domingo, 2 de junio de 2013

35ª etapa: Sarria - Palas de Rei (50 kilómetros)


Esta mañana nos levantamos temprano. Zach quería aprovechar su ultimo día en España, y tomar el autobús a Santiago que sale a las 8 de la mañana desde Lugo. Su plan es estar en la capital gallega hasta después de comer y después ir a Vigo, relajarse un poco en la playa, siempre y cuando las condiciones metereologicas lo permitan, y retirarse a descansar temprano, pues el Lunes a primera hora sale de vuelta para los Estados Unidos. Hemos ido a la estación de autobuses con suficiente antelación y he hecho las veces de traductor para adquirir su billete. Me sigue resultando curioso que en un país donde el turismo representa una de las principales fuentes de ingresos, siga siendo tan complicado para un turista hacerse entender porque aquí no cacarea el inglés ni su tía.

Aún quedaba media hora para que partiera su autobús, y Zach y yo nos hemos sentado a esperar a que se hiciera la hora. Le he visto algo triste y le he preguntado si todo estaba en orden. Me ha dicho que sí, que simplemente está algo decepcionado por no haber sido capaz de terminar el Camino. Le había puesto bastante ilusión a este reto y no le encuentra explicación a por qué tuvo que estar varios días en el Hospital de Lugo, algo con lo que por supuesto no contaba, y que le ha privado de alcanzar la meta en el plazo de tiempo que tenía previsto.

Le he dicho a Zach que yo tampoco tengo explicación para eso, y que quizá no la haya. Pasó y ya está, no hay que darle más vueltas. Pero puestos a darle una explicación, por qué no pensar que quizá no está preparado todavía para ese cambio de vida que él anhela, que su organismo le demanda desde hace algunos meses y que vino buscando al Camino de Santiago. Que concluir la peregrinación tendría que ser el punto de inflexión, el impulso definitivo para lanzarse a nuevas metas, y que él sencillamente no está todavía en condiciones de afrontar eso. Que le toca volver a su antigua vida, solucionar temas pendientes, preparar un plan B, y entonces, cuando todo esté listo, regresar a España y completar los kilómetros que dejó pendientes en esta ocasión, para que la llegada a Santiago no sea el final de un Camino y la vuelta a una realidad que no le hace feliz, sino el inicio de una nueva etapa vital que le haga estar bien consigo mismo.

Zach me ha dicho que eso es precisamente lo que piensa, o al menos, lo que quiere creer. Que efectivamente hay algunas cosas sobre la que le toca reflexionar a la vuelta a los Estados Unidos, una hipoteca de la que deshacerse para ganar libertad de movimientos, y un plan B que diseñar. Y que tenga por seguro que cuando todo eso esté listo, volverá a España a terminar lo que dejó sin concluir. Le he dicho a Zach que me parece una buena idea y que no deje de avisarme, porque me encantaría que completáramos esos últimos kilómetros juntos, como teníamos inicialmente planeado antes de vernos obligados a ir al hospital de Lugo.

El conductor ha abierto la puerta de delante y los pasajeros han comenzado a subir al autobús. Le he deseado a Zach buen viaje a Santiago, que disfrute de la llegada, aunque no sea caminando, porque ha sido un peregrino más y la Compostela se la ha ganado. Y le he deseado de igual manera un feliz regreso a los Estados Unidos. Él, por su parte, me ha pedido que disfrute de cada kilómetro de los últimos que me restan para llegar a Santiago y que no deje de poner fotos en Facebook y tenerle al tanto de mis pasos, que seguirá con atención desde su casa en Kentucky. Me ha querido dar nuevamente las gracias por todo lo que he hecho por él y me ha asegurado que la próxima vez que ponga un pie en los Estados Unidos no tengo nada de lo que preocuparme, que él se encarga de todo. He agradecido sus palabras, pero le he dicho que no tiene por qué reiterar su agradecimiento, porque después de haberle conocido durante estas dos últimas semanas, estoy seguro de que él hubiera hecho lo mismo por mí.

