaría al embotellamiento otra sintomatología que Zach no manifiesta. Que es muy raro, pero que todo parece indicar que estamos ante un caso de estreñimiento del viajero de carácter brutal provocado por una cierta predisposición del paciente, algo de  aprensión a hacer sus necesidades en baños de albergues donde la convención de Ginebra prohibiría sentar a un prisionero de guerra, deshidratación provocada por las largas caminatas bajo el sol y todo ello aderezado con el cambio de dieta: Zach es vegetariano y aquí se ha puesto morao de carne y embutidos.

Una de mis hermanas, la doctora Zen, ha añadido otra variante a la ecuación que, en mi humilde opinión, no debería pasarse por alto: Zach, viéndose ingresado en un hospital en España, donde no entiende a nadie ni tampoco lo que le pasa, lejos de los suyos y de su casa, está tan acojonado que en vez de cagarse por la pata abajo, como se dice vulgarmente cuando el miedo relaja nuestros esfínteres, se estaría cagando hacia adentro, y que contra esto no hay otra medicina que valga que el traslado del americano a su tierra natal y la audición del himno de las barras y estrellas una vez cada ocho horas: "Javi, me apuesto lo que quieras contigo a que este tío no caga hasta que vaya montado en el avión y vea la Estatua de la Libertad desde la ventanilla" - me ha ilustrado ella de manera muy gráfica.



De vuelta al Hospital, en el hall de entrada, había un vendedor de lotería que ofrecía décimos para el sorteo del oro de la Cruz Roja. He pensado que si "mierda" se utiliza en algunos contextos como sinónimo de buena suerte, no podía dejar pasar la oportunidad de tentar al destino comprando un par de boletos, uno para Zach y otro para mí, con la condición de repartirnos el premio si alguno de los dos gana. Con la cantidad de suerte que acumula el americano en su interior, las posibilidades de que nos toque algo, son en mi opinión bastante elevadas. A Zach le ha hecho mucha ilusión recibirlo y se ha puesto una alarma en el móvil para que no se le pase el 18 de Julio, la fecha del sorteo. Después me ha contado que en mi ausencia ha estado haciendo algunos ejercicios de yoga, y me ha enseñado un vídeo que me grabó bailando en la juerga que nos corrimos en The Wall, en León, y que dice que le ha inspirado para comenzar a hacer un tipo de ejercicio específico que cree puede estimular a sus aletargados intestinos. El baile en cuestión no tiene gran misterio, y no es más que el movimiento epiléptico de alguien que lleva ya más tragos de la cuenta y que se mueve convulso al ritmo de la música. Algo parecido al "supermeneo" protagonizado por Gordi en los Goonies.


Zach me ha dicho también, que durante el rato en el que yo he estado comiendo en la cafetería, a él le han bajado nuevamente a la sección de Rayos X para hacerle unas nuevas placas, de las que de momento no tenemos noticias. "Vaya año que llevo" - me ha dicho de repente, "es la segunda vez en menos de medio año, pese a la vida en teoría saludable que llevo, que termino en un hospital". Zach ya me había comentado brevemente en León que tuvo un percance en Enero que le obligó a buscar asistencia médica de urgencia. Un Viernes, al terminar una estresante semana de trabajo, sintió que perdía las fuerzas y que se iba a desplomar en cualquier momento. Consiguió llegar a casa con todas las que pudo y se pegó gran parte del fin de semana en la cama durmiendo. El Domingo se sintió un poco mejor, y el Lunes se fue a trabajar a las oficinas bancarias en las que desempeña labores como informático. Al regresar a la vorágine y al estrés cotidiano, volvió a sentir los mismos síntomas y a notar que le fallaban las fuerzas. En un momento dado, mientras hablaba con un cliente en la India que le tenía hasta el gorro, sintió un dolor en el pecho y que le faltaba el aire para respirar. Se disculpó ante el cliente, diciéndole que no se encontraba bien y que tenía que marcharse al hospital. Éste, lejos de decirle que por supuesto y desearle que no fuera nada, continuó hablando y le pidió que no se fuera hasta que terminaran de resolver el problema que les ocupaba. Zach se dijo así mismo, "qué mierda es ésta", y colgó el teléfono dejándole con la palabra en la boca.

Buscó la ayuda de un compañero de trabajo, porque no se sentía con fuerza ni de conducir hasta el hospital, y una vez allí fue tratado de urgencia al detectar el electrocardiograma que se le practicó un ritmo alterado del corazón. Mientras esperaba a que le realizaran nuevas pruebas, Zach quedó tumbado en una cama cruzada en medio del pasillo, ya que el hospital tenía bastantes pacientes en espera, y conectado a una máquina para controlar su frecuencia cardíaca. Era tal la carga de trabajo que tenía durante aquellas semanas, que aún en aquellas difíciles circunstancias, seguía pegado a la blackberry y respondiendo correos electrónicos desde aquel lecho. Quiero pensar que quizá en parte también para distraerse y olvidar el susto que debía llevar en el cuerpo al verse en esa situación. Fue entonces cuando una llamada entró en su blackberry. Era de nuevo el cliente indio que le volvía a dar el coñazo, esta vez en el móvil del trabajo. La sola visión del nombre de aquel cretino en la pantalla de su móvil alteró a Zach, y la máquina a la que estaba conectado comenzó a emitir un pitido, señal de que su frecuencia cardíaca se estaba volviendo a descontrolar. Sólo entonces comprendió que estaba ahí por culpa del estrés asociado a su trabajo, apagó su móvil e intentó relajarse.

A Zach le diagnosticaron una fibrilación auricular, la arritmia cardíaca más frecuente en la práctica clínica y que pueda estar motivada por muchos y diferentes factores. En el caso que nos ocupa, los análisis y pruebas posteriores demostraron que el americano estaba perfectamente, y que quizá un virus podría haber provocado esta anomalía. Cuando los médicos no tienen explicación para algo suelen echarle la culpa a los virus, el cajón de sastre de la medicina donde acaba todo que no tiene mucha explicación. No se le recetó medicación y simplemente se le recomendó que reposara unos días. Zach tenía su propia teoría, y estaba convencido de que aquel incidente guardaba relación con su tipo de vida y el estrés asociado a un trabajo que no disfruta especialmente. El hecho de que la máquina a la que estaba conectado se volviera loca cuando le llamó el indio pesado, vendría según él a corroborar su tesis. Zach, quería cambiar de vida, pero no encontraba el momento ni tampoco qué hacer que no fuera lo que hacía y para lo que se había formado durante tantos años. Decidió hacer el Camino para tener un tiempo de reflexión, analizar dónde estaba en su vida y hacia dónde quería tirar. Y mira por donde había acabado en el mismo lugar donde no quería volver a terminar, en un hospital, aquejado de un mal que no se sabe muy bien lo que es, pero que empieza a creer que no tiene buena pinta.


He escuchado atentamente el relato del americano y de nuevo me he vuelto a plantear si el destino existe, y si es el caso, por qué ha provocado que Zach y yo nos crucemos en nuestros respectivos caminos. Le he visto tan derrotado contándome su historia, que pese a que no suelo hablar del tema, he creído que contarle una historia parecida que me sucedió a mí, podría servirle de acicate y ayudarle a comprender que lo que le pasa es más común de lo que se piensa, y que en mi opinión personal, basado en mi propia experiencia, su cuerpo le está mandando señales para que cambie de vida, para que busque algo que le haga sentir bien. Que no hay trabajo que justifique que pierda la salud a una edad tan temprana, y que la vida es demasiado efímera para vivirla con miedo. Que tiene que ser valiente y no resignarse a ir como un zombie a la oficina, o medicado llegado el caso para poder trabajar; y que no hay por qué aceptar necesariamente las cosas por un equivocado sentido del deber o "porque esto es lo que hay".

Hace un par de años, yo también pasé por un período de cierto estrés. Había fichado por uno de los mejores bancos del mundo para ser responsable de un departamento, pese a mi juventud, y la presión estaba ahí. Por los resultados obviamente, que se esperan de una persona que ocupa cierta posición en una institución de este nivel, y también por la presión que se autoimpone uno, que no quiere defraudar a quienes confiaron en él, que tiene un prestigio profesional que defender, y también un amor propio, a veces excesivo. Por qué no admitir que muchas veces algunos de nuestros problemas vienen motivados por la falta de humildad. El caso es que tras varios días con jornadas de hasta quince horas en la oficina a cuenta del cierre de un par de operaciones que coincidieron en el tiempo, mi vista se comenzó a nublar y empecé a ver doble. Inicialmente lo atribuí al número de horas que llevaba enfrente del ordenador y cerré los ojos durante algunos segundos. Al abrirlos de nuevo, la visión doble seguía ahí y, pese a intentar concentrarme en la pantalla, no lograba leer lo que ahí se mostraba. Decidí levantarme e ir al baño para refrescarme con agua fría, con idénticos y negativos resultados. Aquello no era Lourdes ni el agua de los baños bendita.

Me comencé a inquietar por momentos y decidí bajar a la calle a que me diera el aire y a pasear un rato. Lo hice durante unos diez minutos en los que la situación no mejoró. En ciertos tipos de trabajo, como el que yo realizaba, uno escucha de vez en cuando de gente a la que le da algún pasmo, a edades tempranas, y que en estos casos, la celeridad con la que se actúa puede ser vital. Como ya he hecho referencia en otras ocasiones, me crié entre profesionales de la sanidad y quizá el exceso de información haga que en ocasiones le dé más importancia a temas relacionados con la salud que a lo mejor otras personas no le darían. Yo comencé a valorar la posibilidad de que la visión doble estuviera relacionada con algo serio y que tocaba ir corriendo a un hospital. No quería preocupar ni a mis padres ni a mis hermanas, por lo que decidí llamar a Joserra, el hermano de mi amigo Alberto. Ya le he mencionado a Zach que este amigo es uno de los motivos por los que estoy aquí, haciendo el Camino de Santiago, y le he aclarado que hace unos años perdí a Alberto, pero gané a su hermano Joserra, a quien hasta entonces conocía someramente, pero a quien aquella tragedia me unió de la misma manera que estaba unido a su hermano. Joserra sacó uno de los mejores números en el MIR de su año, y es internista en la Paz, uno de los mejores hospitales del país. Y estoy convencido de que en unos años, será reconocido como uno de los mejores de su especialidad en España, por su dedicación y la pasión con la que se entrega a la medicina. Le comenté a Joserra lo que me pasaba y él me dijo que, aunque esperaba que no fuera nada, lo prudente era que me fuera inmediatamente al hospital. Que estaba ocupado y no me podía estar esperando él en Urgencias pero que llamaría a la médico de guardia para que me atendiera lo más rápido posible.

