martes, 21 de mayo de 2013

23ª etapa: Reliegos - León (25 kilómetros)


En mi guía del Camino de Santiago no le dan mucha publicidad a Elvis, una prueba más de que al final lo importante es la guía personal que cada uno se vaya haciendo en función de sus gustos y manera de ver las cosas y que no conviene creerse o seguir a pies juntillas lo que hayan escrito otros con anterioridad. Para mi, desde luego, no le deberían dar a uno la Compostela sin haber visitado el bar del Elvis del Camino, pero esa es una opinión muy personal. A otros les parecerá que la parada es absolutamente prescindible. Lo que sí que pone en mi guía es que en este bar se sirven desayunos a partir de las siete y media. A mi amigo leonés David y a un servidor, teniendo en cuenta la tajada con la que dejamos a Elvis al irnos a León poco antes de la medianoche, nos ha extrañado un poco esa información, pero así y todo hemos acudido al bar en Reliegos con la ilusión del colegial el primer día de clase, pensando que Elvis estaría esperándonos para alegrarnos la mañana aunque fuera a base de café y en vez de con cerveza.


Al girar la manivela en un par de ocasiones, y percatarme de que la puerta de entrada al bar estaba cerrada a cal y canto, se me ha escapado una sonrisa. La misma que cuando se fue un parisino de origen magrebí que vivía conmigo en la primera casa en la que residí en Londres y que siempre se las ingeniaba para no pagar las facturas. La noche antes de que se volviera a Francia, y después de cumplimentar el rito de la despedida con sucesión de abrazos y parabienes, le recordé que nos debía quince libras por el recibo de la luz del mes anterior. Bueno, nos debía muchos más meses, pero yo pensé que pagar aunque sea su parte alícuota del último recibo era una manera de marcharse de la casa por todo lo alto. Él, muy serio, me dijo que no me preocupara que no se iba de Londres sin zanjar aquello y que antes de marcharse dejaría un sobre en la cocina con el importe pendiente. Yo me fui a la cama deseándole lo mejor y con el convencimiento de que aquel dinero no lo cobrábamos ni por recomendación. Cuál sería mi sorpresa al descubrir a la mañana siguiente un sobre sellado a mi nombre en la cocina, y mayor aún si cabe, al abrirlo con la ilusión del colegial el primer día de clase y descubrir cómo en su interior no había más que un trozo de papel con un emoticono de sonrisa dibujado y un bocadillo a su lado en el que se podía leer: "bye, bye, Javier!"...




Hemos tomado el café en otro bar del pueblo y después David se ha ido a trabajar y yo he comenzado la etapa, algo más temprano que de costumbre. Eso, unido a que la mayoría de la gente terminó la etapa del día anterior en el Burgo Ranero, ha hecho que no me cruzara con prácticamente nadie en los primeros kilómetros. Antes de llegar a Villamoros de Mansilla, pueblo que dista cuatro kilómetros y medio de Reliegos, se ha producido un hecho que considero reseñable: tras veintitrés días de peregrinación le he deseado por primera vez a alguien, "Buen Camino".

Antes de iniciar este viaje, una de mis hermanas, que había realizado el Camino con anterioridad, me había referido esta expresión como la fórmula habitual utilizada entre peregrinos para saludarse. A mi, que no tenía ni idea de esta especie de código secreto, me sonó algo gremial, como una especie de saludo entre dos moteros barbudos de los "Ángeles del Infierno", pero en plan cursi, y le dije a mi hermana que bajo ningún concepto le iba a desear a nadie "Buen Camino". Que si no había sucumbido a llamarle a la cerveza, "cerve", por muy popular que se hubiera convertido el término, no pensaba rebajarme con esto, y que yo le desearía a la gente "buen viaje", que es lo que se ha dicho en correcto castellano toda la vida.

