sábado, 1 de junio de 2013

34ª etapa: Hospital de Lugo

Ayer le prometí a Zach que madrugaría para estar a primera hora de la mañana en el hospital y no perderme la primera visita del médico de guardia. Lo dejé mirando vuelos a los Estados Unidos para última hora de hoy o para mañana Domingo, y quedamos en que dependiendo de lo que dijera el médico, activaríamos la operación "Tormenta en el Camino". Si no podíamos con nuestro enemigo, nos uniríamos a él. Si no habíamos podido evacuar lo que Zach lleva en sus entrañas, evacuaríamos todo, a él y a las entrañas. Nos encomendaríamos a los galenos de su hospital en Kentucky para que solucionasen la papeleta y rogaríamos al tío Sam para que el bueno de Zach no sufriera ningún retortijón en pleno vuelo, o para que no le pasasen por rayos antes del embarque, y descubrieran que el arsenal de armas químicas que supuestamente ocultaba Sadam, era una mariconada comparado con el que pretende introducir él en los Estados Unidos.

He llegado al box de Zach a eso de las 8, y como todavía dormía me he bajado a la cafetería a desayunar. A la vuelta ya lo he encontrado despierto y haciendo sus ejercicios de Yoga, que repite concienzudamente para ver si en una de esas desatasca el desagüe. Le he mirado ansioso y él, torciendo el morro, me ha regalado el acostumbrado: "nada, amigo". Me ha dicho que estuvo mirando vuelos esta pasada noche, como habíamos acordado, y que había encontrado uno que salía a primera hora de mañana Domingo desde Vigo, dirección Madrid, para después empalmar con otro de American Airlines, que tras un nuevo transbordo en territorio americano, le dejaría  en Lexington, Kentucky, a última hora del día. Era una paliza de viaje, pero Zach me ha dicho que estaba dispuesto a firmar el alta voluntaria y pirarse del Hospital a la voz de ya.

Serían las nueve y media de la mañana cuando ha aparecido por el box Hugo, el médico de guardia. A Zach se le ha iluminado el rostro porque es el único doctor hasta la fecha con el que ha podido mantener una conversación en inglés. Se lo encontró el día de su ingreso en los pasillos y estuvieron departiendo brevemente. Hugo ha dicho que las placas han mejorado ostensiblemente en las últimas 24 horas y que empieza a haber actividad en esos intestinos. Después ha procedido a palparle la zona abdominal y ha dicho que el alien está en movimiento y se aproxima ya al colón descendente. El alumbramiento es inminente: "¿una hora?, ¿dos horas? - ha sugerido Hugo, "pero en cualquier caso, de esta mañana no pasa que empezamos a desembozar esto". Zach y yo nos hemos mirado sonriendo y no hemos podido evitar chocar las cinco al más puro estilo americano: "yeah man, that shit rocks!" - ha exclamado él con su marcado acento yanqui.

Tras la visita de Hugo y la buena nueva que nos ha anticipado, Zach y yo hemos acordado que era hora de replantear el plan y ver lo que íbamos a hacer en las próximas horas. Tras un breve intercambio de impresiones, hemos estado de acuerdo en que no tenía mucho sentido cambiar el billete en las nuevas circunstancias. Que casi era mejor bajar tranquilamente a Lugo, que Zach conociera una ciudad, cuyo nombre seguramente no se le olvidará en la vida, y después cenar tranquilamente en algún restaurante. Y ya mañana Domingo, cada mochuelo a su olivo, en mi caso regresar a Sarria para retomar el Camino y enfilar los poco más de 100 kilómetros que me restan hasta Santiago.

Zach ha estado de acuerdo con el plan. La única duda para él era si iba directamente a Vigo, de donde sale su avión a primera hora del Lunes, para pegarse un día intentando relajarse en la playa y en un buen hotel con Spa, o si toma un autobús a Santiago, para conocer al menos la Catedral y la Plaza a donde debería haber llegado, y así de paso saludar a algunas de las personas con las que ha recorrido el Camino y que ya han llegado a la meta o lo hacen mañana. Si todo hubiera salido según lo previsto, Zach y yo tendríamos que estar llegando a la plaza del Obradoiro en el día de hoy, junto con Günther y la húngara Szilvia. La opción de ir a Santiago provoca sentimientos enfrentados en el americano. Por un lado le produce cierta tristeza pasearse por sus calles y llegar a la plaza sin haber cumplido el objetivo, y por otro no le gustaría desperdiciar la oportunidad de saludar a gente con la que ha recorrido muchos kilómetros del Camino y a los que no es seguro que vuelva a ver nuevamente. Tras cavilar durante algunos segundos, Zach ha dicho que qué demonios, que iría a Santiago, que pese al contratiempo que le ha impedido alcanzar su objetivo, ha sido peregrino, y que quiere abrazarse y dar la enhorabuena a la gente que ha llegado después de mucho esfuerzo a la meta.