Llegué a la entrada de Urgencias un cuarto de hora después, y me registré en admisiones diciendo lo que me pasaba. A los diez minutos me llamaron de una sala, en la que estaban un par de enfermeros que me preguntaron qué síntomas tenía y que me tomaron la tensión a continuación. Al ver la cifra que marcaba el aparato se levantaron de un bote y me dijeron que por favor les siguiera. Uno de ellos le dijo al otro si me buscaban una silla de ruedas para trasladarme y el otro dijo que no, que fuéramos rápido. Empecé a pensar que aquello no era real, que no me podía estar pasando a mí. Que sólo tenía 34 años para estar escuchando cosas que uno no espera escuchar nunca. Me llevaron a una sala donde ya me esperaban un par de médicos de guardia, rodeados de varias enfermeras. Me hicieron quitarme la camisa y me conectaron a un electrocardiograma. Me pusieron una pastilla debajo de la lengua y comenzaron a explorarme y a hacerme preguntas para ver si estaba orientado y respondía con lógica a las preguntas. Yo estaba relativamente tranquilo, porque estaba convencido de que este despliegue era excesivo para lo que yo creía que me pasaba. Que simplemente estaba estresado y que los hospitales me ponen enfermo y hacen que se me dispare la tensión. "Síndrome de la bata blanca" creo que le llaman. Después me pidieron que tocara varios puntos de mi cuerpo con diferentes dedos en cada ocasión para ver si tenía coordinación. Enfrente mío había una chica vestida con un pijama verde que no decía ni mu. Era joven y muy guapa, y me miraba con cara asustada, le temblaban ligeramente los labios y parecía que iba a romper a llorar en cualquier momento. Creo que era una estudiante en su primer día de prácticas. Pobrecilla, se estaba tragando el paraguas. Yo le sonreí para intentar tranquilizarla, convencido como estaba de que no iba a palmar en circunstancias tan lamentables, por culpa del estrés provocado por un par de préstamos y todos los plastas que me llamaban sin descanso para decirme que lo suyo urgía, que lo suyo era lo más importante del mundo y que no podía esperar. Un poco como Zach y su cliente indio de los cojones.

El diagnóstico fue una crisis hipertensiva asociada a estrés. Las pruebas que me realizaron en las semanas posteriores demostraron que todo estaba bien. Los análisis reflejaron niveles normales de colesterol y azúcar. La tensión en reposo estaba perfecta, pero en horario de oficina me subía algo, aunque la media de todo el día estaba en tramos absolutamente normales para mi edad. Hablé con el médico que llevó mi historia y me dijo que no había nada por lo que alarmarse, pero que el tipo de trabajo que realizaba me provocaba aumentos de la tensión arterial, y que eso, no ahora, pero dentro de diez años, si seguía con las misma tónica, podía situarme entre la población de riesgo a sufrir hipertensión y a precisar medicación de manera continuada. Yo estaba convencido que más que el trabajo en sí, el problema estaba en mi interior. Mi trabajo tenía picos de estrés, cierto, pero también me podía haber subido la tensión trabajando de cajero en un supermercado, en un bar donde no te dejan respirar ni un segundo o en una mina. Y además en esos trabajos se cobra mucho menos de lo que ganaba yo, así que no seré yo quien le eche la culpa de mis males al tipo de trabajo. Me parecería una falta de respeto para con mucha otra gente que no tiene posibilidad de elegir o que tienen que seguir adelante con lo que tienen y además dar las gracias. No, mi problema era otro, y lo llevaba un tiempo rumiando en mi interior. Mi problema era analizar seriamente si aquello que llevaba haciendo ya unos años, por muchas satisfacciones que me reportase, era lo que quería hacer toda la vida. Si quería retirarme con 65 años, tras trabajar doce horas de Lunes a Viernes, mirando atrás y no habiéndole dado salida a otras inquietudes que tenía en mi interior. Y como la respuesta que me daba en el 100% de los casos era que no, desde aquella cama, postrado en las urgencias del hospital conectado a una máquina, me dije: "joder Javi, qué coño haces aquí". Y supe desde aquel instante que tocaba diseñar un plan B. Que no había excusas, que tocaba ser valiente y romper con esa dinámica. Asumir riesgos, como hace diez años, cuando me fui con una mano delante y otra detrás a Estocolmo, después a Belfast y tras Belfast a Londres. Y en aquel momento me dije que la primera etapa de ese plan B sería recorrer el Camino de Santiago, algo que me había prometido desde hacía tiempo.

Zach ha escuchado con la misma atención mi historia, que según me ha confesado, ha encontrado muy inspiradora, y me ha dado las gracias por compartirla con él. Me ha admitido igualmente, que ése es precisamente el mismo problema que cree tener él, pero que todavía no ha reunido el valor suficiente para lanzarse al vacío, romper con una vida que no deja de ser cómoda, e intentar otras cosas. Creo que Zach entiende ahora por qué pienso que tenemos tantas cosas en común y por qué he conectado con él tan rápido. De alguna manera me veo reflejado en él y siento la necesidad de transmitirle que la pérdida repentina del amigo del que le he hablado estos días, si algo me enseñó, es que aquí estamos de paso. Que sólo nos pertenece el hoy y que mañana es un regalo que recibimos cada día. Y que teniendo el privilegio como tenemos, de poder decidir sobre nuestras vidas, no podemos permitirnos el malgastarlas haciendo algo que no nos termina de llenar o que nos hace infelices. Y que las manifestaciones de estrés, no son en mi opinión, más que señales que dejan traslucir insatisfacción interior, conflictos que te toca resolver, señales para que cambies ciertas cosas en tu vida que te envía tu organismo, que es más sabio que tú, porque acumula información genética de generaciones, y sabe lo que te conviene.




Se hacía tarde y le he dicho a Zach que iba a buscar a la doctora de guardia para ver si teníamos alguna novedad. Ella me ha dicho que las últimas placas han mejorado y que comienza a percibirse algo de actividad gaseosa y movimiento en el intestino, por lo que espera que el volcán comience a entrar en erupción durante las próximas horas. Pese a ello, el americano no podrá irse hasta que empiece a expulsar algo de magma. He comentado la situación con Zach y le he dicho que mañana tendremos que tomar una decisión, y si no se produce el "Big Bang", tendrá que valorar firmar el alta voluntaria, volver a Estados Unidos bajo su responsabilidad y que allí le hagan un chequeo de arriba a abajo. Por razones obvias, no he querido comentar con él, que seguramente en Lugo no quieran hacerle ese chequeo completo por miedo a encontrarse con lo que no quieran. Él me ha contestado con gesto serio, que pase lo que pase, su intención es dejar el hospital mañana y que va a empezar a mirar vuelos para ver si es posible adelantar un día su regreso.

He bajado nuevamente a Lugo y me he alojado en el mismo hotel donde el dueño lo flipa cada día que me ve regresar con mi mochila de peregrino, lo cuál significa que se ha pospuesto nuevamente el día D del desembarco en Normandía. Tras la acostumbrada ducha de agua caliente para relajarme un poco, he salido a cenar, y en la zona de tapas me he encontrado con la atractiva internista que nos atendió el segunda día. Estaba picando algo con su novio y me ha querido invitar a un pintxo y una caña, que he aceptado gustoso. Ella me ha preguntado con sorpresa, ya que hoy ha librado, si seguimos por el hospital, y yo le he dicho que sí. Me ha comentado que es todo muy extraño y que nunca se habían encontrado con un caso parecido, y que la pena es que el americano se va a ir y el problema lo van a solucionar en otro sitio, porque la historia es para publicarla en una revista médica. Tras un rato con ellos, me he despedido cortésmente, porque si bien el novio de la doctora ha estado majísimo en todo momento, me ha dado la impresión de que tampoco quería compartir la velada del inicio del esperado fin de semana, además de con su novia, con un aguantavelas que está ahí porque un amigo suyo americano lleva un mes sin ir al baño. Algo por otra parte, perfectamente comprensible.

Al llegar al hotel le he mandado un mensaje a Zach para decirle que tenía dos noticias que darle una buena y otra mala. La buena es que me había encontrado de tapas a la doctora que nos atendió ayer y que habíamos estado un rato juntos. La mala que también estaba su novio. Zach me ha hecho sonreír, con su respuesta tan americana, en la que me venía a decir, que vaya mierda, y que se estaba viniendo arriba pensando en que había triunfado hasta que he mencionado al novio: "shit man, I was getting really excited until you through that part in about her boyfriend! Oh well..."









jueves, 30 de mayo de 2013

32ª etapa: Hospital de Lugo

Finalmente pernocté en el Hotel España, justo enfrente de la muralla. Un sitio muy bien ubicado y fenomenal de precio. Ayer se me antojó pizza y fui a un restaurante italiano. Después de cenar di un paseo por el casco histórico de la capital lucense. Me vino estupendamente, para quedarme con la copla de lo que es la ciudad, que me sorprendió gratamente, y también para relajarme un poco tras la tensión del día. No tardé en irme a dormir y lo hice como un mariscal.

A las ocho y media de la mañana estaba como un clavo en el Hospital de Lugo. Zach aún dormía y he decidido bajar a desayunar a la cafetería. Cuando he vuelto, el americano ya estaba despierto y le he preguntado que qué tal había pasado la noche. Él me ha contestado que si me refiero a si ha dormido bien, la respuesta es que sí. De lo otro parece que no hay novedad, y tampoco he querido ahondar en el tema. A eso de las diez, ha descorrido las cortinas del box, como si fuera un mago que viniera a darnos una sorpresa, el cirujano de guardia. Imagino que no hace falta que diga que a Zach, lejos de agradables sorpresas, se le han puesto los cojones de corbata. Detrás del cirujano ha entrado una internista bastante atractiva. Para mayor escarnio del de Kentucky, ha sido el cirujano y no ella quien se ha encargado de la preceptiva exploración. Nuevamente he tenido que estar presente, incluso durante las escenas más escatológicas, con el fin de traducir las preguntas de los doctores y las respuestas del americano. Si no me la había ganado ya, creo que la Compostela es mía aunque hiciera los kilómetros que restan llevado a hombros por media docena de porteadores.

El cirujano ha dicho que el abdomen está blando, lo cuál indica que por el momento no hay que preocuparse en exceso, pero que va a seguir observándolo a lo largo del día en previsión de que las cosas puedan complicarse. Ha dicho también que nos vamos a olvidar de las sondas, porque todo indica que la tortuga tiene la cabeza bien arriba, y que vamos a probar con munición de más grueso calibre: una solución de tipo oral que se suele utilizar en pacientes que van a ser sometidos a una colonoscopia, y a los que en principio, y en cosa de media hora, se les deberían quedar los intestinos listos para hacer unas sopas. El doctor ha dicho también que hay que administrar este tratamiento con cautela para no perforar el intestino y hacer una perotinitis, un problema que no hace falta ser médico para intuir que es de primera magnitud y que te puede llevar al otro barrio.

Yo le he traducido a Zach que todo está en orden, que parece que el meteorito esta aún algo alejado de la tierra y que van a intentar desintegrarlo con un poco de criptonita por vía oral, para que el impacto al llegar a la superficie no le deje el cráter como un colador. Creo que le tranquilizo cada vez que le explico las cosas, de eso se trata, según mi punto de vista, pero él no es idiota y, pese a no saber español, se huele ciertas cosas. "El que me ha explorado es un cirujano, ¿verdad? - me ha preguntado. Yo le he contestado que sí, pero que simplemente viene a verlo por protocolo, y no porque vayan a hacer hamburguesas con lo que quede aprovechable de él tras abrirle en canal y sacarle el uranio empobrecido que a estas alturas debe tener ya alojado en la barriga. Él me ha respondido que no pasa nada, que simplemente lo pregunta porque maldice su suerte, y porque le hubiera gustado que al menos la voz cantante, en lo que a toqueteo se refiere, la hubiera llevado la doctora. El pobre se toma la cosas con humor, pero difícilmente puede disimular que está acojonao. Me da que en su fuero interno cree que va a ser el chivo expiatorio de todos los errores de la política exterior americana por el mundo y que de este hospital no sale entero.