En medio de nuestra despedida, ha aparecido un señor de unos 60 años, absolutamente borracho y dirigiéndose a Zach, que estaba en la escalerilla del autobús a punto de montarse. Ha pensado que el borracho quería subir y se ha apartado. Pese a ello, aquel hombre seguía dirigiéndose a Zach, en un idioma, que yo, lo único que alcanzaba a entender era: "no vayas con él, - refiriéndose al conductor -, que no sabe conducir, vente conmigo". Zach se ha empezado a tensar por momentos y me ha preguntado que quién coño era ese señor y qué demonios quería. No he podido resistir la tentación de decirle que era el conductor del autobús que le iba a llevar a Santiago y que simplemente le estaba pidiendo el billete. Zach se lo ha tragado y le ha extendido el ticket al tiempo que me miraba a mí con cara de susto y decía: ¡no me jodas! Yo no podía parar de reír. Ahora que Zach parecía que había conseguido escapar con vida del Hospital de Lugo, cuando por fin iba a dejar atrás aquel país de bárbaros que sólo comían pan con queso, jamón, tortilla de patatas y menús de peregrino que le habían provocado la madre de todos los estreñimientos, llegaba esto, para terminar de poner a prueba sus vapuleados nervios: un chófer absolutamente mamao le iba a llevar hasta Santiago.

Tras unas merecidas carcajadas le he dicho que no se preocupara, que era un borracho que andaba por ahí y al que no tenía que hacer mucho caso. No ha estado mal que apareciera aquel señor, en estado absolutamente etílico, para mantener el toque surrealista de las últimas jornadas que hemos pasado juntos Zach y yo. Ha sido la despedida perfecta, el broche de oro a una historia que nos acompañará de por vida. Nos hemos dado un sentido abrazo y le he dejado ocupando su sitio, tras lo cuál el autobús ha arrancado y ha abandonado la estación. Me he despedido de Zach con el convencimiento de que nos volveríamos a ver, que seremos amigos durante mucho tiempo, y que no tengo la menor duda de que podré contar con él en el futuro, al igual que él sabe que podrá contar conmigo. Vine a hacer el Camino de Santiago echando de menos a uno de mis mejores amigos, y, sin esperarlo, el Camino había puesto a otro en mi senda. ¿Casualidad? Seguramente, quién sabe. Lo cierto es que coincidencia o no, le ha dado un sentido a mi Camino y ha hecho, que sólo por esto, haya merecido la pena recorrerlo...




Veía alejarse el autobús, cuando he reparado en que a mi lado estaba el borracho de antes con la mirada perdida en dirección a aquel mismo autobús. Me he querido despedir de él, y la verdad que no sé si ha sido un acierto, porque lo he sacado de su ensimismamiento y me ha comenzado a dar la tabarra a mí como se la estaba dando antes a Zach. Ahora, por suerte, se le entendía un poco más, aunque no mucho, y me ha dado para entender que era conductor de autobús, que lo pre-jubilaron hace unos meses y durante 30 años hizo esa misma ruta de Lugo a Santiago. Que como él no lleva nadie ese autocar, y que no deberían haber prescindido de sus servicios, que aún estaba para conducir. Al momento ha llegado un moro preguntando si el que acababa de irse era el autobús para un pueblo del interior de la provincia. Le he respondido que no, y el borracho se ha dirigido a él para decirle, para mi sorpresa en correcto castellano, que su autobús no sale hasta las 9. A continuación ha vuelto a su estado previo y, como si del Gran Ozores se tratase, le ha soltado al moro una parrafada ininteligible que ha culminado con un: "vete a tomar un café, y luego si eso nos buscas", al tiempo que apoyaba su mano en mi hombro, como si él y yo fuéramos a algún lado juntos...




A la salida de la estación de autobuses me esperaba Suso, el taxista de Sarria que nos trajo a Zach y a un servidor al Hospital de Lugo. Me cayó simpático y quise que me llevara de vuelta a su pueblo para retomar el Camino. Me ha invitado a un café y después hemos puesto rumbo a Sarria. Suso estaba contento porque el Celta había mantenido la categoría y porque el Depor había bajado. "Se las prometían muy felices y nos daban por descendidos. No les vendrá mal un añito en segunda para que se les bajen los humos" - ha sentenciado con su marcado acento gallego. Ha sentido que haya descendido el Zaragoza, y me ha dicho que no me preocupe, que enseguida volveremos a Primera. Le he contestado que Dios le oiga, y sobre todo, que a ver si podemos deshacernos del desgraciado del presidente, que tanto daño ha hecho al club. Al poco hemos llegado a Sarria y Suso me ha dejado en un bar para que desayunara y ya después reemprendiera la marcha.

