martes, 7 de mayo de 2013

9ª etapa: Mañeru - Estella (18 kilómetros)


Pese a tener por delante una etapa de las consideradas cortas, esta mañana he comenzado a caminar temprano. En Cirauqui, apenas tres kilómetros después de mi partida, he parado para desayunar y hacer algunas fotos a las calles empedradas y estrechas del pueblo.



En Lorca, la siguiente población, he conocido a Antonio, un lugareño que estaba llenando bidones de agua en la fuente del pueblo. Ha sido él quien me ha adelantado que me pierdo por poco las fiestas patronales, que por lo visto son este fin de semana. Le he preguntado que qué había programado y me ha dicho que lo normal en estos casos: verbena, comidas en las sociedades gastronómicas y competición de deportes tradicionales vascos. He querido saber si tenía pensado participar en alguna disciplina en particular y me ha dicho que le gustaría tomar parte en la de cortar troncos, pero que este fin de semana no libra y no sabe si podrá porque tiene mucho jaleo. No he visto yo a Antonio con muchas trazas de ir a devorar troncos, pero bueno, no podemos dejarnos llevar por las apariencias. Pudiera parecer que el perfil lo daba un servidor y sin embargo, con un hacha en la mano, lo máximo a lo que podría aspirar es a no cortarme yo mismo.


Al poco ha llegado un frutero ambulante de Calahorra con su furgoneta y me he acercado a ver el género. Se me han colado un par de peregrinos alemanes que parecían tener mucha prisa, y como yo no tengo ninguna y además estoy en "modo zen", no he querido montar el pollo. Van tan sobrados, que le han dejado un euro y medio al frutero de propina, pese a que él les ha insistido que era mucho y que no había necesidad. Para compensar no me ha cobrado las dos naranjas que le he pedido yo. En esta vida tener paciencia tiene en ocasiones su recompensa - he pensado yo. "Espero que no te moleste que te rescaten los alemanes" - me ha dicho él con mucha sorna. A mi la verdad que con la poca educación que han demostrado, no me ha molestado en absoluto. Le he dado las gracias al frutero y he puesto rumbo al siguiente pueblo.

Antes de llegar a Villatuerta me he encontrado con Lesley, una maestra de Nueva Zelanda. A la entrada del pueblo, unas niñas nos han pedido si podían hacernos una foto para un trabajo del colegio que estaban realizando y que versaba sobre los peregrinos. Hemos estado conversando un rato y respondiendo a las preguntas de las niñas acerca de nuestra experiencia en este peregrinaje. En el pueblo he coincidido también con Patricia, una colombiana del Valle de Cauca que me ha contado que ella realizó el Camino completo desde Roncesvalles hace unos años. Que tenía los pies destrozados pero que cada día algo le empujaba a continuar, y que completarlo ha sido sin duda una de las mejores experiencias de su vida. A medida que avanzo voy recogiendo testimonios similares de un número significativo de gente que ya ha hecho el Camino de Santiago con anterioridad.



Tras esta breve conversación, me he dirigido a un bar a la salida de Villatuerta donde había quedado con Nacho, un amigo pamplonica que trabaja en un polígono de empresas cercano. Lo he encontrado en forma desde la última vez que nos vimos. Ha perdido un montón de peso, haciendo gala de una enorme fuerza de voluntad, y está inmerso en un montón de interesantes proyectos: teatro, fotografía...Hace un par de años perdió a una amiga muy cercana que era todo vitalidad, y hacer todas estas cosas es su manera de mantener su recuerdo vivo. Me he despedido de él con un abrazo y he enfilado hacia Estella, pueblo al que he arribado 45 minutos después.




En Estella me he alojado en la pensión de la señora Miren, una mujer mayor y muy nerviosa. Cuando me ha visto entrar por la puerta se le ha iluminado el rostro y me ha preguntado: "¿y esa txapela, qué? Le he dicho que era de mi abuelo, y del padre de mi abuelo antes que él. "Del aitona, claro, ya sabía yo, claro, claro...- me ha contestado con su marcado acento vasco y sin dejar de moverse. He dejado las cosas en la habitación, y tras darme una ducha y estirar un poco, he bajado a la sala de estar para escribir un rato, sala de estar desde la que no se veía la recepción, pero se escuchaba todo lo que ahí se decía. 