Tras la visita de los médicos de guardia, han comenzado a administrar a Zach la medicina prometida, pero lo cierto es que con pocos resultados. A eso de las tres de la tarde, el cirujano ha dicho que se le vuelva a administrar otro gotero de lo mismo y que se le suspenda la alimentación, que en principio no estaba contraindicada, hasta nueva orden. En esta nueva visita, Zach ha querido decir que por culpa de un molesto dolor en el empeine izquierdo, llevaba varios días  tomando antiinflamatorios, y se preguntaba si aquello no podría provocar algún efecto secundario sumado a la nueva medicación. Al ver que se señalaba el empeine, el médico le ha agarrado el pie y ha comenzado a explorarlo: "a ver, dónde dices que te duele, ¿aquí? Parece que no tienes nada, pero no te preocupes, ahora llamamos a la enfermera para que te dé un masaje, te ponga una crema y te lo vende. Te vamos a sacar de aquí hecho un pincel, ya verás". Cuando el cirujano se ha ido, Zach me ha preguntado que qué había dicho y yo le he comentado que nada importante, pero que haga el favor de centrarse en lo que nos traemos entre manos y deje de distraer la atención de los médicos con nuevas dolencias, a ver si va a salir de aquí, además de sin cagar, sin el pie izquierdo.




A los cinco minutos he escuchado a la enfermera de Gijón, a la que conocimos ayer, y que justo acababa de entrar en el turno de tarde. Ha comenzado atendiendo al compañero de al lado, un hombre de unos 45 años aquejado de unas fiebres indeterminadas y al que están haciendo pruebas para intentar determinar qué es lo que tiene. No he escuchado bien lo que ha dicho el paciente, porque está algo jodido y habla bajo, pero la enfermera, que tiene un tono de voz más alto, le ha dicho un "que Dios se lo pague porque aquí cobramos muy poco" que me ha arrancado una sonrisa. A continuación, ha descorrido nuestra cortina y ha entrado en nuestro habitáculo. "¿Pero aún estás por aquí hijo mío? - ha exclamado al ver de nuevo a Zach. "¿Se puede saber qué demonios vamos a tener que hacer para sacarte eso que llevas ahí dentro? Bueno, tú ponte como quieras, que antes de irme a los fiordos noruegos de vacaciones, que me voy mañana, te dejo a ti empaquetado para que vuelvas a Kentucky en perfecto estado de revista. Sí, sí, no me pongas esa cara. Este caso me lo tomo desde ya como algo personal. Un reto profesional. A ver si al final de mi carrera, vas a ser tú el primer estreñido que se vaya de aquí sin evacuar"- ha añadido ella sin pausa ni respiro.

Cada vez que abre la boca la enfermera de Gijón, yo me muero de la risa. Zach se ríe también, pero porque me ve a mí y sospecha que es algo divertido. Luego me pide que le traduzca y nos descojonamos juntos. Ella le ha dado un masaje en el tobillo, le ha administrado una pomada antiinflamatoria y se lo ha vendado. Lo cierto es que esta enfermera en particular, y todo el personal en general, que están atendiendo al americano, se están portando de maravilla y él no sabe cómo mostrar su agradecimiento, que me pide que traslade cada vez que alguien hace acto de presencia en nuestro box para echarle un vistazo o traerle algo.

Un rato después, he escuchado a la enfermera de Gijón que le decía a alguien: "haga usted el favor de apagar el cigarro", lo cuál me ha dejado algo descolocado, pues uno no espera tener que escuchar eso en una sala de urgencias. Unos minutos después ha empezado a haber un poco de jaleo en la zona ocupada por el box desde el que la enfermera de Gijón había demandado que se apagara la colilla. El paciente que ahí estaba, se ha empezado a agitar y se ha arrancado el gotero de cuajo lo que ha provocado un Cristo importante. Una de las enfermeras que ha acudido para tranquilizarlo ha salido de ahí como si hubiera participado en una escena de Pesadilla en Elm Street, con el pijama pringado de sangre. Finalmente han movilizado a todo el personal disponible para intentar atarlo a la cama, la verdad que con poco éxito, por lo que han tenido que llamar a seguridad. Al momento han aparecido tres bigardos sin cuello y con la cabeza rapada, ante cuya visión el paciente se ha comenzado a serenar como si le hubieran administrado una sobredosis de valium en vena. Yo he deducido que se trataba de un alcohólico que al llevar 24 horas sin echarse un trago, estaba empezando con los primeros síntomas del delirium tremens, pese a que lo tenían más sedado que a un boxeador grogui.

Zach, algo inquieto por la escandalera, y por el hecho de no entender nada de lo que estaba pasando, se ha incorporado y se ha asomado al pasillo. La escena ha sido graciosa, porque con las cortinas corridas, sólo alcanzaba a ver piernas de nueve personas alrededor de una cama: seis cubiertas con un pijama de enfermera blanco y otras tres con pantalón de uniforme de guardia de seguridad. Zach me ha preguntado que si sabía qué estaba pasando ahí y yo no he podido resistir la tentación de contestarle que no pasaba nada, que se trataba simplemente de un paciente que parecía ir algo estreñido y al que le estaban aplicando una terapia alternativa ante el fracaso del tratamiento convencional...


A media tarde, y al no haber progresos en la situación, el cirujano ha pedido que bajasen a Zach a Rayos X para hacerle unas nuevas placas de la zona abdominal. Cada vez que lo mueven, como lleva los goteros y demás, le sientan en una silla de ruedas y un celador lo traslada. Mientras esperábamos a que nos llamasen para pasar a la consulta de Rayos, ha aparecido un gitanillo, también en silla de ruedas, con el brazo escayolado y el cuello inmovilizado con un collarín. A diferencia de Zach, que lleva el pijama del Hospital al estar ya ingresado, el chavalín llevaba todavía las ropas de la calle, por lo que no había pasado mucho tiempo desde que había sufrido aquel percance. Su silla la empujaba otro celador, y al lado suyo venía su padre, con gesto serio y jurando entre dientes. El gitanillo estaba triste, y un poco acojonado, no sé si por la hostia que llevaba ya o por las que le iba a dar su padre por lo que hubiera hecho cuando llegaran a casa. Han pasado a Zach a hacerle las placas y lo han traído de vuelta a los cinco minutos. Como no había celador que nos llevara de vuelta a urgencias, y en teoría, por cuestiones de protocolo del Hospital, yo no podía trasladarlo por los pasillos, hemos tenido que aguardar otros cinco minutos.

Durante ese lapso de tiempo, observaba como el padre del gitanillo no le quitaba ojo a Zach, y seguía mascullando cosas que yo no acertaba a entender. Cuando ha llegado el celador para devolvernos a nuestro box, y al pasar al lado del padre, éste no se ha podido aguantar y componiendo el gesto compungido propio del que se va a arrancar a cantar flamenco, le ha dado una palmada en el hombro al americano al tiempo que le decía: "ánimo shaval, que de esto se sale". Le podía haber llamado hijo de la gran puta que Zach hubiera respondido lo mismo: gracias, una de las pocas palabras que sabe en castellano. Yo me he tenido que aguantar la risa porque obviamente reírte enfrente de un gitano no es lo más recomendable y menos en aquella situación. El americano me ha pedido que le tradujera lo que el buen hombre había dicho y yo le he explicado que se ha debido pensar que se había seccionado la médula y que no se iba a volver a levantar, porque le había dado ánimos diciéndole que seguro que salía adelante. Zach se ha reído de buena gana y me ha preguntado si eso significa que volverá alguna vez a ir al baño antes de abandonar este mundo. Le he replicado que sin ninguna duda, que los gitanos adivinan el futuro y que si había hecho esa afirmación es porque le había visto sentado en el trono, en plena faena, a través de su bola de cristal.



De regreso al box Zach ha dicho que le quería comprar un detalle a las enfermeras, especialmente a la de Gijón, que es la que con más cariño le está tratando, así que hemos agarrado el gotero y hemos bajado a la planta calle donde hay varias tiendas de prensa, revistas y souvenirs. Zach ha sugerido que les compremos un pollo de peluche, para que se acuerden del "Kentucky chicken" que tuvieron por aquí y que por culpa del pollo frito que había comido en su vida tenía los intestinos de un alienígena. No he podido más que aprobar una iniciativa que me ha parecido excelente. En una de la tiendas no tenían mucho que ofrecernos. Una gallina pequeña que parecía que tenía la polio y otro animal con plumas que no se sabía muy bien lo que era. En la de al lado hemos encontrado lo que andábamos persiguiendo. Un pollo a pilas que reproduce canciones y que baila y da brincos. No ha habido que seguir buscando y hemos pedido que lo envolvieran para regalo.

Hemos vuelto a Urgencias y Zach se lo ha querido entregar a la enfermera de Gijón, dedicándole unas palabras muy sentidas que me ha pedido que tradujera, y en las que expresaba su agradecimiento a ella, a todas sus compañeras, y al equipo de doctores que estaban pendiente de él y que tan bien lo estaban tratando. Ella, que no se lo esperaba, se ha puesto roja como un tomate y no ha sabido muy bien qué decir. Ha puesto el pollo en marcha y éste ha empezado a armar una escandalera en plena sala de urgencias de padre y muy señor mío. "Joder, ¡cómo coño se para esto! - ha exclamado antes de desaparecer en el cuarto de las enfermeras.


Al final de la tarde, y ante la falta de progresos, he pedido hablar con los doctores de guardia. Ellos me han dicho que las últimas placas han demostrado poco movimiento intestinal y un bloqueo importante en el colón ascendente, que no se mueve ni para "alante" ni para atrás, pese a todo la dinamita que ya se le ha suministrado. Lo han diagnosticado como una sub-oclusion intestinal, y me han dicho que tiene que seguir ingresado, bajo vigilancia y sin alimentación hasta que aquello comience a desplazarse.

No he sabido muy bien cómo comunicarle las noticias a Zach. Le he dicho que todo marcha según lo previsto y que simplemente hace falta más tiempo para que lo que le han administrado haga efecto, por lo que va a seguir ingresado otra noche más. He añadido que tiene que tener en cuenta, que una vez que está aquí, los médicos quieren asegurarse de que sale una vez que el problema esté resuelto y que seguro que todo es cuestión de unas horas más. Él me ha respondido resignado que no hay problema, que ya prácticamente contaba con ello. Pero lo cierto es que a la preocupación por lo que pueda estar aconteciendo en su organismo, se suma la decepción de que a cada día que pasa en el hospital, las posibilidades de completar el Camino se reducen. Me he despedido de Zach diciéndole que mañana a primera hora volvería a estar ahí y que deseaba que la fuerza le acompañase durante la noche, aunque los dos sabemos que si por fuerza fuera el problema ya estaría resuelto.