Las dos horas siguientes han pasado de manera un poco lenta. Hemos jugado a las cartas y hemos dado algunos paseos por la planta del hospital. A ratos Zach ha hecho el "súpermeneo" de Gordi y nos hemos reído juntos. Un poco después del mediodía, él se ha levantado al baño, y como cada vez que lo hace, yo he cruzado los dedos. Al volver, su rictus era el acostumbrado durante estos últimos días, y para no meterle más presión no he querido decir nada y he continuado leyendo la revista en la que andaba ocupado. Zach se ha tumbado en la cama y ha dicho tímidamente: "bueno, parece que esto empieza a funcionar". Me he girado hacia él y le he preguntado: ¿cómo dices?, a lo que él ha respondido que sí, que ha comenzado el sorteo extraordinario del Niño, y que si bien no ha caído el Gordo, ha salido ya un número. Se me ha iluminado el rostro y le he dicho, "joder, ¡dame un abrazo!" Nunca pensé que me iba a alegrar tanto de que alguien, que no fuera yo, hiciera sus necesidades. No sé si era ésta exactamente la magia del Camino de la que hablaba Paolo Coelho, pero a mí el momento no se me olvidará en la vida. Tan embargado estaba por la emoción que lo que casi se me olvida es que alguien tendría que hacer las veces de vulcanólogo, acercarse hasta el cráter, y traducirles a las enfermeras el tamaño, color y consistencia de la lava que comenzaba a descender por las laderas del volcán americano. En casa del herrero cuchillo de palo, y el de Kentucky, cuna del pollo frito, me ha dicho que eso que había expulsado era un "nugget", y la verdad que no le faltaba razón, y no hace falta decir que no volveré a comer uno en mi vida. Les he dado la buena nueva a las enfermeras y ellas me han pedido que les vaya cantando puntualmente los números que vaya apareciendo en el sorteo.


Durante el transcurso de la siguiente hora, han salido un par de bolas más del bombo, y yo, como si fuera un niño de San Ildefonso, he ido a la mesa donde estaban las enfermeras y, con una sonrisa de oreja a oreja, les he ido cantando los números. "Muy bien, que siga así" - han dicho ellas. El médico ha sido informado y ha autorizado que se le vuelva a alimentar. Zach lleva un par de días sin comer, y pese a no tener demasiada sensación de hambre, lo ha agradecido. No ha comido mucho, un caldo y algo de ensalada, ya que es consciente de que lo que sale de momento no es nada comparado con lo que queda, por lo que prefiere ser cauto y no echar más leña al fuego. Cuando Zach ha terminado de comer, he aprovechado para bajar a la cafetería de visitas para hacer lo propio.

A la vuelta Zach, me ha confirmado que de cocina habían salido ya siete nuggets, una ración más que suficiente según el Dr. Hugo para darle el alta. Hemos recibido la noticia con alborozo, y Zach, que no sabe como agradecer a todo el mundo las atenciones que han tenido con él, le ha dedicado unas sentidas palabras al médico. Éste ha dicho que no hay nada que agradecer, que siga con dieta rica en fibra hasta que la situación se restablezca y que si hay cualquier tipo de contratiempo, como dolor abdominal agudo o vómitos, que volvamos al hospital. Le ha recomendado de igual manera, que una vez de vuelta en los Estados Unidos, convendría que se hiciera un estudio más completo para determinar las causas por las que nos ha tenido en vilo durante tantos días. Zach le ha reiterado su agradecimiento y ha comenzado a empaquetar sus cosas, a asearse y a vestirse. Después hemos recogido el parte de alta y Zach ha pedido si le podían dar una copia de sus placas para enseñárselas a sus futuros nietos, lo que lamentablemente no ha sido posible. Y así, sin entretenernos más de la cuenta, casi cuatro días después de ingresar, hemos abandonado el Hospital de Lugo.

Zach y yo hemos bajado en autobús hasta la muralla y después hemos caminado unos doscientos metros hasta el Hotel España, donde hemos reservado un par de habitaciones individuales. Él tiene cosas que hacer para las que necesita más concentración que para unos exámenes finales, motivo por el que no hemos compartido una habitación doble. Le he pedido a Zach que me dejara dormir una siesta y él me ha dicho que ningún problema, que no tiene sueño y que va a aprovechar para darse una vuelta por la ciudad.