Mi hermana, que me conoce bien, me dijo sin alterarse que no pretendiera resistirme al poder del Camino, porque antes de que me diera cuenta le estaría deseando "Buen Camino" hasta a las vacas. Que me sorprendería andando sólo y ensayando el siguiente saludo, dirigido al próximo peregrino con el que me topase. Que si me descuidaba, lo repetiría hablando por las noches. Yo le repliqué que se tendría que tragar sus palabras a mi vuelta. He aguantado veintitrés días, hasta que hoy, caminando a paso ligero, he adelantado a un alemán de mi misma estatura y unos ciento cincuenta kilos de peso, con la cara tan congestionada que he pensado que podía estallar en cualquier momento. Al pasar junto a él, he hecho un ademán de saludo con la cabeza sin detenerme, y al girarme y proseguir la marcha, he oído a aquel sufrido caminante, con la voz entrecortada como si le faltara el aire y me fuera a pedir ayuda, decir "Bu-en Ca-mi-mi-no!". Como si no tuviéramos bastante con la Merkel, tiene que ser otro alemán, después del chorreo que me metió Santa Claus por no llevar la mochila conmigo hace unos días, quien me ponga en mi sitio. Tras un par de segundos, me he girado y, con gesto contrito, le he deseado lo mismo. En aquel instante, por ridículo que pueda parecer, he sentido que me liberaba de una carga, de los prejuicios que muchas veces nos condicionan, y que a partir de aquel momento, estaba un poco más preparado para disfrutar de aquella experiencia y empatizar con quienes me rodeaban, que sin conocerme de nada, con aquel sencillo "Buen Camino", me estaban deseando suerte en la vida, en aquello que emprendiera, donde quiera que mis pasos me llevaran. Qué menos que desearles lo mismo a ellos...



Un poco más adelante, me he encontrado a Antonio, quien caminaba en dirección contraria tratando de colocar tréboles de cuatro hojas en pequeñas bolsitas plastificadas a los peregrinos. Me ha pedido la voluntad y yo le he dicho que si tenía cambio, porque, por mucha suerte que den, tampoco están los tiempos para voluntades de veinte euros por un trébol al que creo que le ha pegado él la cuarta hoja. Al abrir su cartera para darme el cambio, no he podido evitar reparar en una foto algo antigua de una señora bien parecida. Le he preguntado a Antonio si se trataba de su mujer y él me ha respondido que ésa era su madre, ya fallecida. Me ha parecido que se iba a poner a llorar cuando me ha dicho que es lo único que tenía en esta vida y que si sigue peleando por salir adelante es porque ella le da las fuerzas allá donde esté. "Lo hago todo por ella" - me ha confesado el barcelonés. He querido saber hacia dónde va Antonio y él me ha confesado que no tiene rumbo fijo, que vuelve de Santiago, que carece de empleo y de ayudas, y que intentará llegar a Navarra, donde conoce a gente de sus tiempos en la mili, para ver si tienen algún trabajo para él.

Antonio hizo la mili en los Cazadores de Montaña y le tocó destino en Estella (Navarra). De allí guarda muy buenos recuerdos, pese a las hostias que se rifaban, según su testimonio, de todos los colores. Me cuenta que llego a tal punto la situación, que la tropa se llegó a amotinar contra algunos suboficiales y que los mandos tuvieron que tomar cartas en el asunto, momento a partir del cuál las condiciones de vida en el Regimiento mejoraron. Antonio tuvo que renunciar al amor de una sobrina de uno de los Brigadas para tener una mili tranquila. Al Brigada le soplaron que Antonio festejaba con ella y le mandó llamar para decirle que se olvidara de su sobrina, que era mucho para él, y que si le veía con ella por las calles del pueblo le pegaría tal paliza que se le quitarían las ganas de volver a rondarla. Le he devuelto a Antonio los cambios de los veinte euros que me había dado diciéndole que él los necesitaba más que yo y me he despedido deseándole Buen Camino y preguntándome cómo hubiera sido su vida si lo suyo con la sobrina del Brigada de Estella hubiera prosperado...