He vuelto a bajar a Lugo y me he alojado en el mismo hotel de ayer.  Tras una ducha caliente, he dado un paseo por la muralla y después me he comido un menú en un restaurante del Casco Histórico. Al terminar la cena, me he dado otro paseo para bajarla y relajarme un poco. Es curioso, llevo dos días sin caminar y me siento más cansado que en cualquiera de los días en los que me he metido pateadas sin conocimiento. Imagino que la tensión de la espera y no saber qué le pasa a Zach ni cómo van a evolucionar las cosas, influirá lo suyo. No he tardado en recogerme en mi habitación, donde a la luz del flexo, he estado escribiendo en mi cuaderno todo la que ha acontecido en el día de hoy, y cómo lo estoy viviendo.









miércoles, 29 de mayo de 2013

31ª etapa: Triacastela - Sarria (19 kilómetros)


Como le había prometido a Zach, y en previsión de que lo mandaran para el Hospital de Lugo, esta mañana he madrugado para salir temprano y llegar a Sarria lo antes posible. El americano no habla ni papa de español, no está en su país y además está algo más que acojonado por el hecho de no haber presentado sus respetos al Sr. Roca desde hace un mes. No es médico, pero intuye, como es lógico, que algo no está funcionando correctamente. He salido de Triacastela, tras desayunar en compañía de un coreano y un irlandés, confiando en que para cuando llegase a Sarria todo estuviera resuelto y no tuviéramos que ir a la capital lucense.

Para ir hasta Sarria, el Camino ofrece un par de alternativas, una, más larga, que visita el histórico Monasterio de Samos, y otra, que atraviesa la población de San Xil, y que discurre por bosques de robles y castaños. Yo he optado por la segunda, y lo cierto es que el trayecto inicial ha sido espectacular, ya que la niebla lo cubría todo y no se veía a más de diez metros de distancia. En uno de los repechos de subida hacia alguna de las aldeas que he ido encontrado en el camino, he coincidido con el alemán Santa Claus. Hacía días que no le veía, y lo primero que ha hecho ha sido comprobar que llevaba mi mochila conmigo. Me ha contado que estaba aquejado de un fuerte constipado y que le costaba caminar, por lo que vaticinaba que hoy sus pasos no le llevarían mucho más allá de Sarria, a unos quince kilómetros de donde hemos coincidido. Alucino con este entrañable abuelito y con las panzadas que se mete pese a su edad. Me he disculpado diciéndole que tenía prisa por llegar hasta la cabecera de comarca y le he deseado suerte y un rápido restablecimiento de su catarro.



En Furela, diez kilómetros después de mi partida, he parado para tomarme un Cola Cao caliente y llevarme algo de comer a la boca. La niebla ha dejado paso a una pertinaz lluvia que me ha calado hasta los huesos, y detenerse se estaba haciendo obligatorio. El bar era minúsculo, y en la barra casi no quedaba espacio. Apenas un pequeño hueco en uno de los extremos, al que me he arrimado para disgusto de mi acompañante de la izquierda, al que parece, por la mirada que me ha dedicado, que he arruinado su pequeño momento de felicidad matutina. Qué le vamos a hacer. Lejos de decirle que qué cojones le pasaba, que hubiera sido en mi opinión lo más apropiado, le he sonreído y le he dado los buenos días. Estoy de un buen rollo que doy grima, lo sé. Gracias a la conversación que nuestro protagonista ha mantenido después con el camarero, han encajado todas las piezas del puzzle. Era un veterano. Un profesional del Camino. "Sí hombre, paso por aquí todos los años por estas fechas, desde hace cinco. ¿No te acuerdas de mí?" - le ha preguntado al camarero, quien sin mucho convencimiento le ha contestado que sí, que ahora que lo dice sí que le va sonando su cara. Un clásico...

Cada persona que recorre el Camino es ella y sus circunstancias, pero inevitablemente muchos se pueden agrupar en tipos de personalidades muy delimitadas, fácilmente reconocibles en nuestro día a día y sin necesidad de acoplarse la mochila a la chepa y venir hasta aquí. Si en otras ocasiones hablaba del peregrino de competición, o del cómico profesional, ése que se ve en la obligación de decir algo gracioso cada vez que abre la boca, el peregrino veterano es de igual manera bastante reconocible y no menos aburrido. Y cuando digo peregrino veterano no me estoy metiendo con infinidad de gente que recorre en repetidas ocasiones el Camino, incluso todos los años, como una forma de vida o porque les gusta, o les hace sentir bien o por una promesa, o por lo que sea. La mayoría de esa gente, y he coincidido con unos cuantos, cada vez que comienza un nuevo Camino lo hace con la curiosidad del primer día y con las mismas ganas de encontrarse gente nueva con la que compartir y de la que aprender. No estoy hablando de ellos.

Estoy hablando del plasta que viene aquí como si fuera un veterano de la guerra de Vietnam a hacer alarde de sus méritos y a presumir de sus supuestas condecoraciones. "Llevo ya cinco Caminos. Si yo te contara...". No mira, mejor no me cuentes, que esa película ya le he visto y además me quedé dormido a los cinco minutos. Me refiero al que mira con condescendencia al nuevo, al que todo lo que hagan los demás le incomoda porque las cosas hay que hacerlas como las hace él. Al que dice qué es lo correcto y qué es lo que no es aceptable. Al que se arroga la autoridad moral de decirle a los demás lo que tienen que hacer o por dónde tienen que ir. Al que te recuerda que la experiencia es un grado, cuando seguramente lleva toda la vida haciendo lo mismo y de la misma manera, sin asumir un riesgo que le pueda sumir en la zozobra, moviéndole un centímetro de la línea recta que es su serena existencia. Leyendo estas líneas, habrá quien piense que soy una especie de sociópata maniático que ha debido recorrer el Camino sólo, pero en mi defensa diré que para nada; que he estado muy bien acompañado hasta ahora, y que creo que estoy haciendo amigos para toda la vida, pero claro está, entre la gente que voy encontrando aquí que tiene cosas en común conmigo, que aunque no lo parezca, ¡son muchos!



Tras dejar atrás Furela, y a nuestro querido veterano, me he encontrado con Tim de Kentucky y con Michael de Boston. He estado caminando y charlando con ellos, pero de nuevo me he tenido que disculpar para acelerar el paso y llegar rápido a Sarria. Antes de entrar al pueblo, he intentado llamar a Zach en un par de ocasiones, con poco éxito. Le he escrito un mensaje pero tampoco he recibido respuesta, lo que me ha hecho pensar que lo mismo lo estaban trasladando a Lugo, o que incluso ya lo estaban atendiendo en el Hospital.

Al llegar a Sarria he acudido directamente al Centro de Salud y he preguntado por Zach, detallando su dolencia. No debían de haber atendido a muchos americanos en esas circunstancias últimamente, porque enseguida han sabido de quién hablaba y me han dicho que en un momento llamaban a la doctora que se había ocupado del caso para que me diera novedades. Ella me ha confirmado que el enema de la noche anterior no había hecho efecto, y que si bien no manifestaba otros síntomas que pudieran hacer pensar en algo realmente grave, al llevar tantos días sin experimentar progresos, lo prudente era que le hicieran unas radiografías en el Hospital y le exploraran con un poco más de detalle. Así que a primera hora de la mañana lo había mandado para Lugo y entendía que ya estaba ahí.

A la salida del Centro de Salud he tomado un taxi y, tras negociar el precio de la carrera, hemos enfilado dirección a Lugo. Estábamos dejando atrás Sarria cuando he recibido un mensaje de Zach diciéndome que estaba en el pueblo, que de momento había preferido no desplazarse a Lugo hasta que llegara yo, y en el que me daba sus coordenadas. Le he pedido a Suso, que así se llamaba el taxista, que diera media vuelta y hemos ido a recoger a Zach. Cuando hemos llegado al hotel donde se hospedaba lo he encontrado algo asustado. Me ha dicho que si creo que es buena idea que vayamos al Hospital y que si no sería más conveniente continuar el Camino y darle un poco más de tiempo a sus perezosos intestinos. Yo le he contestado que lo prudente era ir al Hospital si así lo habían recomendado en el Centro de Salud, y que seguramente sería todo una tontería, pero que donde mejor nos lo iban a decir era en Lugo.

Habremos llegado al Hospital de Lugo a eso de las tres de la tarde. Suso ha dejado su tarjeta de visita con nosotros, por si todo terminaba pronto y queríamos regresar a Sarria para continuar la etapa o pasar la noche allí y retomar el Camino al día siguiente. Nos hemos dirigido a Urgencias directamente y allí, en admisiones, me ha tocado explicarle a las recepcionistas cuál era el problema, porque obviamente, aparte de gallego y español, ahí no se hablaba ningún otro idioma. Le han pedido a Zach su pasaporte y su tarjeta sanitaria americana y nos han indicado que nos sentáramos hasta que nos llamaran por megafonía. Yo he pensado que habría que afinar el oído si queríamos enterarnos cuando reclamasen nuestra presencia. Gracias a Dios el nombre del americano no es tan largo ni complicado de pronunciar, porque si hubiéramos tenido que darnos por aludidos por cómo han pronunciado Berkshire, se nos muere Zach en la sala de espera sin que lo atiendan.

A continuación una enfermera muy amable nos ha recibido en un pequeño despacho donde nos ha preguntado cuál era el problema. Ahí me ha tocado de nuevo repetir la letanía, y también traducir algunas preguntas que la enfermera le ha formulado a Zach. Después nos han pedido que esperásemos de nuevo a que nos atendiera el médico de guardia. En la nueva sala de espera había gente con todo tipo de dolencias y alguno bastante jodido. No me gustan nada los hospitales. Imagino que como a casi todo el mundo. En cuanto veo un médico en traje de faena me sube la tensión y me pongo medio malo. En mi familia casi todo el mundo trabaja en un hospital, y el hecho de que durante años se hablara en las comidas de todo tipo de calamidades con total naturalidad, imagino que habrá tenido algo que ver. Zach tampoco estaba especialmente risueño, y hemos empezado a charlar y a bromear para desdramatizar un poco la situación. En un momento dado han llamado al señor Nicasio Díaz y Zach me ha preguntado si habían dicho quesadilla por megafonía o eran cosas suyas. El pobre lleva cuatro días a base de zumos y sin comer nada sólido para no echar más leña al fuego, y así está, que ve y oye alucinaciones. Yo le he respondido que sí, que si se porta bien y cumple su parte del trato le darán quesadillas para cenar.

Tras media hora de espera han llamado a Zach por megafonía, o eso nos ha parecido entender, y hemos pasado a una consulta, donde una doctora de guardia ha explorado al americano y le ha formulado una serie de preguntas que yo he ido traduciendo. La médico ha cumplimentado después la historia y por lo pronto ha prescrito un nuevo enema con una sonda un poco más alargada que la que se ha ido aplicando hasta la fecha. Dirigiéndose a mí, obviamente en calidad de traductor, ha añadido que en principio no parece nada grave, pero que obviamente son muchas días con ausencia de acción y que hay que hacer un seguimiento.




A partir de ese momento un par de enfermeras muy simpáticas, una de Gijón y la otra de origen aragonés, se han puesto al mando de las operaciones. La aragonesa, más discreta, ha preguntado que cómo era posible que hubiera descuidado el problema durante tantos días. La asturiana, más directa, le ha dicho a Zach que a quien se le ocurría estar tanto tiempo sin cagar. "Pero no te preocupes que estás en buenas manos. No hay paciente que se resista a mis enemas. En un cuarto de hora habré terminado contigo" - ha apuntillado mientras manipulaba la solución que supuestamente iba a terminar con los desvelos del de Kentucky. Yo no podía parar de reírme, en parte por lo que la enfermera decía, y en parte por el careto de susto de Zach, que no entendía nada de lo que ahí se decía y que lo único que veía era a una enfermera que hablaba en un idioma ajeno, con un tono de voz más alto de lo normal, y que preparaba un líquido bendecido por Satanás en una bolsa de la que colgaba una sonda de cierta longitud, que impepinablemente iba a terminar en sus entrañas.