Entre pitos y flautas he comenzado la etapa a eso de las 10 de la mañana. He querido comenzar tranquilo, porque a lo tonto llevo cuatro días sin caminar y no quiero exponerme a algún tipo de tirón o nuevas ampollas que me hagan insufribles los últimos kilómetros que me restan, que son unos ciento veinte. Calculo que haciendo una media de treinta al día estaré en Santiago dentro de cuatro, el Miércoles a última hora, y si no fuerzo o tengo que bajar el ritmo por los motivos que sea, entre el Jueves y el Viernes, según como me vea. Lo cierto es que para esas fechas la mayoría de la gente con la que he caminado habrá terminado su peregrinación y habrán vuelto para sus casas. Pensar eso me ha dado un poco de bajón. Tengo claro que quiero entrar a la plaza del Obradoiro sólo, como sólo inicié mi peregrinar en aquellos apartamentos de Canfranc hace ya algo más de un mes, pero después sin duda me gustaría abrazarme a algunas de las personas con las que he compartido esfuerzos, penalidades, y muy buenos momentos también, hasta llegar a Santiago. En fin, qué le vamos a hacer, las cosas han salido así y ya está. Además, si hubiera abandonado a Zach a su suerte en mi deseo de llegar a Santiago ayer, como tenía inicialmente previsto, me hubiera sentido peor, así que no tenía mucha lógica ponerse a pensar en lo que podía haber sido y no fue. He apartado ese sentimiento de mi mente y he seguido caminando.

Al poco me he encontrado con una chicas que por el acento me han sonado aragonesas. Se lo he preguntado y me han respondido que efectivamente, que son de un pueblo de Teruel. Una de ellas me ha preguntado que cómo me había dado cuenta, y antes de que me diera tiempo a responderle, otra de ellas le ha dicho: "pues chica, que se nos nota mucho el acento; que en el pueblo no nos damos cuenta porque hablamos todos igual, pero cuando salimos la gente lo nota...". Si estaba algo bajo de moral, estas paisanas han conseguido alegrarme el día con sus comentarios. Me han confesado que comenzaban hoy el Camino y que se lo iban a tomar con mucha tranquilidad. Que habían mandado las mochilas con una furgoneta hasta el final de etapa y que hoy no iban a correr ningún riesgo. La verdad que después de tantos kilómetros no ha hecho falta que me dijeran que acababan de comenzar el Camino. A los nuevos reclutas se les distingue a la legua. Ni siquiera con la flecha amarilla, que sin descanso te guía hasta Santiago, se aclaraban estas chicas. Hemos llegado hasta un punto donde la senda proseguía a la derecha y a la izquierda sólo se podían andar unos pocos metros porque dabas a parar a un pequeño estanque. Una de ellas, la más desorientada, ha preguntado: "¿y ahora pa'dónde maña?, a lo que ha respondido otra, "pues pa'la izquierda jodido porque no me he traído el flotador, así que habrá que ir pa'la derecha". A continuación hemos iniciado un repecho importante y el grupo de turolenses se ha quedado sin aire y han decidido quedarse un rato a descansar, por lo que me he despedido de ellas y he proseguido la marcha.