Tras una breve parada en Mansilla de las Mulas para comprar algo de fruta en un mercadillo callejero y beber algo, he seguido caminando. Me he encontrado con Ruta y con Szilvia, para dejarlas atrás después, pues mi ritmo hoy es algo más rápido que el suyo. En los últimos cinco kilómetros he alcanzado a Zach de Kentucky, que camina junto a otro americano. Si Zach me pareció ayer que, pese a tener mi edad, tenía 18 años, éste que viaja con él, y que al parecer se llama Michael, no debe haber hecho ni la primera comunión. Digo que al parecer se llama Michael, porque él no suelta prenda. Al principio he pensado que sería timidez para ya después contemplar seriamente la posibilidad de que fuera un gilipollas. Zach lo ha debido notar, porque al momento me ha aclarado que por lo visto su acompañante se lió con una peregrina hace dos días y que agarró una infección en la garganta que le ha privado de la voz. Me ha dado la impresión de que Michael quería decir algo, pero como no puede hablar, pues no ha dicho nada. Al minuto Zach se ha empezado a deshuevar y me ha aclarado que era una broma, que en realidad es una apuesta que ha hecho con Hilly, la americana que conocí en aquella farmacia de Carrión de los Condes hace unos días. La apuesta consiste en que ninguno de los dos puede hablar hasta que toquen la Catedral de León. La verdad que no he sabido con qué quedarme, sin con la promesa o con la historia que se ha inventado Zach en primer lugar para justificar los silencios de Michael.

Zach y yo hemos estado conversando hasta León, sobre nuestros respectivos menesteres y los motivos que nos han llevado a cada uno hasta aquí . Le he comentado que he decidido hacer un parón en mi vida, y que tras diez años trabajando en banca quiero darle una oportunidad a otras inquietudes que tengo y que llevaban un tiempo rumiando en mi interior, como viajar y escribir. Él me ha comentado que sus motivos son parecidos, y que pese a que todavía no tiene claro qué quiere hacer, sí que está aquí para pensar en su futuro, pues cree que hay cosas en su vida que deberían cambiar. Entre la gente de mi generación esto viene siendo una constante. No paro de encontrarme con gente que debería disfrutar de una aparente felicidad en sus vidas, pues tienen todo aquello que se supone, o que nos han contado, que te la da, y sin embargo manifiestan un cierto grado de insatisfacción con su existencia y el rumbo hacia al que se dirigen. Michael, muy oportuno, y pese a que no puede hablar, nos ha enseñado una foto que tomó con su móvil en una etapa anterior y que entiendo es la receta que él cree solucionaría mis males, los de Zach y tantos otros: "encuentra primero qué te hace feliz; encuentra después la manera de hacer dinero con ello"...


Al llegar a la Catedral de León, Michael se ha llevado un pequeño disgusto que nos ha hecho reír a todos: la Catedral estaba cerrada y no abrían hasta las cuatro. Yo me he llevado una alegría añadida al encontrarme a Günther, a quien no veía desde Santo Domingo de la Calzada. Por fortuna mi espalda está ya totalmente recuperada y no ha sufrido en demasía con el abrazo del oso que me ha dedicado el austríaco. Günther nos ha estado contando que llegó el Domingo a León y que se ha tomado dos días de descanso. Que su mujer ya ha iniciado el Camino Primitivo partiendo desde Oviedo y que en una semana esperan encontrarse en Melides. El austríaco está tan contento que, rememorando viejos tiempos, y como si en uno de esos grandes salones vieneses de principios del siglo pasado se encontrase, se ha marcado un vals con la húngara Szilvia en medio de la plaza y ante la curiosa mirada de varios transeúntes. Zach, Michael, Ruta, Szilvia, Günther y yo nos hemos ido a la zona del Húmedo en busca de un bar para comer que me había recomendado David, con tan mala fortuna que estaba cerrado. Al lado había un asador al que finalmente hemos entrado y que tampoco nos ha decepcionado.

Después de comer, hemos ido todos en comandita para ver cómo Michael tocaba la catedral y rompía con su promesa de no poder hablar. Tras hacerlo, lo primero que ha hecho ha sido venir dónde yo estaba, disculparse por si había pensado que era un maleducado y después darme las gracias por haber pagado la cuenta en la comida, pues he querido tener un detalle con ellos e invitarles en agradecimiento por visitar mi país. Qué majo este Michael. Entre su promesa de adolescente con Hilly y sus palabras al recuperar el habla, se me ha ganado. No sé si me estoy ablandando con la edad o es esta historia del Camino que me tiene con la guardia baja. Me lo voy a tener que mirar si veo que los síntomas persisten...









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