Las enfermeras me han pedido que abandonara el cuarto de baño donde nos encontrábamos, a no ser que quisiera ser testigo del espectáculo. Me he ido de buena gana a dar una vuelta por los pasillos de Urgencias, rogando porque aquello terminase cuanto antes. Mi regreso al baño asistido donde nos encontrábamos, ha coincido con la salida de la enfermera de Gijón dirigiéndose al resto de sus compañeras al grito de: "¡que no cunda el pánico chicas, que hemos desatascado a los Estados Unidos!". No he podido reprimir una sonrisa e irme detrás de la enfermera para que me verificase la buena nueva. Ella se ha ratificado en sus palabras y me ha confirmado que habían destapado el tarro de las esencias y que a partir de ahora todo iba a ser coser y cantar. Me ha pedido que le diera diez minutos al bueno de Zach y que luego asomara la patita por debajo de la puerta para ver si respiraba. Yo he titubeado unos segundos, porque lo cierto es que si se acababa de obrar el milagro, como afirmaba la enfermera, intuía que meterse ahí dentro era como lanzarse a una alcantarilla a pulmón libre. Tras unos minutos de cortesía, he entreabierto la puerta y lejos de encontrarme a Zach incorporado y con una sonrisa de oreja a oreja, he dado con él todavía en la sala de operaciones y con gesto contrariado. La asturiana había cantado victoria demasiado pronto, y ahí no había pasado mucho más que la expulsión de la propia solución que se le había aplicado.

En aquel momento, ante aquella escena de indefensión en la que uno es sorprendido escondiendo sus vergüenzas, he sabido que la amistad entre el americano y yo iba a ser, nos gustara o no, duradera. Que en aquel instante, perdida toda dignidad, admitida la derrota al compañero de fatigas, se estaba sellando un pacto de lealtad fraternal, y que si Zach hubiera sido un indio navajo, se hubiera cortado las venas con un machete para sellar ese pacto. La escena me trasladó inevitablemente al pasado, a un instante en el que descubrí a uno de mis mejores amigos coflado en sus aposentos en posición de combate. Estupefacto, formulé una pregunta de perogrullo: ¿no estarás cagando? A lo que mi amigo respondió con total naturalidad: ¿sí, qué pasa? A mí, que fui a colegio de pago, aquello no me parecía ni medio normal, y contesté airado: "como que qué coño pasa, ¡pues que te cierres la puerta, cojones! A lo que mi amigo, con la misma tranquilidad de espíritu, me replicó: "no hombre, la dejo abierta y así hablamos". No fue hasta ese instante, pese a los años de lealtad declarada, cuando me di cuenta de que aquello era una amistad de verdad. Que abriendo las puertas del baño, el último reducto de su intimidad, mi amigo me estaba abriendo las puertas de su alma, reconociéndome que éramos semejantes y que ante mí, no había nada que aparentar ni ocultar, porque estábamos hechos de la misma pasta, y era inútil disimular: a los dos se nos iba la fuerza por el mismo agujero...

No ha pasado mucho más durante el resto de la tarde, y la doctora de guardia ha decidido ordenar unas placas para intentar ver qué se está cociendo por el bajo vientre de Zach, que tiene pinta de no ser nada  bueno. Por la hora que era, última de la tarde, y la falta de respuesta al tratamiento de choque, la doctora me ha adelantado que su idea es dejar ingresado al americano durante al menos esta noche para ver si se produce algún progreso. Las últimas novedades han dejado al de Kentucky un poco abatido. Es consciente de que algo no va bien, y si bien reconoce que este problema no es nuevo y le acompaña cuando viaja, en esta ocasión es exagerado en el tiempo y para nada normal. A ello se unen sus planes. Estamos a unos ciento veinte kilómetros de Santiago y si tiene que pasar esta noche ingresado, peligra la jornada de caminata de mañana. El Lunes, bien temprano, toma el vuelo de regreso a los Estados Unidos desde Vigo, pues el Martes tiene que estar trabajando en Lexington, Kentucky, lo que significa que el Domingo es el último día para llegar a la capital gallega. Suponiendo que todo salga bien, que mañana le den el alta, y que podamos ponernos en ruta el Viernes a primera hora, tendríamos que hacer una media de cuarenta kilómetros al día para llegar a la Plaza de Obradoiro a tiempo. He intentado animar a Zach diciéndole que era más que posible, y que con la cantidad de kilómetros que llevábamos sobre nuestros hombros, no había de qué preocuparse. Que él ya sabía lo único de lo que tenía que preocuparse y que quería que mañana por la mañana, cuando apareciera por la puerta de Urgencias, me diera una sorpresa.

Zach me ha dado las gracias, pero ha insinuado que ya he hecho bastante, que está bien atendido, y que no me preocupe por él y siga mi Camino, que todo estará bien. Yo le he respondido que lo quiera o no, para mí ya es un amigo, y que yo no me voy dejando a un amigo detrás. Que hemos entrado en ese Hospital juntos, y que juntos saldremos de ahí. Que está en mi país, y que haré todo lo que esté en mi mano para que nada malo le pase. Y que si no le gusta lo que digo, que no me culpe a mí, que la culpa la tienen sus paisanos de Hollywood y su particular interpretación de lo que es la amistad y que llevo chupándome desde crío, y aún a día de hoy, en formato Goonies, Jóvenes ocultos o similar...



Tras despedirme de Zach, he salido del Hospital y he tomado un taxi que me llevara a un hotel donde pernoctar en Lugo. Aparte de los veinte kilómetros que he caminado hoy y de estar todo el día empapado por culpa de la lluvia, la tarde y la tensión en el Hospital me han dejado roto. Necesitaba salir a la calle y tomar aire. En el trayecto a la ciudad, de la que nos separan unos cuantos kilómetros, he pensado en el destino y en si las cosas pasan porque sí o tienen alguna explicación, aunque nos cueste comprenderla. Uno de los motivos por los que estoy haciendo este Camino es un buen amigo que tristemente nos dejó hace algún tiempo y al que, aunque hubiera querido, no hubiera podido ayudar en aquellas trágicas circunstancias. Y ahora el Camino me trae hasta el Hospital de Lugo, acompañando a un americano al que he conocido hace una semana, pero con el que tengo muchas cosas en común, pese a habernos criado y educado a miles de kilómetros de distancia. Me he acordado de mi amigo, y me he sentido bien; por hacer lo correcto, por estar al lado de otro amigo, éste nuevo, cuando lo necesita. Como él siempre hizo conmigo. Y pese a no tenerlo físicamente a mi lado, lo he sentido muy cerca, como en tantas otras ocasiones...







martes, 28 de mayo de 2013

30ª etapa: O Cebreiro - Triacastela (22 kilómetros)


Ayer me acosté con la predicción meteorológica del bueno de Günther en la cabeza, "sol radiante", y tan pronto como he abierto un ojo, he querido ir corriendo a la ventana para corroborar que efectivamente estaba cayendo el diluvio universal. Me he equivocado, no llovía...¡nevaba! Una copiosa nevada a finales del mes de Mayo y en una población que no está ni a mil quinientos metros de altitud. Para que luego digan que se está calentando el planeta...

Tras ducharme y asearme he salido a desayunar a un bar que se encuentra enfrente de nuestro refugio. Ahí estaban ya Günther y Szilvia dando buena cuenta de un café bien caliente para combatir el frío, y unas tostadas para hacer lo propio con el hambre. La cena de ayer estuvo bien, pero debido a la hora a la que llegamos, no había muchas opciones en cocina y hubo que conformarse con una sopa, ensalada y una ración de pulpo para tres. Algo más bien ligero. En el transcurso de la cena, Günther y Szilvia volvieron al tema recurrente de la "energía" que habíamos experimentado en la subida a O'Cebreiro. Con todo el respeto que les tengo, comenté que yo no hablaría de ninguna energía en particular que se hubiera apoderado de mi, simplemente de una sensación de bienestar que hacía tiempo que no sentía, y que eso en España se llama estar de puta madre. Así, sin más.

Es evidente que Günther y Szilvia no están solos en esta cruzada por la energía y la búsqueda del equilibrio personal a través de los lugares de la tierra que supuestamente más positividad emanan. En el Camino no faltan este tipo de personas, sobre todo entre los extranjeros. Algunos de ellos le dan un carácter sobrenatural a esta travesía, pero más tirando hacia lo esotérico que hacia lo religioso o lo existencial. Y a mi me parece perfecto, siempre y cuando no me quieran hacer comulgar con ruedas de molino. Durante la cena de ayer, Günther insinuó que había algo en mi interior que no dejaba ver. Que era muy difícil acceder a mi corazón porque había muchas barreras alrededor y que quizá por eso no era capaz de percibir estas energías que según él fluyen a nuestro alrededor. Chúpate esa. La pitonisa Lola en versión tirolesa. Yo la verdad que no supe muy bien cómo responder para no ofenderle, porque creo que el tema es delicado y me da la impresión de que despierta en él cierta susceptibilidad. Así que sencillamente le dije que una cosa era que fuera algo introvertido para compartir ciertas historias con los demás, y otra muy distinta mi escepticismo generalizado hacia este rollo de las fuerzas ocultas del universo.

Quizá el problema sea que como buen tío, y para más inri aragonés, tiendo a simplificar en demasía las cosas. Sea como fuere, para mi esto de las energías que tanto ocupa y preocupa a Günther y a Szilvia es una cosica muy sencilla que se resume básicamente en lo siguiente: habría una energía que vendríamos a llamar como "mu güena", que es la que experimento cuando estoy de cojón, y otra "mu mala, mu mala" que es la que padezco cuando estoy jodido. Una vez que tenemos identificados los dos tipos de energía fundamentales, el equilibrio consistiría en hacer lo que esté en mi mano para que haya más momentos de energía "güena" en mi vida, que mala. Y si en la búsqueda de este equilibrio, que es prácticamente algo cotidiano, me tuviera que ir al Machu Pichu o a un volcán subterráneo en Islandia, pues iba a estar apañao. Si alguien le quiere llamar a todo esto el Ying y el Yang pues cojonudo, tú. Y si hay gente a la que creer en estas cosas le ayuda a sobrellevar los sinsabores de la propia existencia y a encontrar sentido a las cosas, pues perfecto también. Pero que no me hagan creer que los demás no nos enteramos de nada por no estar en esa onda, ni que, a ser posible, se aprovechen de gente que lo está pasando realmente mal para sacarles las perras contándoles milongas.




Después del desayuno, hemos ido a la habitación a recoger nuestras cosas. En la casa, la señora que la regenta, me ha preguntado que de dónde he sacado esa txapela que llevo y yo le he respondido que era de mi abuelo, que nació en Legazpia. A la casera se le ha iluminado el rostro y me ha dicho que su marido es de Idiazabal, muy cerquita de ahí, y que ella misma vivió en San Sebastián y el interior de Guipúzcoa durante más de cuarenta años. Me ha estado contando que cuando tenía 14 años, y apenas sabía hablar castellano, una familia del pueblo que había prosperado tras emigrar al País Vasco le ofreció irse a vivir a San Sebastián con ellos para hacer de niñera y ayudar en las tareas de la casa. Ella dijo que sí, pero porque pensó que San Sebastián estaba "un poco más allá de Ponferrada". Recuerda que no ha pasado más miedo en su vida que en ese viaje, sobre todo al ver que dejaban atrás el Bierzo, y después toda Castilla, y San Sebastián no llegaba nunca. Pensó que en realidad la estaban raptando y que la venderían a alguien. Superados los miedos iniciales, como siempre que uno inicia un cambio, esta brava gallega salió adelante, se casó, formó una familia, y ahora, ya a la jubilación, había regresado a la tierra de sus padres para reformar la casa familiar y utilizarla como posada para peregrinos. Su marido atendía al televisor, que estaba prendido en el salón, pero también escuchaba la conversación porque de vez en cuando asentía ante alguna afirmación de su mujer. Me ha hecho mucha gracia cómo la casera se refería siempre a su marido utilizando el pronombre "éste", y no su nombre de pila: "me casé con éste; éste se jubiló; me vine aquí con éste"...A lo que éste cabeceaba pero sin decir ni esta boca es mía.