Una hora y media después nos hemos encontrado en el hall del Hotel y hemos salido para callejear un rato. Zach les quería comprar a sus sobrinos la camiseta de alguno de los equipos de fútbol españoles, por lo que hemos ido en busca de una tienda de deportes. No hemos tardado mucho en encontrarla y la verdad que las alternativas eran las de siempre, Real Madrid y Barcelona, que cualquier día se fusionan y así ganan siempre, la selección española, y por cambiar un poco las de los equipos gallegos, Depor y Celta. Variedad de tallas sólo había del Real Madrid y de la selección española, por lo que Zach ha optado por esas dos opciones.

Tras las compras, hemos ido a recorrer la muralla y de camino me he detenido para comprar un dedal de souvenir para la colección de mi madre. De cada sitio que visito, intento llevarle uno, y la verdad que ya tiene unos cuantos. Paseando por la muralla, Zach me ha propuesto que vayamos a un buen restaurante a cenar. Que él no comerá mucho, porque todavía no está al cien por cien, pero que quiere que acepte la invitación en señal de agradecimiento por estar a su lado durante todo este tiempo. Y también que la habitación de hotel de esta noche está ya pagada por él. Lo cierto es que el americano me había ofrecido dinero todas las noches que bajaba a dormir a Lugo, pero yo no había querido aceptarlo. En esta ocasión, le he dicho que aceptaba todas sus invitaciones gustoso, y que fuéramos a tomar una cerveza antes de cenar para brindar porque le habían dado el alta en el hospital.

Al final hemos brindado, pero Zach con un zumo de frutas porque considera que aún es un poco pronto para tomar alcohol. Yo le he dicho que no sé como serán sus resacas, pero que si hubiera que atender a las mías, quizá lo más recomendable en su estado fuera que se agarrara una buena castaña esta noche. Zach ha admitido que tal vez tenga razón pero que así y todo prefiere guardar un perfil bajo hasta que regrese a los Estados Unidos. En el bar había unos cuantos paisanos viendo el fútbol. Había empezado la última y decisiva jornada del campeonato de liga, y las cosas pintaban mal para mi querido Real Zaragoza, que se la jugaba contra los equipos gallegos y el Mallorca para evitar el descenso.


En el bar, mientras mirábamos de reojo a los partidos, Zach me ha pedido que le hablara de mi amigo Alberto, y de por qué estaba recorriendo el Camino. Hasta ahora, no le he contado a nadie los motivos reales de mi viaje, pero he pensado que después de lo que hemos pasado Zach y yo estos días no tiene mucho sentido que tengamos grandes secretos.

Alberto era uno de mis mejores amigos en mi adolescencia y primera juventud. Una persona siempre dispuesta a ayudar y a escuchar cualquier problema que tuviera algún amigo suyo. Sufría con los problemas de los demás, y también con los suyos, y eso fue lo que quizá le jugó una mala pasada durante la adolescencia y le hizo caer en una depresión. Le costó recuperarse, y el proceso afectó a su rendimiento académico. Él siempre había sido un estudiante brillante. Quería estudiar medicina y la media era muy alta, por lo que el último año antes de la Universidad era muy importante para él. Se había prometido, que pasara lo que pasase, si salía de aquel pozo, recorrería el Camino de Santiago a pie desde Aragón en señal de agradecimiento. Y así lo hizo, ingresando además en la Facultad de Medicina en un año donde la media subió de manera repentina, y otra mucha gente, como era mi caso, cuya primera opción era estudiar para ser médico, tuvo que conformarse con otra cosa.

Alberto me propuso que hiciera el Camino con él y con otro par de buenos amigos, Joaquín y Miguelo. Este último es un viejo conocido de este diario, ya que me acompañó durante algunas etapas hasta llegar a Castilla. Pasi, como cariñosamente conocíamos sus amigos a Alberto, me dijo que iba a ser una gran experiencia, que a buen seguro nos serviría de mucho en la nueva etapa de nuestra vida que comenzábamos. Lamentablemente no pude acompañarles. En aquel momento no tenía el dinero ni tampoco el permiso en casa para ausentarme durante un mes, y tuve que decir sintiéndolo en el alma, que tendría que ser en otra ocasión, pero que no podía ir. Aquel viaje quedó pendiente.