Sarria es el punto donde muchos peregrinos comienzan su Camino. La distancia que separa este pueblo lucense de Santiago es el mínimo que hay que recorrer a pie para que se considere que has peregrinado y te concedan la Compostela. De aquí hasta la Plaza del Obradoiro el número de caminantes se multiplica, acceder a los albergues, o en general conseguir alojamiento, se hace complicado, y raro es el momento, sobre todo durante las mañanas, donde el Camino no se asemeja más a un paseo dominical en la calle principal de una ciudad española, que a cualquier otra cosa. Para los que llevan en sus botas unos cuantos cientos de kilómetros, la sensación es un poco extraña. No debería ser así, pero tu curiosidad para conocer gente nueva disminuye con el paso de los kilómetros, y sólo quieres llegar a Santiago, cumplir tu objetivo y hacerlo con la gente con la que has recorrido todo el trayecto. El ambiente entre los que recorren el Camino durante una semana, es un poco diferente al que reina entre aquellos que deciden hacer un parón de un mes en sus vidas y empiezan desde los Pirineos. Comenzando desde Sarria, es difícil ver a peregrinos que estén realizando el Camino solos, la mayoría son familias o grupos de amigos, o parejas, que interactúan, por lo general, más entre ellos que con los demás. Hay excepciones por supuesto, y estoy seguro que también en estos últimos kilómetros conoceré gente interesante. Pero el ambiente es diferente. No es ni mejor ni peor, pero es diferente.

A pesar de que esperaba que desde Sarria el paisaje humano iba a variar, el hecho de no cruzarme con nadie conocido, saludar a cada paso a gente que veía por primera vez, y tener que volver a explicar a todo el mundo quién soy, desde dónde vengo y qué hago aquí, me ha sumido en un cierto desasosiego. En una sensación extraña en la que me sentía ajeno, en la que tenía la impresión de que eso no era en lo que yo había participado, que ése no era mi Camino, que mi Camino era el de la gente que estaba llegando a Santiago o que lo había hecho ya, de aquellos con quienes compartía motivos para estar aquí y que habían superado iguales o mayores dificultades para llegar a la meta. Me acercaba al mojón en el Camino que marca los últimos cien kilómetros hasta Santiago y pensaba en todas estas cosas. Y la conclusión a la que he llegado es que había que apretar el paso, que tenía que aumentar el número de kilómetros recorridos al día para llegar a Santiago cuantos antes y poder abrazarme y celebrar el logro con Günther y Szilvia, y contagiarme de su energía y vitalidad, con los Violentos de Kelly, recios catalanes que caminaban desde sus casas y mis primeros amigos en el Camino, con el bravo Óscar, ejemplo de valentía y pundonor tras conseguir levantarse de esa silla de ruedas en la que quedó postrado, con el alemán Matías, que luchaba por dejar las drogas y poder asimilar la pérdida de sus padres, con el abuelito Santa Claus, que me enseñó que tus problemas viajan en tu mochila, y que no los solucionas metiéndolos en una furgoneta para hacerte la travesía más llevadera, con Eva y con su padre, y su curiosa relación que era más de amor que de odio, y que tan buenos momentos me habían hecho pasar, con Ruta de Lituania, con la simpática Kim, para quien había sido su primer amigo no coreano del Camino, con Tim de Kansas, con Michael de Boston y con tantos otros...


Serían casi las tres de la tarde cuando he llegado a Portomarín, hipotético final de etapa que marcan todas las guías, sobre todo para aquellos que inician en Sarria su peregrinación. Tras una pronunciada bajada se llega hasta la orilla del Miño, y tras cruzar un largo puente se entra en esta bonita villa gallega. Hacía un día agradable y soleado, y tras cruzar el puente me he sentado a descansar y a disfrutar de las placenteras vistas. Después he entrado al pueblo y me he comido una ensalada en una céntrica cafetería. Ahí, guía en mano, me he puesto a pensar en hasta dónde iba a avanzar aquel día. Lo cierto, es que tras cuatro días sin caminar y 25 kilómetros que había ya acumulado en el día de hoy, mi pies estaban lo suficientemente cansados como para quedarme en Portomarín a descansar, pero tenía claro que debía continuar si quería llegar a Santiago y encontrarme con, por qué no llamarla así, mi familia en el Camino, "my Camino family", como la denominaban los americanos. Hacer dos etapas en una, y llegar a Palas de Rei, tras otros 25 kilómetros, no parecía muy sensato. No creía que mis piernas fueran a soportarlo y aunque lo hicieran, de nada serviría, en mi deseo de llegar cuanto antes a Santiago, hacer 50 kilómetros en un día, si luego los calambres, tirones o inmensas ampollas me iban a obligar a descansar uno o dos días para recuperarme. Pero he pensado que hacer otros 10 o 15 kilómetros sí que era razonable, que ya lo había hecho en otras ocasiones, y que aunque estaba ya algo cansado, podía forzar un poco la máquina. He llamado a unos cuantos albergues en pueblitos que estaban más o menos a esa distancia, como Ventas de Narón o Ligonde, para descubrir con sorpresa que todas las camas estaban ocupadas. Así y todo he decidido reemprender la marcha, para una vez en esos pueblos comprobar "in situ" si había camas o habitaciones libres, porque hay alojamientos que no están en mi guía, y además, en ocasiones, la gente reserva cama y luego no se presenta, por lo que estaba convencido de que casi con total seguridad encontraría acomodo.