Tras despedirme de ellos y darles las gracias por las atenciones prestadas, he ido con Günther y Szilvia a visitar la iglesia prerrománica de Santa María la Real, y el monumento a uno de los antiguos párrocos del pueblo, Don Elías Valiña, incansable impulsor del Camino y creador de la famosa flecha amarilla que nos guía hacia Santiago y a la que, quienes no hemos necesitado de ningún mapa, ge-pe-ese o similar para alcanzar Galicia, tanto debemos. A la salida de la iglesia nos hemos encontrado con el americano Michael, y juntos hemos iniciado el descenso a través de una densa niebla y una persistente nevada.


Al poco de abandonar el pueblo, nos hemos cruzado con un burro que se ha puesto a rebuznar, y muy serio le he preguntado a Günther que si quería algo. Él, que de primeras no lo ha cogido, me ha dicho que a qué me refería y yo le he contestado que me había parecido oír a alguien hablando en alemán. Nos hemos reído todos, pero Günther creo que no con muchas ganas, como he tenido ocasión de comprobar un poco más adelante cuando al pasar por delante de unas vacas y hacer la misma broma, el austríaco se ha puesto muy serio para decirme que ya era suficiente. Y qué voy a decir, que me ha parecido fenomenal que me lo dijera. Pese a que era sólo una broma, ha estado muy bien que el austríaco me haya puesto en mi sitio si no le estaba haciendo gracia el cachondeo. Reconozco que a veces me puedo poner un poco cansino con mi humor y no está de más que a veces se me recuerde. Otras cosa más de las que me gustan de Günther para apuntar en la libreta.


En Liñares, tras cuatro kilómetros de bajada, y un incesante aguacero, nos hemos detenido para tomar un cola-cao caliente. La siguiente parada ha sido en Padornelo, en la capilla de San Juan, donde nos hemos sentado para resguardarnos de la lluvia y descansar con la música gregoriana de fondo. Ya en Fonfría, a diez kilómetros de Triacastela, nos hemos detenido para comer un caldo gallego caliente, un trozo de empanada y buen vaso de vino tinto de la tierra, con los que hemos conseguido templarnos. Tras un rato de merecido descanso en el que hemos estado grabando algunos vídeos haciendo el jaimito, en los que nuevamente Günther ha vuelto a ser la estrella invitada, hemos reiniciado la marcha hacia Triacastela, donde todavía no estaba claro si acabaríamos la etapa, yo al menos, porque estaba pendiente del americano Zach y sus problemas de evacuación.

Al llegar a Triacastela, me he encontrado con Tim, el americano de Kansas, quien estaba ya tomando un trago con John, un canadiense que había conocido en los primeros compases del Camino. Seguía sin tener noticias de Zach, estaba empapado hasta las cejas después de todo el día bajo la lluvia, y me apetecía un güisqui para entrar en calor, así que he decidido que me quedaba en Triacastela, si no definitivamente, sí al menos un rato para saber si Zach todavía respiraba o había sido devorado por ese monstruo que debe de llevar dentro. Michael ha dicho que también se quedaba y Günther y Szilvia han decidido seguir otros diez kilómetros para terminar la etapa. A las dos horas de llegar, y al no tener todavía noticias de Zach, he decidido que me quedaría en el pueblo a dormir. He compartido mesa y mental con Tim, Michael y el canadiense John y hemos pasado un buen rato. John, me ha mostrado su diario de viaje, en el que pinta postales del Camino y las acompaña con algunos comentarios. La verdad que lo hace muy bien, y se está planteando si le dará algo de publicidad una vez que regrese a Canadá.




Después de cenar he recibido un mensaje de Zach. En él me decía que, bajando de O Cebreiro, había coincidido con una irlandesa en un bar tomando un café, y que, preocupado como está con su tema, no había tardado mucho en abrirle su corazón y contarle que la tortuga llevaba un mes sin asomarse. La irlandesa ha debido entrar en estado de shock y le ha dicho que tenía que ir a un hospital cuanto antes o corría riesgo de muerte. A Zach, no es necesario que lo diga, le ha faltado tiempo para solicitar un taxi y avanzar hasta Sarria, que es donde está el Centro de Salud más cercano. Allí me ha dicho que lo han atendido y le han vuelto recomendar que se aplique un nuevo enema, y que si esto no funciona, habrá que llevarlo al Hospital de Lugo. Ha reservado habitación en un hostal y ahí pasará la noche, confiando en que todo se resuelva en unas horas. Yo le he contestado que esté tranquilo, que ya es un poco tarde para caminar hasta Sarria, pero que mañana madrugaré para estar ahí cuanto antes. Y que si hay que ir al Hospital, que no se preocupe que yo le acompaño. Una vez más le he insistido que dejaría mi teléfono encendido toda la noche y que si cualquier cosa acontecía, que no dudara en llamarme a la hora que fuera. Zach me lo ha agradecido profundamente y hemos quedado en vernos al día siguiente.



Tras el intercambio de mensajes, me he acomodado en la barra para tomarme un trago. La verdad que no soy médico y no sé qué le puede estar pasando al americano, pero es inevitable no preocuparse un poco ante un hecho que no es para nada normal. A mi desde luego, que no salgo de casa sin sentarme a primera hora en mi despacho para pasar revista a los asuntos más importantes del día, me parece de ciencia ficción que el de Kentucky lleve casi un mes sin aparecer por la oficina.

En la barra del bar había un grupo de paisanos hablando en gallego que intentaban arreglar el país. Hablaban de la tan manida crisis, que casi que no hay otro tema de conversación en España en este momento. Una de las cosas que más he disfrutado del Camino es no leer la prensa ni ver las noticias. Durante un mes, no he sabido qué es eso de la crisis. El camarero le ha dicho a uno de los clientes, que llevaba un morao de campeonato, que el problema es que Europa no funciona: "véte tú a un alemán a decirle que es como un español, te manda a tomar por el culo". El cliente no se ha quedado callado, y le ha respondido, con su marcado acento gallego: "anda carallo, yo tampoco quiero ser alemán, no te jode". A lo que ha apuntillado: "nosotros, con quien tenemos que hacer equipo es con Italia, Grecia y Portugal, y dejar a los alemanes que vayan a su aire". Tras asentir con la cabeza y ofrecerle un brindis, le he dicho al paisano que tiene toda la razón, y que cuenten conmigo para ese equipo mediterráneo. Que ganar no sé si ganaremos algo, pero que nos lo vamos a pasar de puta madre...












lunes, 27 de mayo de 2013

29ª etapa: Cacabelos - O Cebreiro (37 kilómetros)

Ayer por la noche, tras la cena, cayeron otras dos botellas de vino del Bierzo y algunos chupitos de licor de hierbas que quise que los foráneos degustaran. Günther estuvo sembrado, bromista como siempre, y regalando esas carcajadas a lo Conan el Bárbaro que alegrarían a un cortejo fúnebre. En un momento de la velada hice un aparte con él y le pregunté si estaba aprovechando la separación temporal de su esposa para desmelenarse o si el show iba a continuar cuando se juntara con ella en Melide. Él me dijo que ya tendría tiempo de corroborarlo, porque tanto su mujer como él nos invitarían a todos a champán en el Parador cuando llegásemos a Santiago, pero me anticipó para mi tranquilidad, que sí, que cuando está su esposa delante es así siempre o incluso peor.

Viene a colación la ingesta detallada de alcohol para dejar claro que nadie madrugó en exceso. La etapa de hoy promete ser, además de larga, dura. Más dura para unos que para otros, dependiendo de la ruta elegida. Y es que las alternativas que el Camino ofrece, tras Villafranca del Bierzo, son tres. La tradicional, que es llana y relativamente sencilla, hasta los 10 últimos kilómetros de subida a Galicia, y después dos tramos alternativos, uno de ellos conocido como "Camino duro", que ha ido ganando popularidad en los últimos años pero que poco o nada tiene que ver con el trazado histórico. Günther, que se ve con fuerzas, ha optado por el Camino duro y no ha tardado en abandonar Cacabelos. Me hace mucha gracia como pronuncia el austríaco la palabra duro. Lo dice como en dos tiempos, convirtiendo la "r" en "g" y alargando la "o" final: "du-goooo". Yo he bajado tranquilamente a desayunar y ahí me he encontrado con Ruta y con Szilvia, que estaban terminando de hacer lo propio.

Al rato ha aparecido por ahí el americano Zach y enseguida he buscado su mirada de complicidad para que me confirmase si se había obrado el milagro. Él ha torcido el morro para hacerme entender que ni siquiera el enema ha sido suficiente para solucionar el problema. Un poco después, cuando nos hemos quedado solos, me ha confirmado los peores augurios y me ha dicho que se va a quedar tranquilo en Cacabelos un rato más, porque, pese a lo limitado de su castellano, cree entender lo que significa el nombre del pueblo y está convencido de que de un lugar con un nombre tan inspirador, no se puede ir sin hacer los deberes. La verdad que al americano no se le puede negar que se toma las cosas con sentido del humor. Lo he dejado en la frutería comprando ciruelas y un par de kiwis, y antes de salir le he dicho que mantendré el móvil encendido, incluso por las noches, y que no dude en llamarme si la situación empeora o si experimenta alguno de los síntomas a los que mi hermana dijo ayer que había que prestar especial atención y, llegado el caso, acudir cagando leches, nunca mejor dicho, a un hospital en busca de asistencia médica: vómitos, dolor abdominal o rigidez en esa misma región del cuerpo.


Antes de dejar atrás Cacabelos, me he encontrado con Michael, el joven de Boston, y juntos hemos recorrido el trayecto entre viñedos de ocho kilómetros que nos separaba hasta Villafranca del Bierzo. Michael me ha estado contando que fue aceptado en una de las mejores universidades americanas hace un par de años, pero que ha decidido dejarlo e irse de Washington, que es donde está radicada la Universidad. Que está harto del ambiente de competitividad insana que tiene a su alrededor, y que en su facultad, por buena que sea, no se puede discrepar y que lo que se lleva es el pensamiento único y comerse con patatas lo que te quiera contar un profesor. Él quiere otra cosa en su vida. La verdad que pese a su juventud, Michael parece tener las cosas bastante claras, y no he podido hacer más que, por propia experiencia, animarle a seguir los dictados de su interior y no los que le dicten los demás. 