El espectáculo ha comenzado al empezar a llegar peregrinos rezagados que no encontraban sitio en los albergues de la ciudad. La señora Miren, pretendiendo que controlaba la lengua de Shakespeare, ha llenado la pensión en un periquete. Los primeros en llegar han sido unos franceses preguntando por disponibilidad, y a los que ella ha respondido con el precio de la habitación por delante. Al intentar averiguar, en inglés por supuesto, si el desayuno estaba incluido, la señora Miren les ha contestado que sí, que tiene lavadora, pero que no garantiza que la ropa esté seca para mañana. Lejos de pensar que pudiera haber algún malentendido idiomático en aquella conversación, la casera ha atribuido la cara de pez de los franceses al cansancio y los ha despachado por la vía rápida: “hala, y ahora subir pa´ arriba que tenéis que estar reventaus”…

Aún han venido un grupo más de franceses que antes de que pudieran decir ni mú estaban entrando en una habitación y deshaciendo las mochilas. Pero sin duda, el momento más surrealista de la tarde ha llegado cuando ha subido un chaval alemán, que ha dejado a su madre esperando abajo, para averiguar si había habitaciones libres. Tras escuchar que sí, que sí que había habitaciones, el alemán le ha preguntado el precio y ella le ha contestado que el desayuno no estaba incluido pero que había un bar cercano que recomendaba para llenar el buche y comenzar la siguiente etapa con energía. El pobre chaval, que obviamente no entendía nada, ha vuelto a la carga con el precio por noche, y la señora Miren, muy seria, le ha dicho que sí, que hay internet, pero que para cogerlo bien hay que bajarse “a la salica donde está ese señor tan majo”, refiriéndose a mi, pese a que ninguno de los dos me veían. El alemán, que no oía números por ningún lado, lo único que a buen seguro le preocupaba, se ha arrancado con el curso de español para lerdos y ha balbuceado: “cuánto, yo y mama”. La señora Miren, que además de no tener ni puta idea de inglés, creo que está un poco teniente del oído, ha dado un paso hacia atrás, y componiendo el rictus dramático de una actriz de teatro, ha exclamado: "la amatxu, ¡qué le ha pasado! No, no me digas que se ha torcido el tobillico. Ay madre, si es que no puede ser. Espera aquí un momento hijo”. Al minuto ha vuelto con una bolsa de hielo y el chaval alemán ha dicho que su madre estaba perfectamente y que lo único que quería saber era si había habitación y cuál era el precio, a lo que la casera ha contestado que sí, que se aplique la bolsica de hielo en el tobillico y que verá qué pronto baja la inflamación, momento que el germano ha desistido y ha abandonado la pensión con cara de resignación.

A eso de las nueve de la noche he salido a cenar con mi amigo Miguelo, que una vez más se ha desplazado desde Pamplona para hacerme compañía, y hemos disfrutado de una ensalada de bacalao y unos espárragos frescos que estaban de rechupete. Tras despedirme de él, he vuelto a la pensión y me he sentado en una silla cerca del ascensor y al lado de la puerta que da acceso a la vivienda de la señora Miren, pues, como ella me había indicado, ahí es donde mejor recepción de internet hay. Repasando mis emails, me ha sobresaltado el ruido de la puerta de la casera y sus gritos, para mi gusto de tono algo elevado para esa hora de la noche: “Patxi, Patxi, ¿estás ahí?”. La verdad que le iba a desear buenas noches para dar cuenta de mi presencia y no asustarla, pero lo cierto es que la visión de la señora Miren en camisón y los pelos como si hubiera metido los dedos en un enchufe me ha dejado sin habla. Ella ha pasado delante mío sin percatarse y ha seguido llamando al tal Patxi. Al volver a pasar sin reparar en que estaba ahí, he comenzado a sospechar que podíamos estar ante un caso de sonambulismo, momento en el que he decidido aguantar la respiración y no decir ni Pamplona, porque leyenda urbana o no, yo siempre he oído que si sobresaltas a un sonámbulo, le puede dar un pasmo. La señora Miren ha bajado a mitad de escalera volviendo a gritar nuevamente “Patxi, Patxi” y al pasar por última vez delante mío ha dicho aquello de: “este Patxi ya está otra vez por ahí; cuando vuelva me va a oir”. 

Me he retirado a mi habitación con la duda de si Patxi existe o de si he tenido que venir hasta Estella para asistir a un fenómeno paranormal de comunicación con el más allá. Lo único claro es que Patxi no se ha manifestado, y la verdad que con la que le tenían preparada no me extraña…












1 comentario:

  1. Hay muchos peregrinos que se toman el camino de una competición. En algunos tramos yo si me he sentido reflejado en la celeridad que desprendían los teutones pero es cierto que nunca creo haber perdido las formas. Lo que estás haciendo Javier creo que es lo que necesitabas: volver al camino, puro y duro, sin medias tintas y sin prisa. Estar preparado para vivirlo todo; vivirlo con el corazón para relatarlo con la cabeza :o) Me ha encantado la elección de Hurt. Esa canción probablemente que te haya puesto los goosebumps a lo largo del camino. Qué envidia y cuanto me alegro de poderlo revivir a través de tus ojos!!!!
    Se te quiere
    Toni

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