Esta tarde ha sido sin duda la más dura de todo el Camino. Los pueblos que separan Portomarín de Palas de Rei son pequeños, y el alojamiento limitado. Por cada uno que he pasado a partir del kilómetro 35, que es el mínimo que me había marcado para hacer en esta etapa, la respuesta al preguntar en los albergues y hostales ha sido siempre la misma: "lo siento, estamos completos". En Ligonde, a unos ocho kilómetros de Palas de Rei, no sólo ha sido la misma, sino que me han confirmado que hasta Palas no encontraría nada. He tenido claro entonces que había que componérselas y sacar fuerzas de flaqueza para llegar hasta allá. He entrado al restaurante de uno de los albergues, donde todos los peregrinos estaban cenando, y he pedido un acuarius y algo de agua para hidratarme. Empezaba a estar exhausto y a notar las piernas bastante cargadas. Me he sentido observado y al girarme a las mesas, he visto a varios peregrinos, con pinta de extranjeros, que me miraban como si fuera un marciano. A ellos, que suelen madrugar y terminar las etapas a eso del mediodía, les ha debido parecer que un extraterrestre estaba haciendo también el Camino de Santiago, por verme a las ocho de la tarde con el aspecto de prófugo que debía llevar, la mochila al hombro y los bastones para ayudarme a caminar. He respirado profundamente y me he lanzado a por los últimos ocho kilómetros. Probablemente los ocho kilómetros más bonitos de mi peregrinar, caminando sólo, a través de bosques gallegos, mientras anochecía y la brisa del final de la tarde agitaba las hojas de los árboles y daba un respiro a mi sofocado avance hacia el final de la etapa.

Cuando he llegado a Palas de Rei, eran casi las diez. Prácticamente era de noche, y en los tres primeros albergues y hostales donde he preguntado me han vuelto a dar con la puerta en las narices. He visto la señal de un hotel de varias plantas, y he pensado que ahí habría alguna habitación disponible. El precio sería mayor que en albergue u hostal, pero yo no podía dar un paso más. Cuando las recepcionistas me han visto aparecer se han quedado blancas. Yo debía llevar las pintas de un prisionero de guerra, y ellas a buen seguro no están acostumbradas a recibir a peregrinos a las diez de la noche. Por suerte quedaba una sola habitación y era de fumadores. Aunque me hubieran puesto a compartir habitación con una mofeta hubiera aceptado. Las recepcionistas me han dicho que si quería cenar algo tenía que ir corriendo, de lo contrario no cenaría nada porque todo en el pueblo estaba cerrado a partir de las diez. Necesitaba descansar y estirar las piernas, pero también algo que llevarme al gaznate, así que con la amenaza de no comer nada hasta el día siguiente, he salido a la búsqueda de un par de sitios que me han recomendado.

En el primero, el dueño me ha dicho de malas maneras que la cocina estaba cerrada y que había que llegar antes. No he tenido fuerzas ni para mandarlo a tomar por el culo, y he ido en busca del otro sitio. Ahí, por suerte, pese a que ya no servían menús, no han tenido problema en hacerme una hamburguesa para llevar, de la que he dado buena cuenta tras una larga ducha caliente y unos estiramientos. Me he acostado molido y con las piernas todavía agarrotadas, y sin tener muy claro si al día siguiente podría caminar y por cuánto tiempo. Pero me he acostado con una sonrisa de oreja a oreja, por ser capaz de caminar durante 50 kilómetros, y también por estar cada vez más cerca de mi objetivo.












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