En Villafranca del Bierzo, a la altura de la Iglesia de Santiago, nos hemos encontrado con Ruta y Szilvia. Después hemos descendido hacia el casco histórico para tomar el primer tentempié de la jornada. En el bar donde hemos parado, había un hombre de unos cuarenta y pico años ayudándose para caminar de un niño de unos diez. Creo que otras personas con las que me he encontrado en el Camino me han hablado de esta pareja. Si son los mismos, que por las cicatrices del padre en el cuero cabelludo creo que sí, se trataría de un australiano que padece un tumor cerebral incurable, según los médicos, y su hijo. Desconozco si viajan movidos por la fe en que el Apóstol le sane o simplemente porque no quiere irse de este mundo sin hacer este viaje con su primogénito. La verdad que aquí se ven unas cosas ante las que cuesta mostrarse indiferente. Es imposible no relativizar los problemas de uno, sobre todo los que tienen solución, cuando a tu lado caminan personas como el australiano. Por no hablar del papelón del chaval, recorriendo esta senda durante los que seguramente, y ojalá me equivoque, serán los últimos días de su padre en este mundo.


Tras el breve piscolabis, me he despedido de Michael, que quería probarse también en el "Camino duro", y he recorrido brevemente las calles de este precioso municipio berciano en el que ya se empiezan a escuchar algunas voces en gallego. Después, he reemprendido la marcha de nuevo. La verdad que hoy estoy caminando de muy buen humor. Si las cosas no se tuercen y los pies me respetan, hoy llegaré por fin a Galicia. Parece que fue ayer cuando partí desde aquel edificio de apartamentos de la estación de Canfranc, en cuya construcción participé hace doce años, y ya ha pasado un mes. Un mes en el que me han pasado infinidad de cosas. Un mes que me parecía un mundo cuando inicié esta peregrinación y ahora tengo la sensación de que se me va a hacer corto. De que cuando llegue a Santiago, no voy a querer que todo esto termine...



Durante casi los quince kilómetros siguientes he alternado tramos en los que caminaba sólo, y otros en los que lo hacía con Ruta o con Szilvia, en animada conversación. En la Portela de Valcarce, Ruta ha querido detenerse para preguntar si había alojamiento en el albergue. El dolor en el empeine de su pie la está matando y ha decidido dar la etapa de hoy por concluida. Lamentablemente le han dicho que no hay plazas y que tendrá que probar suerte en el siguiente pueblo, que está más o menos a un kilómetro. Ruta ha dicho que un kilómetro se lo puede permitir, pero que así y todo se queda en el pueblo a descansar. Szilvia se ha quedado con ella y yo he decidido seguir, ya que había recibido un mensaje de Günther, en el que el austríaco, que es más majo que las pesetas, me decía que quería entrar en Galicia con su primer "Camino friend" y que me esperaba en Vega de Valcarce, a tres kilómetros de distancia de donde nos encontrábamos en ese momento. Al llegar a Ambasmestas, un precioso pueblito situado en un valle en el que confluyen los ríos Valcarce y Balboa, le he mandado un mensaje a Ruta para decirle que hiciera el esfuerzo y pasara la noche en este remanso de paz.



En Vega me esperaba Günther, quien me ha dado un abrazo de los que acostumbra él y que te dejan las vértebras tiritando. He llegado un poco justo y con un leve tirón en el gemelo, y le he pedido que ante la subida que teníamos por delante, me dejara descansar un rato, algo a lo que el austríaco no ha puesto ninguna objeción, pese a que corríamos el riesgo de que se nos echase la tarde encima. Al poco de llegar a Vega ha aparecido la húngara Szilvia, quien también ha manifestado su deseo de animarse a subir a O'Cebreiro con nosotros. La ascensión ha sido espectacular. Dura, pero más por el trazado en sí, por los kilómetros que llevábamos ya en el día de hoy. Pero la recompensa ha merecido la pena. Las vistas son espectaculares, y la tranquilidad que hemos experimentado en el trayecto, hacía tiempo que no la sentía. Hemos acertado, sin duda, subiendo a última hora de la tarde, sin nadie más en el camino y cuando el sol ya descendía para ocultarse entre los montes que nos rodeaban. El componente emocional de ascender sabiendo que nos íbamos a adentrar en la tierra donde reposan los restos del Apóstol, estaba muy presente, y ha sido un momento muy especial, de los que a buen seguro guardaré como oro en paño. 


Aparte de especial, la subida ha sido muy divertida. Günther y un servidor tenemos una gran sintonía y nos hemos pasado todo el trayecto haciendo bromas. Yo ya había experimentado, que cuando nos elevamos un poco sobre el terreno, él siente la obligación de hacer notar que es austríaco y que la montaña es su medio natural. En la subida a O'Cebreiro no podía dejar pasar la oportunidad de volver a reivindicarse como el Hombre de las Nieves, y en un momento dado se ha detenido a otear muy fijamente el horizonte, para a continuación decirnos que nos diéramos prisa porque esas nubes que se veían a la izquierda venían en nuestra dirección, y con muy malas intenciones. Me he quedado mirándole con cara de ir a decirle, "te lo estás inventando, ¿verdad?, y él me ha devuelto la mirada y tras un par de segundos me ha dicho muy serio: "huelo la humedad; va a llover". Yo he asentido con poco convencimiento, pero teniendo la certeza en mi interior de que esa no era la predicción ni de coña. No tengo ni puta idea de metereología, pero no soplaba viento, y de esas nubes no parecía estar cayendo agua en la localización en la que estaban.Y además, no nos encontrábamos tan lejos de la cima, por lo que con suerte podríamos llegar sin mojarnos. 


A sólo un par de kilómetros de O'Cebreiro hemos alcanzado el mojón que señala la entrada en Galicia, y nos hemos abrazado llenos de júbilo. Hemos aprovechado también para hacer algunas fotos con las que ilustrar el momento. Un poco antes de llegar al citado mojón, y antes de adentrarnos en el primer pueblo gallego, unas nubes más oscuras que las de antes, pareciera que se nos echaran literalmente encima, pero Günther ha sugerido que estuviéramos tranquilos porque era poco probable que descargaran agua. Yo, ni corto ni perezoso, he aprovechado para dejar la mochila en el suelo, buscar el chubasquero y colocármelo después, algo que les ha hecho muchas gracia a los dos. Bueno, a Szilvia más que a Günther, para qué nos vamos a engañar. A escasos trescientos metros del pueblo, el austríaco se ha detenido un segundo y nos ha preguntado si escuchábamos algo. Hemos respondido que no y él ha vuelto a insistir si estábamos seguros. "Sí, ¿no lo escucháis? ¡Es una botella de vino que nos está llamando!" - sentencia que ha acompañado de una de sus habituales risotadas. La verdad que se agradece el sentido del humor de Günther y desde luego su generosidad, de la que hace gala siempre que tiene ocasión.

Eran casi las nueve de la noche cuando hemos hecho acto de presencia en las calles del pueblo. Un grupo de peregrinos, que daban un paseo después de cenar, se han sorprendido de vernos llegar tan tarde y nos han aplaudido en señal de reconocimiento. Los albergues estaban completos y hemos tenido que buscar alojamiento en alguna de las casas de piedra rehabilitadas y que son utilizadas como posadas para peregrinos. En una de ellas, he preguntado si tenían camas y un señor muy serio me ha dicho que sí, pero que estaban ocupadas. Ya me he enterado de lo que es la retranca gallega, y la verdad que tampoco es que me haya hecho tanta gracia. Imagino que llevar casi doce horas caminando para que te venga alguien a decir semejante soplapollez no habrá ayudado. Finalmente una buena mujer nos ha dicho que en su casa tenía disponibilidad y ahí que nos hemos instalado. Tras la acostumbrada ducha caliente, y al salir a la calle para cenar, nos han sorprendido esas nubes que anunciaba nuestro meteorólogo austríaco que pasarían de largo, descargando sobre nuestras cabezas un persistente aguacero. No he podido dejar pasar la oportunidad de preguntarle a Günther qué había pasado con su predicción, y él dándome una palmada en la espalda, como si me hubiera caído del guindo ayer, me ha dicho que no me dé mal, que es una nube pasajera y que mañana volverá a salir el sol...


domingo, 26 de mayo de 2013

28ª etapa: Molinaseca - Cacabelos (23 kilómetros)


Esta mañana me he levantado hecho una piltrafa. Esa bajada de ayer hacia Molinaseca, en la que tenía que ir frenando constantemente para no estozolarme, me dejó molido. Pese a ello no he podido estar mucho rato más en la cama. La mayoría de los días me despierto antes de que suene el despertador. Tengo el cuerpo tan en tensión, que me cuesta dormirme, y por las mañanas me desvelo antes de hora. No sé si la tensión es sólo física, o también emocional, por la cantidad de experiencias que estoy acumulando y también porque dedico bastante tiempo a caminar sólo y darle a la pelota.

En uno de los bares más próximos al hotel me he encontrado con Tim, un americano de Kansas City al que había conocido brevemente en León. Se estaba tomando un pintxo de tortilla y un café con leche, y le he preguntado si le importaba que me sentara con él. Tim me ha contado que trabajaba para IBM, y que estaba algo cansado del curro, por lo que a principios del año pasado, cuando la compañía comenzó a despedir gente, él levantó la mano y le dijo al jefe, con el que tenía muy buena relación, que si necesitaban voluntarios para ir al paredón contaran con él. Hizo el petate y se fue a recorrer el sudeste asiático, y ahora, antes de regresar a los Estados Unidos, había decidido concluir su año sabático realizando el Camino de Santiago. La misma trayectoria vital que pretendo llevar yo, casualidades de la vida, pero a la inversa, comenzando por el Camino de Santiago y continuando con Asia. Al escuchar mis planes de futuro, Tim ha manifestado sentir cierta envidia sana por la aventura que yo inicio y que él está a punto de terminar.

Me he despedido de Tim y al ir a recoger mis cosas de la habitación, me he topado de bruces con Zach, Ruta y Szilvia que cruzaban el pueblo a paso ligero. Zach me ha comentado que Michael terminó ayer en el Acebo, como ellos, pero que han perdido a Hilly, quien acusa cada vez más la deshidratación provocada por la gastroenteritis y necesita descansar. He quedado con ellos tres que intentaría darles alcance en Ponferrada. Tras empaquetar mis cosas, he puesto rumbo a la capital del Bierzo. Antes de abandonar Molinaseca me he detenido en una frutería para comprar algo para el camino. El tendero estaba fuera y su mujer dentro atendiendo. Él me ha contado que cuando puede se escapa del mostrador y sale a la calle para ver peregrinas y lanzarles algún piropo. Y que a cada rato su mujer le pega un grito y vuelve, y que así se le pasan los días, que si no serían muy aburridos.


Antes de llegar a Ponferrada hay un pequeño campo de vuelo para aviones y helicópteros por control remoto. No me lo estoy inventando. Como los coches de toda la vida, pero aparatos que vuelan. Y ahí había una docena de friquis echando la mañana de Domingo con sus locos cacharros. En Ponferrada me he reunido con Zach y con la lituana Ruta y la húngara Szilvia. Hemos visitado brevemente el castillo y alguna de las iglesias más representativas de la ciudad y, tras parar en una farmacia para que Ruta comprara algo para aliviar el dolor en sus maltrechos pies, hemos reemprendido la marcha. Para salir de la ciudad nos ha orientado un paisano muy simpático, Rogelio, "de aquí de toda la vida", del que casi no nos despedimos de las ganas que tenía de hablar. A las afueras de Ponferrada me he acordado de Günther al pasar por delante del Museo de la Energía. Pese a que creo que ésta no es la energía que él anda buscando, me he preguntado si el austríaco habría rendido cumplida visita al lugar.