El Camino fue toda una experiencia para Alberto y hablaba de él cada vez que tenía ocasión. Sin duda, aquel mes recorriendo la geografía española, superando dificultades, (hace 20 años el Camino no era tan popular ni existían tantas comodidades para el peregrino como ahora), le ayudó a crecer interiormente, a darle importancia a las cosas realmente trascendentes y a relativizar el resto. Poco a poco consiguió dejar atrás la tristeza que le había embargado durante un tiempo y recuperar la vitalidad y las ganas de ayudar a los demás que le hacían una persona especial y diferente. Estudió los seis años de carrera con notas brillantes y se preparó a conciencia el MIR para conseguir acceder a la especialidad de Psiquiatría en el mejor hospital de España en el ramo. Su sueño era ayudar a otras personas, y en particular a las que habían caído en las garras de esa terrible enfermedad que te atrapa y te hunde poco a poco en un agujero por el que se escapan las ganas de vivir. Y lo consiguió. Obtuvo uno de los mejores números de aquel año en España y consiguió la plaza que quería.

Durante la preparación para el examen MIR en una academia de Madrid, Pasi había conocido a una chica canaria y se había enamorado. Aún recuerdo cómo me llamaba entusiasmado para contármelo. Había tenido un desengaño amoroso en la adolescencia, un amor no correspondido, tan duros de aceptar a ciertas edades, que le había vuelto algo cauto para el tema de las relaciones sentimentales. Pero esta vez iba en serio, esta chica sí que merecía la pena. La vida, por fin, le sonreía; había conseguido acceder a la especialidad que siempre había soñado y tenía una novia a la que quería. Y yo, después de todo lo que le había visto sufrir y pelear por salir adelante en aquellos años en los que no estaba bien, no podía ser más feliz con aquella dicha compartida. Aquel verano, antes de comenzar a trabajar en Madrid, Pasi decidió que acompañaría a sus padres a Vigo, de donde es oriunda su madre, para descansar unos días y disfrutar de esa tierra a la que tan unido afectivamente estaba. De camino pararían en Santiago y Alberto se abrazaría nuevamente al Apóstol en señal de agradecimiento, como lo hiciera unos años atrás tras conseguir el acceso a la Facultad de Medicina.

Por aquel entonces, mi vida transcurría por derroteros distintos. Anclado en una carrera que no me gustaba, naufragando curso tras curso, el futuro no es que fuera negro, es que prefería que no llegara para no darme un disgusto. Llegué a un punto en el que me planteé que, o tomaba alguna decisión con mi vida, o me ahogaría en aquel fango. Así que decidí que me iría a estudiar al extranjero y que me buscaría la vida por ahí, que sin excusas y huyendo del aburguesamiento que me adocenaba, de aquella cárcel real o imaginaria en la que estaba, encontraría una manera de salir adelante. Me apunté en el programa Erasmus y me tocó una plaza para estudiar en la Universidad de Estocolmo. No era un mal destino para comenzar. El problema era cómo iba a financiarme la aventura. Mi padre no apoyaba el proyecto. Pensaba, con razón, que si no aprobaba en España difícilmente iba a aprobar en otro idioma que no controlaba. Además, me crié en una familia numerosa donde nunca faltó de nada, pero tampoco sobró para caprichos, y este proyecto, a ojos de mi padre, era, con bastante lógica, la que le daba yo con la colección de calabazas que llevaba a casa cada semestre, una astracanada.

Pasi siempre me animó durante aquellos años difíciles para que no bajara los brazos y para que pidiera la beca Erasmus, pues consideraba que salir de casa, irme al extranjero y empezar a volar, iba a ser a buen seguro, el remedio a todos mis males. Y respecto al tema económico me dijo que no tenía de qué preocuparme, que él empezaba a trabajar en un mes, y que si era necesario se apretaría el cinturón para vivir en Madrid y pasarme todos los meses una parte de su sueldo para que yo viviera en Suecia. Que ya le devolvería el dinero cuando trabajase, que no me preocupase por eso, que lo importante en aquel momento era que me fuera a Suecia y empezara a pelear por lo que quería ser y hacer en la vida. Estábamos en los recreativos de al lado de casa de mis padres, echando unas partidas a una máquina de fútbol a la que solíamos jugar y en la que nos retábamos a dirimir nuestras diferencias, él con la Lazio y yo con la Roma. Desde el viaje de estudios en el último año de colegio, antes de ingresar a la universidad, los dos llevábamos a la Ciudad Eterna en el corazón. Pero Pasi sentía simpatía por la Lazio y yo era romanista. Y la Roma volvió a derrotar a la Lazio, como casi siempre sucedía. Fue nuestra última partida juntos.