El resto de la etapa la hemos ido alternando, en unas ocasiones caminando juntos los cuatro y en otras cada cual a su ritmo, que evidentemente son distintos. Hay grupos que se forman en el Camino en los que parece que la gente tiene que ir de la manita hasta para ir al baño. Son grupos en los que luego hay tensiones, porque evidentemente es muy complicado poner de acuerdo a varias personas adultas y de ambos sexos, que además se acaban de conocer. Esto se da más entre españoles, la verdad. El guiri que viene aquí es más independiente, va a su aire y no se ofende si de repente le dices que te adelantas un poco o que te paras, porque te apetece o porque quieres estar sólo. Creo que en España no nos gustan las ovejas que se apartan del rebaño, no les vaya a ir mejor que a nosotros, y nosotros aquí con estos pelos. Las ovejicas tienen que ir todas juntas y las tiene que guiar un pastor, ante el que hay que agachar las orejas cuando nos atiza con la vara. Así funcionan los rebaños, aunque afortunadamente cada vez hay más ovejas que se animan a pensar por su cuenta y se van por donde más les conviene, sin atender a lo establecido, a "lo que toca" o a lo políticamente correcto.

Habremos llegado a Cacabelos a media tarde. Günther me ha enviado un mensaje para decirme el hostal en el que se aloja con los alemanes Bruno y Alexandra y nos hemos dirigido hacia ahí. Hemos reservado habitación y hemos quedado en vernos en la pulpería del hostal una hora más tarde. Al acudir puntual a la cita, me he encontrado con Zach, que ya estaba esperando tomando un vaso de zumo de naranja. Parecía serio y le he preguntado si todo estaba bien. Él me ha contestado que no del todo. Que lleva unos días sin visitar al señor Roca y que empieza a estar algo preocupado. Pese a que por fortuna este problema me es ajeno, incluso cuando viajo, he intentado tranquilizar al americano de Kentucky diciéndole que estas cosas son normales, y he querido ponerle el ejemplo extremo de un amigo mío que acostumbra a sacar la basura una vez por semana. No me ha parecido atisbar en el rostro de Zach ninguna señal de relajación y le he pedido que precisara que qué entiende él "por llevar unos días sin ir al baño". Se ha removido incómodo en el taburete y me ha dicho, dando un poco de rodeo, que bueno, que desde que salió de Estados Unidos, hace casi un mes, solamente ha ido una vez, que fue en Burgos y que además tampoco fue como para tirar cohetes. Me ha dicho también que ha decidido dejar de comer y que lleva ya 24 horas a base de zumos de fruta. Yo le he contestado, pensando en la cantidad de cosas que le he visto meterse al buche desde que le conocí, hace ya una semana, que me parece una decisión muy acertada. Y le he pedido además que me diera un minuto para llamar a alguna de mis hermanas, que son médicos.

Al igual que mi padre, dos de mis hermanas, aparte de muy guapas, son unas doctoras excelentes. Pero son algo diferentes en cuanto a manera de ver las cosas y aproximación a la medicina. Una de ellas, es de la escuela conservadora, en el sentido de no amputar a las primeras de cambio o recetar medicamentos porque sí. Es más cercana a la medicina natural, y piensa que muchas dolencias están relacionadas con la psique, que se pierde poco tiempo con los pacientes, y que habría que hablar más con ellos porque muchas de esas dolencias son manifestaciones somáticas de un conflicto interno sin solucionar. En este caso concreto, ella diría que si no había otra sintomatología que pudiera hacernos pensar que estábamos ante algo más grave, al americano había que dejarlo a su aire, hablar poco del tema y él ya haría lo que tuviera que hacer. Mi otra hermana es de la escuela expeditiva, y cree que hay que dejarse de zarandajas y solucionar el problema que tenemos delante. Y si aquí el problema es que el americano no caga, pues hay que conseguir que cague o abrirle en canal y sacarle la mierda a paladas. Estoy exagerando, se entiende, pero creo que el ejemplo vale para darnos cuenta de que son dos personalidades distintas.

He visto a Zach asustado con el tema y he creído que un consejo médico un poco más zen iba a venirnos mejor, por lo que he llamado a la doctora naturista. Por suerte o por desgracia, no me ha cogido el teléfono y he optado por llamar a mi otra hermana. Le he puesto los datos encima de la mesa y, como vaticinaba, su respuesta ha sido que había que utilizar la artillería pesada: "enema casen", han sido sus palabras. A fin de no acojonar de entrada al americano tras las primera llamada, le he dicho a mi hermana si no sería mejor seguir con laxantes, que Zach ya me había confesado que tomaba desde ayer, con los zumos y ciruelas, y ya después optar por el mal trago del enema si en un tiempo razonable no pasaba nada. Su respuesta ha sido contundente: "los laxantes, si lleva esa burrada de días sin ir son como si se toma un sugus de piña; enema casen Javier, házme caso". Tras colgar he vuelto al bar y Zach me ha preguntado con una sonrisa forzada si se iba a morir. Yo le he contestado que no, y que en todo caso quien se moriría sería la señora de la limpieza cuando consiguiéramos sacar todo eso que lleva ahí dentro. Siguiendo las instrucciones de mi hermana hemos ido a la farmacia y hemos adquirido el producto, confiados en que todo quedaría en un pequeño susto. De vuelta a la pulpería, donde habíamos quedado con el resto, Zach me ha dicho que se retiraba a su habitación y me ha pedido que presentara sus excusas y también que me inventara un dolor pero que no diera muchos detalles de un tema, que le resulta al americano, algo embarazoso. Lógico y normal. Le he dicho que no se preocupara que le guardaba momentáneamente el secreto, pero que estaba escribiendo un diario de mi viaje y que allí se sabría todo. "Bueno, esperemos que todo acabe en una historia feliz de la que podamos reírnos cuando leamos tu diario" - me ha respondido él.

La cena ha estado bastante bien. Básicamente ha consistido en raciones de pulpo que estaba para chuparse los dedos, lacón y ensalada mixta, todo ello regado con vino del Bierzo, complemento perfecto para olvidarse de los rigores de etapas pasadas y disfrutar de buena compañía. Además de Günther, los alemanes Bruno y Alex, la lituana Ruta y la húngara Szilvia, nos ha acompañado otro alemán, Matías, al que sus compatriotas se han encontrado en la etapa de hoy. Es rubio, alto y delgado y la verdad que aunque no nos hubieran dicho que era alemán, prácticamente lo hubiéramos adivinado. Siempre que el vino hace su efecto y se coge algo más de confianza, llega el momento de las confesiones y la gente siente curiosidad por averiguar qué le ha traído a cada uno aquí. Yo siempre repito la misma cantinela, sin dar excesivos detalles, que considero muy personales. Y siempre pregunto también qué ha traído a otros hasta aquí, porque entiendo que el que hace la pregunta tiene igualmente intención de contarte sus motivos. A Bruno le ha costado reprimir las lágrimas cuando nos ha contado que hace diez años su mujer le dejó por otro y que al poco tuvo un infarto masivo que casi se lo lleva al otro barrio. Es increíble el buen aspecto que tiene y lo bien que está aguantando los kilómetros que llevamos ya entre pecho y espalda, pese a aquél serio problema de salud. Cuando le ha tocado el turno a Matías, me ha dicho que si le acompañaba fuera a fumar un cigarro me contaba sus motivos. Yo le he contestado que no fumo, pero que le acompañaba gustoso.



Ya en la calle, y con algo de misterio, Matías me ha confesado que es adicto a las drogas y que vino a hacer el Camino de Santiago como una forma de terapia, y también para encontrar la fuerza necesaria para dejarlo. Me ha pedido disculpas por sacarme de la cena. Me ha dicho que no lo quiere ir contando por ahí, pero al mismo tiempo necesitaba contárselo a alguien y que por algún extraño motivo que a mi se me escapa, pensó que yo sería la persona indicada para escucharle. El alemán me cae bien, es una persona que está peleando por superar algo y además está fumando Ducados. Y a mi los fumadores de tabaco negro me merecen un respeto. Me ha contado también que en un plazo de dos años perdió a sus padres por culpa del cáncer y que está solo. Es hijo único y tampoco se puede decir que tenga grandes amigos, fuera de lo que no sean colegas de juergas o de trapicheo, que no van más que a la suya. Otra de las razones por las que decidió hacer el Camino de Santiago es porque creyó que aquí encontraría la fe para creer que algún día volverá a ver a sus padres, porque le cuesta vivir pensando en lo contrario. Hace unos días, cuando Matías llegó a León, se hartó de todo y cogió un tren a Madrid. Lo único que quería era mandar todo a la mierda, volver a Alemania, y fumar maría hasta quedarse colgado y no saber ni cómo se llamaba. Al llegar a Madrid, comenzó a sentirse mal por haber dejado el Camino. Algo dentro de él le decía que no podía abandonar. Creyó que si lo dejaba y no llegaba a Santiago, nunca sería capaz de dejar las drogas, nunca sería capaz de terminar algo que realmente mereciera la pena en su vida.

No sé por qué se me ha ocurrido decirle esto a Matías, quizá la conversación se estaba poniendo existencial y eso me ha empujado a hacerlo, pero lo cierto es que le he preguntado al alemán si no había considerado la posibilidad de que, donde quiera que estén sus padres, le envían esa fuerza necesaria para seguir. Que ese malestar interior que sentía tras arrojar la toalla no era sino las palabras de unos padres que ya no están, pero que si estuvieran le animarían a continuar, a llegar a Santiago y a dejar las drogas. Matías se me ha quedado mirando muy fijamente y me ha preguntado muy serio si creo de verdad que eso es posible. Yo le he contestado que no. Que no tengo la certeza de que eso sea posible, como tampoco la tengo de que vuelva a ver a sus padres. Pero que creo que se trata de crear momentos, y si pensarlo le hace sentir bien, llevar de mejor manera que sus padres ya no están físicamente con él, y seguir en la brecha, por qué no convencerse de ello, por qué no creer ya, sin esperar a caerse de un caballo, o que un haz cegador le muestre la verdad. Por qué no creer que sus padres desde algún lugar, al que él acudirá un día, le envían la fuerza necesaria para llegar hasta Santiago. Matías se ha quedado unos segundos en silencio, y después, con una media sonrisa, me ha dicho que sí, que por qué no creerlo. Yo mismo me he quedado un poco sorprendido de mis palabras a Matías, y he pensado, si no sería en mi caso también, alguien cercano a quien perdí de repente, precisamente cuando se encontraba de viaje a Santiago, quien me esté guiando hacia aquel lugar. Sí, por qué no pensarlo si me hace sentir bien. Aunque sea algo con poca lógica, aunque no tenga manera de comprobar si es cierto...




Cuando hemos vuelto al comedor, Günther ha hecho la típica bromita de tararear la tonadilla de "tariro-tariro" como si el alemán y yo viniéramos de hacer manitas de la calle. Está claro que el vino de El Bierzo está cumpliendo su papel. Yo, ni corto ni perezoso, he hecho un amago de que me quitaba la camiseta, enseñando a los presentes mi curva de la felicidad. Matías me ha pedido que no me cortase y que siguiese con el espectáculo y yo me he acercado a su oído para decirle "Habitación 315", algo que ha provocado una sonora carcajada en el alemán. Como comentaba ayer, cómo debe de estar el humor en Alemania para que estos mozos se lo estén pasando tan bien conmigo...