Al día siguiente yo me subí al Pirineo Aragonés, a Canfranc, donde Iñaki, un amigo mío, era el jefe de obra en unos apartamentos en construcción. Necesitaba dinero para pagarme el vuelo a Estocolmo, el primer mes en la residencia de estudiantes en la que había conseguido alojamiento, y algo más para empezar a tirar hasta que me ubicara en la universidad. Iñaki me dijo que habría que trabajar duro, pero yo le contesté que no había problema. Pagaban bien y a mí me urgía la pasta. El primer día Iñaki me puso a abrir agujeros en el suelo con el taladro, lo que por mi velocidad provocó la bronca de uno de los compañeros de obra, que me dijo que me relajara, que en esta vida hay que tomarse las cosas con tranquilidad. El segundo día, viendo que respondía con el taladro, Iñaki puso en mis manos una máquina del demonio para abrir huecos en la pared para las tomas de luz y agua y que si se encabrita te puede hacer el agujero a ti. Mientras estaba en plena faena, Iñaki me hizo señas para que apagara la máquina, porque con el ruido que producía no podíamos hablar. La desenchufé y me dijo que tenía que llamar urgentemente a mi amigo Luis. Luis sabía que estaba trabajando en los Pirineos, y me sonó muy raro que tuviera que contarme algo que no pudiera esperar a aquella noche. Además noté algo en el rostro de Iñaki al transmitirme el mensaje que me hizo tener un mal presentimiento. Fui al cuarto que hacía las veces de despacho de Iñaki en aquellos apartamentos en construcción en Canfranc y marqué el número de Luis, para que él me diera una de esas noticias que no quieres escuchar nunca.

Pasi nunca llegó a Santiago. Perdió la vida en un desafortunado accidente de circulación que truncó un futuro prometedor y lleno de ilusiones. Su marcha me produjo, al igual que a mucha gente que tuvo la suerte de conocerle, un vacío importante. La poca fe que pudiera tener en aquel momento, la perdí de un plumazo. Pese a haber sido educado en una familia y un colegio católicos, ya me costaba esfuerzo creer en un Dios que, si existía y velaba medianamente por lo que nos pasaba, pudiera permitir tantas injusticias en el mundo. Lo de mi amigo, después de todo lo que había luchado, después de lo que había ayudado a los demás, ahora precisamente que la vida le comenzaba a sonreír, fue simplemente la gota que colmó el vaso y me sumió en el agnosticismo.

Un mes después de aquello me fui a Estocolmo para empezar una nueva vida. Pese a su generoso ofrecimiento material de ayuda, ya no pude contar con Pasi, y hubo que componérselas de otra manera en el aspecto económico. Pero lo que nunca me ha abandonado son sus palabras de aliento y su ánimo para continuar en la pelea cuando las cosas no están de cara. Su fuerza para afrontar retos nuevos y sobreponerse a la adversidad, para no perder la esperanza en que siempre hay luz al final del túnel. Por eso cada vez que tengo que tomar una decisión importante en mi vida, me acuerdo de él y lo cerca que siempre estuvo de mí en los momentos cruciales. Y por eso ahora, ante un nuevo reto que la vida me presenta, pensé que era el momento preciso de emprender ese mismo Camino que él recorrió hace muchos años y que tanto le ayudó. De caminar la misma senda que pisaron sus botas en aquel viaje al que no le pude acompañar y que tenía pendiente desde hacía tanto tiempo.

Zach me ha dicho que Alberto debió de ser una gran persona y un gran amigo, y yo le he contestado que sí que lo era, y que me alegro igualmente de haberme encontrado con él y haber convivido en circunstancias no deseables, porque de alguna manera, estando codo con codo en ese hospital, pese a haberlo conocido hace tan sólo diez días escasos, he sentido muy de cerca a mi viejo amigo. Y le he dicho a Zach que si es capaz de seguir el ejemplo y, una vez en su país, ayudar a alguien que lo necesite sin esperar nada a cambio, habremos conseguido que el espíritu de Alberto, lo que él representó para sus amigos y los que tuvieron la suerte de conocerle, viaje con él y permanezca vivo entre todos nosotros. Zach me ha dicho que le hubiera encantado conocer a Pasi y ser su amigo, y que se lleva esta historia con él a los Estados Unidos. Yo le he dado las gracias y le he contestado que, sólo por eso, ya ha merecido la pena recorrer este Camino...




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